Por Fabián Rodríguez
Tras casi dos años sin verse las caras, el próximo sábado Mauricio Macri y el papa Francisco se reunirán en el Vaticano en el marco del acentuado deterioro que viene teniendo la relación entre ambos desde hace varios meses.
Por varios motivos, a una y otra orilla del océano Atlántico coinciden en calificar al actual estado del vínculo entre los dos jefes de Estado como “delicado”. Los detalles del protocolo que ha dejado trascender la secretaría de Estado vaticana dan cuenta de una reunión fijada para las 9.30 de Roma en la biblioteca del Palacio Apostólico, con finalización prevista para las 10.15, es decir, 45 minutos empezando a contar desde la llegada, los saludos, la reunión en sí misma, el intercambio de regalos y la presentación de delegación.
Una reunión que no sólo queda muy por debajo de la duración que tuvieron los encuentros con Cristina Fernández de Kirchner, sino que aún se sitúa bien lejos del tiempo que se extendieron las audiencias privadas que mantuvo con los presidentes Barack Obama, Raúl Castro o Vladimir Putin, con quienes estuvo 50 minutos a solas en cada uno de los casos.
En los pasillos pontificios comparan el tenor que Francisco le dará a esta reunión con “el que se da cuando lo visita un mandatario europeo cualquiera”, situación que sucede bastante a menudo en la Santa Sede. Además, el hecho de que se haya elegido un sábado, día que el papa reserva para la recepción de las cartas credenciales de funcionarios extranjeros, también funciona como indicador del clima con el que será recibida la comitiva del macrismo y sus aliados circunstanciales.
Es que desde mucho tiempo antes que ocurriera la detención de la dirigente social Milagro Sala, situación que cristalizó en la opinión pública la idea de una relación poco amistosa entre Macri y Su Santidad, las señales políticas provenientes del Vaticano hacia el nuevo ocupante de Balcarce 50 no eran buenas.
La noticia de que la sintonía para los primeros tiempos no sería la mejor se terminó de oficializar tras la asunción de las nuevas autoridades en los gobiernos porteño y nacional, luego de que el ceremoniero pontificio Guillermo Karcher concurriese a la jura de Horacio Rodríguez Larreta sin consultar con Francisco, algo que no sólo le valió una dura reprimenda interna, sino también un reto público a través de un mensaje que el papa envió a la periodista y amiga personal suya Alicia Barrios, quien tradujo eso en un artículo publicado por el diario Crónica durante esos días.
Al día siguiente, Francisco envió a la toma de mando de Macri al nuncio apostólico en Paraguay, monseñor Eliseo Ariotti, un enviado previsto en el protocolo pero que sin dudas hubiera sido otro, en caso de tener mayor afinidad con el gobierno entrante.
Más allá de las diferencias espirituales e ideológicas que puedan existir entre ambos (y que serían salvables teniendo en cuenta el pragmatismo del Papa), otra cuenta pendiente que Francisco tiene bastante presente es el faltazo que a mitad del año pasado pegó Macri en la exclusiva reunión que organizó Su Santidad en el Vaticano junto a 60 alcaldes de las ciudades más importantes del mundo (de Nueva York a París y de Madrid a Los Angeles, entre otras). En aquel momento, Macri prefirió quedarse haciendo campaña en la Argentina, hecho que Jorge Bergoglio, dicen quienes lo frecuentan, todavía no olvida.
Después vinieron las declaraciones ofensivas (casi insultantes) del principal asesor de campaña del PRO, Jaime Durán Barba, cuya reprimenda pública por parte de sus jefes políticos no llegó ni de cerca al tono que se esperaba en Roma.
Asimismo, basta con hacer un repaso de las apariciones públicas de los tres argentinos con mejor acogida en Santa Marta, Alicia Barrios, Gustavo Vera y Roberto Carlés, para convencerse de que ninguno de ellos guarda ni ahorra críticas hacia el presidente argentino.
En definitiva, cuando el gobierno habla –como lo hizo por ejemplo a través de su canciller, Susana Malcorra– de que tendrá una relación “seria e institucional” con el papa argentino, es porque se trata de la única relación que puede llegar a tener. El sábado al mediodía, si efectivamente se cumple la reunión de corta duración, tendremos el primer indicio tangible de todos los gestos anteriores.
Tras casi dos años sin verse las caras, el próximo sábado Mauricio Macri y el papa Francisco se reunirán en el Vaticano en el marco del acentuado deterioro que viene teniendo la relación entre ambos desde hace varios meses.
Por varios motivos, a una y otra orilla del océano Atlántico coinciden en calificar al actual estado del vínculo entre los dos jefes de Estado como “delicado”. Los detalles del protocolo que ha dejado trascender la secretaría de Estado vaticana dan cuenta de una reunión fijada para las 9.30 de Roma en la biblioteca del Palacio Apostólico, con finalización prevista para las 10.15, es decir, 45 minutos empezando a contar desde la llegada, los saludos, la reunión en sí misma, el intercambio de regalos y la presentación de delegación.
Una reunión que no sólo queda muy por debajo de la duración que tuvieron los encuentros con Cristina Fernández de Kirchner, sino que aún se sitúa bien lejos del tiempo que se extendieron las audiencias privadas que mantuvo con los presidentes Barack Obama, Raúl Castro o Vladimir Putin, con quienes estuvo 50 minutos a solas en cada uno de los casos.
En los pasillos pontificios comparan el tenor que Francisco le dará a esta reunión con “el que se da cuando lo visita un mandatario europeo cualquiera”, situación que sucede bastante a menudo en la Santa Sede. Además, el hecho de que se haya elegido un sábado, día que el papa reserva para la recepción de las cartas credenciales de funcionarios extranjeros, también funciona como indicador del clima con el que será recibida la comitiva del macrismo y sus aliados circunstanciales.
Es que desde mucho tiempo antes que ocurriera la detención de la dirigente social Milagro Sala, situación que cristalizó en la opinión pública la idea de una relación poco amistosa entre Macri y Su Santidad, las señales políticas provenientes del Vaticano hacia el nuevo ocupante de Balcarce 50 no eran buenas.
La noticia de que la sintonía para los primeros tiempos no sería la mejor se terminó de oficializar tras la asunción de las nuevas autoridades en los gobiernos porteño y nacional, luego de que el ceremoniero pontificio Guillermo Karcher concurriese a la jura de Horacio Rodríguez Larreta sin consultar con Francisco, algo que no sólo le valió una dura reprimenda interna, sino también un reto público a través de un mensaje que el papa envió a la periodista y amiga personal suya Alicia Barrios, quien tradujo eso en un artículo publicado por el diario Crónica durante esos días.
Al día siguiente, Francisco envió a la toma de mando de Macri al nuncio apostólico en Paraguay, monseñor Eliseo Ariotti, un enviado previsto en el protocolo pero que sin dudas hubiera sido otro, en caso de tener mayor afinidad con el gobierno entrante.
Más allá de las diferencias espirituales e ideológicas que puedan existir entre ambos (y que serían salvables teniendo en cuenta el pragmatismo del Papa), otra cuenta pendiente que Francisco tiene bastante presente es el faltazo que a mitad del año pasado pegó Macri en la exclusiva reunión que organizó Su Santidad en el Vaticano junto a 60 alcaldes de las ciudades más importantes del mundo (de Nueva York a París y de Madrid a Los Angeles, entre otras). En aquel momento, Macri prefirió quedarse haciendo campaña en la Argentina, hecho que Jorge Bergoglio, dicen quienes lo frecuentan, todavía no olvida.
Después vinieron las declaraciones ofensivas (casi insultantes) del principal asesor de campaña del PRO, Jaime Durán Barba, cuya reprimenda pública por parte de sus jefes políticos no llegó ni de cerca al tono que se esperaba en Roma.
Asimismo, basta con hacer un repaso de las apariciones públicas de los tres argentinos con mejor acogida en Santa Marta, Alicia Barrios, Gustavo Vera y Roberto Carlés, para convencerse de que ninguno de ellos guarda ni ahorra críticas hacia el presidente argentino.
En definitiva, cuando el gobierno habla –como lo hizo por ejemplo a través de su canciller, Susana Malcorra– de que tendrá una relación “seria e institucional” con el papa argentino, es porque se trata de la única relación que puede llegar a tener. El sábado al mediodía, si efectivamente se cumple la reunión de corta duración, tendremos el primer indicio tangible de todos los gestos anteriores.