Durante una conferencia de prensa que dio ayer, el ministro de Hacienda y Finanzas, Alfonso de Prat Gay, hizo una metáfora demasiado provocadora y de un nivel claramente inferior al cargo que ejerce: “Queremos que al Estado no le sobre la grasa de los militantes”, aseveró, como una forma más de justificar los miles de despidos que se están registrando en la órbita de la administración pública nacional.
Más allá de que puede ser muy válido abrir una discusión en torno a qué hacer si se comprueba que en distintas dependencias públicas figura empleada gente que no trabaja -lo que se conoce popularmente como “ñoquis”-, ayer el funcionario se pasó de lo aceptable.
Por un lado, dejó en claro su concepto de que si un empleado público es militante, inexorablemente es alguien que está de más, que sobra. No le cabe en la cabeza la posibilidad de que haya gente idónea que haga muy bien su tarea y que, además, milite en una organización político-partidaria.
O al menos eso piensa en el caso de los militantes que no son de los partidos que conforma Cambiemos. Por otro lado, usó la palabra “grasa”, buscando la figura de una persona obesa, que debería quitársela para tener un cuerpo más saludable.
Pero todos saben -y Prat Gay no lo ignora- que esa palabra se ha usado históricamente desde sectores de “gente bien” para denostar a los peronistas.
Hoy por hoy, el gobierno le apunta especialmente a La Cámpora, organización declaradamente kirchnerista, de haber “colonizado el Estado” y desde ahí parte para justificar los fuertes ajustes que se anunciaron en varias dependencias públicas (ver página 3) y que seguramente seguirán.
Pero da toda la impresión de que para el ministro de Hacienda y Finanzas el término “grasa” también es perfectamente aplicable a los militantes que respaldaron a un gobierno que él combatió política e ideológicamente en la última década, más allá de haber coexistido durante casi un año y medio al frente del Banco Central con el entonces presidente Néstor Kirchner.
El debate de ideas está muy bien, pero recurrir a términos ofensivos rebaja el nivel de quien lo hace.
Más allá de que puede ser muy válido abrir una discusión en torno a qué hacer si se comprueba que en distintas dependencias públicas figura empleada gente que no trabaja -lo que se conoce popularmente como “ñoquis”-, ayer el funcionario se pasó de lo aceptable.
Por un lado, dejó en claro su concepto de que si un empleado público es militante, inexorablemente es alguien que está de más, que sobra. No le cabe en la cabeza la posibilidad de que haya gente idónea que haga muy bien su tarea y que, además, milite en una organización político-partidaria.
O al menos eso piensa en el caso de los militantes que no son de los partidos que conforma Cambiemos. Por otro lado, usó la palabra “grasa”, buscando la figura de una persona obesa, que debería quitársela para tener un cuerpo más saludable.
Pero todos saben -y Prat Gay no lo ignora- que esa palabra se ha usado históricamente desde sectores de “gente bien” para denostar a los peronistas.
Hoy por hoy, el gobierno le apunta especialmente a La Cámpora, organización declaradamente kirchnerista, de haber “colonizado el Estado” y desde ahí parte para justificar los fuertes ajustes que se anunciaron en varias dependencias públicas (ver página 3) y que seguramente seguirán.
Pero da toda la impresión de que para el ministro de Hacienda y Finanzas el término “grasa” también es perfectamente aplicable a los militantes que respaldaron a un gobierno que él combatió política e ideológicamente en la última década, más allá de haber coexistido durante casi un año y medio al frente del Banco Central con el entonces presidente Néstor Kirchner.
El debate de ideas está muy bien, pero recurrir a términos ofensivos rebaja el nivel de quien lo hace.