Una niña pasea con una bandera argentina por una calle en la que una mujer duerme.
La recesión, la inflación desbordada y el aumento de la pobreza han marcado los primeros doce meses del Gobierno de centro derecha
En la misma Plaza de Mayo donde una noche antes miles de personas habían despedido con toda la parafernalia peronista a Cristina Fernández de Kirchner, el ex empresario Mauricio Macri lucía sonriente con su banda presidencial en el balcón de la Casa Rosada la mañana del 10 de diciembre de 2015.
Tan exultante estaba por haber derrotado al kirchnerismo que se animó a bailar una popular cumbia para regocijo de sus seguidores. Al frente de la coalición Cambiemos, el líder conservador prometía enterrar el populismo de la última década, sanear la economía y erradicar la pobreza. Pero transcurrido un año de aquel histórico cambio de ciclo político, Argentina está para pocos bailes: la recesión económica, la inflación desbordada y el aumento de la pobreza han marcado los primeros doce meses del Gobierno de centro derecha. Y, para sorpresa de propios y extraños, el populismo no parece haber desaparecido. En todo caso, se ha reinventado en una suerte de «populismo cool», como lo ha bautizado la ensayista Beatriz Sarlo.
Pero si los vaivenes en la política económica han perjudicado la imagen de Macri, ha sido paradójicamente el legado kirchnerista (con su reguero de casos de corrupción) el mejor balón de oxígeno para la Casa Rosada. Ese «regalo» de su predecesora y algunos de sus funcionarios (convertidos en habituales de los juzgados) ha eclipsado en ocasiones las malas noticias que la economía ha ido deparando a lo largo del año.
A la inestimable ayuda de Cristina Kirchner, Macri ha sabido sumar algunos logros propios. Ha restaurado las desacreditadas estadísticas oficiales, ha impulsado en ocasiones un eficiente diálogo parlamentario y ha desarrollado una extraordinaria capacidad para evitar los conflictos con los sindicatos y para pactar, billetera en mano, con las principales organizaciones piqueteras del país con el fin de que Argentina no ardiera en diciembre, el mes de los quilombos sociales desde aquel fatídico 2001.
Y así, con algo de cal y algo de arena, el ex presidente de Boca Juniors ha visto cómo su imagen se ha desgastado pero no se ha desplomado. Casi todas las encuestas reflejan ese deterioro en la popularidad de Macri, que hace un año superaba el 60%, pero también muestran que una mayoría de argentinos tiene expectativas de que las cosas mejorarán en 2017. No será muy difícil que eso ocurra porque este año los indicadores no han dado tregua: el PIB se ha retraído un 2,5%, la inflación ronda el 40%, el desempleo ha superado el 9%, la actividad industrial está bajo mínimos, las inversiones brillan por su ausencia y el consumo no repunta por la pérdida de poder adquisitivo de las clases medias y bajas.
Un millón y medio de pobres nuevos
Macri (que ha autoevaluado su gestión con un indulgente 8 sobre 10) incumplió además dos de sus principales promesas electorales. Sus ajustes económicos (la devaluación del peso o el «tarifazo» en los servicios de gas y luz) generaron un millón y medio de pobres nuevos (hasta el 32% de la población) y llevaron al mandatario a reconocer que su famoso eslogan electoral de «pobreza cero» quedaba muy lejos en el horizonte. Y tampoco eliminó el impuesto de Ganancias (IRPF) para los asalariados, una promesa rota que la oposición ha sabido rentabilizar esta semana al sacar adelante en el Congreso de los Diputados su propio proyecto fiscal, que ahora deberá pasar la prueba del Senado.
El extraño y victorioso artefacto político del PRO (Propuesta Republicana), fundado por Macri a principios de la década pasada, se jacta de haber dejado atrás las ideologías y de gobernar «para solucionar los problemas de la gente» apoyado en un excelso manejo de las redes sociales. En coalición con un partido tradicional como la Unión Cívica Radical, Macri logró doblegar al peronismo, toda una hazaña electoral en Argentina. Pero esa indefinición ideológica que tan buenos réditos electorales le reportó, ha sido también un boomerang en contra del Gobierno, que ha recibido críticas desde todos los frentes. La oposición kirchnerista le acusa de gobernar para los ricos, y los sectores más conservadores se quejan de una «peronización» de Cambiemos a la hora de pactar con diferentes grupos sociales y de descuidar las cuentas públicas.
Ajeno a las críticas, Macri ha sobrevivido a un año lleno de turbulencias pilotando una nave que por momentos no parecía contar con una hoja de ruta definida (pese a que calificó a sus ministros como el mejor equipo del último medio siglo). El mandatario superó la polémica por su aparición en los ‘Papeles de Panamá’ gracias a la inagotable factoría de «escándalos K». Imposible competir mediáticamente con unos bolsos voladores repletos de dólares que un ex alto cargo kirchnerista trató de esconder en un convento de clausura. Pese a la debacle económica, el líder conservador ha fortalecido su liderazgo lanzando un guiño a su reelección, un serio desafío a esa tradición política argentina que no contempla una Administración de largo plazo que no sea peronista.
«No me arrepiento de este amor / aunque me cueste el corazón», coreaban hace un año miles de seguidores de Macri en la Plaza de Mayo mientras su líder ensayaba unos pasitos de baile. Esa luna de miel tendrá una prueba de fuego en 2017, cuando se celebren las elecciones legislativas que medirán el estado de salud del peronismo y definirán el futuro político de Macri y su experiencia de «populismo cool».
La recesión, la inflación desbordada y el aumento de la pobreza han marcado los primeros doce meses del Gobierno de centro derecha
En la misma Plaza de Mayo donde una noche antes miles de personas habían despedido con toda la parafernalia peronista a Cristina Fernández de Kirchner, el ex empresario Mauricio Macri lucía sonriente con su banda presidencial en el balcón de la Casa Rosada la mañana del 10 de diciembre de 2015.
Tan exultante estaba por haber derrotado al kirchnerismo que se animó a bailar una popular cumbia para regocijo de sus seguidores. Al frente de la coalición Cambiemos, el líder conservador prometía enterrar el populismo de la última década, sanear la economía y erradicar la pobreza. Pero transcurrido un año de aquel histórico cambio de ciclo político, Argentina está para pocos bailes: la recesión económica, la inflación desbordada y el aumento de la pobreza han marcado los primeros doce meses del Gobierno de centro derecha. Y, para sorpresa de propios y extraños, el populismo no parece haber desaparecido. En todo caso, se ha reinventado en una suerte de «populismo cool», como lo ha bautizado la ensayista Beatriz Sarlo.
Pero si los vaivenes en la política económica han perjudicado la imagen de Macri, ha sido paradójicamente el legado kirchnerista (con su reguero de casos de corrupción) el mejor balón de oxígeno para la Casa Rosada. Ese «regalo» de su predecesora y algunos de sus funcionarios (convertidos en habituales de los juzgados) ha eclipsado en ocasiones las malas noticias que la economía ha ido deparando a lo largo del año.
A la inestimable ayuda de Cristina Kirchner, Macri ha sabido sumar algunos logros propios. Ha restaurado las desacreditadas estadísticas oficiales, ha impulsado en ocasiones un eficiente diálogo parlamentario y ha desarrollado una extraordinaria capacidad para evitar los conflictos con los sindicatos y para pactar, billetera en mano, con las principales organizaciones piqueteras del país con el fin de que Argentina no ardiera en diciembre, el mes de los quilombos sociales desde aquel fatídico 2001.
Y así, con algo de cal y algo de arena, el ex presidente de Boca Juniors ha visto cómo su imagen se ha desgastado pero no se ha desplomado. Casi todas las encuestas reflejan ese deterioro en la popularidad de Macri, que hace un año superaba el 60%, pero también muestran que una mayoría de argentinos tiene expectativas de que las cosas mejorarán en 2017. No será muy difícil que eso ocurra porque este año los indicadores no han dado tregua: el PIB se ha retraído un 2,5%, la inflación ronda el 40%, el desempleo ha superado el 9%, la actividad industrial está bajo mínimos, las inversiones brillan por su ausencia y el consumo no repunta por la pérdida de poder adquisitivo de las clases medias y bajas.
Un millón y medio de pobres nuevos
Macri (que ha autoevaluado su gestión con un indulgente 8 sobre 10) incumplió además dos de sus principales promesas electorales. Sus ajustes económicos (la devaluación del peso o el «tarifazo» en los servicios de gas y luz) generaron un millón y medio de pobres nuevos (hasta el 32% de la población) y llevaron al mandatario a reconocer que su famoso eslogan electoral de «pobreza cero» quedaba muy lejos en el horizonte. Y tampoco eliminó el impuesto de Ganancias (IRPF) para los asalariados, una promesa rota que la oposición ha sabido rentabilizar esta semana al sacar adelante en el Congreso de los Diputados su propio proyecto fiscal, que ahora deberá pasar la prueba del Senado.
El extraño y victorioso artefacto político del PRO (Propuesta Republicana), fundado por Macri a principios de la década pasada, se jacta de haber dejado atrás las ideologías y de gobernar «para solucionar los problemas de la gente» apoyado en un excelso manejo de las redes sociales. En coalición con un partido tradicional como la Unión Cívica Radical, Macri logró doblegar al peronismo, toda una hazaña electoral en Argentina. Pero esa indefinición ideológica que tan buenos réditos electorales le reportó, ha sido también un boomerang en contra del Gobierno, que ha recibido críticas desde todos los frentes. La oposición kirchnerista le acusa de gobernar para los ricos, y los sectores más conservadores se quejan de una «peronización» de Cambiemos a la hora de pactar con diferentes grupos sociales y de descuidar las cuentas públicas.
Ajeno a las críticas, Macri ha sobrevivido a un año lleno de turbulencias pilotando una nave que por momentos no parecía contar con una hoja de ruta definida (pese a que calificó a sus ministros como el mejor equipo del último medio siglo). El mandatario superó la polémica por su aparición en los ‘Papeles de Panamá’ gracias a la inagotable factoría de «escándalos K». Imposible competir mediáticamente con unos bolsos voladores repletos de dólares que un ex alto cargo kirchnerista trató de esconder en un convento de clausura. Pese a la debacle económica, el líder conservador ha fortalecido su liderazgo lanzando un guiño a su reelección, un serio desafío a esa tradición política argentina que no contempla una Administración de largo plazo que no sea peronista.
«No me arrepiento de este amor / aunque me cueste el corazón», coreaban hace un año miles de seguidores de Macri en la Plaza de Mayo mientras su líder ensayaba unos pasitos de baile. Esa luna de miel tendrá una prueba de fuego en 2017, cuando se celebren las elecciones legislativas que medirán el estado de salud del peronismo y definirán el futuro político de Macri y su experiencia de «populismo cool».