Pareciera que hoy, en la Argentina no alcanza con reformar la política. Se impone la sensación de que hay que alejarse definitivamente del statu quo y atreverse a cambiar estructuras de fondo. Pero, pedir cambios revolucionarios o una transformación completa del sistema corre el peligro, paradójicamente, de caer en el statu quo: la revolución parece tan difícil que pronto se pierde ímpetu y terminamos en la inmovilidad.
Por eso, desde Cambiemos apostamos a lo que el pensador brasileño Roberto Mangabeira Unger denomina «reforma revolucionaria», un proceso de cambio que combina profundidad con sostenibilidad en el tiempo. La visión última es revolucionaria, porque el resultado final casi nada tiene que ver con el punto de partida, pero se construye a través de una secuencia de cambios más chicos, de acupuntura fina, que de manera acumulada implican un cambio estructural.
Pensando en esta línea, uno de los principales pasos de una reforma revolucionaria en la Argentina tiene que ver con la manera en que en nuestro país se hace política y en cómo esa actividad política se relaciona con la sociedad. Por eso, el Gobierno impulsa, como pasos fundamentales, la reforma política y el paquete de proyectos de ley anti corrupción. Son cambios que apuntan a cambiar para mejor la dinámica que hoy tiene la vida política del país.
Una parte importante de este cambio estructural tiene que ver con el proceso electoral, buscando modificaciones que garanticen que se respete la elección del votante con transparencia y equidad. Para eso, se está discutiendo en el Congreso el uso de boleta electrónica, la eliminación de listas colectoras y de candidaturas múltiples, la obligatoriedad del debate presidencial y un mayor control y sanción cuando se incumple con la ley electoral.
Un proyecto aparte regularía las transiciones en el gobierno nacional, para que no se repita lo que sucedió el último diciembre. Pero éste es sólo el comienzo de un proceso que incluye temas como la eliminación de reelecciones indefinidas en provincias y en municipios, la creación de un órgano electoral independiente, una reforma de las reglas de financiamiento partidario y diversas propuestas para fortalecer y democratizar a los partidos políticos.
Muy ligada con estos cambios aparece una serie de proyectos que buscan transparentar la gestión pública y combatir la corrupción dentro de la administración gubernamental. Uno de ellos es el proyecto de ley de acceso a la información pública, que ya cuenta con media sanción de la Cámara de Diputados. Otro proyecto, clave para combatir no sólo la corrupción sino también otros delitos, es la incorporación de la figura del arrepentido, el agente encubierto y demás figuras que facilitan el avance en investigaciones y procesos. En Brasil, el país de Mangabeira Unger, la incorporación de esta figura fue la condición de posibilidad de un proceso de paso hacia las transparencia, cuyos resultados aún no han concluido.
Durante la crisis de los años 2001 y 2002, muchos argentinos pedían «que se vayan todos», pero al poco tiempo vimos que los mismos de siempre seguían al mando. La realidad es que es sumamente difícil concretar una renovación real de la política, en nombres y en conductas, sin cambiar estructuras viejas y viciadas que son ya muy fáciles de manipular. Desde el Gobierno proponemos, día tras día, modificaciones de la actividad política que apuntan a desarmar esta estructura. Y creemos, bajo el modo de la reforma revolucionaria, que el camino emprendido marcará un antes y un después en nuestra política y, por ende, un antes y un después en la historia de nuestro país.
Secretario de Integración Federal y Cooperación Internacional en el Ministerio de Cultura de la Nación
Por eso, desde Cambiemos apostamos a lo que el pensador brasileño Roberto Mangabeira Unger denomina «reforma revolucionaria», un proceso de cambio que combina profundidad con sostenibilidad en el tiempo. La visión última es revolucionaria, porque el resultado final casi nada tiene que ver con el punto de partida, pero se construye a través de una secuencia de cambios más chicos, de acupuntura fina, que de manera acumulada implican un cambio estructural.
Pensando en esta línea, uno de los principales pasos de una reforma revolucionaria en la Argentina tiene que ver con la manera en que en nuestro país se hace política y en cómo esa actividad política se relaciona con la sociedad. Por eso, el Gobierno impulsa, como pasos fundamentales, la reforma política y el paquete de proyectos de ley anti corrupción. Son cambios que apuntan a cambiar para mejor la dinámica que hoy tiene la vida política del país.
Una parte importante de este cambio estructural tiene que ver con el proceso electoral, buscando modificaciones que garanticen que se respete la elección del votante con transparencia y equidad. Para eso, se está discutiendo en el Congreso el uso de boleta electrónica, la eliminación de listas colectoras y de candidaturas múltiples, la obligatoriedad del debate presidencial y un mayor control y sanción cuando se incumple con la ley electoral.
Un proyecto aparte regularía las transiciones en el gobierno nacional, para que no se repita lo que sucedió el último diciembre. Pero éste es sólo el comienzo de un proceso que incluye temas como la eliminación de reelecciones indefinidas en provincias y en municipios, la creación de un órgano electoral independiente, una reforma de las reglas de financiamiento partidario y diversas propuestas para fortalecer y democratizar a los partidos políticos.
Muy ligada con estos cambios aparece una serie de proyectos que buscan transparentar la gestión pública y combatir la corrupción dentro de la administración gubernamental. Uno de ellos es el proyecto de ley de acceso a la información pública, que ya cuenta con media sanción de la Cámara de Diputados. Otro proyecto, clave para combatir no sólo la corrupción sino también otros delitos, es la incorporación de la figura del arrepentido, el agente encubierto y demás figuras que facilitan el avance en investigaciones y procesos. En Brasil, el país de Mangabeira Unger, la incorporación de esta figura fue la condición de posibilidad de un proceso de paso hacia las transparencia, cuyos resultados aún no han concluido.
Durante la crisis de los años 2001 y 2002, muchos argentinos pedían «que se vayan todos», pero al poco tiempo vimos que los mismos de siempre seguían al mando. La realidad es que es sumamente difícil concretar una renovación real de la política, en nombres y en conductas, sin cambiar estructuras viejas y viciadas que son ya muy fáciles de manipular. Desde el Gobierno proponemos, día tras día, modificaciones de la actividad política que apuntan a desarmar esta estructura. Y creemos, bajo el modo de la reforma revolucionaria, que el camino emprendido marcará un antes y un después en nuestra política y, por ende, un antes y un después en la historia de nuestro país.
Secretario de Integración Federal y Cooperación Internacional en el Ministerio de Cultura de la Nación