30/10/12
El treinta de octubre es una fecha significativa para los argentinos y particularmente para los radicales. En el ochenta y tres Alfonsín ganaba la presidencia de la Nación en un país a oscuras , dividido y lastimado.
Argentina fue uno de los primeros países sudamericanos en recuperar la democracia tras los años de violencia y autoritarismo de los setenta. También la Argentina era el país que más prometía . Una economía relativamente diversificada, su potente y educada clase media y una democracia previsible con dos partidos fuertes eran algunas de las razones para creer que por fin y después de muchas frustraciones, el país se encaminaba a un futuro de progreso en paz.
Hay quienes miran el pasado con nostalgia, suelen ser los mismos que miran el presente atónitos y el futuro con miedo. Yo prefiero analizar el pasado con una mirada crítica y el futuro con confianza.
El recuerdo del treinta de octubre debe servir para interpelarnos y me propongo hacerlo desde dos lugares. Como parte del partido que de la mano de Alfonsín abrió la puerta a la democracia y como argentino que como muchos, se esperanzó y frustró muchas veces en estos veintinueve años.
Desde el radicalismo la crítica es profunda y dura. Dejamos de ser la garantía de equilibrio ante un peronismo que se manifestaba intolerante, monopolizador y avasallador.
Como argentino, la crítica es aún más cruda.
En el país del ochenta y tres la diferencia entre los ricos y los pobres era mucho menor que ahora y, más grave, es que perdimos la cultura del progreso a través del esfuerzo y el trabajo . La escuela de hoy dejó de ser formadora para constituirse en solamente contenedora, aunque ese eufemismo deja afuera a cientos de miles de chicos que no estudian ni trabajan.
En los últimos treinta años el país ha caminado hacia atrás en materia de transporte, educación y energía . Ningún país del mundo desarrollado progresó con una red de transporte colapsada y desarticulada.
Tampoco hay ejemplos de progreso con una educación que ha perdido calidad . Claro está que es imposible crecer de forma sostenida gastando, exclusivamente por mala praxis del gobierno, miles de millones para importar energía que podemos producir acá.
Nuestro pasado cercano como país está plagado de errores, lleno de slogans y carente de ideas; los gobiernos divagan y van como un péndulo de un lado a otro con el Estado y la sociedad de espectadores . En los últimos años los gobiernos se han alimentado de un Estado cada vez más impotente e irrelevante.
Cuando llegó la democracia muchos creyeron que traía el progreso por sí sola. Hoy sabemos que la democracia sin ideas y rumbos claros no trae el progreso . Y vemos que con instituciones devaluadas y sin equilibrios es un camino que termina siempre en el populismo, en líderes que se creen eternos y dividen a la sociedad por temas de coyuntura porque no se animan a debatir el futuro.
Los radicales de este tiempo necesitamos ofrecerle a la sociedad una alternativa que mire el futuro más que el pasado y que ponga en valor los bienes comunes que los últimos gobiernos han destruido. El desafío de entonces era traer la democracia, el de ahora es darle sentido y contenido.
Hace treinta años, con el liderazgo de Alfonsín, resolvimos una dicotomía que durante cincuenta años tuvo al país preso de gobiernos democráticos débiles y gobiernos dictatoriales. Hoy tenemos que indagarnos con rigor: democracia para qué y democracia cómo . Yo no creo en el camino populista, ese que divide a la sociedad, persigue al que piensa distinto y nos empobrece. Creo en la diversidad, el diálogo y los acuerdos .
Seguir por el camino que vamos implica devaluar aún más la democracia, perder oportunidades, ver como nuestros vecinos progresan mientras nosotros nos enfrascamos en debates falsos y triviales. Tenemos que animarnos a ir por más, dejar de mirar el pasado con añoranza y animarnos a debatir el futuro con seriedad. Allí es donde se juega la democracia en serio, cuando pensamos que país queremos.
Yo creo que hay un camino distinto. Ese camino nada tiene que ver con peleas y batallas estériles y ajenas a las prioridades de un país con educación empobrecida, transportes públicos precarios y una creciente dependencia energética . El mejor homenaje que le podemos rendir a Raúl Alfonsín no es citarlo ni declamarlo, es practicarlo. Identificar prioridades, aceptar los desafíos y defender las libertades democráticas que supimos conseguir.
El treinta de octubre es una fecha significativa para los argentinos y particularmente para los radicales. En el ochenta y tres Alfonsín ganaba la presidencia de la Nación en un país a oscuras , dividido y lastimado.
Argentina fue uno de los primeros países sudamericanos en recuperar la democracia tras los años de violencia y autoritarismo de los setenta. También la Argentina era el país que más prometía . Una economía relativamente diversificada, su potente y educada clase media y una democracia previsible con dos partidos fuertes eran algunas de las razones para creer que por fin y después de muchas frustraciones, el país se encaminaba a un futuro de progreso en paz.
Hay quienes miran el pasado con nostalgia, suelen ser los mismos que miran el presente atónitos y el futuro con miedo. Yo prefiero analizar el pasado con una mirada crítica y el futuro con confianza.
El recuerdo del treinta de octubre debe servir para interpelarnos y me propongo hacerlo desde dos lugares. Como parte del partido que de la mano de Alfonsín abrió la puerta a la democracia y como argentino que como muchos, se esperanzó y frustró muchas veces en estos veintinueve años.
Desde el radicalismo la crítica es profunda y dura. Dejamos de ser la garantía de equilibrio ante un peronismo que se manifestaba intolerante, monopolizador y avasallador.
Como argentino, la crítica es aún más cruda.
En el país del ochenta y tres la diferencia entre los ricos y los pobres era mucho menor que ahora y, más grave, es que perdimos la cultura del progreso a través del esfuerzo y el trabajo . La escuela de hoy dejó de ser formadora para constituirse en solamente contenedora, aunque ese eufemismo deja afuera a cientos de miles de chicos que no estudian ni trabajan.
En los últimos treinta años el país ha caminado hacia atrás en materia de transporte, educación y energía . Ningún país del mundo desarrollado progresó con una red de transporte colapsada y desarticulada.
Tampoco hay ejemplos de progreso con una educación que ha perdido calidad . Claro está que es imposible crecer de forma sostenida gastando, exclusivamente por mala praxis del gobierno, miles de millones para importar energía que podemos producir acá.
Nuestro pasado cercano como país está plagado de errores, lleno de slogans y carente de ideas; los gobiernos divagan y van como un péndulo de un lado a otro con el Estado y la sociedad de espectadores . En los últimos años los gobiernos se han alimentado de un Estado cada vez más impotente e irrelevante.
Cuando llegó la democracia muchos creyeron que traía el progreso por sí sola. Hoy sabemos que la democracia sin ideas y rumbos claros no trae el progreso . Y vemos que con instituciones devaluadas y sin equilibrios es un camino que termina siempre en el populismo, en líderes que se creen eternos y dividen a la sociedad por temas de coyuntura porque no se animan a debatir el futuro.
Los radicales de este tiempo necesitamos ofrecerle a la sociedad una alternativa que mire el futuro más que el pasado y que ponga en valor los bienes comunes que los últimos gobiernos han destruido. El desafío de entonces era traer la democracia, el de ahora es darle sentido y contenido.
Hace treinta años, con el liderazgo de Alfonsín, resolvimos una dicotomía que durante cincuenta años tuvo al país preso de gobiernos democráticos débiles y gobiernos dictatoriales. Hoy tenemos que indagarnos con rigor: democracia para qué y democracia cómo . Yo no creo en el camino populista, ese que divide a la sociedad, persigue al que piensa distinto y nos empobrece. Creo en la diversidad, el diálogo y los acuerdos .
Seguir por el camino que vamos implica devaluar aún más la democracia, perder oportunidades, ver como nuestros vecinos progresan mientras nosotros nos enfrascamos en debates falsos y triviales. Tenemos que animarnos a ir por más, dejar de mirar el pasado con añoranza y animarnos a debatir el futuro con seriedad. Allí es donde se juega la democracia en serio, cuando pensamos que país queremos.
Yo creo que hay un camino distinto. Ese camino nada tiene que ver con peleas y batallas estériles y ajenas a las prioridades de un país con educación empobrecida, transportes públicos precarios y una creciente dependencia energética . El mejor homenaje que le podemos rendir a Raúl Alfonsín no es citarlo ni declamarlo, es practicarlo. Identificar prioridades, aceptar los desafíos y defender las libertades democráticas que supimos conseguir.