Todos saben cuánto aprecio y admiro a Cristina, pero con lo de Zannini estuvo mal. Muy mal. Scioli lo quería de vice y ella se negaba. Fueron meses y meses de tironeo. Daniel llegó a amenazar con romper, y Cristina, Cruella de Vil, le contestó: «Vos siempre rompés…». Finalmente, de mala gana, se avino a entregar al Chino, la joya de su gabinete, el hombre, después de Máximo, al que más escucha. Tiene miedo de que termine igual que Mariotto, que fue enviado como comisario a La Plata y ahora -no es broma- se lo suele ver al pie de la parrilla en Villa La Ñata, con delantalcito, pañuelo anaranjado con nudos en la cabeza y siempre dispuesto a halagar a su jefe: «Daniel, ya tengo los chorizos como a vos te gustan».
Esa imagen tortura a la señora. Su guardián doctrinario en la gobernación bona-erense, su cruzado en tierra enemiga, poniéndole el asado a punto a Scioli. Pero no es lo único que la perturba. Ve que Daniel y el Chino son muy distintos -opuestos, más que complementarios- y teme que entre ellos no haya química. Que eso estalle. El martes, en la intimidad de Olivos, dijo que a Zannini le gusta irse a dormir releyendo a Mao, y Scioli, escuchando a los Pimpinela.
Las primeras horas después del anuncio parecieron darle la razón. Daniel lo invitó a sacarse una foto juntos en La Plata, en lo que iba a ser la presentación pública de la flamante fórmula. Zannini, que lleva años kirchnerizándose (es cierto, él también ha zanninizado a los Kirchner), le cambió los planes. «Daniel, olvidate de La Plata. Estamos en las grandes ligas: tu lugar a partir de ahora tiene que ser la Casa Rosada. Vení.» Por supuesto, fue corriendo. Karina le hizo cambiar de traje y de corbata. Pero el Chino lo esperaba con otra sorpresa. «Che, no es el mejor día para la foto. Estás muy ojeroso. No le des ventaja a Macri, que como no labura, siempre está impecable.» El remate fue que además lo desmintió: dijo en público que el ofrecimiento para ir de vice se lo había hecho Cristina. Y que fue a ella a la que le dijo que sí. Esa noche, Scioli sacó cuentas: «Me hizo ir al pie, me recibió 15 minutos, me negó la foto y me desmintió. Este turro no va a ser tan fácil como Mariotto. Pero también él va a terminar haciéndome los asados».
Aunque corto, el diálogo en la Casa Rosada entre los dos compañeros de fórmula fue una delicia. Los pintó de cuerpo entero: cerebral, pendenciero y hombre de Estado uno; sangre helada, levedad discursiva y talante inescrutable el otro; ideología viva uno, realismo mágico el otro; soldado de los Kirchner uno, soldado de los Kirchner, y de Duhalde, y de Menem, y del que haga falta el otro; cofundador del modelo uno, contertulio de modelos el otro.
No más llegar, Daniel le agradeció que haya aceptado ser su vice. El Chino le agradeció su permanente sometimiento. Daniel le dijo: «Te respeto mucho». El Chino contestó: «Yo a vos tampoco». Daniel: «Hace 12 años que vengo bancando este proyecto». El Chino: «Nosotros te bancamos por tus votos». Daniel: «Yo me presento como la continuidad». El Chino: «Yo me presento: soy el que te va a controlar». Daniel: «Lo nuestro es una alianza. Yo represento la imagen más amable de nuestro espacio; vos, la doctrina». El Chino: «¿Desde cuándo nuestra doctrina es amable?» Daniel: «Carlos, juntos vamos a trabajar por nuestro pueblo, por la gente, por el país. Porque la Argentina se merece tener sueños de grandeza». El Chino: «Estás hablando conmigo, no con Mirtha Legrand».
Cuando estaban reunidos, ya sabían que el Flaco Randazzo, borrado de un plumazo por la señora, se había negado a bajar a la provincia. La situación era muy particular. Hasta el día anterior, Zannini había sido el jefe de campaña del Flaco, una campaña que se basó en denostar a Scioli. Probablemente fue el autor -tiene su sello- de aquella frase del Flaco lapidaria, terminal, que tanto aplaudieron los de Carta Abierta: «Con Scioli el proyecto se queda manco». Ahora Daniel tenía enfrente al ideólogo de esos ataques, y nada menos que como compañero de fórmula. Difícil imaginar un escenario más traumático. ¿Qué le dijo? Pareció más Daniel que nunca: «Carlos, te agradezco porque sé los esfuerzos que hacías para contenerlo. No te hizo caso y así le fue».
En ese diálogo, tan fluido, afloraron temas que, de cara a la campaña, tienen que resolver. Zannini fue el impulsor de la ofensiva del Gobierno contra el Grupo Clarín. Scioli inauguró este verano el Espacio Clarín en Mar del Plata. Cómo salvar esa diferencia. Scioli propuso no entrar en conflicto con los medios hasta después de las elecciones. Zannini contestó que esa guerra era innegociable. Scioli propuso entonces dividir los roles. «Vos seguí pegándoles, mientras yo me reúno con ellos. Vos das entrevistas a Página, y yo a LA NACION y a Clarín. Vos vas a 6,7,8, y yo a TN». Zannini insistió en que eso era innegociable, que no se le ocurriera cortarse solo, y además miró el reloj y dijo que se había acabado el tiempo: «Tengo mucho trabajo». Scioli le pidió un minuto más. Quería saber cómo iban a organizar la agenda de la campaña. Zannini lo cortó: «De eso me ocupo yo. Ya vas a tener noticias mías».
Impertérrito, Scioli lo saludó con una sonrisa, se conformó con un apretón de manos después de haber ofrecido un abrazo, y dijo: «Yo sabía que nos íbamos a entender»..
Esa imagen tortura a la señora. Su guardián doctrinario en la gobernación bona-erense, su cruzado en tierra enemiga, poniéndole el asado a punto a Scioli. Pero no es lo único que la perturba. Ve que Daniel y el Chino son muy distintos -opuestos, más que complementarios- y teme que entre ellos no haya química. Que eso estalle. El martes, en la intimidad de Olivos, dijo que a Zannini le gusta irse a dormir releyendo a Mao, y Scioli, escuchando a los Pimpinela.
Las primeras horas después del anuncio parecieron darle la razón. Daniel lo invitó a sacarse una foto juntos en La Plata, en lo que iba a ser la presentación pública de la flamante fórmula. Zannini, que lleva años kirchnerizándose (es cierto, él también ha zanninizado a los Kirchner), le cambió los planes. «Daniel, olvidate de La Plata. Estamos en las grandes ligas: tu lugar a partir de ahora tiene que ser la Casa Rosada. Vení.» Por supuesto, fue corriendo. Karina le hizo cambiar de traje y de corbata. Pero el Chino lo esperaba con otra sorpresa. «Che, no es el mejor día para la foto. Estás muy ojeroso. No le des ventaja a Macri, que como no labura, siempre está impecable.» El remate fue que además lo desmintió: dijo en público que el ofrecimiento para ir de vice se lo había hecho Cristina. Y que fue a ella a la que le dijo que sí. Esa noche, Scioli sacó cuentas: «Me hizo ir al pie, me recibió 15 minutos, me negó la foto y me desmintió. Este turro no va a ser tan fácil como Mariotto. Pero también él va a terminar haciéndome los asados».
Aunque corto, el diálogo en la Casa Rosada entre los dos compañeros de fórmula fue una delicia. Los pintó de cuerpo entero: cerebral, pendenciero y hombre de Estado uno; sangre helada, levedad discursiva y talante inescrutable el otro; ideología viva uno, realismo mágico el otro; soldado de los Kirchner uno, soldado de los Kirchner, y de Duhalde, y de Menem, y del que haga falta el otro; cofundador del modelo uno, contertulio de modelos el otro.
No más llegar, Daniel le agradeció que haya aceptado ser su vice. El Chino le agradeció su permanente sometimiento. Daniel le dijo: «Te respeto mucho». El Chino contestó: «Yo a vos tampoco». Daniel: «Hace 12 años que vengo bancando este proyecto». El Chino: «Nosotros te bancamos por tus votos». Daniel: «Yo me presento como la continuidad». El Chino: «Yo me presento: soy el que te va a controlar». Daniel: «Lo nuestro es una alianza. Yo represento la imagen más amable de nuestro espacio; vos, la doctrina». El Chino: «¿Desde cuándo nuestra doctrina es amable?» Daniel: «Carlos, juntos vamos a trabajar por nuestro pueblo, por la gente, por el país. Porque la Argentina se merece tener sueños de grandeza». El Chino: «Estás hablando conmigo, no con Mirtha Legrand».
Cuando estaban reunidos, ya sabían que el Flaco Randazzo, borrado de un plumazo por la señora, se había negado a bajar a la provincia. La situación era muy particular. Hasta el día anterior, Zannini había sido el jefe de campaña del Flaco, una campaña que se basó en denostar a Scioli. Probablemente fue el autor -tiene su sello- de aquella frase del Flaco lapidaria, terminal, que tanto aplaudieron los de Carta Abierta: «Con Scioli el proyecto se queda manco». Ahora Daniel tenía enfrente al ideólogo de esos ataques, y nada menos que como compañero de fórmula. Difícil imaginar un escenario más traumático. ¿Qué le dijo? Pareció más Daniel que nunca: «Carlos, te agradezco porque sé los esfuerzos que hacías para contenerlo. No te hizo caso y así le fue».
En ese diálogo, tan fluido, afloraron temas que, de cara a la campaña, tienen que resolver. Zannini fue el impulsor de la ofensiva del Gobierno contra el Grupo Clarín. Scioli inauguró este verano el Espacio Clarín en Mar del Plata. Cómo salvar esa diferencia. Scioli propuso no entrar en conflicto con los medios hasta después de las elecciones. Zannini contestó que esa guerra era innegociable. Scioli propuso entonces dividir los roles. «Vos seguí pegándoles, mientras yo me reúno con ellos. Vos das entrevistas a Página, y yo a LA NACION y a Clarín. Vos vas a 6,7,8, y yo a TN». Zannini insistió en que eso era innegociable, que no se le ocurriera cortarse solo, y además miró el reloj y dijo que se había acabado el tiempo: «Tengo mucho trabajo». Scioli le pidió un minuto más. Quería saber cómo iban a organizar la agenda de la campaña. Zannini lo cortó: «De eso me ocupo yo. Ya vas a tener noticias mías».
Impertérrito, Scioli lo saludó con una sonrisa, se conformó con un apretón de manos después de haber ofrecido un abrazo, y dijo: «Yo sabía que nos íbamos a entender»..
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