El convenio entre nuestro país y China aprobado por el Senado de la Nación hace peligrar las chances de desarrollo para la Argentina y es ampliamente desfavorable para los intereses del desarrollo nacional.
Se está aprobando un acuerdo de carácter estructural en un contexto de urgencia planteado por la restricción externa y la necesidad de financiamiento que aqueja al país. Esta situación coyuntural, ¿habilita a hipotecar el largo plazo, dejando en manos de capitales extranjeros los destinos de la inversión en infraestructura, minería, energía, transporte y otros sectores clave para el desarrollo productivo a partir de la adjudicación directa por el solo hecho de aportar financiamiento? Nuestra historia común responde con claridad: «No».
Desde el pacto Roca-Runciman hasta las privatizaciones de la década de los noventa -sin agenda de desarrollo subyacente-, la historia argentina muestra ejemplos claros de cómo hemos sido presa de la falta de previsión y perspectiva en materia de desarrollo.
En esos casos, la Argentina resolvió cuellos de botella económicos haciendo un uso pérfido del patrimonio nacional. En la actualidad, esa situación se presenta nuevamente y todo parece indicar que estamos chocando otra vez con la misma piedra.
¿Por qué asistimos a un nuevo yerro histórico? Por no hacer un análisis integral y sistémico de lo que significa el acuerdo con China. El país asiático necesita alimentos y energía, y por ello dirige su mirada hacia la región a caballo de grandes inversiones. Pero eso no nos tiene que distraer de lo que debería ser nuestro rol en la relación comercial: utilizar las riquezas naturales para exportar productos con más valor agregado. El riesgo de no hacerlo es descender por el tobogán de la primarización económica, conformándonos con ser una factoría próspera como aspiración de máxima.
Un análisis del decenio 2003-2013 muestra la tendencia de las relaciones bilaterales que plantea China: el 85 por ciento de las exportaciones argentinas se concentran en porotos de soja -incluidos sus derivados- y petróleo crudo, mientras que el 85 por ciento de las exportaciones de China hacia la Argentina son productos manufacturados. Si se coloca la lupa sobre el déficit acumulado entre 2008-2013, la cifra de 19.000 millones de dólares muestra a las claras cuál es el problema, que puede agravarse con la rubricación de este acuerdo.
Uno de los desafíos para nuestro país es colocar productos primarios con mayor valor agregado, transformando proteína vegetal en alimentos, con marca y desarrollo local. Mientras no lo hacemos, se aceleran los riegos de no aprovechar nuestras bases industriales para satisfacer la demanda de los grandes proyectos que se avecinan.
Otra vez los trenes son botón de muestra de lo que está ocurriendo en la relación con China. A pesar de los distintos planes anunciados, y después de muchos años, hemos resignado la fabricación de trenes en nuestro país -como supimos hacerlo en el pasado-. Pero también resignamos la producción de durmientes tramitando la importación de dos millones y medio de ese insumo para el Belgrano Cargas, por entre 200 y 300 millones de dólares.
En la Argentina, existen seis empresas de producción local de durmientes que tienen precios competitivos y que ya venden al transporte nacional. Traer desde China esos insumos implica sepultar el desarrollo de pymes competitivas, el reemplazo de trabajadores argentinos por trabajadores chinos y hacer imposible la construcción de un entramado de proveedores locales que dinamice las economías regionales.
No se trata de impedir que ingresen inversiones, sino de determinar de qué manera ellas contribuyen al desarrollo nacional y para qué ingresan. Con China, como con otras grandes potencias, los acuerdos deben analizarse juntamente con Brasil y el Mercosur para poder plantear una agenda que potencie la producción y el empleo regionales. De lo contrario, los dólares que provengan de financiación china serán exclusivamente para adquirir bienes y servicios chinos.
La Argentina ha impulsado correctamente durante la última década el desarrollo de la ciencia y la tecnología como pivotes de un modelo de país que haga hincapié en la inversión, el empleo de calidad y la agregación de valor. El acuerdo con China implica desandar ese camino y retroceder en la búsqueda del horizonte de cómo queremos insertarnos en el concierto de naciones. Los argentinos debemos discutir seriamente y con profundidad este tipo de cuestiones. El riesgo de no hacerlo es hipotecar nuestro futuro.
El autor es secretario de la Unión Industrial Argentina (UIA) y diputado nacional.
Se está aprobando un acuerdo de carácter estructural en un contexto de urgencia planteado por la restricción externa y la necesidad de financiamiento que aqueja al país. Esta situación coyuntural, ¿habilita a hipotecar el largo plazo, dejando en manos de capitales extranjeros los destinos de la inversión en infraestructura, minería, energía, transporte y otros sectores clave para el desarrollo productivo a partir de la adjudicación directa por el solo hecho de aportar financiamiento? Nuestra historia común responde con claridad: «No».
Desde el pacto Roca-Runciman hasta las privatizaciones de la década de los noventa -sin agenda de desarrollo subyacente-, la historia argentina muestra ejemplos claros de cómo hemos sido presa de la falta de previsión y perspectiva en materia de desarrollo.
En esos casos, la Argentina resolvió cuellos de botella económicos haciendo un uso pérfido del patrimonio nacional. En la actualidad, esa situación se presenta nuevamente y todo parece indicar que estamos chocando otra vez con la misma piedra.
¿Por qué asistimos a un nuevo yerro histórico? Por no hacer un análisis integral y sistémico de lo que significa el acuerdo con China. El país asiático necesita alimentos y energía, y por ello dirige su mirada hacia la región a caballo de grandes inversiones. Pero eso no nos tiene que distraer de lo que debería ser nuestro rol en la relación comercial: utilizar las riquezas naturales para exportar productos con más valor agregado. El riesgo de no hacerlo es descender por el tobogán de la primarización económica, conformándonos con ser una factoría próspera como aspiración de máxima.
Un análisis del decenio 2003-2013 muestra la tendencia de las relaciones bilaterales que plantea China: el 85 por ciento de las exportaciones argentinas se concentran en porotos de soja -incluidos sus derivados- y petróleo crudo, mientras que el 85 por ciento de las exportaciones de China hacia la Argentina son productos manufacturados. Si se coloca la lupa sobre el déficit acumulado entre 2008-2013, la cifra de 19.000 millones de dólares muestra a las claras cuál es el problema, que puede agravarse con la rubricación de este acuerdo.
Uno de los desafíos para nuestro país es colocar productos primarios con mayor valor agregado, transformando proteína vegetal en alimentos, con marca y desarrollo local. Mientras no lo hacemos, se aceleran los riegos de no aprovechar nuestras bases industriales para satisfacer la demanda de los grandes proyectos que se avecinan.
Otra vez los trenes son botón de muestra de lo que está ocurriendo en la relación con China. A pesar de los distintos planes anunciados, y después de muchos años, hemos resignado la fabricación de trenes en nuestro país -como supimos hacerlo en el pasado-. Pero también resignamos la producción de durmientes tramitando la importación de dos millones y medio de ese insumo para el Belgrano Cargas, por entre 200 y 300 millones de dólares.
En la Argentina, existen seis empresas de producción local de durmientes que tienen precios competitivos y que ya venden al transporte nacional. Traer desde China esos insumos implica sepultar el desarrollo de pymes competitivas, el reemplazo de trabajadores argentinos por trabajadores chinos y hacer imposible la construcción de un entramado de proveedores locales que dinamice las economías regionales.
No se trata de impedir que ingresen inversiones, sino de determinar de qué manera ellas contribuyen al desarrollo nacional y para qué ingresan. Con China, como con otras grandes potencias, los acuerdos deben analizarse juntamente con Brasil y el Mercosur para poder plantear una agenda que potencie la producción y el empleo regionales. De lo contrario, los dólares que provengan de financiación china serán exclusivamente para adquirir bienes y servicios chinos.
La Argentina ha impulsado correctamente durante la última década el desarrollo de la ciencia y la tecnología como pivotes de un modelo de país que haga hincapié en la inversión, el empleo de calidad y la agregación de valor. El acuerdo con China implica desandar ese camino y retroceder en la búsqueda del horizonte de cómo queremos insertarnos en el concierto de naciones. Los argentinos debemos discutir seriamente y con profundidad este tipo de cuestiones. El riesgo de no hacerlo es hipotecar nuestro futuro.
El autor es secretario de la Unión Industrial Argentina (UIA) y diputado nacional.