* Por Sebastián Etchemendy ¿“Derecha moderna” o “Restauración conservadora clásica”? A ocho meses de la asunción de Macri persiste la pregunta por la caracterización y la etiqueta que se le pone a la gestión Cambiemos. En esta nota Sebastián Etchemendy propone ir más allá de estos polos y argumenta que estamos ante una derecha más internacionalizada y con fundamentos más sólidos en los actores capitalistas que en los años 90. El carácter socialmente regresivo del gobierno, agrega, encuentra cierto atenuante en la activación previa de los sectores populares y en el entramado de instituciones sociolaborales heredadas del gobierno anterior.
La elección de Mauricio Macri marca una novedad central en la historia política Argentina: es la primera vez que un presidente con perfil e ideas de derecha o centro-derecha es electo por el voto popular desde el origen de nuestra democracia en 1912. A partir de aquí, la pregunta que surge es ¿Cuáles son las características programáticas que va perfilando una derecha económica elegida en democracia? Desde fuera del PRO el debate en general ha girado en torno a dos polos. Hay quienes señalan que se trata de una derecha diferente, mas “moderna”, que expresa valores culturales más seculares, y se muestra más receptiva a políticas sociales extendidas, o incluso a un “giro estatista”, al decir de José Natanson. Una segunda visión asegura que se trata de una restauración de la derecha oligárquica clásica en la historia Argentina en términos tanto programáticos como culturales, similar a las que ocurrieron en 1976 o, ya en democracia, en 1989. Si bien estos polos están hasta cierto punto caricaturizados, lo cierto es que son los ejes que han vertebrado el análisis político del gobierno de Macri desde la oposición. En esta nota propongo otro camino. Basándome en la dimensión socioeconómica, voy a intentar desentrañar lo novedoso que tiene el macrismo como experiencia política de la derecha vernácula. Argumento que esa novedad o “modernidad” cultural corre por carriles que no pueden sopesar ni ocultar el innegable carácter socialmente regresivo que va tomando el gobierno actual, y que éste solo ha sido moderado, contra la ostensible preferencia y saber de los cuadros del macrismo, por un entramado de instituciones sociolaborales heredadas del gobierno anterior.
Las diferencias con los años 90
Una primera aproximación es la comparación con la experiencia anterior de centro-derecha en la argentina democrática, esto es el menemismo de los años 90, siempre desde el punto de vista socioeconómico (descarto la comparación con las políticas de la última dictadura terrorista, las cuales no pueden ser juzgadas al mismo nivel). Efectivamente se trataba, como ahora, de un gobierno con claro sesgo pro empresa y mercado. Sin embargo, hay cuatro diferencias clave. Primero, la coalición económica de base viró de los grandes grupos económicos nacionales de base industrial (Techint, Fortabat, Pérez Companc, Astra, etc) al capital financiero, multinacional y los sectores más concentrados del campo. Por supuesto, el capital financiero y multinacional también fueron parte del armado menemista, especialmente vía privatizaciones. Sin embargo, en los años 90 el centro coalicional estuvo en los históricos grupos económicos de la patria contratista—si percibimos la retracción que sufrió el campo y el sector financiero local en el modelo de Cavallo, la evidencia es todavía mayor. Segundo, un tipo de cambio flexible y un sector externo más o menos estable constituyen una diferencia notable con respecto al cepo cambiario de la convertibilidad y la constante necesidad de financiamiento externo. Tercero, no existe ahora la mediación del PJ como soporte institucional de la restauración de derecha. Finalmente, en la actualidad la restauración conservadora surge justo después de una experiencia de ampliación de derechos y activación notable de las organizaciones representativas de los sectores populares, esto es sindicatos y movimientos sociales.
La mutación a una base capitalista más internacionalizada, la flexibilidad cambiaria, el rol opositor del PJ y la activación previa de los sectores populares, constituyen diferencias analítica claves respecto de los años 90
Los cuatro puntos, la mutación a una base capitalista más internacionalizada, la flexibilidad cambiaria, el rol opositor del PJ y la activación previa de los sectores populares, constituyen diferencias analíticas clave respecto de los años 90. Las dos primeras le dan a la derecha económica expresada en el macrismo un fundamento económico más “genuinamente liberal” y sustentable. Efectivamente, ahora la alianza con el capital financiero, multinacional y agrario (irónicamente de la mano de un paradigma del capital nacional contratista-industrial histórico como Macri) sumada a la flexibilidad y libertad cambiaria y el colchón de reservas, le permite al gobierno administrar mejor las rentabilidades del sector exportador y de las multinacionales. Ya no hay que estar asegurando reservas de mercado al capital local concentrado por medio de las privatizaciones o la regulación, lo que fue una marca de fábrica de los años 90. Por otro lado, y paradójicamente, el “contendiente” es, en términos comparativos, más fuerte que en la década menemista. El PJ y –sobre todo—los sindicatos y movimientos sociales forman una potencial fuerza de negociación o resistencia que en una democracia no siempre es fácil horadar.
La “pesada herencia” (institucional)
Por lo tanto, un liberalismo del gran capital más sólido en sus bases sociales, con más potencial sustentable, se enfrenta a la “coalición defensiva” según el término acuñado por Guillermo O’Donnell, reconstituida en el período 2003-2015. Sobre este punto quiero detenerme. Más allá de las inercias y desestructuraciones propias de una sociedad pos neoliberal, la reparación social en los años de los Kirchner tuvo dos aspectos. El primero fue la recuperación del mercado de trabajo, es decir, la fenomenal baja del desempleo y del trabajo informal después de la implosión del modelo neoliberal a principios de los 2000—de alrededor de 15 puntos en cada caso. El segundo aspecto fue la reconstitución de un denso entramado institucional que significó la revitalización del Estado de Bienestar castigado durante el neoliberalismo. Ese marco tuvo cinco elementos clave: la revitalización de las paritarias de actividad, la puesta en marcha del Consejo de Salario Mínimo, la recentralización de las relaciones laborales en el sector de la enseñanza con la Paritaria Nacional Docente, la fenomenal ampliación de la cobertura jubilatoria hasta casi el 98% y la legislación de su movilidad, y finalmente la asignación por hijo y por embarazo, también institucionalizadas con movilidad. Este grupo de políticas, más algunas como el plan Progresar, implicó que, según datos del MTEySS, alrededor de 13 millones de personas tanto del sector registrado como no registrado, pasaran a figurar y tener algún beneficio de la seguridad social entre 2003 y 2014. En suma, Macri tomó el gobierno frente a una red social en buena medida reconstituida y con sindicatos activados con participación en la puja distributiva.
La regresión social y sus límites
Este liberalismo económico de nuevo cuño tiene que lidiar desde diciembre de 2015, entonces, con un Estado de Bienestar reformulado y sus actores sociales asociados, lo cual marca una diferencia central con experiencias anteriores de restauración conservadora. Por un lado, es incuestionable empíricamente el sesgo en favor de los sectores dominantes de las políticas del PRO. Tan solo en los primeros meses significaron una fenomenal transferencia de ingresos a las tres patas de la base coalicional mencionada más arriba: a los sectores concentrados del campo y otros exportadores (vía devaluación y baja de retenciones), al capital multinacional (vía liberación del control de cambios y remesas, y el aumento de tarifas) y al capital financiero (vía pago a los buitres y nueva toma de deuda). Este canal de beneficios con una clara orientación al gran capital tuvo un carácter repentino y abrupto con pocos antecedentes en la historia argentina. Desmiente desde el vamos cualquier concepción del macrismo como una nueva derecha más “ecuménica”, centrista o que contemple cualquier supuesto “giro estatista”. Sus consecuencias inflacionarias y recesivas ya costaron, además de la ostensible pérdida en el salario real, más de 100.000 empleos según las cifras oficiales
Por otro lado, sin embargo, el macrismo ha respetado los trazos institucionales formales del Estado de Bienestar recién señalados: las paritarias no fueron suspendidas y no se reguló el salario por decreto como en los ajustes de los años 80 o 90. El Consejo de Salario y la Paritaria Nacional Docente fueron convocadas, registrando aumentos en ingresos mínimos de trabajadores privados y de la enseñanza de alrededor del 30% y 37% en cada caso. Si bien el proyecto de reforma previsional incluido en el blanqueo es claramente regresivo (baja la jubilación mínima para quienes no completaron aportes y eleva la edad jubilatoria de la mujer), no contempla (al menos en lo inmediato) una privatización del sistema o una baja de cobertura drástica a corto plazo. Es más, el macrismo no sólo no derogó la institucionalidad formal del Estado de Bienestar reconstituido, sino que la utilizó, desde ya tímidamente, para tratar de limar algunos costos del ajuste: la ampliación de la AUH a monotributistas, y la incorporación de la suma fija a la movilidad jubilatoria sancionada por el gobierno de CFK son pruebas en ese sentido.
No solo son ajenos a estas cuestiones ideológicamente, también desconocen técnicamente las particularidades de esas políticas sociolaborales
¿Cómo se explica esta continuidad de políticas sociolaborales heredadas, y de espíritu inclusivo, en un gobierno como el del PRO? Para la Ciencia Política no es novedad que, en democracia, una vez estructuradas las instituciones del Estado de Bienestar son muy difíciles de modificar debido al apoyo electoral y a la red de organizaciones populares que suelen generar a su alrededor. Además, está claro nada más al escuchar manifestarse a cuadros del macrismo o su “gabinete social”, que la preservación de las grandes líneas de la negociación colectiva y la política social tienen que ver más con un legado institucional que con cualquier convicción o ideas de la tecnocracia de Cambiemos en la materia. De hecho, la agenda pendiente que quedó por fuera de esa institucionalización del Estado de Bienestar en los 2000 (trabajo informal, tercerización, talleres clandestinos y economía social), está a años luz de ser tomada seriamente por el PRO para las políticas públicas. No solo son ajenos a estas cuestiones ideológicamente, también desconocen técnicamente las particularidades de esas políticas.
En definitiva, ese entramado de Estado de Bienestar heredado, ¿cuánto logró amortiguar el ajuste? ¿Cuánto resisten esas instituciones una política económica de tinte ortodoxo y regresivo como la actual? Las rondas de paritarias y el Consejo de Salario reciente son un buen ejemplo para analizar. Ante la devaluación y el pico inflacionario de 40% o más, en esas negociaciones los trabajadores perdieron salario real. Por otro lado, parece igualmente evidente, que, ante la eventual ausencia de esas instituciones para regular la puja distributiva, en un ambiente de amenaza de desempleo, mayor represión y política económica contractiva, la pérdida de salario real hubiera sido aún mayor. En otras palabras, la devaluación le sacó un 40 o 45% al salario mínimo, pero con la última reunión del Consejo, esa pérdida quedó en alrededor 10% o 13%. No es menor, pero podría haber sido mucho más en una situación de ofensiva del capital. El gobierno eligió no cerrar el Consejo de Salario o sacar aumentos salariales por decreto para eludir una confrontación abierta con los sindicatos. Así, se registró un ajuste salarial más limitado, paralelo a un ajuste del empleo o de las tarifas que fue mucho mayor. Por supuesto, si la fase contractiva del ciclo avanza hasta nuevos límites estas instituciones servirán de poco: como sabemos (y lo vivimos) nadie habla del Estado de Bienestar o paritarias con 20% de desempleo o con 50% de trabajo no registrado.
Sus límites en estos meses han estado, no en una nueva concepción más abierta, centrista o moderada, sino en un claro legado de instituciones heredadas
Como balance entonces, tenemos ante nosotros una nueva derecha “democrática” fundada en una triple base económica de sector financiero, agrario y multinacional, que tiene posibilidades de sustentabilidad macroeconómica vía tipo de cambio flexible y holgura en el sector externo (esto es, sin problemas acuciantes de reservas o deuda) como nunca antes—aún más que la reciente experiencia nacional-popular. La transferencia de recursos regresiva que la misma ha ocasionado en estos meses de acción es mucho más determinante socialmente que cualquier “modernización cultural” eventual que haya atravesado la centro-derecha local. Sus límites en estos meses han estado, no en una nueva concepción más abierta, centrista o moderada, sino en un claro legado de instituciones heredadas, ante las cuales el PRO, en democracia y con desconocimiento de las particularidades técnicas de esas políticas, se vio obligado a operar. Hasta donde llegará la ofensiva de la nueva “triple alianza” del capital, y qué límites pondrá el campo popular reconstituido en los últimos 12 años, lo comprobaremos en los próximos años.
Sebastián Etchemendy @etchemen Profesor de Economía Política Comparada, Universidad Torcuato Di Tella (UTDT)
La elección de Mauricio Macri marca una novedad central en la historia política Argentina: es la primera vez que un presidente con perfil e ideas de derecha o centro-derecha es electo por el voto popular desde el origen de nuestra democracia en 1912. A partir de aquí, la pregunta que surge es ¿Cuáles son las características programáticas que va perfilando una derecha económica elegida en democracia? Desde fuera del PRO el debate en general ha girado en torno a dos polos. Hay quienes señalan que se trata de una derecha diferente, mas “moderna”, que expresa valores culturales más seculares, y se muestra más receptiva a políticas sociales extendidas, o incluso a un “giro estatista”, al decir de José Natanson. Una segunda visión asegura que se trata de una restauración de la derecha oligárquica clásica en la historia Argentina en términos tanto programáticos como culturales, similar a las que ocurrieron en 1976 o, ya en democracia, en 1989. Si bien estos polos están hasta cierto punto caricaturizados, lo cierto es que son los ejes que han vertebrado el análisis político del gobierno de Macri desde la oposición. En esta nota propongo otro camino. Basándome en la dimensión socioeconómica, voy a intentar desentrañar lo novedoso que tiene el macrismo como experiencia política de la derecha vernácula. Argumento que esa novedad o “modernidad” cultural corre por carriles que no pueden sopesar ni ocultar el innegable carácter socialmente regresivo que va tomando el gobierno actual, y que éste solo ha sido moderado, contra la ostensible preferencia y saber de los cuadros del macrismo, por un entramado de instituciones sociolaborales heredadas del gobierno anterior.
Las diferencias con los años 90
Una primera aproximación es la comparación con la experiencia anterior de centro-derecha en la argentina democrática, esto es el menemismo de los años 90, siempre desde el punto de vista socioeconómico (descarto la comparación con las políticas de la última dictadura terrorista, las cuales no pueden ser juzgadas al mismo nivel). Efectivamente se trataba, como ahora, de un gobierno con claro sesgo pro empresa y mercado. Sin embargo, hay cuatro diferencias clave. Primero, la coalición económica de base viró de los grandes grupos económicos nacionales de base industrial (Techint, Fortabat, Pérez Companc, Astra, etc) al capital financiero, multinacional y los sectores más concentrados del campo. Por supuesto, el capital financiero y multinacional también fueron parte del armado menemista, especialmente vía privatizaciones. Sin embargo, en los años 90 el centro coalicional estuvo en los históricos grupos económicos de la patria contratista—si percibimos la retracción que sufrió el campo y el sector financiero local en el modelo de Cavallo, la evidencia es todavía mayor. Segundo, un tipo de cambio flexible y un sector externo más o menos estable constituyen una diferencia notable con respecto al cepo cambiario de la convertibilidad y la constante necesidad de financiamiento externo. Tercero, no existe ahora la mediación del PJ como soporte institucional de la restauración de derecha. Finalmente, en la actualidad la restauración conservadora surge justo después de una experiencia de ampliación de derechos y activación notable de las organizaciones representativas de los sectores populares, esto es sindicatos y movimientos sociales.
La mutación a una base capitalista más internacionalizada, la flexibilidad cambiaria, el rol opositor del PJ y la activación previa de los sectores populares, constituyen diferencias analítica claves respecto de los años 90
Los cuatro puntos, la mutación a una base capitalista más internacionalizada, la flexibilidad cambiaria, el rol opositor del PJ y la activación previa de los sectores populares, constituyen diferencias analíticas clave respecto de los años 90. Las dos primeras le dan a la derecha económica expresada en el macrismo un fundamento económico más “genuinamente liberal” y sustentable. Efectivamente, ahora la alianza con el capital financiero, multinacional y agrario (irónicamente de la mano de un paradigma del capital nacional contratista-industrial histórico como Macri) sumada a la flexibilidad y libertad cambiaria y el colchón de reservas, le permite al gobierno administrar mejor las rentabilidades del sector exportador y de las multinacionales. Ya no hay que estar asegurando reservas de mercado al capital local concentrado por medio de las privatizaciones o la regulación, lo que fue una marca de fábrica de los años 90. Por otro lado, y paradójicamente, el “contendiente” es, en términos comparativos, más fuerte que en la década menemista. El PJ y –sobre todo—los sindicatos y movimientos sociales forman una potencial fuerza de negociación o resistencia que en una democracia no siempre es fácil horadar.
La “pesada herencia” (institucional)
Por lo tanto, un liberalismo del gran capital más sólido en sus bases sociales, con más potencial sustentable, se enfrenta a la “coalición defensiva” según el término acuñado por Guillermo O’Donnell, reconstituida en el período 2003-2015. Sobre este punto quiero detenerme. Más allá de las inercias y desestructuraciones propias de una sociedad pos neoliberal, la reparación social en los años de los Kirchner tuvo dos aspectos. El primero fue la recuperación del mercado de trabajo, es decir, la fenomenal baja del desempleo y del trabajo informal después de la implosión del modelo neoliberal a principios de los 2000—de alrededor de 15 puntos en cada caso. El segundo aspecto fue la reconstitución de un denso entramado institucional que significó la revitalización del Estado de Bienestar castigado durante el neoliberalismo. Ese marco tuvo cinco elementos clave: la revitalización de las paritarias de actividad, la puesta en marcha del Consejo de Salario Mínimo, la recentralización de las relaciones laborales en el sector de la enseñanza con la Paritaria Nacional Docente, la fenomenal ampliación de la cobertura jubilatoria hasta casi el 98% y la legislación de su movilidad, y finalmente la asignación por hijo y por embarazo, también institucionalizadas con movilidad. Este grupo de políticas, más algunas como el plan Progresar, implicó que, según datos del MTEySS, alrededor de 13 millones de personas tanto del sector registrado como no registrado, pasaran a figurar y tener algún beneficio de la seguridad social entre 2003 y 2014. En suma, Macri tomó el gobierno frente a una red social en buena medida reconstituida y con sindicatos activados con participación en la puja distributiva.
La regresión social y sus límites
Este liberalismo económico de nuevo cuño tiene que lidiar desde diciembre de 2015, entonces, con un Estado de Bienestar reformulado y sus actores sociales asociados, lo cual marca una diferencia central con experiencias anteriores de restauración conservadora. Por un lado, es incuestionable empíricamente el sesgo en favor de los sectores dominantes de las políticas del PRO. Tan solo en los primeros meses significaron una fenomenal transferencia de ingresos a las tres patas de la base coalicional mencionada más arriba: a los sectores concentrados del campo y otros exportadores (vía devaluación y baja de retenciones), al capital multinacional (vía liberación del control de cambios y remesas, y el aumento de tarifas) y al capital financiero (vía pago a los buitres y nueva toma de deuda). Este canal de beneficios con una clara orientación al gran capital tuvo un carácter repentino y abrupto con pocos antecedentes en la historia argentina. Desmiente desde el vamos cualquier concepción del macrismo como una nueva derecha más “ecuménica”, centrista o que contemple cualquier supuesto “giro estatista”. Sus consecuencias inflacionarias y recesivas ya costaron, además de la ostensible pérdida en el salario real, más de 100.000 empleos según las cifras oficiales
Por otro lado, sin embargo, el macrismo ha respetado los trazos institucionales formales del Estado de Bienestar recién señalados: las paritarias no fueron suspendidas y no se reguló el salario por decreto como en los ajustes de los años 80 o 90. El Consejo de Salario y la Paritaria Nacional Docente fueron convocadas, registrando aumentos en ingresos mínimos de trabajadores privados y de la enseñanza de alrededor del 30% y 37% en cada caso. Si bien el proyecto de reforma previsional incluido en el blanqueo es claramente regresivo (baja la jubilación mínima para quienes no completaron aportes y eleva la edad jubilatoria de la mujer), no contempla (al menos en lo inmediato) una privatización del sistema o una baja de cobertura drástica a corto plazo. Es más, el macrismo no sólo no derogó la institucionalidad formal del Estado de Bienestar reconstituido, sino que la utilizó, desde ya tímidamente, para tratar de limar algunos costos del ajuste: la ampliación de la AUH a monotributistas, y la incorporación de la suma fija a la movilidad jubilatoria sancionada por el gobierno de CFK son pruebas en ese sentido.
No solo son ajenos a estas cuestiones ideológicamente, también desconocen técnicamente las particularidades de esas políticas sociolaborales
¿Cómo se explica esta continuidad de políticas sociolaborales heredadas, y de espíritu inclusivo, en un gobierno como el del PRO? Para la Ciencia Política no es novedad que, en democracia, una vez estructuradas las instituciones del Estado de Bienestar son muy difíciles de modificar debido al apoyo electoral y a la red de organizaciones populares que suelen generar a su alrededor. Además, está claro nada más al escuchar manifestarse a cuadros del macrismo o su “gabinete social”, que la preservación de las grandes líneas de la negociación colectiva y la política social tienen que ver más con un legado institucional que con cualquier convicción o ideas de la tecnocracia de Cambiemos en la materia. De hecho, la agenda pendiente que quedó por fuera de esa institucionalización del Estado de Bienestar en los 2000 (trabajo informal, tercerización, talleres clandestinos y economía social), está a años luz de ser tomada seriamente por el PRO para las políticas públicas. No solo son ajenos a estas cuestiones ideológicamente, también desconocen técnicamente las particularidades de esas políticas.
En definitiva, ese entramado de Estado de Bienestar heredado, ¿cuánto logró amortiguar el ajuste? ¿Cuánto resisten esas instituciones una política económica de tinte ortodoxo y regresivo como la actual? Las rondas de paritarias y el Consejo de Salario reciente son un buen ejemplo para analizar. Ante la devaluación y el pico inflacionario de 40% o más, en esas negociaciones los trabajadores perdieron salario real. Por otro lado, parece igualmente evidente, que, ante la eventual ausencia de esas instituciones para regular la puja distributiva, en un ambiente de amenaza de desempleo, mayor represión y política económica contractiva, la pérdida de salario real hubiera sido aún mayor. En otras palabras, la devaluación le sacó un 40 o 45% al salario mínimo, pero con la última reunión del Consejo, esa pérdida quedó en alrededor 10% o 13%. No es menor, pero podría haber sido mucho más en una situación de ofensiva del capital. El gobierno eligió no cerrar el Consejo de Salario o sacar aumentos salariales por decreto para eludir una confrontación abierta con los sindicatos. Así, se registró un ajuste salarial más limitado, paralelo a un ajuste del empleo o de las tarifas que fue mucho mayor. Por supuesto, si la fase contractiva del ciclo avanza hasta nuevos límites estas instituciones servirán de poco: como sabemos (y lo vivimos) nadie habla del Estado de Bienestar o paritarias con 20% de desempleo o con 50% de trabajo no registrado.
Sus límites en estos meses han estado, no en una nueva concepción más abierta, centrista o moderada, sino en un claro legado de instituciones heredadas
Como balance entonces, tenemos ante nosotros una nueva derecha “democrática” fundada en una triple base económica de sector financiero, agrario y multinacional, que tiene posibilidades de sustentabilidad macroeconómica vía tipo de cambio flexible y holgura en el sector externo (esto es, sin problemas acuciantes de reservas o deuda) como nunca antes—aún más que la reciente experiencia nacional-popular. La transferencia de recursos regresiva que la misma ha ocasionado en estos meses de acción es mucho más determinante socialmente que cualquier “modernización cultural” eventual que haya atravesado la centro-derecha local. Sus límites en estos meses han estado, no en una nueva concepción más abierta, centrista o moderada, sino en un claro legado de instituciones heredadas, ante las cuales el PRO, en democracia y con desconocimiento de las particularidades técnicas de esas políticas, se vio obligado a operar. Hasta donde llegará la ofensiva de la nueva “triple alianza” del capital, y qué límites pondrá el campo popular reconstituido en los últimos 12 años, lo comprobaremos en los próximos años.
Sebastián Etchemendy @etchemen Profesor de Economía Política Comparada, Universidad Torcuato Di Tella (UTDT)