En un día como ayer, hace dos años, murió en su país, después de décadas de vivir y hacer su carrera en el exterior, el politólogo argentino de mayor reconocimiento académico internacional: Guillermo O’Donnel l. Para rendirle homenaje y proponer que el 29 de noviembre sea declarado el día del politólogo argentino, la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales, UCES, realizó un acto en el que participaron, como oradores, familiares: su hermano Pacho O’Donnell , su hijo Santiago O’Donnell y el rector de la UCES, Gastón O’Donnell. Más dos oradores extrafamiliares: el director de la carrera de Ciencias Políticas de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, Luis Tonelli, y el director de este diario.
A continuación, el texto que leí en el evento:
Scott Mainwaring, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Notre Dame (South Bend, Indiana) y director del Kellogg Institute for International Studies, definió a Guillermo O’Donnell como “un gigante contemporáneo de las ciencias sociales, conocido en todo el mundo por su creatividad intelectual única, su originalidad y su pasión por las democracias que funcionan bien”.
O’Donnell fue el politólogo de mayor reconocimiento académico en el país y en el exterior. Sus investigaciones sobre las transiciones políticas en América Latina, el continente al que dedicó sus mayores esfuerzos de interpretación, han sido fundamentales a la hora de analizar nuevos fenómenos sociales, como la denominada Primavera Arabe.
Investigador destacado, fue considerado asimismo un hombre de acción, comprometido con las prácticas políticas del continente, hasta tal punto que debió buscar el exilio para escapar de las persecuciones durante los gobiernos autoritarios que asolaron la región durante las décadas del 60 y el 70.
Graduado en Abogacía por la Universidad de Buenos Aires en 1958, obtuvo un doctorado en Ciencia Política en la Universidad de Yale, en 1981. Residió muchos años y llevó a cabo buena parte de su labor académica en los Estados Unidos, en cuya Universidad de Notre Dame, en South Bend, Indiana, alcanzó la posición de profesor emérito de Ciencias Políticas y de senior fellow del Kellogg Institute for International Studies (del que también fue director entre 1982 y 1997). En 2002-2003 ocupó la cátedra Simón Bolívar en la Universidad de Cambridge, y en 2007-2008 fue profesor visitante en la de Oxford. Igualmente actuó en universidades y centros de investigación de la Argentina y Brasil. En 2007 se estableció en Buenos Aires, donde murió el 29 de noviembre de 2011.
“Su labor académica, guiada por el propósito de comprender los problemas que conmovieron y afligieron a la sociedad de su tiempo, también buscó convertir el conocimiento en una herramienta para superarlos. Su producción enfocó principalmente las cuestiones centrales de cada momento: el autoritarismo en la década de 1970, la transición de un régimen autoritario a uno democrático en la de 1980 y, una vez implantada la democracia, sus limitaciones y las tareas pendientes. Así, en la década de 1990 reflexionó sobre la calidad de la democracia y concibió la idea de democracia delegativa, conceptos que no sólo circularon en el medio académico sino que también ingresaron en el debate público y se incorporaron al lenguaje político cotidiano” (Osvaldo Iazzetta, doctor en Ciencias sociales, Universidad de Brasilia. Profesor titular, Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales, Universidad Nacional de Rosario).
A principios de los años 70, Guillermo O’Donnell realizó un análisis comparado de las dictaduras de Brasil (1964) y Argentina (1966). De esa investigación, que dio origen en 1972 a Modernización y autoritarismo, su primer libro, surgieron conceptos fundamentales, como el de “Estado burocrático-autoritario”, que ayudaron a desmantelar el optimismo, bastante extendido por entonces, acerca de que el crecimiento económico traería como consecuencia el desarrollo democrático en la región. Según Iazzetta: “El análisis de las dos experiencias nacionales mencionadas le permitió reconocer aspectos novedosos de los autoritarismos de entonces, que los distinguían de los tradicionales agrupados en torno a la figura de un caudillo. Para los nuevos autoritarismos, el núcleo era una corporación burocrática: las fuerzas armadas. Ellas detentaron en esos años la responsabilidad de gobernar, y lo hicieron con un discurso modernizante y tecnocrático, alejado del tradicionalismo que distinguió a dictaduras precedentes.Quizás sea por esa distinción que O’Donnell no utiliza en sus escritos el término ‘dictadura’, sino el de ‘régimen autoritario’”.
Así como sus investigaciones sobre los regímenes autoritarios fueron fundamentales para el desarrollo de la teoría política, otro tanto ocurrió con el aporte de Guillermo O’Donnell durante el ciclo de transiciones democráticas que se fueron sucediendo en América Latina, fundamentalmente a partir de los años 80. El politólogo, que apoyó con énfasis esos procesos de apertura (siempre es preferible una democracia imperfecta a un régimen autoritario), jamás dejó de hacer “una crítica democrática de las democracias”.
La principal preocupación de O’Donnell respecto de las flamantes democracias del sur de América estuvo centrada en la coexistencia de esos nuevos regímenes con Estados débiles, incapaces de garantizar los derechos ciudadanos. Si bien –señalaba– esos Estados podían asegurar algunas demandas, como la de elegir a los gobernantes, no estaban en condiciones sin embargo de garantizar las exigencias de mejoramiento de las condiciones de vida de sus habitantes. Se producía, por tanto, una “ciudadanía de baja intensidad”, situación que pone en jaque a las instituciones democráticas.
Durante la década del 90, a la luz de las experiencias que se extendían en algunos países, como Argentina con Carlos Saúl Menem, Perú con Alberto Fujimori y Brasil con Fernando Collor de Mello, O’Donnell desarrolló un concepto que sigue constituyendo un fuerte desafío para las ciencias sociales. El lo expresó bajo el título de “democracias delegativas”, quizás uno de sus aportes más originales al estudio de los sistemas representativos de estos países. Básicamente, se refiere a la idea imperante por entonces –y que se extiende hasta nuestros días– de que los gobiernos elegidos democráticamente consideran a los otros poderes y a los organismos de control verdaderos estorbos para el ejercicio del poder.
“Las democracias delegativas se basan en la premisa de que quien sea que gane una elección presidencial tendrá el derecho a gobernar como él (o ella) considere apropiado, restringido sólo por la dura realidad de las relaciones de poder existentes y por un período en funciones limitado constitucionalmente.” En las cuales, “otras instituciones –por ejemplo, los tribunales de Justicia y el Poder Legislativo– constituyen estorbos que acompañan a las ventajas a nivel nacional e internacional de ser un presidente democráticamente elegido. La rendición de cuentas a dichas instituciones aparece como un mero obstáculo a la plena autoridad que le ha sido delegada al presidente.” (Guillermo O’Donnell)
Con el concepto de “democracias delegativas”, O’Donnell pone al descubierto un dilema fundamental para interpretar la realidad de nuestros días. Se trata de sistemas de gobierno legitimados por la voluntad popular, que cumplen con las formalidades de la elección de los gobernantes pero que, sin embargo, tienen comportamientos que no condicen con reglas básicas de la democracia. Son, según destaca Iazzetta, “democracias no institucionalizadas, en las que las elecciones periódicas y libres conviven con una marcada debilidad de los mecanismos de rendición de cuentas. En ellas, los gobiernos resultan democráticos por su origen, pero al ejercer el poder se alejan de las prácticas de la democracia representativa”.
A continuación, el texto que leí en el evento:
Scott Mainwaring, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Notre Dame (South Bend, Indiana) y director del Kellogg Institute for International Studies, definió a Guillermo O’Donnell como “un gigante contemporáneo de las ciencias sociales, conocido en todo el mundo por su creatividad intelectual única, su originalidad y su pasión por las democracias que funcionan bien”.
O’Donnell fue el politólogo de mayor reconocimiento académico en el país y en el exterior. Sus investigaciones sobre las transiciones políticas en América Latina, el continente al que dedicó sus mayores esfuerzos de interpretación, han sido fundamentales a la hora de analizar nuevos fenómenos sociales, como la denominada Primavera Arabe.
Investigador destacado, fue considerado asimismo un hombre de acción, comprometido con las prácticas políticas del continente, hasta tal punto que debió buscar el exilio para escapar de las persecuciones durante los gobiernos autoritarios que asolaron la región durante las décadas del 60 y el 70.
Graduado en Abogacía por la Universidad de Buenos Aires en 1958, obtuvo un doctorado en Ciencia Política en la Universidad de Yale, en 1981. Residió muchos años y llevó a cabo buena parte de su labor académica en los Estados Unidos, en cuya Universidad de Notre Dame, en South Bend, Indiana, alcanzó la posición de profesor emérito de Ciencias Políticas y de senior fellow del Kellogg Institute for International Studies (del que también fue director entre 1982 y 1997). En 2002-2003 ocupó la cátedra Simón Bolívar en la Universidad de Cambridge, y en 2007-2008 fue profesor visitante en la de Oxford. Igualmente actuó en universidades y centros de investigación de la Argentina y Brasil. En 2007 se estableció en Buenos Aires, donde murió el 29 de noviembre de 2011.
“Su labor académica, guiada por el propósito de comprender los problemas que conmovieron y afligieron a la sociedad de su tiempo, también buscó convertir el conocimiento en una herramienta para superarlos. Su producción enfocó principalmente las cuestiones centrales de cada momento: el autoritarismo en la década de 1970, la transición de un régimen autoritario a uno democrático en la de 1980 y, una vez implantada la democracia, sus limitaciones y las tareas pendientes. Así, en la década de 1990 reflexionó sobre la calidad de la democracia y concibió la idea de democracia delegativa, conceptos que no sólo circularon en el medio académico sino que también ingresaron en el debate público y se incorporaron al lenguaje político cotidiano” (Osvaldo Iazzetta, doctor en Ciencias sociales, Universidad de Brasilia. Profesor titular, Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales, Universidad Nacional de Rosario).
A principios de los años 70, Guillermo O’Donnell realizó un análisis comparado de las dictaduras de Brasil (1964) y Argentina (1966). De esa investigación, que dio origen en 1972 a Modernización y autoritarismo, su primer libro, surgieron conceptos fundamentales, como el de “Estado burocrático-autoritario”, que ayudaron a desmantelar el optimismo, bastante extendido por entonces, acerca de que el crecimiento económico traería como consecuencia el desarrollo democrático en la región. Según Iazzetta: “El análisis de las dos experiencias nacionales mencionadas le permitió reconocer aspectos novedosos de los autoritarismos de entonces, que los distinguían de los tradicionales agrupados en torno a la figura de un caudillo. Para los nuevos autoritarismos, el núcleo era una corporación burocrática: las fuerzas armadas. Ellas detentaron en esos años la responsabilidad de gobernar, y lo hicieron con un discurso modernizante y tecnocrático, alejado del tradicionalismo que distinguió a dictaduras precedentes.Quizás sea por esa distinción que O’Donnell no utiliza en sus escritos el término ‘dictadura’, sino el de ‘régimen autoritario’”.
Así como sus investigaciones sobre los regímenes autoritarios fueron fundamentales para el desarrollo de la teoría política, otro tanto ocurrió con el aporte de Guillermo O’Donnell durante el ciclo de transiciones democráticas que se fueron sucediendo en América Latina, fundamentalmente a partir de los años 80. El politólogo, que apoyó con énfasis esos procesos de apertura (siempre es preferible una democracia imperfecta a un régimen autoritario), jamás dejó de hacer “una crítica democrática de las democracias”.
La principal preocupación de O’Donnell respecto de las flamantes democracias del sur de América estuvo centrada en la coexistencia de esos nuevos regímenes con Estados débiles, incapaces de garantizar los derechos ciudadanos. Si bien –señalaba– esos Estados podían asegurar algunas demandas, como la de elegir a los gobernantes, no estaban en condiciones sin embargo de garantizar las exigencias de mejoramiento de las condiciones de vida de sus habitantes. Se producía, por tanto, una “ciudadanía de baja intensidad”, situación que pone en jaque a las instituciones democráticas.
Durante la década del 90, a la luz de las experiencias que se extendían en algunos países, como Argentina con Carlos Saúl Menem, Perú con Alberto Fujimori y Brasil con Fernando Collor de Mello, O’Donnell desarrolló un concepto que sigue constituyendo un fuerte desafío para las ciencias sociales. El lo expresó bajo el título de “democracias delegativas”, quizás uno de sus aportes más originales al estudio de los sistemas representativos de estos países. Básicamente, se refiere a la idea imperante por entonces –y que se extiende hasta nuestros días– de que los gobiernos elegidos democráticamente consideran a los otros poderes y a los organismos de control verdaderos estorbos para el ejercicio del poder.
“Las democracias delegativas se basan en la premisa de que quien sea que gane una elección presidencial tendrá el derecho a gobernar como él (o ella) considere apropiado, restringido sólo por la dura realidad de las relaciones de poder existentes y por un período en funciones limitado constitucionalmente.” En las cuales, “otras instituciones –por ejemplo, los tribunales de Justicia y el Poder Legislativo– constituyen estorbos que acompañan a las ventajas a nivel nacional e internacional de ser un presidente democráticamente elegido. La rendición de cuentas a dichas instituciones aparece como un mero obstáculo a la plena autoridad que le ha sido delegada al presidente.” (Guillermo O’Donnell)
Con el concepto de “democracias delegativas”, O’Donnell pone al descubierto un dilema fundamental para interpretar la realidad de nuestros días. Se trata de sistemas de gobierno legitimados por la voluntad popular, que cumplen con las formalidades de la elección de los gobernantes pero que, sin embargo, tienen comportamientos que no condicen con reglas básicas de la democracia. Son, según destaca Iazzetta, “democracias no institucionalizadas, en las que las elecciones periódicas y libres conviven con una marcada debilidad de los mecanismos de rendición de cuentas. En ellas, los gobiernos resultan democráticos por su origen, pero al ejercer el poder se alejan de las prácticas de la democracia representativa”.
Feliz día entonces, nicolas.