Un análisis con encuestas propias del tramo final de la campaña electoral norteamericana. La influencia del huracán Sandy, la emergencia de temas “individuales” como homosexualidad, aborto o marihuana, y el poco aprovechamiento de la crisis económica por parte de Mitt Romney.
Por Manuel Mora y Araujo* / Luis Costa**
02/11/12 – 11:04
La sociedad es una eterna combinación de estados y sucesos. Se mueve con dos tensiones constantes que luchan por mantener su forma actual o por modificarla. Los estados son cosas que podríamos llamar actuales y cotidianas, más bien fijas y ajustadas a las expectativas de todos nosotros. Los sucesos, por el contrario, son episodios sorpresivos, información diferente que representa un desafío para la sociedad ya que se muestra como novedad. Solemos acordarnos más de los sucesos que de los estados de las cosas, básicamente por la diferencia que supieron producir.
Cuando reflexionamos sobre un proceso electoral, vale la pena establecer estas consideraciones teóricas sobre el modo en que funciona y las tensiones que se representan en la sociedad a la que se le comunica todo el tiempo o que está perfecto mantener el estado de las cosas, o que es mejor generar sucesos nuevos que las cambien.
La comunicación electoral tiene por objetivo, si se está del lado de quien encabeza las tendencias en las encuestas, dejar todo en ese “estado”. Quien va en segundo lugar batalla por encontrar sucesos que le permitan establecer diferencias que llamen la atención.
Pero la sociedad es más bien un gran estado de cosas. Eso es lo que nos permite decir que “los argentinos no somos respetuosos de la ley” o que en “Estados Unidos la gente no es corrupta” o cualquier otra cosa que se imagine. Construimos imágenes de los demás que luego es difícil desarmar, y nuestra vida está rodeada de estados que van desde saludarse hasta entregar dinero por un producto. Todo cumple con algún reglamento.
Mientras en Argentina todo parece desarmado, el electorado norteamericano tiene un estado de identificación partidaria bastante sólido. Los ciudadanos se reconocen, en un amplio porcentaje, como demócratas o como republicanos. Según datos de Ipsos, el 45% serían demócratas y el 40% republicanos. Casi la totalidad de estos últimos vota al candidato del partido con el que se identifica, lo que deja que el resultado final de la elección sea una batalla a muerte por el 15% restante de indecisos. Argentina es un océano de indecisos.
El proceso de intención de voto de los últimos meses en Estados Unidos ha sido algo más parecido a un estado que a un suceso, aunque las semanas últimas establecieron una situación de cercanía sorprendente. Obama mantuvo entre el 5% y 7% de ventaja sobre Romney, hasta que algunos sucesos comenzaron a ocurrir.
Las campañas. El primer paso en falso de Obama ocurrió sin su intervención. La convención republicana, más que nada el desempeño de Paul Ryan, candidato a vicepresidente, permitió darle más oxígeno a una carrera que parecía abandonada. El segundo traspié de Obama contó esta vez con su participación y ocurrió en el primer debate presidencial. Para los televidentes, fue clara victoria para Romney.
Desde allí en más, aun con los otros debates ganados por Obama, incluso el de su candidato a vicepresidente, no pudo volver a establecer un “estado” de victoria fijo sobre su oponente.
De fondo, en realidad, hay otro factor determinante: la economía. En los últimos meses la valoración positiva de la economía en los Estados Unidos no ha logrado acompañar al presidente, y esto es mortal para cualquier elección. Sólo el 26% valora hoy como positiva la economía en ese país. Sin señales de repunte, Romney se hace más atractivo. Este es el escenario actual, pero todo comenzó hace algún tiempo.
La primera etapa del proceso, hasta las primarias, sirvió a los candidatos para posicionarse y establecer sus estrategias. Las campañas se orientaron en esa etapa tanto al posicionamiento de los candidatos como a las primarias –sobre todo en el partido republicano, donde había mucha competencia–, y también hacia los esfuerzos de recolección de fondos. En el inicio, la elección parecía favorable para un candidato republicano, estando la economía en serios problemas –déficit fiscal, desempleo, deterioro de los ingresos de los trabajadores– y la tasa de aprobación del presidente en baja –cayendo del 69% que alcanzaba en febrero de 2009 al 45%-48% los últimos meses–. La elección representaba un enorme desafío para el presidente Obama y una buena oportunidad para los conservadores, pero éstos aparecían divididos y sin un liderazgo fuerte.
Las primarias despejaron incertidumbres sobre las candidaturas –en especial del lado republicano, donde Romney fue dejando en el camino a sus contendientes– y los vicepresidentes. En ese momento, quedó en evidencia que la elección sería pareja, que las estrategias de cada lado requerían ajustes en sintonía fina para incidir marginalmente en diversos segmentos de votantes, y que el mayor contraste entre ambas campañas residía en que Romney disponía de más fondos y Obama de más “fuerza de trabajo”. Y que, por lo tanto, la artillería de Romney se dirigiría mayormente a la televisión y la de Obama a las redes interactivas. La campaña de Obama, que ya se había consagrado en la elección anterior como un caso de libro de texto por su enfoque de la comunicación a través de los medios interactivos, retomó dicho enfoque. Además, las convenciones de cada partido en las que se consagraron las candidaturas les dieron a ambos la oportunidad de desplegar todo su arsenal de mensajes y respaldos de referentes diversos, otorgándoles una impresionante proyección mediática.
La tercera etapa fue la de los debates, ciento por ciento mediáticos, ciento por ciento de exposición personal de los candidatos ante el público –una audiencia que, como se ha visto otras veces, en Estados Unidos es muy sensible a esos impactos–. Como es sabido, el primer debate le sirvió a Romney para emparejar los tantos, y los otros dos le permitieron a Obama recuperarse de una fase descendente que duró algunos días. Así, quedaron empatados.
La última etapa. Y entonces, la cuarta etapa. Dado el sistema electoral norteamericano, en el que el Colegio Electoral elige al presidente y los electores se eligen en cada estado por mayoría absoluta, ante la paridad de fuerzas en los votos generales la atención debió ser desplazada a los estados críticos. Obama llevaba ventaja en el Colegio en los estados que ya parecían volcados de modo irreversible a uno u otro de los candidatos, pero en los swing states aún debe definirse aproximadamente un cuarto del Colegio. En particular, Colorado, Ohio, Virginia y Florida terminarán sancionando al ganador. Y allí las campañas cobraron otro rostro: se intensificó el enfoque de la “vieja política”, efectivo cuando cada voto individual puede ser marginalmente decisivo; el trabajo persona a persona y puerta a puerta, que requiere batallones de voluntarios, volvió a la orden del día. Allí no sólo es importante captar votos indecisos: es también decisivo persuadir a votantes renuentes a votar a que lo hagan.
Eso puso de manifiesto que las campañas en Estados Unidos han hecho uso de todos los recursos conocidos para llegar al núcleo de la motivación de voto de cada ciudadano: comunicación mediática tradicional, publicidad, presencia activa de los candidatos en las campañas y en la televisión, redes interactivas y comunicación sobre el terreno. Y, desde luego, utilización exhaustiva de encuestas, también haciendo amplio uso de las tecnologías disponibles: teléfono, tanto convencional como celular, IVR y, en mayor medida que nunca antes, encuestas online.
Hasta que llegó el Sandy y desbarajustó muchas cosas. La situación demandaba, por un lado, responsabilidad pública por parte de los candidatos y sus campañas, y por otro, manejar los riesgos y la oportunidad con mucha precisión. Es posible que las encuestas hayan sido decisivas para que cada candidato midiese cada paso con mucha seguridad. Aparentemente Obama ha manejado el desafío con éxito y el huracán no le ha costado votos. Buena parte del dinero de las campañas en esta última semana se volcó a la ayuda humanitaria, y lo cierto es que el amperímetro electoral no parece haberse movido.
Los factores del voto. En este empate técnico, y en lo que ocurrirá en los estados críticos, la demografía aporta lo suyo respecto de las tendencias. Los grupos sociodemográficos en los que los demócratas se imponen en la percepción de los ciudadanos son los pobres, los negros, los hispanos, los gays y las mujeres, y en menor medida los jóvenes. Los republicanos sólo en lo que respecta a la gente de los negocios y las empresas.
El proceso es seguido por Ipsos de Estados Unidos a través de mediciones diarias, que son difundidas por la agencia Reuters. Otras encuestas de características similares son publicadas continuamente; el sitio RealClearPolitics informa a diario una diversidad de mediciones. Además de la tendencia del voto, Ipsos midió la imagen de los candidatos en una serie de atributos personales. El posicionamiento de cada candidato en dichos atributos explica lo que sucede. Obama lleva ventaja marcada sobre Romney en “es elocuente”, “más presidenciable”, “comprende a la gente como yo”, “es simpático”, “me gustaría conocerlo en persona”. Romney sólo en “es un hombre de fe”. En otros atributos, las diferencias son menores.
Los temas de la economía son sin duda importantes para definir el voto. Respecto de ellos se esperaba que Romney hiciese una gran diferencia para definir el resultado de la elección. Pero Obama logró equilibrar las cosas en ese terreno. Romney sólo mantuvo ventaja apreciable en “controlar el déficit fiscal”. Esto es, el conocido principio “es la economía, estúpido” ha perdido peso en esta elección. También las relaciones internacionales. Obama, a su vez, lleva ventaja en el tema de la salud. Por otra parte, han adquirido importancia creciente temas relacionados con valores familiares e individuales –homosexualidad, aborto, marihuana– en los que los demócratas aventajan a los republicanos, sobre todo entre los jóvenes.
Las encuestas de Reuters-Ipsos revisten interés porque siguen no sólo la tendencia en las intenciones de voto sino también otros atributos que ayudan a explicar los motivos del voto. Entre esos atributos, las características personales de los candidatos están resultando muy relevantes, sobre todo para definir votos en el margen, en vista de que los efectos de distintos temas de campaña tienden a cancelarse unos a otros: Romney más fuerte en la economía, Obama en casi todos los demás temas –política exterior, protección social y de salud, y valores familiares–.
En cierta medida es posible decir que esta elección ha sido una confrontación no sólo entre el presidente en funciones y un candidato opositor, sino entre el peso de la situación económica y lo que algunos analistas llaman “batalla
cultural”, que está siendo ganada por los demócratas en beneficio de la candidatura de Obama.
*Sociólogo. Profesor en la UTDT.
** Sociólogo. Director de Ipsos-Public Affairs en la Argentina.
Por Manuel Mora y Araujo* / Luis Costa**
02/11/12 – 11:04
La sociedad es una eterna combinación de estados y sucesos. Se mueve con dos tensiones constantes que luchan por mantener su forma actual o por modificarla. Los estados son cosas que podríamos llamar actuales y cotidianas, más bien fijas y ajustadas a las expectativas de todos nosotros. Los sucesos, por el contrario, son episodios sorpresivos, información diferente que representa un desafío para la sociedad ya que se muestra como novedad. Solemos acordarnos más de los sucesos que de los estados de las cosas, básicamente por la diferencia que supieron producir.
Cuando reflexionamos sobre un proceso electoral, vale la pena establecer estas consideraciones teóricas sobre el modo en que funciona y las tensiones que se representan en la sociedad a la que se le comunica todo el tiempo o que está perfecto mantener el estado de las cosas, o que es mejor generar sucesos nuevos que las cambien.
La comunicación electoral tiene por objetivo, si se está del lado de quien encabeza las tendencias en las encuestas, dejar todo en ese “estado”. Quien va en segundo lugar batalla por encontrar sucesos que le permitan establecer diferencias que llamen la atención.
Pero la sociedad es más bien un gran estado de cosas. Eso es lo que nos permite decir que “los argentinos no somos respetuosos de la ley” o que en “Estados Unidos la gente no es corrupta” o cualquier otra cosa que se imagine. Construimos imágenes de los demás que luego es difícil desarmar, y nuestra vida está rodeada de estados que van desde saludarse hasta entregar dinero por un producto. Todo cumple con algún reglamento.
Mientras en Argentina todo parece desarmado, el electorado norteamericano tiene un estado de identificación partidaria bastante sólido. Los ciudadanos se reconocen, en un amplio porcentaje, como demócratas o como republicanos. Según datos de Ipsos, el 45% serían demócratas y el 40% republicanos. Casi la totalidad de estos últimos vota al candidato del partido con el que se identifica, lo que deja que el resultado final de la elección sea una batalla a muerte por el 15% restante de indecisos. Argentina es un océano de indecisos.
El proceso de intención de voto de los últimos meses en Estados Unidos ha sido algo más parecido a un estado que a un suceso, aunque las semanas últimas establecieron una situación de cercanía sorprendente. Obama mantuvo entre el 5% y 7% de ventaja sobre Romney, hasta que algunos sucesos comenzaron a ocurrir.
Las campañas. El primer paso en falso de Obama ocurrió sin su intervención. La convención republicana, más que nada el desempeño de Paul Ryan, candidato a vicepresidente, permitió darle más oxígeno a una carrera que parecía abandonada. El segundo traspié de Obama contó esta vez con su participación y ocurrió en el primer debate presidencial. Para los televidentes, fue clara victoria para Romney.
Desde allí en más, aun con los otros debates ganados por Obama, incluso el de su candidato a vicepresidente, no pudo volver a establecer un “estado” de victoria fijo sobre su oponente.
De fondo, en realidad, hay otro factor determinante: la economía. En los últimos meses la valoración positiva de la economía en los Estados Unidos no ha logrado acompañar al presidente, y esto es mortal para cualquier elección. Sólo el 26% valora hoy como positiva la economía en ese país. Sin señales de repunte, Romney se hace más atractivo. Este es el escenario actual, pero todo comenzó hace algún tiempo.
La primera etapa del proceso, hasta las primarias, sirvió a los candidatos para posicionarse y establecer sus estrategias. Las campañas se orientaron en esa etapa tanto al posicionamiento de los candidatos como a las primarias –sobre todo en el partido republicano, donde había mucha competencia–, y también hacia los esfuerzos de recolección de fondos. En el inicio, la elección parecía favorable para un candidato republicano, estando la economía en serios problemas –déficit fiscal, desempleo, deterioro de los ingresos de los trabajadores– y la tasa de aprobación del presidente en baja –cayendo del 69% que alcanzaba en febrero de 2009 al 45%-48% los últimos meses–. La elección representaba un enorme desafío para el presidente Obama y una buena oportunidad para los conservadores, pero éstos aparecían divididos y sin un liderazgo fuerte.
Las primarias despejaron incertidumbres sobre las candidaturas –en especial del lado republicano, donde Romney fue dejando en el camino a sus contendientes– y los vicepresidentes. En ese momento, quedó en evidencia que la elección sería pareja, que las estrategias de cada lado requerían ajustes en sintonía fina para incidir marginalmente en diversos segmentos de votantes, y que el mayor contraste entre ambas campañas residía en que Romney disponía de más fondos y Obama de más “fuerza de trabajo”. Y que, por lo tanto, la artillería de Romney se dirigiría mayormente a la televisión y la de Obama a las redes interactivas. La campaña de Obama, que ya se había consagrado en la elección anterior como un caso de libro de texto por su enfoque de la comunicación a través de los medios interactivos, retomó dicho enfoque. Además, las convenciones de cada partido en las que se consagraron las candidaturas les dieron a ambos la oportunidad de desplegar todo su arsenal de mensajes y respaldos de referentes diversos, otorgándoles una impresionante proyección mediática.
La tercera etapa fue la de los debates, ciento por ciento mediáticos, ciento por ciento de exposición personal de los candidatos ante el público –una audiencia que, como se ha visto otras veces, en Estados Unidos es muy sensible a esos impactos–. Como es sabido, el primer debate le sirvió a Romney para emparejar los tantos, y los otros dos le permitieron a Obama recuperarse de una fase descendente que duró algunos días. Así, quedaron empatados.
La última etapa. Y entonces, la cuarta etapa. Dado el sistema electoral norteamericano, en el que el Colegio Electoral elige al presidente y los electores se eligen en cada estado por mayoría absoluta, ante la paridad de fuerzas en los votos generales la atención debió ser desplazada a los estados críticos. Obama llevaba ventaja en el Colegio en los estados que ya parecían volcados de modo irreversible a uno u otro de los candidatos, pero en los swing states aún debe definirse aproximadamente un cuarto del Colegio. En particular, Colorado, Ohio, Virginia y Florida terminarán sancionando al ganador. Y allí las campañas cobraron otro rostro: se intensificó el enfoque de la “vieja política”, efectivo cuando cada voto individual puede ser marginalmente decisivo; el trabajo persona a persona y puerta a puerta, que requiere batallones de voluntarios, volvió a la orden del día. Allí no sólo es importante captar votos indecisos: es también decisivo persuadir a votantes renuentes a votar a que lo hagan.
Eso puso de manifiesto que las campañas en Estados Unidos han hecho uso de todos los recursos conocidos para llegar al núcleo de la motivación de voto de cada ciudadano: comunicación mediática tradicional, publicidad, presencia activa de los candidatos en las campañas y en la televisión, redes interactivas y comunicación sobre el terreno. Y, desde luego, utilización exhaustiva de encuestas, también haciendo amplio uso de las tecnologías disponibles: teléfono, tanto convencional como celular, IVR y, en mayor medida que nunca antes, encuestas online.
Hasta que llegó el Sandy y desbarajustó muchas cosas. La situación demandaba, por un lado, responsabilidad pública por parte de los candidatos y sus campañas, y por otro, manejar los riesgos y la oportunidad con mucha precisión. Es posible que las encuestas hayan sido decisivas para que cada candidato midiese cada paso con mucha seguridad. Aparentemente Obama ha manejado el desafío con éxito y el huracán no le ha costado votos. Buena parte del dinero de las campañas en esta última semana se volcó a la ayuda humanitaria, y lo cierto es que el amperímetro electoral no parece haberse movido.
Los factores del voto. En este empate técnico, y en lo que ocurrirá en los estados críticos, la demografía aporta lo suyo respecto de las tendencias. Los grupos sociodemográficos en los que los demócratas se imponen en la percepción de los ciudadanos son los pobres, los negros, los hispanos, los gays y las mujeres, y en menor medida los jóvenes. Los republicanos sólo en lo que respecta a la gente de los negocios y las empresas.
El proceso es seguido por Ipsos de Estados Unidos a través de mediciones diarias, que son difundidas por la agencia Reuters. Otras encuestas de características similares son publicadas continuamente; el sitio RealClearPolitics informa a diario una diversidad de mediciones. Además de la tendencia del voto, Ipsos midió la imagen de los candidatos en una serie de atributos personales. El posicionamiento de cada candidato en dichos atributos explica lo que sucede. Obama lleva ventaja marcada sobre Romney en “es elocuente”, “más presidenciable”, “comprende a la gente como yo”, “es simpático”, “me gustaría conocerlo en persona”. Romney sólo en “es un hombre de fe”. En otros atributos, las diferencias son menores.
Los temas de la economía son sin duda importantes para definir el voto. Respecto de ellos se esperaba que Romney hiciese una gran diferencia para definir el resultado de la elección. Pero Obama logró equilibrar las cosas en ese terreno. Romney sólo mantuvo ventaja apreciable en “controlar el déficit fiscal”. Esto es, el conocido principio “es la economía, estúpido” ha perdido peso en esta elección. También las relaciones internacionales. Obama, a su vez, lleva ventaja en el tema de la salud. Por otra parte, han adquirido importancia creciente temas relacionados con valores familiares e individuales –homosexualidad, aborto, marihuana– en los que los demócratas aventajan a los republicanos, sobre todo entre los jóvenes.
Las encuestas de Reuters-Ipsos revisten interés porque siguen no sólo la tendencia en las intenciones de voto sino también otros atributos que ayudan a explicar los motivos del voto. Entre esos atributos, las características personales de los candidatos están resultando muy relevantes, sobre todo para definir votos en el margen, en vista de que los efectos de distintos temas de campaña tienden a cancelarse unos a otros: Romney más fuerte en la economía, Obama en casi todos los demás temas –política exterior, protección social y de salud, y valores familiares–.
En cierta medida es posible decir que esta elección ha sido una confrontación no sólo entre el presidente en funciones y un candidato opositor, sino entre el peso de la situación económica y lo que algunos analistas llaman “batalla
cultural”, que está siendo ganada por los demócratas en beneficio de la candidatura de Obama.
*Sociólogo. Profesor en la UTDT.
** Sociólogo. Director de Ipsos-Public Affairs en la Argentina.