Recientemente, la empresa Ipsos divulgó un relevamiento de imágenes internacional, donde Evo Morales y Cristina Kirchner encabezaban las preferencias con más de 50% de aprobación, por sobre los niveles de Obama, Stephen Harper, Rousseff, Santos, Humala, etc. http://www.notimerica.com/sociedad/noticia-evo-morales-cristina-kirchner-presidentes-mejor-imagen-america-2014-20150102201401.html
Rara avis en la historia nacional, Cristina es la presidenta de mayor imagen positiva en el año final considerando su doble período de gobierno. Dato preocupante para la oposición y promisorio para el oficialismo, la pregunta que corresponde es si tras el affaire Nisman, las preferencias se mantienen.
Pues bien, a nuestro juicio, no tiene el caso Nisman ningún efecto significativo sobre la opinión pública, más que el de afirmar la aversión previa de aquellos que ya definieron su oposición al Gobierno y abigarrar la defensa de quienes sostienen al oficialismo, manteniéndose los altos niveles de popularidad de Cristina Kirchner.
Contrariamente, hay que decirlo, sí se observan, tras el sangriento episodio y el tratamiento que de él hicieron los medios opositores, efectos notorios sobre la dirigencia política en general.
Tal vez el efecto más notable del affaire Nisman –que, per se, en nada significativo influye en el sistema de preferencias de la opinión pública general– es el impacto negativo que promueve el ruido de medios opositores sobre los sectores más dinámicos de la dirigencia política que retrocede en su protagonismo tanto por fuera como por dentro del FpV y, contrario sensu, el impulso que asigna a los dirigentes más conservadores de la oposición y el oficialismo.
En este sentido, al menos en el lapso inmediatamente posterior al episodio del fiscal muerto, los sectores más fervientemente opositores del arco político han ganado visibilidad de medios, y al interior del oficialismo, como corresponde a esta dinámica retrógrada, es el sciolismo –cuyo plexo dirigencial lo constituye el viejo peronismo no kirchnerista– el que al calor del affaire Nisman observa un avance circunstancial en la disputa interna.
Retomando el análisis en materia de opinión pública general, no existe modificación en el sistema de preferencias electorales por la muerte de Nisman, y no llama la atención este suceso. Es tradicional la escisión entre episodios trágicos y efectos electorales. Revisemos el pasado reciente, muy rápidamente y con sucesos diversos todos incomparablemente más graves que el episodio Nisman. No juzguemos, observemos lo ocurrido.
Ni el atentado a la Embajada de Israel, ni a la AMIA, ni la voladura de Río Tercero hicieron retroceder electoralmente al menemismo. Más aún, recordemos que sólo ocho meses después del tremendo atentado a la AMIA –similar período resta para llegar a las elecciones de octubre– se realizan las elecciones nacionales donde Menem obtiene el 49,7% de los votos, dos puntos porcentuales más que en 1989.
Puede haber habido, producto de los atentados, efectos de deterioro electoral en el margen; es probable, aunque de difícil comprobación objetiva –los datos duros electorales no indican eso–, pero el plexo electoral del menemato se quiebra sólo con la crisis socioeconómica que se instala tras el llamado efecto Tequila a mediados de los años 90.
Crisis de contagio por canales financieros que finalmente se trasladaría a la economía real, el régimen ya no se recuperará de las consecuencias sociales del Tequila y la aceleración enorme de la destrucción de empleo, que supuso 1,2 millón de puestos perdidos en un año (1994-95).
El desempleo iniciado con la crisis del Tequila sólo descenderá de 16,4% a 12,7% en el año 1999 y sobre la base de los viejos planes Trabajar, la caída de ingresos que se observó a partir del año 1995 se mantendrá y la baja vertical del consumo marcaría la etapa final del menemato y acompañaría todo el ciclo de falsa heterodoxia de la Alianza progresista Fepaso-UCR.
Retomando el análisis sobre las consecuencias en materia de opinión pública del fiscal encontrado muerto y tal como se patentizó el lunes en las fallidas convocatorias “espontáneas” a cacerolerar –y van…–, se observa que, más allá del ruido de medios opositores y su “cadena fiscal”, no habrá el más mínimo impacto electoral por el episodio Nisman; esto es, no habrá impacto estadísticamente significativo, claro.
Sucede que las preferencias electorales mayoritariamente están echadas, y la carta decisiva para imaginar el escenario consolidado de octubre será nuevamente el involucramiento de la Presidenta apalancada en sus altos niveles de popularidad.
Complementariamente, la estrategia de polarización electoral y el candidato que sea capaz de encarnarla en un contexto de percepción de mejoras socioeconómicas en especial sobre el 50% más pobre de la población, el electorado oficialista predominante, resultarán –o no– la plataforma para que el FpV acceda –o no– a superar el 40% de los votos y obtenga una distancia mayor a diez puntos respecto de la segunda minoría triunfando en primera vuelta, su escenario electoral más propicio.
Así las cosas, las chances electorales del FpV siguen intactas y las chances de triunfo en primera vuelta están a sólo 7 puntos del piso electoral oficialista que desde esta misma columna ya observamos representa el 33% de los votos. Son muchos votos de arranque, ¿no les parece, estimados lectores de PERFIL?
*Director de Consultora Equis.
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Rara avis en la historia nacional, Cristina es la presidenta de mayor imagen positiva en el año final considerando su doble período de gobierno. Dato preocupante para la oposición y promisorio para el oficialismo, la pregunta que corresponde es si tras el affaire Nisman, las preferencias se mantienen.
Pues bien, a nuestro juicio, no tiene el caso Nisman ningún efecto significativo sobre la opinión pública, más que el de afirmar la aversión previa de aquellos que ya definieron su oposición al Gobierno y abigarrar la defensa de quienes sostienen al oficialismo, manteniéndose los altos niveles de popularidad de Cristina Kirchner.
Contrariamente, hay que decirlo, sí se observan, tras el sangriento episodio y el tratamiento que de él hicieron los medios opositores, efectos notorios sobre la dirigencia política en general.
Tal vez el efecto más notable del affaire Nisman –que, per se, en nada significativo influye en el sistema de preferencias de la opinión pública general– es el impacto negativo que promueve el ruido de medios opositores sobre los sectores más dinámicos de la dirigencia política que retrocede en su protagonismo tanto por fuera como por dentro del FpV y, contrario sensu, el impulso que asigna a los dirigentes más conservadores de la oposición y el oficialismo.
En este sentido, al menos en el lapso inmediatamente posterior al episodio del fiscal muerto, los sectores más fervientemente opositores del arco político han ganado visibilidad de medios, y al interior del oficialismo, como corresponde a esta dinámica retrógrada, es el sciolismo –cuyo plexo dirigencial lo constituye el viejo peronismo no kirchnerista– el que al calor del affaire Nisman observa un avance circunstancial en la disputa interna.
Retomando el análisis en materia de opinión pública general, no existe modificación en el sistema de preferencias electorales por la muerte de Nisman, y no llama la atención este suceso. Es tradicional la escisión entre episodios trágicos y efectos electorales. Revisemos el pasado reciente, muy rápidamente y con sucesos diversos todos incomparablemente más graves que el episodio Nisman. No juzguemos, observemos lo ocurrido.
Ni el atentado a la Embajada de Israel, ni a la AMIA, ni la voladura de Río Tercero hicieron retroceder electoralmente al menemismo. Más aún, recordemos que sólo ocho meses después del tremendo atentado a la AMIA –similar período resta para llegar a las elecciones de octubre– se realizan las elecciones nacionales donde Menem obtiene el 49,7% de los votos, dos puntos porcentuales más que en 1989.
Puede haber habido, producto de los atentados, efectos de deterioro electoral en el margen; es probable, aunque de difícil comprobación objetiva –los datos duros electorales no indican eso–, pero el plexo electoral del menemato se quiebra sólo con la crisis socioeconómica que se instala tras el llamado efecto Tequila a mediados de los años 90.
Crisis de contagio por canales financieros que finalmente se trasladaría a la economía real, el régimen ya no se recuperará de las consecuencias sociales del Tequila y la aceleración enorme de la destrucción de empleo, que supuso 1,2 millón de puestos perdidos en un año (1994-95).
El desempleo iniciado con la crisis del Tequila sólo descenderá de 16,4% a 12,7% en el año 1999 y sobre la base de los viejos planes Trabajar, la caída de ingresos que se observó a partir del año 1995 se mantendrá y la baja vertical del consumo marcaría la etapa final del menemato y acompañaría todo el ciclo de falsa heterodoxia de la Alianza progresista Fepaso-UCR.
Retomando el análisis sobre las consecuencias en materia de opinión pública del fiscal encontrado muerto y tal como se patentizó el lunes en las fallidas convocatorias “espontáneas” a cacerolerar –y van…–, se observa que, más allá del ruido de medios opositores y su “cadena fiscal”, no habrá el más mínimo impacto electoral por el episodio Nisman; esto es, no habrá impacto estadísticamente significativo, claro.
Sucede que las preferencias electorales mayoritariamente están echadas, y la carta decisiva para imaginar el escenario consolidado de octubre será nuevamente el involucramiento de la Presidenta apalancada en sus altos niveles de popularidad.
Complementariamente, la estrategia de polarización electoral y el candidato que sea capaz de encarnarla en un contexto de percepción de mejoras socioeconómicas en especial sobre el 50% más pobre de la población, el electorado oficialista predominante, resultarán –o no– la plataforma para que el FpV acceda –o no– a superar el 40% de los votos y obtenga una distancia mayor a diez puntos respecto de la segunda minoría triunfando en primera vuelta, su escenario electoral más propicio.
Así las cosas, las chances electorales del FpV siguen intactas y las chances de triunfo en primera vuelta están a sólo 7 puntos del piso electoral oficialista que desde esta misma columna ya observamos representa el 33% de los votos. Son muchos votos de arranque, ¿no les parece, estimados lectores de PERFIL?
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