La decisión del Partido Socialista de no formar el Frente progresista con la UCR, a partir de la determinación del partido radical de propiciar la candidatura de Francisco de Narváez en la provincia de Buenos Aires fue recibida con sorna y alegría por el kirchnerismo: Magnetto los cría y ellos se dividen, se escuchó en la Rosada.
Alegría, sí, pero alegría moderada. No porque algo preocupe al oficialismo. Todo lo contrario, ya que cualquier encuesta que llega a sus manos, desde cualquier procedencia, señala semejante diferencia entre la no-candidatura-de-la-que-finalmente-será-candidata y todos los demás que dicen que correrán, que ya se da por descontado el triunfo.
Pero claro, el fin de la ilusión del candidato único, implica una oposición dividida y de nuevo el escenario de Blanca Nieves y los siete enanitos. En realidad, aunque los enanos sean dos, esto implica que muy difícilmente el segundo competidor llegue a superar los 30 puntos necesarios para que si, CFK no llega a los 45 puntos, quede forzada una segunda vuelta.
De nuevo, a pesar de que las organizaciones partidarias tradicionales parecen organizativamente sólo fantasmas de lo que fueron, aparece lo que podríamos llamar el síndrome del bipartidismo y la ilusión de las terceras fuerzas. Así como ningún presidente que llegó a su cargo a través de las urnas fue antes gobernador de la provincia de Buenos Aires (Bartolomé Mitre fue presidente porque venció en la batalla de Pavón, y Eduardo Duhalde, porque venció en la batalla de Plaza de Mayo), la videopolítica, por el momento, sólo ha podido producir candidatos distritales, pero no ha logrado aún cimentar una candidatura nacional ganadora.
El magma de los partidos tradicionales emerge entonces, pese al certificado de defunción que muchos politólogos se apresuran a firmar, sin constatación en los hechos, elección tras elección. Los partidos tradicionales aparecen entonces como los únicos que han resuelto la trampa del federalismo argentino. Ésa que impone a toda fuerza con aspiraciones sincronizar su presencia electoral a lo ancho y a lo largo de, al menos, los más importantes de los 24 distritos que integran el país político.
Se dirá que la constitución de 1994 terminó con el colegio electoral y consagró la elección directa del presidente. Se dirá que, de este modo, la provincia de Buenos Aires se ha transformado en el gran elector presidencial. Pero lo cierto es que ninguna fuerza hegemoniza completamente el territorio bonaerense y, por lo tanto, debe complementar esos votos con victorias en los otros distritos.
Por otro lado, al no tener despliegue nacional, los políticos mediáticos buscan una elección a escala de sus fuerzas, y ésta no puede ser otra que la que se da en un distrito grande, preferentemente la Ciudad de Buenos Aires, o la provincia de Buenos Aires, o Córdoba (Santa Fe y Mendoza tienen un sistema político mucho más consolidado).
Todo esto cobra muchísimo más sentido, obviamente, cuando CFK es una candidata probablemente vencedora, y el efecto arrugue se acentúa, desmalezando la elección nacional. Aquí, sin embargo, aparece el complemento de la tendencia al bipartidismo, o al menos, a un bipolarismo que tiene como ejes a los dos partidos tradicionales: la ilusión de las terceras fuerzas de quebrar esta tendencia, institucionalmente incentivada.
Al tratarse de una elección que los integrantes de una tercera fuerza presumen perdida, es mejor en su cálculo ser cabeza de ratón, y colarse en la presidencial para -sacrificando un candidato, o una coalición mucho más poderosa- meter legisladores nacionales desde donde después intentar consolidarse para las próximas elecciones.
José Octavio Bordón, Ricardo López Murphy, inclusive Elisa Carrió, han incurrido antes en esos intentos, que con cierto éxito marcaron la sorpresa electoral en sus respectivos cuartos de hora, desvaneciéndose luego el capital electoral que supieron conseguir tan rápidamente como lo habían obtenido.
La coalición progresista que está construyendo Hermes Binner podría tener ese mismo destino. Lo novedoso de ella es que se intentará hacerla girar alrededor de un político con despliegue territorial en una sola provincia relevante (Santa Fe), que tiene un nivel de desconocimiento del orden del 60 por ciento en el resto del país (algo que se buscará seguramenet compensar con el consabido marketing electoral), y cuyos sostenes distritales son candidatos mediáticos expectantes (Pino Solanas, en la Ciudad de Buenos Aires y Luis Juez, en Córdoba, cuyo progresismo despierta algún resquemor en los puristas del sector, que ironizan que podría unirse con Miguel del Sel y Nito Artaza para crear el Partido de la Joda).
Por su parte, el radicalismo ha optado rápidamente por superar el costo del divorcio con el socialismo. Ricardo Alfonsín eligió sorpresivamente como su compañero de fórmula al economista Javier González Fraga, que supo ser presidente del Banco Central en la época de Carlos Menem, como para confirmar el intento expansivo del radicalismo hacia la derecha de su televisor, señora, y también hacia el peronismo. Se sabe que la obsesión de Alfonsín es por el electorado peronista de la provincia de Buenos Aires, que motivó sus últimos movimientos, ante la ausencia de un candidato radical con fuerza en el distrito bonaerense.
Intento expansivo que intentará, sin embargo, no alienar al sector progresista del potencial electorado ni a eventuales socios de la centroizquierda, ya que seguramente se volverá el habitual discurso institucionalista y republicano frente a lo que desde el partido centenario consideran la centralización autoritaria de Cristina Fernández, evidenciada en su celosa selección de sus candidatos y en lo hermético de su decisión que hará pública su propia candidatura presidencial.
De todas maneras, el personalismo presidencial no parece ser rechazado por los electores, al contrario, lo consideran el único antídoto para el problema argentino, que todavía es, para muchos, el de la ingobernabilidad, siempre en ciernes.
Otros, en cambio, se ilusionan con que el escándalo de corrupción que involucra a Sergio Schoklender -quien por estas horas aparece como un verdadero infiltrado en la organización de la Madres de Plaza de Mayo, aunque sólo para hacer pingües ganancias- sea el primero de una larga serie de hechos que tienen preparada los Medios Opositores en su intento de mellar el apoyo en la opinión pública que disfruta el Gobierno.
Los estrategas de la oposición (política) consideran que sólo con hechos probados y resonantes las corporaciones mediáticas críticas podrán paradójicamente colocarse detrás de esas noticias, y los políticos de la oposición ganar así protagonismo sin temerle a la acusación oficialista de ser personeros del contador de la calle Tacuarí, donde el CEO del gran diario argentino tiene su oficina.
Pero fundamentalmente esperan que bajo ataque, la Presidenta pierda la moderación retórica que viene exhibiendo desde hace ya muchos meses y vuelva a adoptar el modo bélico, cargando de sentido a la prédica radical en favor de las instituciones.
Aprontes, ilusiones y operaciones que hoy son miradas desde lo alto, sin premuras, por quienes se creen victoriosos, y que tienen sus propias ilusiones: que Daniel Filmus triunfe en el distrito porteño y Agustín Rossi en el santafesino (gracias a la crisis de la coalición allí oficialista, que haría que los intendentes radicales trabajen a reglamento y no se muevan demasiado para apoyar al socialista Antonio Bonfatti, candidato de Binner). Lo que dejaría a una parva de diputados sin referentes nacionales prestos a ser mansamente incorporados al proyecto.
Alegría, sí, pero alegría moderada. No porque algo preocupe al oficialismo. Todo lo contrario, ya que cualquier encuesta que llega a sus manos, desde cualquier procedencia, señala semejante diferencia entre la no-candidatura-de-la-que-finalmente-será-candidata y todos los demás que dicen que correrán, que ya se da por descontado el triunfo.
Pero claro, el fin de la ilusión del candidato único, implica una oposición dividida y de nuevo el escenario de Blanca Nieves y los siete enanitos. En realidad, aunque los enanos sean dos, esto implica que muy difícilmente el segundo competidor llegue a superar los 30 puntos necesarios para que si, CFK no llega a los 45 puntos, quede forzada una segunda vuelta.
De nuevo, a pesar de que las organizaciones partidarias tradicionales parecen organizativamente sólo fantasmas de lo que fueron, aparece lo que podríamos llamar el síndrome del bipartidismo y la ilusión de las terceras fuerzas. Así como ningún presidente que llegó a su cargo a través de las urnas fue antes gobernador de la provincia de Buenos Aires (Bartolomé Mitre fue presidente porque venció en la batalla de Pavón, y Eduardo Duhalde, porque venció en la batalla de Plaza de Mayo), la videopolítica, por el momento, sólo ha podido producir candidatos distritales, pero no ha logrado aún cimentar una candidatura nacional ganadora.
El magma de los partidos tradicionales emerge entonces, pese al certificado de defunción que muchos politólogos se apresuran a firmar, sin constatación en los hechos, elección tras elección. Los partidos tradicionales aparecen entonces como los únicos que han resuelto la trampa del federalismo argentino. Ésa que impone a toda fuerza con aspiraciones sincronizar su presencia electoral a lo ancho y a lo largo de, al menos, los más importantes de los 24 distritos que integran el país político.
Se dirá que la constitución de 1994 terminó con el colegio electoral y consagró la elección directa del presidente. Se dirá que, de este modo, la provincia de Buenos Aires se ha transformado en el gran elector presidencial. Pero lo cierto es que ninguna fuerza hegemoniza completamente el territorio bonaerense y, por lo tanto, debe complementar esos votos con victorias en los otros distritos.
Por otro lado, al no tener despliegue nacional, los políticos mediáticos buscan una elección a escala de sus fuerzas, y ésta no puede ser otra que la que se da en un distrito grande, preferentemente la Ciudad de Buenos Aires, o la provincia de Buenos Aires, o Córdoba (Santa Fe y Mendoza tienen un sistema político mucho más consolidado).
Todo esto cobra muchísimo más sentido, obviamente, cuando CFK es una candidata probablemente vencedora, y el efecto arrugue se acentúa, desmalezando la elección nacional. Aquí, sin embargo, aparece el complemento de la tendencia al bipartidismo, o al menos, a un bipolarismo que tiene como ejes a los dos partidos tradicionales: la ilusión de las terceras fuerzas de quebrar esta tendencia, institucionalmente incentivada.
Al tratarse de una elección que los integrantes de una tercera fuerza presumen perdida, es mejor en su cálculo ser cabeza de ratón, y colarse en la presidencial para -sacrificando un candidato, o una coalición mucho más poderosa- meter legisladores nacionales desde donde después intentar consolidarse para las próximas elecciones.
José Octavio Bordón, Ricardo López Murphy, inclusive Elisa Carrió, han incurrido antes en esos intentos, que con cierto éxito marcaron la sorpresa electoral en sus respectivos cuartos de hora, desvaneciéndose luego el capital electoral que supieron conseguir tan rápidamente como lo habían obtenido.
La coalición progresista que está construyendo Hermes Binner podría tener ese mismo destino. Lo novedoso de ella es que se intentará hacerla girar alrededor de un político con despliegue territorial en una sola provincia relevante (Santa Fe), que tiene un nivel de desconocimiento del orden del 60 por ciento en el resto del país (algo que se buscará seguramenet compensar con el consabido marketing electoral), y cuyos sostenes distritales son candidatos mediáticos expectantes (Pino Solanas, en la Ciudad de Buenos Aires y Luis Juez, en Córdoba, cuyo progresismo despierta algún resquemor en los puristas del sector, que ironizan que podría unirse con Miguel del Sel y Nito Artaza para crear el Partido de la Joda).
Por su parte, el radicalismo ha optado rápidamente por superar el costo del divorcio con el socialismo. Ricardo Alfonsín eligió sorpresivamente como su compañero de fórmula al economista Javier González Fraga, que supo ser presidente del Banco Central en la época de Carlos Menem, como para confirmar el intento expansivo del radicalismo hacia la derecha de su televisor, señora, y también hacia el peronismo. Se sabe que la obsesión de Alfonsín es por el electorado peronista de la provincia de Buenos Aires, que motivó sus últimos movimientos, ante la ausencia de un candidato radical con fuerza en el distrito bonaerense.
Intento expansivo que intentará, sin embargo, no alienar al sector progresista del potencial electorado ni a eventuales socios de la centroizquierda, ya que seguramente se volverá el habitual discurso institucionalista y republicano frente a lo que desde el partido centenario consideran la centralización autoritaria de Cristina Fernández, evidenciada en su celosa selección de sus candidatos y en lo hermético de su decisión que hará pública su propia candidatura presidencial.
De todas maneras, el personalismo presidencial no parece ser rechazado por los electores, al contrario, lo consideran el único antídoto para el problema argentino, que todavía es, para muchos, el de la ingobernabilidad, siempre en ciernes.
Otros, en cambio, se ilusionan con que el escándalo de corrupción que involucra a Sergio Schoklender -quien por estas horas aparece como un verdadero infiltrado en la organización de la Madres de Plaza de Mayo, aunque sólo para hacer pingües ganancias- sea el primero de una larga serie de hechos que tienen preparada los Medios Opositores en su intento de mellar el apoyo en la opinión pública que disfruta el Gobierno.
Los estrategas de la oposición (política) consideran que sólo con hechos probados y resonantes las corporaciones mediáticas críticas podrán paradójicamente colocarse detrás de esas noticias, y los políticos de la oposición ganar así protagonismo sin temerle a la acusación oficialista de ser personeros del contador de la calle Tacuarí, donde el CEO del gran diario argentino tiene su oficina.
Pero fundamentalmente esperan que bajo ataque, la Presidenta pierda la moderación retórica que viene exhibiendo desde hace ya muchos meses y vuelva a adoptar el modo bélico, cargando de sentido a la prédica radical en favor de las instituciones.
Aprontes, ilusiones y operaciones que hoy son miradas desde lo alto, sin premuras, por quienes se creen victoriosos, y que tienen sus propias ilusiones: que Daniel Filmus triunfe en el distrito porteño y Agustín Rossi en el santafesino (gracias a la crisis de la coalición allí oficialista, que haría que los intendentes radicales trabajen a reglamento y no se muevan demasiado para apoyar al socialista Antonio Bonfatti, candidato de Binner). Lo que dejaría a una parva de diputados sin referentes nacionales prestos a ser mansamente incorporados al proyecto.