¿Festejar el Día del Periodista en un contexto en el que las trabas se reproducen en forma incansable? ¿Hay algo para celebrar?
Sí, y es más de lo que creemos.
Cuando los valores están en riesgo se conoce la real importancia que los ciudadanos les brindan. En este caso, a las ideas de libertad y de transparencia.
Clarín en particular, y también otros medios independientes, han sufrido en los últimos años una política oficial que sólo tiende a acallar voces. No han atacado la calidad de nuestra información –eso sería para aplaudir porque en el debate se logra conocer el mundo real– sino todos los fundamentos para impedirnos seguir en contacto con el público.
No lo han logrado. La gente nos acompaña no sólo desde una solidaridad de palabras: Clarín sigue siendo el diario más leído del país.
Pero la suerte de Clarín es el árbol que tapa el bosque. Lo que se pretende hacer en la Argentina, aun sin éxito, es convertir al periodismo en un campo de batalla militante, dogmática, en un símbolo de la polarización que nos mina a diario.
No gana quien tiene mejores datos, quien interpreta la realidad de una manera más acabada sino aquel que controla el flujo de los datos. Y para lograr este fin cualquier medio es válido: hay que poner al Estado al servicio del Gobierno, hay que enfrentar, hay que generar dudas sobre el otro. O inventar épicas que jamás existieron o renegar de un pasado periodístico faltándose el respeto a sí mismos. Son parte de una maquinaria que exige cada vez más ofrendas para seguir perteneciendo.
De poco sirve. Nosotros sabemos que el público diferencia y privilegia a los medios independientes. Eso es lo que hoy también celebramos en un contexto mundial que interpela al periodismo tal como lo hemos conocido. Las nuevas tecnologías han generado una nueva manera de leer las noticias. Vamos hacia un mundo en el cual pequeños formatos –como un teléfono celular– cumplen un rol informativo y de análisis que nos obligan a pensar nuevas maneras de entregar información, de hacer participar a nuestros lectores a través de las redes que interconectan. Es un desafío al que le damos la bienvenida: nos demuestra que la gente sigue reclamando periodismo, más allá del formato en que le llegue. Y que nos exige enfrentar esos desafíos, romper con viejos paradigmas y culturas de trabajo que responden a formatos y plataformas que están en crisis pero que aún siguen siendo no sólo eficaces sino también económicamente sustentables.
En el mundo digital, los portales vinculados a la información son populares. Se busca la labor del cronista que explora qué hay detrás de lo aparente y la del editor que lo pone en contexto.
Eso se mantiene como hecho esencial. Pero se exigen otras y nuevas habilidades: el nuevo mundo plantea desafíos y abre riesgos enormes.
¿Peligros? Existen, y habrá que ir construyendo una cultura de época que los limite, que los jaquee. Hay una tendencia, por ejemplo, de políticos y de líderes sociales a utilizar las tecnologías en forma directa para anunciar sus informaciones. Un video en YouTube o una declaración grabada –suponen– vale lo que una conferencia de prensa. Así imaginan que la decisión que dan a conocer por esas vías no será puesta en debate por preguntas de profesionales especializados. ¿Por qué les temen tanto a las preguntas? ¿Qué es lo que quieren ocultar o no pueden contestar?
Se equivocan otra vez. Hay una ilusión de corto plazo que hace creer en el efecto de ignorar al periodista y a los medios. Pero socavan su relación con los ciudadanos. Cuando lo que debiera ser un diálogo se convierte en monólogo, se deja de lado al otro.
Sus potenciales dudas, sus ganas de saber más quedan marginadas. Eso quizás no aparezca con nitidez en un primer momento pero en el mediano plazo los aleja cada vez más de la gente.
El periodismo –el de antes y el de ahora, aunque a través de diferentes posibilidades tecnológicas– crea puentes. Polemiza. Investiga. Permite reflejar todas las voces. Nos da herramientas para conocernos como sociedad.
Eso se nos exige y nuestro compromiso para seguir dándolo es lo que hoy celebramos.
Sí, y es más de lo que creemos.
Cuando los valores están en riesgo se conoce la real importancia que los ciudadanos les brindan. En este caso, a las ideas de libertad y de transparencia.
Clarín en particular, y también otros medios independientes, han sufrido en los últimos años una política oficial que sólo tiende a acallar voces. No han atacado la calidad de nuestra información –eso sería para aplaudir porque en el debate se logra conocer el mundo real– sino todos los fundamentos para impedirnos seguir en contacto con el público.
No lo han logrado. La gente nos acompaña no sólo desde una solidaridad de palabras: Clarín sigue siendo el diario más leído del país.
Pero la suerte de Clarín es el árbol que tapa el bosque. Lo que se pretende hacer en la Argentina, aun sin éxito, es convertir al periodismo en un campo de batalla militante, dogmática, en un símbolo de la polarización que nos mina a diario.
No gana quien tiene mejores datos, quien interpreta la realidad de una manera más acabada sino aquel que controla el flujo de los datos. Y para lograr este fin cualquier medio es válido: hay que poner al Estado al servicio del Gobierno, hay que enfrentar, hay que generar dudas sobre el otro. O inventar épicas que jamás existieron o renegar de un pasado periodístico faltándose el respeto a sí mismos. Son parte de una maquinaria que exige cada vez más ofrendas para seguir perteneciendo.
De poco sirve. Nosotros sabemos que el público diferencia y privilegia a los medios independientes. Eso es lo que hoy también celebramos en un contexto mundial que interpela al periodismo tal como lo hemos conocido. Las nuevas tecnologías han generado una nueva manera de leer las noticias. Vamos hacia un mundo en el cual pequeños formatos –como un teléfono celular– cumplen un rol informativo y de análisis que nos obligan a pensar nuevas maneras de entregar información, de hacer participar a nuestros lectores a través de las redes que interconectan. Es un desafío al que le damos la bienvenida: nos demuestra que la gente sigue reclamando periodismo, más allá del formato en que le llegue. Y que nos exige enfrentar esos desafíos, romper con viejos paradigmas y culturas de trabajo que responden a formatos y plataformas que están en crisis pero que aún siguen siendo no sólo eficaces sino también económicamente sustentables.
En el mundo digital, los portales vinculados a la información son populares. Se busca la labor del cronista que explora qué hay detrás de lo aparente y la del editor que lo pone en contexto.
Eso se mantiene como hecho esencial. Pero se exigen otras y nuevas habilidades: el nuevo mundo plantea desafíos y abre riesgos enormes.
¿Peligros? Existen, y habrá que ir construyendo una cultura de época que los limite, que los jaquee. Hay una tendencia, por ejemplo, de políticos y de líderes sociales a utilizar las tecnologías en forma directa para anunciar sus informaciones. Un video en YouTube o una declaración grabada –suponen– vale lo que una conferencia de prensa. Así imaginan que la decisión que dan a conocer por esas vías no será puesta en debate por preguntas de profesionales especializados. ¿Por qué les temen tanto a las preguntas? ¿Qué es lo que quieren ocultar o no pueden contestar?
Se equivocan otra vez. Hay una ilusión de corto plazo que hace creer en el efecto de ignorar al periodista y a los medios. Pero socavan su relación con los ciudadanos. Cuando lo que debiera ser un diálogo se convierte en monólogo, se deja de lado al otro.
Sus potenciales dudas, sus ganas de saber más quedan marginadas. Eso quizás no aparezca con nitidez en un primer momento pero en el mediano plazo los aleja cada vez más de la gente.
El periodismo –el de antes y el de ahora, aunque a través de diferentes posibilidades tecnológicas– crea puentes. Polemiza. Investiga. Permite reflejar todas las voces. Nos da herramientas para conocernos como sociedad.
Eso se nos exige y nuestro compromiso para seguir dándolo es lo que hoy celebramos.