Enrique Peña Nieto cumplirá dos años en el poder el próximo 1º de diciembre. / EFE
El presidente de México, Enrique Peña Nieto, está a poco más de una semana de cumplir dos años en el poder y el escenario al que hoy asiste difícilmente le podrá dar un respiro en esta suerte de conmemoraciones que sirven a los dirigentes para evaluar el terreno hasta entonces recorrido. Y no podrá hacerlo, tal vez, no porque así no lo desee, sino porque después de un avance plácido durante 22 meses, un obstáculo imprevisto —que ya es visto como crisis— se posó en el camino para detenerlo y obligarlo a decidir cuál es la mejor forma de sortearlo. Los problemas comenzaron a llover de la noche a la mañana. Literalmente: de la noche del 26 de septiembre pasado, a la mañana del día 27, cuando 43 estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa desaparecieron a manos de la Policía en el estado de Guerrero.
Desaparecieron, aunque versiones no confirmadas por análisis forenses —entre ellas la de la Fiscalía— apunten a que fueron asesinados en medio de una perversa, y aún supuesta, trama que vincula a narcos locales con policías locales y gobernantes locales. Y con los estudiantes se fue el aura exitosa que acompañaba a Peña Nieto, el presidente que había logrado las reformas prometidas en la campaña sin aplastantes mayorías en el Congreso, el líder que promovió la liberalización de la industria petrolera nacional para inversionistas extranjeros y que prometía un crecimiento económico del 5% en un tiempo cercano.
Por la ventana rota de los 43 estudiantes de Ayotzinapa comenzaron a entrar las pestes que han desgastado su imagen en los últimos dos meses y una oposición que tuvo su clímax en la noche del jueves con una postal intimidante: la plaza del Zócalo y alrededores en Ciudad de México absolutamente abarrotados y miles de voces que no solo pedían el regreso de los estudiantes, sino el adiós de Peña Nieto. Los últimos, han sido dos meses de pesadilla con señalamientos que nacen en diversas regiones del país y que han recogido también los restos de las protestas que también invadieron la plaza del Zócalo en la víspera de la posesión del presidente, cuando señalaban a su partido (Partido Revolucionario Institucional, PRI) de dejar muchas heridas abiertas en más de siete décadas de hegemonía y de contar con el apoyo irrestricto de Televisa, la más poderosa cadena de televisión del país.
La indignación que vuelve a aparecer en estos días y se alimenta de todo lo que le es útil para soportar su discurso: el viaje a China de Peña Nieto hace dos semanas, cuando la búsqueda de los 43 en los suelos mexicanos daba como resultado el hallazgo de fosas y más fosas comunes; la palaciega casa de su esposa, Angélica Rivera, avaluada en US$7 millones y construida por una firma financiadora de la campaña del mandatario y que ha gozado del beneficio de ser electa en licitaciones para obras públicas; y la ejecución de cinco civiles a manos de militares en la región de Tlatlaya.
Enrique Peña Nieto sabe que es hora de actuar, pero también que cada paso debe ser calculado. Hace público su patrimonio como muestra de transparencia; cancela la adjudicación de un contrato para la construcción de un tren entre Ciudad de México y Querétaro porque la constructora Teya —vinculada a su campaña— tenía participación. Su esposa vende su mansión y el Congreso aprueba un fondo de US$30 millones para las 14 escuelas normales rurales del país, con la de Ayotzinapa como protagonista. Sin embargo, la imagen golpeada del jefe de gobierno por ahora no sana y el temblor comienza a sentirse en el Estado: El banco de México anuncia que los hechos recientes han traído el “deterioro en la confianza de los agentes económicos”; las autoridades actúan con guantes para evitar que el discurso de la represión despiadada se tome las manifestaciones y la credibilidad entre los ciudadanos es intermitente.
El historiador mexicano Enrique Krauze lo expone en el diario El País de España: “Es una crisis en la que inciden muchos factores, no se debe a una causa única. La revelación de los detalles del asesinato ha causado un shock nacional. México, de repente, se ha reencontrado con su pasado. Hay una indignación justificada y difusa que recoge una acumulación de agravios, desde el hartazgo frente a la corrupción hasta el desencanto de muchos votantes que deseaban que el PRI supiera controlar la hemorragia de la violencia”.
Al final y de regreso a la desaparición de los 43, México se levanta por la violencia que lo carcome de hace años, desde el gobierno de Felipe Calderón (2006-2012), en el que tampoco faltaron episodios que vinculaban a las autoridades con abusos y ejecuciones. El país protesta contra Peña Nieto quizá no porque sea quien sembró la mala cosecha, sino porque no ha hecho lo suficiente para detener la hemorragia. En el Zócalo, hasta ahora, la economía no encabeza la lista de prioridades.
-‘México, de mal en peor’: The Economist
El semanario británico ‘The Economist’ publicó un editorial sobre México titulado “From Bad to Worse” (“De mal en peor”), en el que afirma que el país vive “la peor crisis de la presidencia de Enrique Peña Nieto”.
En criterio del periódico, la forma en que el Gobierno ha enfrentado la crisis de los estudiantes desaparecidos en Iguala, Guerrero, por una acción de las autoridades locales en complicidad con el crimen organizado, ha sido el detonante de esta coyuntura y sugiere que el presidente debe “luchar para mover a los mexicanos más allá del trauma nacional y reconstruir su credibilidad en el exterior”.
‘The Economist’ afirma que el anunciado acuerdo nacional para combatir la corrupción “sólo será creíble si se extiende a los más altos niveles del poder político”.
@Motamotta
inserte esta nota en su página
El presidente de México, Enrique Peña Nieto, está a poco más de una semana de cumplir dos años en el poder y el escenario al que hoy asiste difícilmente le podrá dar un respiro en esta suerte de conmemoraciones que sirven a los dirigentes para evaluar el terreno hasta entonces recorrido. Y no podrá hacerlo, tal vez, no porque así no lo desee, sino porque después de un avance plácido durante 22 meses, un obstáculo imprevisto —que ya es visto como crisis— se posó en el camino para detenerlo y obligarlo a decidir cuál es la mejor forma de sortearlo. Los problemas comenzaron a llover de la noche a la mañana. Literalmente: de la noche del 26 de septiembre pasado, a la mañana del día 27, cuando 43 estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa desaparecieron a manos de la Policía en el estado de Guerrero.
Desaparecieron, aunque versiones no confirmadas por análisis forenses —entre ellas la de la Fiscalía— apunten a que fueron asesinados en medio de una perversa, y aún supuesta, trama que vincula a narcos locales con policías locales y gobernantes locales. Y con los estudiantes se fue el aura exitosa que acompañaba a Peña Nieto, el presidente que había logrado las reformas prometidas en la campaña sin aplastantes mayorías en el Congreso, el líder que promovió la liberalización de la industria petrolera nacional para inversionistas extranjeros y que prometía un crecimiento económico del 5% en un tiempo cercano.
Por la ventana rota de los 43 estudiantes de Ayotzinapa comenzaron a entrar las pestes que han desgastado su imagen en los últimos dos meses y una oposición que tuvo su clímax en la noche del jueves con una postal intimidante: la plaza del Zócalo y alrededores en Ciudad de México absolutamente abarrotados y miles de voces que no solo pedían el regreso de los estudiantes, sino el adiós de Peña Nieto. Los últimos, han sido dos meses de pesadilla con señalamientos que nacen en diversas regiones del país y que han recogido también los restos de las protestas que también invadieron la plaza del Zócalo en la víspera de la posesión del presidente, cuando señalaban a su partido (Partido Revolucionario Institucional, PRI) de dejar muchas heridas abiertas en más de siete décadas de hegemonía y de contar con el apoyo irrestricto de Televisa, la más poderosa cadena de televisión del país.
La indignación que vuelve a aparecer en estos días y se alimenta de todo lo que le es útil para soportar su discurso: el viaje a China de Peña Nieto hace dos semanas, cuando la búsqueda de los 43 en los suelos mexicanos daba como resultado el hallazgo de fosas y más fosas comunes; la palaciega casa de su esposa, Angélica Rivera, avaluada en US$7 millones y construida por una firma financiadora de la campaña del mandatario y que ha gozado del beneficio de ser electa en licitaciones para obras públicas; y la ejecución de cinco civiles a manos de militares en la región de Tlatlaya.
Enrique Peña Nieto sabe que es hora de actuar, pero también que cada paso debe ser calculado. Hace público su patrimonio como muestra de transparencia; cancela la adjudicación de un contrato para la construcción de un tren entre Ciudad de México y Querétaro porque la constructora Teya —vinculada a su campaña— tenía participación. Su esposa vende su mansión y el Congreso aprueba un fondo de US$30 millones para las 14 escuelas normales rurales del país, con la de Ayotzinapa como protagonista. Sin embargo, la imagen golpeada del jefe de gobierno por ahora no sana y el temblor comienza a sentirse en el Estado: El banco de México anuncia que los hechos recientes han traído el “deterioro en la confianza de los agentes económicos”; las autoridades actúan con guantes para evitar que el discurso de la represión despiadada se tome las manifestaciones y la credibilidad entre los ciudadanos es intermitente.
El historiador mexicano Enrique Krauze lo expone en el diario El País de España: “Es una crisis en la que inciden muchos factores, no se debe a una causa única. La revelación de los detalles del asesinato ha causado un shock nacional. México, de repente, se ha reencontrado con su pasado. Hay una indignación justificada y difusa que recoge una acumulación de agravios, desde el hartazgo frente a la corrupción hasta el desencanto de muchos votantes que deseaban que el PRI supiera controlar la hemorragia de la violencia”.
Al final y de regreso a la desaparición de los 43, México se levanta por la violencia que lo carcome de hace años, desde el gobierno de Felipe Calderón (2006-2012), en el que tampoco faltaron episodios que vinculaban a las autoridades con abusos y ejecuciones. El país protesta contra Peña Nieto quizá no porque sea quien sembró la mala cosecha, sino porque no ha hecho lo suficiente para detener la hemorragia. En el Zócalo, hasta ahora, la economía no encabeza la lista de prioridades.
-‘México, de mal en peor’: The Economist
El semanario británico ‘The Economist’ publicó un editorial sobre México titulado “From Bad to Worse” (“De mal en peor”), en el que afirma que el país vive “la peor crisis de la presidencia de Enrique Peña Nieto”.
En criterio del periódico, la forma en que el Gobierno ha enfrentado la crisis de los estudiantes desaparecidos en Iguala, Guerrero, por una acción de las autoridades locales en complicidad con el crimen organizado, ha sido el detonante de esta coyuntura y sugiere que el presidente debe “luchar para mover a los mexicanos más allá del trauma nacional y reconstruir su credibilidad en el exterior”.
‘The Economist’ afirma que el anunciado acuerdo nacional para combatir la corrupción “sólo será creíble si se extiende a los más altos niveles del poder político”.
@Motamotta
inserte esta nota en su página