Después de las primarias, la incertidumbre política se redujo pero creció la salarial. Cifras y “modelo”.
Por Manuel Mora y Araujo
26/08/11 – 11:13
Sindicalista Hugo Moyano.
Durante la semana siguieron resonando los ecos del 14 de agosto. Políticos, empresarios, medios de prensa y el mismo Gobierno digiriendo el mensaje de las urnas. “Triunfo arrollador” es una expresión que grafica la sensación dominante en distintos sectores de la sociedad –aunque se trata de una valoración algo desproporcionada, si se tiene en vista que en cuatro de las seis elecciones presidenciales habidas desde 1983 el ganador obtuvo el 50 por ciento de los votos y en una, la de 2007, superó el 45 por ciento–.
En el plano de la política económica, el Gobierno ratifica su confianza en que la economía está bajo control e insiste en que la Argentina está blindada frente a los coletazos de la crisis en el mundo desarrollado. Pero la atención está menos enfocada en los análisis macroeconómicos que en las incertidumbres relativas a la puja salarial y la estrategia de los sindicatos frente a las empresas y el Gobierno.
La caída del régimen de Kadafi dejó una vez más a la Argentina al margen de la agenda del mundo de hoy. Es posible que el pragmatismo lleve al Palacio San Martín a reconocer al emergente gobierno libio, tomando distancia del alicaído gobierno del presidente Chávez, que proclama en soledad su defensa del depuesto dictador libio.
De aquí a octubre
Ya nadie parece poner en duda la probabilidad de un triunfo de Cristina de Kirchner en la primera vuelta. En las fuerzas opositoras, estos días se percibe más el desconcierto estratégico que algún plan aceitado para disputarle votos a la Presidenta. Las acciones más visibles de la oposición apuntan, en todo caso, a intentar restar alguna legitimidad a la votación del 14 de agosto por la vía de denuncias de irregularidades; la efectividad electoral de esa movida será presumiblemente nula.
En el campo opositor, se asiste a una caída en las expectativas centradas en los candidatos presidenciales y a una revaloración de los candidatos a otras posiciones. Con la sola excepción de Binner, los presidenciables se corren del centro de la escena y las segundas filas dan un paso al frente. Muchos, en las filas opositoras, están a la búsqueda de fórmulas viables para desacoplar las campañas de candidatos legislativos y locales de las candidaturas presidenciales. ¿Son estos los primeros atisbos de una renovación dirigencial que la sociedad reclama? Es posible, pero no seguro.
Binner es un caso distinto. Se está instalando la imagen de que es el único presidenciable que muestra una buena “derivada” –para ponerlo en términos matemáticos– y que por lo tanto tiene futuro. Falta saber si el santafecino advierte que la oportunidad está abierta para una oferta opositora de amplio espectro y no orientada tan sólo al reducido nicho de votantes que responden predominantemente a la apelación del “progresismo”.
En el espacio oficialista se vive un clima más eufórico, pero a la vez cauteloso. Un nuevo período presidencial es un nuevo período en muchos aspectos y no todos tienen certeza acerca del lugar que les deparará la suerte. Por otra parte, la Presidenta tiene los votos, pero no un pleno control de todos los componentes de la coalición que los sostiene. En ese espacio, casi ningún dirigente agita el tablero; se renuevan las expresiones de apoyo a la Presidenta, descontando su triunfo en octubre, pero lo cierto es que los gobernadores ya han hecho sus movidas en sus propios ámbitos, dejando claro quién ejerce el poder en cada territorio. La coalición oficialista es una sociedad de franquiciados, habilitados para operar con la marca K, pero en la que el control de cada plan de negocios local está en manos del socio local. El próximo gobierno será –más de lo que lo fue en los últimos años– una coalición federal (paradójicamente, más parecida en ese aspecto a las coaliciones conservadoras que gobernaron la Argentina hasta la década de 1940).
Estos son días en los que va decantando la lección que surge de las distintas elecciones distritales que tuvieron lugar a lo largo de los últimos meses: el espacio político más prometedor para los próximos cuatro años, ciertamente, no es el del antikirchnerismo a ultranza, pero tampoco lo es de un kirchnerismo a ultranza; hay más para ganar en un espacio intermedio, donde se puede jugar alternadamente a apoyar al Gobierno o a endurecerse frente a él y donde cada jugador puede concebir sus propios proyectos políticos sin una excesiva dependencia del Gobierno nacional. A ese espacio intermedio están convergiendo varios gobernadores justicialistas, Binner, Macri y otros dirigentes cuyas aspiraciones no son todavía demasiado conocidas.
La economía
El termómetro interno está especialmente sensible a la incertidumbre salarial. Ese es el lugar en el que el sindicalismo argentino sabe jugar mejor sus cartas para respaldar sus demandas políticas. Se habla mucho de la tensa relación entre la Presidenta y Moyano, de quiénes en el Gobierno están más cerca y quiénes más lejos del líder camionero, de quiénes en el sindicalismo aspiran a ocupar su sitio en la CGT y demás. Pero la economía real es poco sensible a esos aspectos de la saga política semanal y está mucho más pendiente de la cifra que definirá el nivel del salario mínimo. Entre el 18 por ciento propuesto por el empresariado y el 41 por ciento planteado por la CGT se juega gran parte de la viabilidad de muchas empresas del país. La incertidumbre en el frentes salarial crece en la misma medida en que la incertidumbre política se reduce.
Mientras tanto, la sustentabilidad del “modelo” argentino volvió a ser tema en un ámbito tan lejano como el coloquio de economistas de alto nivel reunido en Lindau, Alemania. Joseph Stiglitz fue, una vez más, el locuaz abogado de la actual política económica, avalando así el punto de vista del Gobierno de que la Argentina está suficientemente “blindada” ante la actual contracción económica mundial.
El país ante el mundo
Hay una desproporción entre la atención que dedica la prensa argentina a la caída del régimen de Kadafi en Libia y el lugar de ese hecho en la agenda de la política exterior del país. Es que fenómenos como el de Libia, o el de Siria o Egipto en lo que va del año, rompen muchos esquemas inflexibles e irrealistas acerca de los procesos que están moviendo a las sociedades. Uno puede amar sus propia retórica y morir abrazado a ella, pero eso no asegura que tendrá un mejor destino en este mundo.
Desde la semana anterior hasta ahora, vienen sucediéndose reuniones de alto nivel entre autoridades de países de la región y de otros continentes. El clima dominante es intensificar el diálogo con vistas a evitar mayores escaladas mientras dure la “crisis” internacional. Lo cierto es que, en la región, cada país tiene hoy sus propios problemas y procesa a su manera –en los hechos y en los discursos– el impacto de la situación internacional sobre su economía. En la Unasur sobran las palabras llamando a acuerdos de coordinación, pero es notorio que difícilmente pueda surgir de allí algo más que una voluntad de no exacerbar, en este momento difícil, la competencia entre los países miembros. En América latina, cada país sigue enfrentando solo su propio destino. También la Argentina, desde luego.
Por Manuel Mora y Araujo
26/08/11 – 11:13
Sindicalista Hugo Moyano.
Durante la semana siguieron resonando los ecos del 14 de agosto. Políticos, empresarios, medios de prensa y el mismo Gobierno digiriendo el mensaje de las urnas. “Triunfo arrollador” es una expresión que grafica la sensación dominante en distintos sectores de la sociedad –aunque se trata de una valoración algo desproporcionada, si se tiene en vista que en cuatro de las seis elecciones presidenciales habidas desde 1983 el ganador obtuvo el 50 por ciento de los votos y en una, la de 2007, superó el 45 por ciento–.
En el plano de la política económica, el Gobierno ratifica su confianza en que la economía está bajo control e insiste en que la Argentina está blindada frente a los coletazos de la crisis en el mundo desarrollado. Pero la atención está menos enfocada en los análisis macroeconómicos que en las incertidumbres relativas a la puja salarial y la estrategia de los sindicatos frente a las empresas y el Gobierno.
La caída del régimen de Kadafi dejó una vez más a la Argentina al margen de la agenda del mundo de hoy. Es posible que el pragmatismo lleve al Palacio San Martín a reconocer al emergente gobierno libio, tomando distancia del alicaído gobierno del presidente Chávez, que proclama en soledad su defensa del depuesto dictador libio.
De aquí a octubre
Ya nadie parece poner en duda la probabilidad de un triunfo de Cristina de Kirchner en la primera vuelta. En las fuerzas opositoras, estos días se percibe más el desconcierto estratégico que algún plan aceitado para disputarle votos a la Presidenta. Las acciones más visibles de la oposición apuntan, en todo caso, a intentar restar alguna legitimidad a la votación del 14 de agosto por la vía de denuncias de irregularidades; la efectividad electoral de esa movida será presumiblemente nula.
En el campo opositor, se asiste a una caída en las expectativas centradas en los candidatos presidenciales y a una revaloración de los candidatos a otras posiciones. Con la sola excepción de Binner, los presidenciables se corren del centro de la escena y las segundas filas dan un paso al frente. Muchos, en las filas opositoras, están a la búsqueda de fórmulas viables para desacoplar las campañas de candidatos legislativos y locales de las candidaturas presidenciales. ¿Son estos los primeros atisbos de una renovación dirigencial que la sociedad reclama? Es posible, pero no seguro.
Binner es un caso distinto. Se está instalando la imagen de que es el único presidenciable que muestra una buena “derivada” –para ponerlo en términos matemáticos– y que por lo tanto tiene futuro. Falta saber si el santafecino advierte que la oportunidad está abierta para una oferta opositora de amplio espectro y no orientada tan sólo al reducido nicho de votantes que responden predominantemente a la apelación del “progresismo”.
En el espacio oficialista se vive un clima más eufórico, pero a la vez cauteloso. Un nuevo período presidencial es un nuevo período en muchos aspectos y no todos tienen certeza acerca del lugar que les deparará la suerte. Por otra parte, la Presidenta tiene los votos, pero no un pleno control de todos los componentes de la coalición que los sostiene. En ese espacio, casi ningún dirigente agita el tablero; se renuevan las expresiones de apoyo a la Presidenta, descontando su triunfo en octubre, pero lo cierto es que los gobernadores ya han hecho sus movidas en sus propios ámbitos, dejando claro quién ejerce el poder en cada territorio. La coalición oficialista es una sociedad de franquiciados, habilitados para operar con la marca K, pero en la que el control de cada plan de negocios local está en manos del socio local. El próximo gobierno será –más de lo que lo fue en los últimos años– una coalición federal (paradójicamente, más parecida en ese aspecto a las coaliciones conservadoras que gobernaron la Argentina hasta la década de 1940).
Estos son días en los que va decantando la lección que surge de las distintas elecciones distritales que tuvieron lugar a lo largo de los últimos meses: el espacio político más prometedor para los próximos cuatro años, ciertamente, no es el del antikirchnerismo a ultranza, pero tampoco lo es de un kirchnerismo a ultranza; hay más para ganar en un espacio intermedio, donde se puede jugar alternadamente a apoyar al Gobierno o a endurecerse frente a él y donde cada jugador puede concebir sus propios proyectos políticos sin una excesiva dependencia del Gobierno nacional. A ese espacio intermedio están convergiendo varios gobernadores justicialistas, Binner, Macri y otros dirigentes cuyas aspiraciones no son todavía demasiado conocidas.
La economía
El termómetro interno está especialmente sensible a la incertidumbre salarial. Ese es el lugar en el que el sindicalismo argentino sabe jugar mejor sus cartas para respaldar sus demandas políticas. Se habla mucho de la tensa relación entre la Presidenta y Moyano, de quiénes en el Gobierno están más cerca y quiénes más lejos del líder camionero, de quiénes en el sindicalismo aspiran a ocupar su sitio en la CGT y demás. Pero la economía real es poco sensible a esos aspectos de la saga política semanal y está mucho más pendiente de la cifra que definirá el nivel del salario mínimo. Entre el 18 por ciento propuesto por el empresariado y el 41 por ciento planteado por la CGT se juega gran parte de la viabilidad de muchas empresas del país. La incertidumbre en el frentes salarial crece en la misma medida en que la incertidumbre política se reduce.
Mientras tanto, la sustentabilidad del “modelo” argentino volvió a ser tema en un ámbito tan lejano como el coloquio de economistas de alto nivel reunido en Lindau, Alemania. Joseph Stiglitz fue, una vez más, el locuaz abogado de la actual política económica, avalando así el punto de vista del Gobierno de que la Argentina está suficientemente “blindada” ante la actual contracción económica mundial.
El país ante el mundo
Hay una desproporción entre la atención que dedica la prensa argentina a la caída del régimen de Kadafi en Libia y el lugar de ese hecho en la agenda de la política exterior del país. Es que fenómenos como el de Libia, o el de Siria o Egipto en lo que va del año, rompen muchos esquemas inflexibles e irrealistas acerca de los procesos que están moviendo a las sociedades. Uno puede amar sus propia retórica y morir abrazado a ella, pero eso no asegura que tendrá un mejor destino en este mundo.
Desde la semana anterior hasta ahora, vienen sucediéndose reuniones de alto nivel entre autoridades de países de la región y de otros continentes. El clima dominante es intensificar el diálogo con vistas a evitar mayores escaladas mientras dure la “crisis” internacional. Lo cierto es que, en la región, cada país tiene hoy sus propios problemas y procesa a su manera –en los hechos y en los discursos– el impacto de la situación internacional sobre su economía. En la Unasur sobran las palabras llamando a acuerdos de coordinación, pero es notorio que difícilmente pueda surgir de allí algo más que una voluntad de no exacerbar, en este momento difícil, la competencia entre los países miembros. En América latina, cada país sigue enfrentando solo su propio destino. También la Argentina, desde luego.