Cómo se originaron las revueltas que impactan en el norte de Africa. El rol de las potencias occidentales. El primero de tres artículos para entender un fenómeno complejo.
Por Rafael Bielsa* y Federico Mirre**
03/09/11 – 03:16
La mayoría de las catástrofes que hoy conmueven al norte de Africa (Magreb) y el oeste de Asia (desde Pakistán hasta el Líbano), tienen su raíz en dos hechos de importancia y uno de propulsión.
Los de importancia ocurrieron durante la Primera Guerra Mundial, incluyeron a Gran Bretaña y generaron la aparición de un nuevo protagonista –no árabe– en la región. El de propulsión se materializó en 1912 y actuó como el fulminante del polvorín que deflagró años después.
Primer Acto. El Cairo, 1915. En la residencia del Alto Comisionado de Su Majestad, dos señores redactan una carta, mientras las palas de madera de los ventiladores disipan el calor del desierto contiguo. Henry Mac Mahon, alto comisionado, escribe con Georges Picot, diplomático francés, un texto dirigido al Sherif de la Meca, Hussein bin Aly. Henry Mac Mahon promete crear una gran nación árabe independiente, a cambio de apoyo político y militar en la lucha contra el turco: había que rebanar el poder de Alemania, el enemigo británico-francés, y el de su aliado regional, el Imperio Otomano.
Para Hussein era esencial el compromiso asumido por Londres de ayudar a la creación de una nación árabe, con sede en Damasco. Casi una centuria más tarde, el gobierno sirio de Bachar al-Assad –según Amnistía Internacional– está diezmando “de manera sistemática al pueblo en amplia escala”. Se le puede pedir a la historia que no venga, pero desobedecerá.
Desde el Cairo, Mac Mahon organizó la lucha contra los turcos, descontando la victoria final sobre Alemania en la Gran Guerra. T.E. Lawrence (el mítico “Lawrence de Arabia”) es enviado como enlace y asesor a tratar con Hussein y otros jeques y jefes bereberes.
El Cairo, mayo de 1916. Mientras sirven refrescos en la veranda, al lado de los ensimismados jardines, sir Mark Sykes y monsieur Picot se concentran sobre un mapa del Imperio Otomano. Usando un lápiz bicolor designan las áreas que quedarán bajo administración británica o francesa. Conversan morosamente, vuelven a inclinarse sobre los planos. Llegan a un entendimiento: los acuerdos describirán las áreas de influencia de Gran Bretaña y de Francia después de la derrota de Alemania y de Turquía, serán secretos y su contenido se comunicará al gobierno imperial de Rusia bajo estricta reserva.
El Tratado Sykes-Picot se firma el 16 de mayo de 1916. Queda hecho así el reparto, para la posguerra, de una vasta región de Asia Occidental.
La zona inglesa incluía Palestina (con Jordania) e Irak; la francesa, Siria y el Líbano. Se acuerda asimismo el establecimiento de una región internacional, que incluye los puertos de Haifa, San Juan de Acre y Jerusalén. Al mismo tiempo se sigue prometiendo a La Meca y a Medina (Hedjaz, Arabia Saudita occidental) la creación de una gran nación árabe. En agosto de 2011, fuerzas de seguridad jordanas detuvieron a decenas de salafistas (musulmanes rigoristas) por enfrentamientos en Zarqa. El 17 de agosto –con setenta víctimas– fue el día más sangriento del año en Irak. El Líbano se lame las heridas que dejaron los 34 días de enfrentamientos en 2006 con Israel.
En 1917, ocurre un vuelco histórico: la Revolución de Octubre nombra a León Trotsky como ministro del Exterior. Los primeros bolcheviques no pensaban en su país como un Estado sino como una causa y descontaban la internacionalización marxista. En consecuencia, la política exterior consistía en emitir “unas cuantas proclamas revolucionarias (…) y luego cerrar la tienda”.
Ello incluía divulgar los diversos tratados secretos por los cuales los capitalistas se repartían los despojos de la guerra. Encuentran el texto de los acuerdos “Sykes-Picot” y lo informan a Hussein. El 23 de noviembre 1917, los diarios Pradva e Izvetzia publican el documento “Sykes-Picot”. Pesar en Londres, rabia en La Meca y fiasco entre los sionistas.
La protección de los intereses de las potencias como fiel de las acciones diplomáticas y militares en la región, es una constante que se verifica con sólo mirar la cronología en un espejo retrovisor. Hoy hay aproximadamente 5 millones de desplazados palestinos.
Segundo Acto. Londres, 2 de noviembre de 1917. La llovizna helada barniza la calle Downing con un brillo impar. Pasadas las seis de la tarde, el señor Chaim Weizmann ingresa a las oficinas del primer ministro. Se abren las puertas y sale un atildado joven, reconoce al señor Weizmann y le dice: “Buenas noticias, es un varón”.
Quien transmitía la novedad era sir Mark Benvenuto Sykes, sexto Barón del título, quien tenía altas responsabilidades en el ministerio (Foreign Office) respecto del Cercano Oriente. Quien recibía la noticia era el futuro primer presidente de Israel. El “varón” consistía en la firma del documento conocido como la “Declaración Balfour”, suscripto por el canciller Arthur Balfour.
El documento, una nota del ministro Balfour al líder de la comunidad judía británica, barón lord Rothschild, rezaba: “El gobierno de Su Majestad considera favorablemente el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío (…); no se hará nada que perjudique los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes”.
Aquella noche, en la Opera de Londres, Chaim Weizmann brindó con Sykes: “Para los judíos, este es el acontecimiento más importante de los últimos 1.800 años”.
El notable desequilibrio entre la primera y la segunda parte de la “Declaración Balfour” constituye el acta fundacional de un sistema de pesos y medidas de aplicación variable, según se trate de Israel o de Palestina. Quien supo ver la cuestión –en su caso, a propósito del Tratado de Versalles (paz firmada al final de la Primera Guerra Mundial)– fue el victorioso mariscal francés Ferdinand Foch: “Esto no es una paz; es un armisticio de veinte años”.
Es dicho doble estándar lo que constituye el pecado original de toda la política británica y luego americano-británica en la región, apoyada por Francia durante largos lapsos. Un paréntesis de sensatez –infortunadamente opacado con posterioridad– es el período durante el cual Anwar Sadat presidía Egipto, Menahem Beguin, Israel, y Jimmy Carter los Estados Unidos (1978-1983).
Alguna referencia ilustra los cómos y los porqués de tales decisiones. Mark Benvenuto Sykes muere en París en 1919 de fiebre española, a los 39 años. Es enterrado en un mausoleo erigido en el parque de su castillo de Sledmere, en el que yacían sus amigos oficiales muertos durante la Primera Guerra Mundial. Sykes se reservó el vitral más importante: se lo ve vestido de caballero cruzado, con su espada apoyada sobre un sarraceno muerto. Una cinta aureola su cabeza: “Laetare Jerusalem” (¡Regocíjate Jerusalem!).
El fulminante. En 1912, el jefe del Almirantazgo británico –Winston Churchill– opta por cambiar el combustible de propulsión de los buques de guerra que se construyeran de allí en más: serían alimentados a petróleo y no a carbón.
Según Majoud al Moneef, gobernador saudita de la OPEP, el “pico de producción petrolífera” (momento en el cual se alcanza la tasa máxima de extracción de global) ocurrirá dentro de los próximos diez años. Esta revelación surge de un cable de 2009 de la embajada norteamericana en Arabia Saudita. La lucha por las materias primas explica la diplomacia de ayer y de hoy. Y el accionar militar.
En 2007, Tony Blair es nombrado coordinador para Medio Oriente del “Cuarteto” (Estados Unidos, Unión Europea, Rusia y Naciones Unidas). Desde entonces, y luego de sus apariciones cubiertas profusamente por los medios, se observa que el sistema de dos pesos y dos medidas no se aplica ya solamente a Israel y Palestina; también para distinguir entre países que hay que denunciar (Túnez) y países que hay que eximir (Bahrein, Arabia Saudita).
De lord Balfour a Tony Blair no media ni un paso.
Por Rafael Bielsa* y Federico Mirre**
03/09/11 – 03:16
La mayoría de las catástrofes que hoy conmueven al norte de Africa (Magreb) y el oeste de Asia (desde Pakistán hasta el Líbano), tienen su raíz en dos hechos de importancia y uno de propulsión.
Los de importancia ocurrieron durante la Primera Guerra Mundial, incluyeron a Gran Bretaña y generaron la aparición de un nuevo protagonista –no árabe– en la región. El de propulsión se materializó en 1912 y actuó como el fulminante del polvorín que deflagró años después.
Primer Acto. El Cairo, 1915. En la residencia del Alto Comisionado de Su Majestad, dos señores redactan una carta, mientras las palas de madera de los ventiladores disipan el calor del desierto contiguo. Henry Mac Mahon, alto comisionado, escribe con Georges Picot, diplomático francés, un texto dirigido al Sherif de la Meca, Hussein bin Aly. Henry Mac Mahon promete crear una gran nación árabe independiente, a cambio de apoyo político y militar en la lucha contra el turco: había que rebanar el poder de Alemania, el enemigo británico-francés, y el de su aliado regional, el Imperio Otomano.
Para Hussein era esencial el compromiso asumido por Londres de ayudar a la creación de una nación árabe, con sede en Damasco. Casi una centuria más tarde, el gobierno sirio de Bachar al-Assad –según Amnistía Internacional– está diezmando “de manera sistemática al pueblo en amplia escala”. Se le puede pedir a la historia que no venga, pero desobedecerá.
Desde el Cairo, Mac Mahon organizó la lucha contra los turcos, descontando la victoria final sobre Alemania en la Gran Guerra. T.E. Lawrence (el mítico “Lawrence de Arabia”) es enviado como enlace y asesor a tratar con Hussein y otros jeques y jefes bereberes.
El Cairo, mayo de 1916. Mientras sirven refrescos en la veranda, al lado de los ensimismados jardines, sir Mark Sykes y monsieur Picot se concentran sobre un mapa del Imperio Otomano. Usando un lápiz bicolor designan las áreas que quedarán bajo administración británica o francesa. Conversan morosamente, vuelven a inclinarse sobre los planos. Llegan a un entendimiento: los acuerdos describirán las áreas de influencia de Gran Bretaña y de Francia después de la derrota de Alemania y de Turquía, serán secretos y su contenido se comunicará al gobierno imperial de Rusia bajo estricta reserva.
El Tratado Sykes-Picot se firma el 16 de mayo de 1916. Queda hecho así el reparto, para la posguerra, de una vasta región de Asia Occidental.
La zona inglesa incluía Palestina (con Jordania) e Irak; la francesa, Siria y el Líbano. Se acuerda asimismo el establecimiento de una región internacional, que incluye los puertos de Haifa, San Juan de Acre y Jerusalén. Al mismo tiempo se sigue prometiendo a La Meca y a Medina (Hedjaz, Arabia Saudita occidental) la creación de una gran nación árabe. En agosto de 2011, fuerzas de seguridad jordanas detuvieron a decenas de salafistas (musulmanes rigoristas) por enfrentamientos en Zarqa. El 17 de agosto –con setenta víctimas– fue el día más sangriento del año en Irak. El Líbano se lame las heridas que dejaron los 34 días de enfrentamientos en 2006 con Israel.
En 1917, ocurre un vuelco histórico: la Revolución de Octubre nombra a León Trotsky como ministro del Exterior. Los primeros bolcheviques no pensaban en su país como un Estado sino como una causa y descontaban la internacionalización marxista. En consecuencia, la política exterior consistía en emitir “unas cuantas proclamas revolucionarias (…) y luego cerrar la tienda”.
Ello incluía divulgar los diversos tratados secretos por los cuales los capitalistas se repartían los despojos de la guerra. Encuentran el texto de los acuerdos “Sykes-Picot” y lo informan a Hussein. El 23 de noviembre 1917, los diarios Pradva e Izvetzia publican el documento “Sykes-Picot”. Pesar en Londres, rabia en La Meca y fiasco entre los sionistas.
La protección de los intereses de las potencias como fiel de las acciones diplomáticas y militares en la región, es una constante que se verifica con sólo mirar la cronología en un espejo retrovisor. Hoy hay aproximadamente 5 millones de desplazados palestinos.
Segundo Acto. Londres, 2 de noviembre de 1917. La llovizna helada barniza la calle Downing con un brillo impar. Pasadas las seis de la tarde, el señor Chaim Weizmann ingresa a las oficinas del primer ministro. Se abren las puertas y sale un atildado joven, reconoce al señor Weizmann y le dice: “Buenas noticias, es un varón”.
Quien transmitía la novedad era sir Mark Benvenuto Sykes, sexto Barón del título, quien tenía altas responsabilidades en el ministerio (Foreign Office) respecto del Cercano Oriente. Quien recibía la noticia era el futuro primer presidente de Israel. El “varón” consistía en la firma del documento conocido como la “Declaración Balfour”, suscripto por el canciller Arthur Balfour.
El documento, una nota del ministro Balfour al líder de la comunidad judía británica, barón lord Rothschild, rezaba: “El gobierno de Su Majestad considera favorablemente el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío (…); no se hará nada que perjudique los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes”.
Aquella noche, en la Opera de Londres, Chaim Weizmann brindó con Sykes: “Para los judíos, este es el acontecimiento más importante de los últimos 1.800 años”.
El notable desequilibrio entre la primera y la segunda parte de la “Declaración Balfour” constituye el acta fundacional de un sistema de pesos y medidas de aplicación variable, según se trate de Israel o de Palestina. Quien supo ver la cuestión –en su caso, a propósito del Tratado de Versalles (paz firmada al final de la Primera Guerra Mundial)– fue el victorioso mariscal francés Ferdinand Foch: “Esto no es una paz; es un armisticio de veinte años”.
Es dicho doble estándar lo que constituye el pecado original de toda la política británica y luego americano-británica en la región, apoyada por Francia durante largos lapsos. Un paréntesis de sensatez –infortunadamente opacado con posterioridad– es el período durante el cual Anwar Sadat presidía Egipto, Menahem Beguin, Israel, y Jimmy Carter los Estados Unidos (1978-1983).
Alguna referencia ilustra los cómos y los porqués de tales decisiones. Mark Benvenuto Sykes muere en París en 1919 de fiebre española, a los 39 años. Es enterrado en un mausoleo erigido en el parque de su castillo de Sledmere, en el que yacían sus amigos oficiales muertos durante la Primera Guerra Mundial. Sykes se reservó el vitral más importante: se lo ve vestido de caballero cruzado, con su espada apoyada sobre un sarraceno muerto. Una cinta aureola su cabeza: “Laetare Jerusalem” (¡Regocíjate Jerusalem!).
El fulminante. En 1912, el jefe del Almirantazgo británico –Winston Churchill– opta por cambiar el combustible de propulsión de los buques de guerra que se construyeran de allí en más: serían alimentados a petróleo y no a carbón.
Según Majoud al Moneef, gobernador saudita de la OPEP, el “pico de producción petrolífera” (momento en el cual se alcanza la tasa máxima de extracción de global) ocurrirá dentro de los próximos diez años. Esta revelación surge de un cable de 2009 de la embajada norteamericana en Arabia Saudita. La lucha por las materias primas explica la diplomacia de ayer y de hoy. Y el accionar militar.
En 2007, Tony Blair es nombrado coordinador para Medio Oriente del “Cuarteto” (Estados Unidos, Unión Europea, Rusia y Naciones Unidas). Desde entonces, y luego de sus apariciones cubiertas profusamente por los medios, se observa que el sistema de dos pesos y dos medidas no se aplica ya solamente a Israel y Palestina; también para distinguir entre países que hay que denunciar (Túnez) y países que hay que eximir (Bahrein, Arabia Saudita).
De lord Balfour a Tony Blair no media ni un paso.