Los planes de Macri para el año no electoral: recorte de más de 20% en el Estado. Recelos y críticas. La enigmática DDO, la tijera oficial.
Faltan minutos para las seis de la tarde y desde la cúpula de la Legislatura porteña irrumpen unos atrevidos rayos del sol veraniego. Jorge Telerman, jefe de gobierno de la Ciudad por sólo unos instantes más, transpira sobre el bastón que diseñó Juan Carlos Pallarols. El protagonista de la jornada, entre risas que se esconden bajo su tupido bigote, se abalanza sobre el político calvo, toma el báculo y sonríe para la foto. Mauricio Macri entraba así en la puerta grande de la política nacional en diciembre del 2007. El día del cierre de esta edición, faltaban 72 horas para que esta escena cumpla diez años. No es un dato menor: el actual Presidente y los suyos pasaron toda esa década intentando ganar el indiscutido respeto del círculo rojo, del arco político y del establishment. Recién para el 2017 lo consiguieron, y hoy, rotas esas cadenas, se relamen los labios. Van por todo.
De todas las victorias que consiguió el oficialismo en este año, es esta la que asoma sobre el resto: ya nadie duda de que Macri sea un voraz animal del poder. Incluso desde la vereda de enfrente lo miran con miedo y esa sensación, como decía el filósofo florentino Maquiavelo, es más importante en la política que ser amado. Y ahora, a sus anchas, el oficialismo se prepara para un 2018 que está a punto para cosechar lo que vienen sembrando desde que llegaron a la Casa Rosada. Quizás desde antes.
Bienvenidos al tren. Todos los que tienen contacto cotidiano con el Presidente dicen que está “obsesionado” con “mejorar” el país y sus aristas. Qué sabe que el que viene, que es un año no electoral y por lo tanto con mayor predisposición de todas las partes –gobernadores, legisladores, empresarios, sindicalistas–, es el gran momento para Cambiemos. “Ahora, que todos nos vienen a golpear la puerta, es que tenemos nuestra oportunidad”, dice uno de los altos funcionarios de un ministerio clave.
Si bien el Presidente y su mesa chica siguen con interés temas importantes como los cambios en la Justicia, o las distintas reformas que esperan conseguir. a más tardar, a principios del año que viene, hay una preocupación central que los distintos políticos del Estado viven y sufren: el anunciado ajuste puertas para adentro. La silenciosa guillotina empezó a correr a mediados de agosto cuando la ahora temida Dirección de Diseño Organizacional (DDO) pasó a las manos de Mario Quintana. El brazo derecho del superpoderoso Marcos Peña y uno de los funcionarios que proyectan acaparar aún más espacio el año entrante volvió a ser elegido para tratar los temas espinosos: no sólo maneja el gigantesco problema que es OCA –una de las peleas del Gobierno con el clan Moyano–, sino que le ganó la pulseada a Andrés Ibarra y le quitó de su Ministerio de Modernización la estratégica DDO. Un testigo presente en la reunión que hubo en Olivos en la última semana de noviembre, en la que participaron el Presidente, Peña y todos los 23 ministros, dice que Ibarra y Quintana todavía no habían superado la situación y se miraban de reojo: es que el motivo de esa asamblea fue comunicar que la DDO y su tijera entraban en funcionamiento. “Macri les pidió compromiso a todos en el recorte, pero no va a ser fácil”, asegura el testigo. Las rabias no se hicieron esperar. En la primera semana de diciembre, cuando la DDO se reunió con cada ministerio en particular para sacar las dudas y responder preguntas puntuales, las resistencias al ajuste interno se evidenciaron: por ahora prima la falta de colaboración de los funcionarios involucrados y, en especial, las iras brotaron desde el equipo de Patricia Bullrich y el de Rogelio Frigerio, dos de las carteras que más presupuesto manejan. El Ministerio de Relaciones Exteriores es otro de los lugares apuntados.
¿Qué es este enigmático organismo? La DDO tiene menos de 30 personas, aunque las decisiones las toma la mesa chica de seis o siete integrantes, todos bajo la tutela de Luciano Daniel Tano, un cuarentón que se desempeña en el Estado desde mucho antes del 2015. De hecho, casi todos sus integrantes –salvo la nueva camada joven que se integró para hacer labores de data entry– son trabajadores estatales de larga data, y viven estos días de ajuste con pena y tensión: es que, a pesar de que desde hace cuatro meses les vienen prometiendo mudarlos a la Casa Rosada o a las oficinas de la Jefatura de Gabinete, todavía siguen ocupando las viejas oficinas en el Ministerio de Modernización, rodeados de la gente que probablemente tengan que despedir en el corto plazo. Junto a la DDO trabaja The Boston Consulting Group (BCG), una consultora con presencia en 81 países –y con oficinas en Buenos Aires– a la que se le viene pagando “una fortuna”, según sus críticos en el Gobierno, para que analice la estructura estatal. El trato entre la DDO y el BCG es distante: el trabajo del uno se pisa con el del otro, y hay recelos.
El ajuste, que en principio caerá sólo sobre los cargos políticos, será de más del 20 por ciento del total –con su consiguiente recorte en el presupuesto– aunque varios dudan si no tocará a algún sector de los empleados de planta. Por ahora, la idea es despedir a 600 de los 3.000 funcionarios públicos que hay, aunque varios especulan que ese número podría ascender a 900. “Igual no todo es tan lineal: seguro va a haber rescates de ‘cerebros brillantes’ que tienen amigos en el PRO”, dicen con sorna los encargados del recorte. La intención es que en enero, o a más tardar febrero, la figura esbelta del nuevo Estado macrista se comunique a través del Boletín Oficial.
No es el único ajuste con el que el Gobierno quiere arrancar el año que viene, aunque el resto de los proyectos andan con más problemas. La reforma previsional, que había sido aprobada en el Senado y con la que el Gobierno espera ahorrarse más de 100.000 millones de pesos, se empantanó en Diputados al momento del cierre de esta edición, día de la jura de los 127 nuevos legisladores de esa Cámara. La laboral se trabó por las críticas abiertas del moyanismo, al que el Gobierno tiene en la mira (ver recuadro). “Esta es nuestra prioridad número uno”, dicen desde la cartera que comanda Jorge Triaca. En el Ministerio de Trabajo ya andan perfilando las primeras paritarias del 2018, en especial la docente, y ya hubo contactos con distintos sindicalistas de ese ambiente. “No vamos a poner un techo”, aseguran. La reforma tributaria, con la venia de los gobernadores, es la que está más aceitada. Desde el Gobierno confían en que todas, incluyendo la laboral, van a salir antes de fin de año. “Todavía queda mucho tiempo para negociar”, cuenta uno de los máximos funcionarios del Estado. Es el gran objetivo del 2018: reducir el déficit. “Podemos ganar todas las elecciones, pero si no empezamos a controlar lo que gastamos y la deuda que estamos tomando, esto termina mal”, retruca un funcionario porteño con paladar negro. Desde el Ministerio de Finanzas que comanda Luis Caputo no alientan estas esperanzas: ahí ya se habla de emitir bonos en enero por al menos 5.000 millones de dólares.
All in. Hay otros temas que rondan la cabeza de Macri. Uno, central, es la Justicia, donde se aceleraron los cambios en los últimos meses. El 2017 fue un año de victorias en este sentido: después de mucha rosca renunció Alejandra Gils Carbó, y a eso se le sumó el “renacer” del Consejo de la Magistratura –donde representa al Gobierno Juan Mahiques, subsecretario de Justicia, de relación cercana con el jefe de asesores macristas José Torello– que logró destituir al juez Eduardo Freiler. En los primeros meses del año entrante habrá novedades, y para mayo esperan cubrir las vacantes que dejaron Freiler, por un lado, y el juzgado federal que quedó vacío desde que el polémico Norberto Oyarbide renunció a mediados del 2016.
Tan confiado se siente Macri en términos electorales que la discusión política, puertas para adentro y en estricto off, pasa por si en el 2023 el sucesor será Peña o Vidal. Los números los respaldan: las encuestadoras privadas (ver infografía) muestran el fortalecimiento del Gobierno luego de las legislativas, y desde la Casa Rosada aseguran que Macri tiene la mejor imagen desde que asumió. ¿Ya comenzó una discreta campaña para la reelección? “En realidad eso nunca arranca un día en especial. La comunicación política es un actividad permanente: se decide al andar”, es lo que le contesta Jaime Durán Barba, el cerebro de todas las victorias del PRO, a los funcionarios que lo consultan por el tema. Desde el oficialismo sienten que hay Macri para rato.
Faltan minutos para las seis de la tarde y desde la cúpula de la Legislatura porteña irrumpen unos atrevidos rayos del sol veraniego. Jorge Telerman, jefe de gobierno de la Ciudad por sólo unos instantes más, transpira sobre el bastón que diseñó Juan Carlos Pallarols. El protagonista de la jornada, entre risas que se esconden bajo su tupido bigote, se abalanza sobre el político calvo, toma el báculo y sonríe para la foto. Mauricio Macri entraba así en la puerta grande de la política nacional en diciembre del 2007. El día del cierre de esta edición, faltaban 72 horas para que esta escena cumpla diez años. No es un dato menor: el actual Presidente y los suyos pasaron toda esa década intentando ganar el indiscutido respeto del círculo rojo, del arco político y del establishment. Recién para el 2017 lo consiguieron, y hoy, rotas esas cadenas, se relamen los labios. Van por todo.
De todas las victorias que consiguió el oficialismo en este año, es esta la que asoma sobre el resto: ya nadie duda de que Macri sea un voraz animal del poder. Incluso desde la vereda de enfrente lo miran con miedo y esa sensación, como decía el filósofo florentino Maquiavelo, es más importante en la política que ser amado. Y ahora, a sus anchas, el oficialismo se prepara para un 2018 que está a punto para cosechar lo que vienen sembrando desde que llegaron a la Casa Rosada. Quizás desde antes.
Bienvenidos al tren. Todos los que tienen contacto cotidiano con el Presidente dicen que está “obsesionado” con “mejorar” el país y sus aristas. Qué sabe que el que viene, que es un año no electoral y por lo tanto con mayor predisposición de todas las partes –gobernadores, legisladores, empresarios, sindicalistas–, es el gran momento para Cambiemos. “Ahora, que todos nos vienen a golpear la puerta, es que tenemos nuestra oportunidad”, dice uno de los altos funcionarios de un ministerio clave.
Si bien el Presidente y su mesa chica siguen con interés temas importantes como los cambios en la Justicia, o las distintas reformas que esperan conseguir. a más tardar, a principios del año que viene, hay una preocupación central que los distintos políticos del Estado viven y sufren: el anunciado ajuste puertas para adentro. La silenciosa guillotina empezó a correr a mediados de agosto cuando la ahora temida Dirección de Diseño Organizacional (DDO) pasó a las manos de Mario Quintana. El brazo derecho del superpoderoso Marcos Peña y uno de los funcionarios que proyectan acaparar aún más espacio el año entrante volvió a ser elegido para tratar los temas espinosos: no sólo maneja el gigantesco problema que es OCA –una de las peleas del Gobierno con el clan Moyano–, sino que le ganó la pulseada a Andrés Ibarra y le quitó de su Ministerio de Modernización la estratégica DDO. Un testigo presente en la reunión que hubo en Olivos en la última semana de noviembre, en la que participaron el Presidente, Peña y todos los 23 ministros, dice que Ibarra y Quintana todavía no habían superado la situación y se miraban de reojo: es que el motivo de esa asamblea fue comunicar que la DDO y su tijera entraban en funcionamiento. “Macri les pidió compromiso a todos en el recorte, pero no va a ser fácil”, asegura el testigo. Las rabias no se hicieron esperar. En la primera semana de diciembre, cuando la DDO se reunió con cada ministerio en particular para sacar las dudas y responder preguntas puntuales, las resistencias al ajuste interno se evidenciaron: por ahora prima la falta de colaboración de los funcionarios involucrados y, en especial, las iras brotaron desde el equipo de Patricia Bullrich y el de Rogelio Frigerio, dos de las carteras que más presupuesto manejan. El Ministerio de Relaciones Exteriores es otro de los lugares apuntados.
¿Qué es este enigmático organismo? La DDO tiene menos de 30 personas, aunque las decisiones las toma la mesa chica de seis o siete integrantes, todos bajo la tutela de Luciano Daniel Tano, un cuarentón que se desempeña en el Estado desde mucho antes del 2015. De hecho, casi todos sus integrantes –salvo la nueva camada joven que se integró para hacer labores de data entry– son trabajadores estatales de larga data, y viven estos días de ajuste con pena y tensión: es que, a pesar de que desde hace cuatro meses les vienen prometiendo mudarlos a la Casa Rosada o a las oficinas de la Jefatura de Gabinete, todavía siguen ocupando las viejas oficinas en el Ministerio de Modernización, rodeados de la gente que probablemente tengan que despedir en el corto plazo. Junto a la DDO trabaja The Boston Consulting Group (BCG), una consultora con presencia en 81 países –y con oficinas en Buenos Aires– a la que se le viene pagando “una fortuna”, según sus críticos en el Gobierno, para que analice la estructura estatal. El trato entre la DDO y el BCG es distante: el trabajo del uno se pisa con el del otro, y hay recelos.
El ajuste, que en principio caerá sólo sobre los cargos políticos, será de más del 20 por ciento del total –con su consiguiente recorte en el presupuesto– aunque varios dudan si no tocará a algún sector de los empleados de planta. Por ahora, la idea es despedir a 600 de los 3.000 funcionarios públicos que hay, aunque varios especulan que ese número podría ascender a 900. “Igual no todo es tan lineal: seguro va a haber rescates de ‘cerebros brillantes’ que tienen amigos en el PRO”, dicen con sorna los encargados del recorte. La intención es que en enero, o a más tardar febrero, la figura esbelta del nuevo Estado macrista se comunique a través del Boletín Oficial.
No es el único ajuste con el que el Gobierno quiere arrancar el año que viene, aunque el resto de los proyectos andan con más problemas. La reforma previsional, que había sido aprobada en el Senado y con la que el Gobierno espera ahorrarse más de 100.000 millones de pesos, se empantanó en Diputados al momento del cierre de esta edición, día de la jura de los 127 nuevos legisladores de esa Cámara. La laboral se trabó por las críticas abiertas del moyanismo, al que el Gobierno tiene en la mira (ver recuadro). “Esta es nuestra prioridad número uno”, dicen desde la cartera que comanda Jorge Triaca. En el Ministerio de Trabajo ya andan perfilando las primeras paritarias del 2018, en especial la docente, y ya hubo contactos con distintos sindicalistas de ese ambiente. “No vamos a poner un techo”, aseguran. La reforma tributaria, con la venia de los gobernadores, es la que está más aceitada. Desde el Gobierno confían en que todas, incluyendo la laboral, van a salir antes de fin de año. “Todavía queda mucho tiempo para negociar”, cuenta uno de los máximos funcionarios del Estado. Es el gran objetivo del 2018: reducir el déficit. “Podemos ganar todas las elecciones, pero si no empezamos a controlar lo que gastamos y la deuda que estamos tomando, esto termina mal”, retruca un funcionario porteño con paladar negro. Desde el Ministerio de Finanzas que comanda Luis Caputo no alientan estas esperanzas: ahí ya se habla de emitir bonos en enero por al menos 5.000 millones de dólares.
All in. Hay otros temas que rondan la cabeza de Macri. Uno, central, es la Justicia, donde se aceleraron los cambios en los últimos meses. El 2017 fue un año de victorias en este sentido: después de mucha rosca renunció Alejandra Gils Carbó, y a eso se le sumó el “renacer” del Consejo de la Magistratura –donde representa al Gobierno Juan Mahiques, subsecretario de Justicia, de relación cercana con el jefe de asesores macristas José Torello– que logró destituir al juez Eduardo Freiler. En los primeros meses del año entrante habrá novedades, y para mayo esperan cubrir las vacantes que dejaron Freiler, por un lado, y el juzgado federal que quedó vacío desde que el polémico Norberto Oyarbide renunció a mediados del 2016.
Tan confiado se siente Macri en términos electorales que la discusión política, puertas para adentro y en estricto off, pasa por si en el 2023 el sucesor será Peña o Vidal. Los números los respaldan: las encuestadoras privadas (ver infografía) muestran el fortalecimiento del Gobierno luego de las legislativas, y desde la Casa Rosada aseguran que Macri tiene la mejor imagen desde que asumió. ¿Ya comenzó una discreta campaña para la reelección? “En realidad eso nunca arranca un día en especial. La comunicación política es un actividad permanente: se decide al andar”, es lo que le contesta Jaime Durán Barba, el cerebro de todas las victorias del PRO, a los funcionarios que lo consultan por el tema. Desde el oficialismo sienten que hay Macri para rato.