Eduardo Luis Curia Economista
La política monetaria, junto con la cambiaria, son cometidos claves de los bancos centrales para la articulación del marco macroeconómico -crucial para el funcionamiento económico- incidiendo en materia de actividad, empleo, inflación y competitividad.
Dentro de los planteos ortodoxos sobre la política monetaria, se dieron alteraciones. Se replegó el recetario monetarista, que enfatizaba la regulación de la cantidad nominal de dinero como arma de control inflacionario. Y se impuso la neoortodoxia, vía el esquema de metas de inflación, donde gravita el uso de la tasa de interés de corto plazo, siendo que, en consecuencia, la cantidad de dinero se adecua al devenir de esa tasa. El último touch es el giro aportado especialmente por la política monetaria americana, con el manejo ad hoc de la liquidez apuntando a la estabilidad financiera.
En el fondo, y en una visual extendida, las variantes de la ortodoxia terminan convergiendo través de la tesis de la neutralidad, desconectando la política monetaria del andar real de la economía y asociándola a pleno con el tema de la inflación. Así, aun con matices, el manejo monetario, en esencia, es visto como exógeno.
En el país, predominan otros criterios. La política monetaria, fundamentalmente, juega de modo endógeno o acomodaticio, plegándose al influjo de terceros factores más autónomos. Cuando antes se aludía al programa monetario en base a metas del M2, parecía asomar una óptica más monetarista. Pero, como lo explicamos, esto era un simulacro: el Banco Central, en condiciones bastante normalizadas, anticipaba el ingreso nominal -inflación efectiva por producto- y establecía amplísimos rangos de M2 (más el manejo de encajes y depósitos públicos); luego, las metas se cumplían automáticamente. En rigor, el control de la inflación, más que por la vía monetaria, era por vía cambiaria, mediante un cambio nominal cuasifijo que duró años. El simulacro se abolió recientemente.
Ahora bien: el que, correctamente, se señale una no causalidad originaria estricta de la política monetaria – emisión en cuanto a la inflación, no es igual a decir que el Banco Central, con esos resortes a cuestas, carezca de toda implicancia en el plano inflacionario. Este es un matiz serio obviado por muchos heterodoxos.
Desde ya, el Banco Central no podría buscar una solución por sí solo, ni sólo con la política monetaria. Por ende, se impone que, coordinación activa mediante, esa entidad y los otros polos de decisión política en lo económico, intenten alinear los terceros factores influyentes, y ajusten esto con la política monetaria. Esta seguiría adaptativa en esencia, pero con una presión más encuadrada de tales factores. Pensamos aquí en resortes tales como la puja distributiva, la inercia inflacionaria, los pedidos del sector público (que se lleva un 35% de la emisión, más el uso de reservas) y las propias expectativas. Entonces, así irrumpirían ventajas para el curso de la demanda de dinero y para la liquidez inherente a la actividad económica.
Claro que en la fase en la que la política monetaria se acomoda al fluir del ingreso nominal pronunciado, pesando la alta inflación efectiva precios-costos y la presión del sector público, gana espacio el ancla cambiaria de inflación, dando pie a una seria apreciación cambiaria real, clave para explicar la estrechez relativa de dólares y los bemoles de sustentabilidad del crecimiento y de las reservas, más la reacción asociada al racionamiento de divisas y el desdoblamiento cambiario.
Atisba una densa matriz, siendo que aun con el racionamiento aludido, los trade off o compromisos entre tasas de interés, demanda de dinero y tasa de devaluación esperada (en los diversos mercados) son intensos. Incluso, la aceleración de las minidevaluaciones, aun inocua para revertir la apreciación real, depara tensiones ad hoc en cuanto a tasas y a deriva inflacionaria.
Sin caer en ortodoxia, al Banco Central, en coordinación, le cabe un rol crucial en el encuadre de la inflación.
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La política monetaria, junto con la cambiaria, son cometidos claves de los bancos centrales para la articulación del marco macroeconómico -crucial para el funcionamiento económico- incidiendo en materia de actividad, empleo, inflación y competitividad.
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En el fondo, y en una visual extendida, las variantes de la ortodoxia terminan convergiendo través de la tesis de la neutralidad, desconectando la política monetaria del andar real de la economía y asociándola a pleno con el tema de la inflación. Así, aun con matices, el manejo monetario, en esencia, es visto como exógeno.
En el país, predominan otros criterios. La política monetaria, fundamentalmente, juega de modo endógeno o acomodaticio, plegándose al influjo de terceros factores más autónomos. Cuando antes se aludía al programa monetario en base a metas del M2, parecía asomar una óptica más monetarista. Pero, como lo explicamos, esto era un simulacro: el Banco Central, en condiciones bastante normalizadas, anticipaba el ingreso nominal -inflación efectiva por producto- y establecía amplísimos rangos de M2 (más el manejo de encajes y depósitos públicos); luego, las metas se cumplían automáticamente. En rigor, el control de la inflación, más que por la vía monetaria, era por vía cambiaria, mediante un cambio nominal cuasifijo que duró años. El simulacro se abolió recientemente.
Ahora bien: el que, correctamente, se señale una no causalidad originaria estricta de la política monetaria – emisión en cuanto a la inflación, no es igual a decir que el Banco Central, con esos resortes a cuestas, carezca de toda implicancia en el plano inflacionario. Este es un matiz serio obviado por muchos heterodoxos.
Desde ya, el Banco Central no podría buscar una solución por sí solo, ni sólo con la política monetaria. Por ende, se impone que, coordinación activa mediante, esa entidad y los otros polos de decisión política en lo económico, intenten alinear los terceros factores influyentes, y ajusten esto con la política monetaria. Esta seguiría adaptativa en esencia, pero con una presión más encuadrada de tales factores. Pensamos aquí en resortes tales como la puja distributiva, la inercia inflacionaria, los pedidos del sector público (que se lleva un 35% de la emisión, más el uso de reservas) y las propias expectativas. Entonces, así irrumpirían ventajas para el curso de la demanda de dinero y para la liquidez inherente a la actividad económica.
Claro que en la fase en la que la política monetaria se acomoda al fluir del ingreso nominal pronunciado, pesando la alta inflación efectiva precios-costos y la presión del sector público, gana espacio el ancla cambiaria de inflación, dando pie a una seria apreciación cambiaria real, clave para explicar la estrechez relativa de dólares y los bemoles de sustentabilidad del crecimiento y de las reservas, más la reacción asociada al racionamiento de divisas y el desdoblamiento cambiario.
Atisba una densa matriz, siendo que aun con el racionamiento aludido, los trade off o compromisos entre tasas de interés, demanda de dinero y tasa de devaluación esperada (en los diversos mercados) son intensos. Incluso, la aceleración de las minidevaluaciones, aun inocua para revertir la apreciación real, depara tensiones ad hoc en cuanto a tasas y a deriva inflacionaria.
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