24/10/12
Hasta octubre de 2010 gobernó Néstor Kirchner, con Cristina, y desde entonces está Cristina, sola.
En estos dos años sin Néstor muchas cosas han cambiado . ¿Todo es atribuible a Cristina?
El humor social es tornadizo. La muerte de Néstor le dio impulso a quien supo sacar partido de su viudez, y su imagen tocó el cielo. Pero desde hace varios meses los problemas se encadenan, su imagen cae y predomina el tono crítico. ¿Es su culpa?
Como granos purulentos estallan los problemas, como el déficit energético, los subsidios y tarifas o la cuestión del transporte. Pero son excrecencias de un mal ya existente desde el inicio del kirchnerismo . En aquellos tiempos de vino y rosas, señalarlos era cosa de agoreros. Hoy están a la vista de todos, hasta de la Justicia: De Vido, el cajero; Cirigliano, el empresario amigo; Pedraza, el sindicalista empresario. No hay mejor síntesis de este modelo de gestión kirchnerista, un sistema que sirve para expoliar al Estado y a la gente desde el Gobierno.
También estalló la ecuación económica vigente desde 2002. La posibilitó la bonanza sojera y se basó en los superávit externo y fiscal y el tipo de cambio alto. Finalmente fue destruida por el modelo de gestión política, basado en el uso discrecional de la caja para producir poder . En 2010, a la salida de la recesión, el Gobierno renunció a recuperar el superávit fiscal -que requería medidas poco populares- y emprendió el camino fácil: déficit financiado con reservas, tipo de cambio depreciado e inflación. Estaban a las puertas la escasez de dólares, la restricción externa y la puja sectorial por la distribución. Un retorno al pasado, sorprendente en tiempos de superávit comercial.
La decisión se tomó en vida de Néstor, y Cristina mantuvo el rumbo. S e habló de sintonía fina, pero resultó incluso mucho más gruesa aún, y además incierta , pues Cristina sabe menos y tiene la desconfianza del ignorante, que no se fía de ningún asesoramiento.
En lo político, la muerte de Néstor derrumbó la ilusión kirchnerista del tándem perpetuo , y le dejó a Cristina un problema sustancialmente insoluble: qué hacer en 2015 . Preparar a un sucesor no entra en su mente, y lograr una nueva posibilidad electoral es muy difícil. Aunque es sabido que para un peronista, con excepción de la ley de la gravedad, todo puede arreglarse.
Aquí comienza a jugar su propia personalidad y su estilo.
Ella no se diferencia de él en las líneas generales: acumular poder con la caja y avanzar hacia un autoritarismo plebiscitario que aplasta las instituciones . Pero sus modos de manejar los conflictos y las alianzas son distintos . Le dedica poco tiempo y poco interés a la gestión, y mucho más a los discursos, un terreno en el que se siente mucho más fuerte que Néstor.
Las cosas reales se complican, pero el velo ideológico es más denso.
Según Francois Furet, Robespierre se diferenciaba de los otros dirigentes revolucionarios en que creía en todo lo que decía, y obraba en consecuencia. Néstor combinó una gran violencia verbal con una práctica algo más flexible y pragmática.
Cristina, en cambio, prolonga la violencia discursiva en una práctica intransigente con los adversarios y una conducción dictatorial del frente propio.
Quizá por eso tomó distancia de los aliados y funcionarios de su marido y construyó un elenco de fieles: jóvenes técnicos, con escasa experiencia, que en La Cámpora aprobaron el test de disciplina. Tienen poder y recursos, pero en la gestión parecen poco expertos, y tampoco les va muy bien con la movilización.
La radicalización de Cristina tiene otra dimensión, que aparece cuando sus voceros convocan a “ir por todo” o proclaman su eternidad. Es común en los discursos radicalizados proponer un objetivo que exceda los límites admitidos. Hacer posible lo imposible, postulaban los jóvenes del Mayo francés de 1968, y hoy lo hacen los cristinistas radicales. En estos días los vemos actuar así en el tema de la justicia, donde el gobierno prácticamente se ha colocado fuera del orden republicano . Quizá probando cuáles son los límites reales. Quizá, porque cree llegada la hora de la batalla final, que no es derrotar a Clarín sino precisamente demostrar que no hay límites, y que Cristina será eterna.
Aquí Cristina se parece al Néstor de 2008. Él entonces perdió . Pero no fue el final porque -al igual que hoy- sus adversarios carecían por completo de ánimo destituyente.
El riesgo constitucional no viene de ellos, sino del propio gobierno, y del daño que puede provocar con alguna de sus batallas finales .
Hoy han apostado todo al 7 de diciembre, fecha del ataque a Pearl Harbour. Para Japón, las consecuencias se pagaron cuatro años después, en Hiroshima.
Nuestro problema es que, en ese escenario podemos resultar los japoneses . Todo depende de los términos en que se plantee el conflicto. Cómo manejará el Gobierno la cuestión de la re reelección, que puede llegar a ser la puerta de entrada a la dictadura.
Cómo capitalizará la oposición el descontento social, que puede derivar en un sólido dique al Gobierno, pero también en un resultado tan vergonzoso como el de octubre de 2011.
Pero sobre todo -me parece- dependerá de los peronistas , de aquellos que tienen poder territorial y cuya suerte no esté irremisiblemente atada a la de Cristina. De cómo manejen la cuestión de la sucesión, puertas adentro y puertas afuera. De lo que hagan dependerá que haya un Hiroshima o no.
Hasta octubre de 2010 gobernó Néstor Kirchner, con Cristina, y desde entonces está Cristina, sola.
En estos dos años sin Néstor muchas cosas han cambiado . ¿Todo es atribuible a Cristina?
El humor social es tornadizo. La muerte de Néstor le dio impulso a quien supo sacar partido de su viudez, y su imagen tocó el cielo. Pero desde hace varios meses los problemas se encadenan, su imagen cae y predomina el tono crítico. ¿Es su culpa?
Como granos purulentos estallan los problemas, como el déficit energético, los subsidios y tarifas o la cuestión del transporte. Pero son excrecencias de un mal ya existente desde el inicio del kirchnerismo . En aquellos tiempos de vino y rosas, señalarlos era cosa de agoreros. Hoy están a la vista de todos, hasta de la Justicia: De Vido, el cajero; Cirigliano, el empresario amigo; Pedraza, el sindicalista empresario. No hay mejor síntesis de este modelo de gestión kirchnerista, un sistema que sirve para expoliar al Estado y a la gente desde el Gobierno.
También estalló la ecuación económica vigente desde 2002. La posibilitó la bonanza sojera y se basó en los superávit externo y fiscal y el tipo de cambio alto. Finalmente fue destruida por el modelo de gestión política, basado en el uso discrecional de la caja para producir poder . En 2010, a la salida de la recesión, el Gobierno renunció a recuperar el superávit fiscal -que requería medidas poco populares- y emprendió el camino fácil: déficit financiado con reservas, tipo de cambio depreciado e inflación. Estaban a las puertas la escasez de dólares, la restricción externa y la puja sectorial por la distribución. Un retorno al pasado, sorprendente en tiempos de superávit comercial.
La decisión se tomó en vida de Néstor, y Cristina mantuvo el rumbo. S e habló de sintonía fina, pero resultó incluso mucho más gruesa aún, y además incierta , pues Cristina sabe menos y tiene la desconfianza del ignorante, que no se fía de ningún asesoramiento.
En lo político, la muerte de Néstor derrumbó la ilusión kirchnerista del tándem perpetuo , y le dejó a Cristina un problema sustancialmente insoluble: qué hacer en 2015 . Preparar a un sucesor no entra en su mente, y lograr una nueva posibilidad electoral es muy difícil. Aunque es sabido que para un peronista, con excepción de la ley de la gravedad, todo puede arreglarse.
Aquí comienza a jugar su propia personalidad y su estilo.
Ella no se diferencia de él en las líneas generales: acumular poder con la caja y avanzar hacia un autoritarismo plebiscitario que aplasta las instituciones . Pero sus modos de manejar los conflictos y las alianzas son distintos . Le dedica poco tiempo y poco interés a la gestión, y mucho más a los discursos, un terreno en el que se siente mucho más fuerte que Néstor.
Las cosas reales se complican, pero el velo ideológico es más denso.
Según Francois Furet, Robespierre se diferenciaba de los otros dirigentes revolucionarios en que creía en todo lo que decía, y obraba en consecuencia. Néstor combinó una gran violencia verbal con una práctica algo más flexible y pragmática.
Cristina, en cambio, prolonga la violencia discursiva en una práctica intransigente con los adversarios y una conducción dictatorial del frente propio.
Quizá por eso tomó distancia de los aliados y funcionarios de su marido y construyó un elenco de fieles: jóvenes técnicos, con escasa experiencia, que en La Cámpora aprobaron el test de disciplina. Tienen poder y recursos, pero en la gestión parecen poco expertos, y tampoco les va muy bien con la movilización.
La radicalización de Cristina tiene otra dimensión, que aparece cuando sus voceros convocan a “ir por todo” o proclaman su eternidad. Es común en los discursos radicalizados proponer un objetivo que exceda los límites admitidos. Hacer posible lo imposible, postulaban los jóvenes del Mayo francés de 1968, y hoy lo hacen los cristinistas radicales. En estos días los vemos actuar así en el tema de la justicia, donde el gobierno prácticamente se ha colocado fuera del orden republicano . Quizá probando cuáles son los límites reales. Quizá, porque cree llegada la hora de la batalla final, que no es derrotar a Clarín sino precisamente demostrar que no hay límites, y que Cristina será eterna.
Aquí Cristina se parece al Néstor de 2008. Él entonces perdió . Pero no fue el final porque -al igual que hoy- sus adversarios carecían por completo de ánimo destituyente.
El riesgo constitucional no viene de ellos, sino del propio gobierno, y del daño que puede provocar con alguna de sus batallas finales .
Hoy han apostado todo al 7 de diciembre, fecha del ataque a Pearl Harbour. Para Japón, las consecuencias se pagaron cuatro años después, en Hiroshima.
Nuestro problema es que, en ese escenario podemos resultar los japoneses . Todo depende de los términos en que se plantee el conflicto. Cómo manejará el Gobierno la cuestión de la re reelección, que puede llegar a ser la puerta de entrada a la dictadura.
Cómo capitalizará la oposición el descontento social, que puede derivar en un sólido dique al Gobierno, pero también en un resultado tan vergonzoso como el de octubre de 2011.
Pero sobre todo -me parece- dependerá de los peronistas , de aquellos que tienen poder territorial y cuya suerte no esté irremisiblemente atada a la de Cristina. De cómo manejen la cuestión de la sucesión, puertas adentro y puertas afuera. De lo que hagan dependerá que haya un Hiroshima o no.