Por Lucas Carrasco
Murió con cierta justicia poética. Naturalmente, discutible. Lo importante, en cualquier caso, es que murió en la cárcel. Como corresponde.
La muerte del peor dictador de la historia argentina llegó en un momento donde todas las ideas que él odiaba no están escondidas, perseguidas, marginadas. Por el contrario, de ese ideario, en diversos grados y circunstancias, se nutren los elencos gobernantes de la mayoría de los países de Sudamérica, incluida la Argentina.
“Nuestro peor momento llegó con los Kirchner”, dijo el ex hombre fuerte del nefasto autotitulado “Proceso de Reorganización Nacional”, Jorge Rafael Videla. Quizá porque suponía que el ciclo abierto por el entonces presidente Raúl Alfonsín con el histórico Juicio a las Juntas militares había quedado definitivamente clausurado por los indultos y las leyes de impunidad del menemato. Pero resultó que apareció el kirchnerismo para desterrar las suposiciones que llevaba in pectore ex dictador.
Pero -como homenaje a la democracia, en una columna sobre la muerte de Videla, en un diario de circulación nacional, voy a citar a Karl Marx- el kirchnerismo no fue “un rayo sobre un cielo sereno”, sino la aplicación estatal de las banderas de lucha de los organismos de derechos humanos, que persistieron de manera conmovedora en la búsqueda de memoria y justicia. Lo lograron. Videla murió en la cárcel.
Como correspondió siempre. Pero no se supo, no se quiso, no se pudo.
Hay una derecha hipócrita que siempre detestó a Alfonsín y ahora lo reivindica para bajarle el precio al kirchnerismo. Si en diez años hay un presidente progresista, del partido político que sea, seguramente esa misma derecha hipócrita que se burló y puteó tanto a Kirchner lo reivindicará para bajarle el precio al presidente de turno.
La muerte de Videla es cercana temporalmente a las de Hugo Chávez y de Néstor Kirchner. Ahí la justicia poética.
El contraste con los masivos y populares funerales con la soledad política de Videla, donde hasta los diarios La Nación y Clarín, que consiguieron el monopolio del papel de diarios gracias a él y a esconder cómplices el genocidio, hasta ellos, le dan la espalda.
Los sectores políticos, como buena parte del peronismo y el radicalismo, que hasta el 2003 le garantizaron sin mayores dramas la impunidad a Videla y cuanto represor ande suelto, ahora se rasgan las vestiduras.Y está bien. Es otra Argentina. Esa que tanto denuestan diciendo que es puro relato. Videla no creía que el kirchnerismo fuera puro relato. No creía estar dentro del relato, enjuiciado con todas las garantías de la ley y condenado a relato perpetuo. No era tonto.
Videla será enterrado en una tumba y habrá que garantizar para sus familiares el derecho a que descanse en paz, para que ellos y la gente que lo quiso lo visiten. Quizás se den cuenta de la salvajada que hicieron al negarle a las madres una tumba para sus hijos. No habría que tener esperanzas de que se den cuenta, pero, quizá para seguir creyendo en la condición humana, uno guarda (o más bien: yo guardo) cierta ilusión de que se den cuenta. Videla muere cuando hay nietos recuperados que son diputados.
Videla muere, y con esa sobriedad titula un comunicado La Cámpora, la agrupación fundada por el hijo del ex presidente Néstor Kirchner, que al morir y al día de hoy, es objeto de burlas, odios y canalladas de la peor estirpe.
“Videla muere.Y no festejamos su muerte. Nos satisface saber que murió en una cárcel común y con perpetua, condenado por crímenes de lesa humanidad y por haber ideado un plan sistemático de apropiación de bebés”, dice el comunicado de La Cámpora.
Cuánta diferencia, enorme, con tanto pueril boludo que hace chistes hirientes sobre los líderes populares fallecidos sin medir su propio grado de inhumanidad. Hasta se llegó a decir que Kirchner no estaba en el cajón.
Ante la muerte del responsable de que 30.000 asesinados no tengan su cajón, habría que repensar muchas cosas. Pero es difícil que suceda. Porque la muerte de Videla no es un acontecimiento lejano y ya perdido en la historia, sino de dolorosa y a menudo negada actualidad.
La muerte de Videla debería servir para pensar el choreo con Papel Prensa, las torturas en Córdoba, la deuda externa, el dólar paralelo, el fútbol y su candidez, y así, la muerte de Videla tiene una oscura novedad en cada cloaca que aún pervive en nuestra sociedad.
No murió un marciano, sino un argentino que vivió la mayor parte de su vida sin ser jodido por sus aberrantes crímenes.
Por eso Videla creía que el peor momento llegó con los Kirchner. Porque eso que llaman, despectivamente, “el relato”, es lo que lo puso en cana y lo condenó socialmente a la ratonera de la historia que definitivamente un asesino de su talla merece
Y ojalá Videla, donde quiera que esté, descubra que sí es relato la existencia de Dios. Por su bien.
Porque si Dios existe, le espera una eternidad en el infierno.
Murió con cierta justicia poética. Naturalmente, discutible. Lo importante, en cualquier caso, es que murió en la cárcel. Como corresponde.
La muerte del peor dictador de la historia argentina llegó en un momento donde todas las ideas que él odiaba no están escondidas, perseguidas, marginadas. Por el contrario, de ese ideario, en diversos grados y circunstancias, se nutren los elencos gobernantes de la mayoría de los países de Sudamérica, incluida la Argentina.
“Nuestro peor momento llegó con los Kirchner”, dijo el ex hombre fuerte del nefasto autotitulado “Proceso de Reorganización Nacional”, Jorge Rafael Videla. Quizá porque suponía que el ciclo abierto por el entonces presidente Raúl Alfonsín con el histórico Juicio a las Juntas militares había quedado definitivamente clausurado por los indultos y las leyes de impunidad del menemato. Pero resultó que apareció el kirchnerismo para desterrar las suposiciones que llevaba in pectore ex dictador.
Pero -como homenaje a la democracia, en una columna sobre la muerte de Videla, en un diario de circulación nacional, voy a citar a Karl Marx- el kirchnerismo no fue “un rayo sobre un cielo sereno”, sino la aplicación estatal de las banderas de lucha de los organismos de derechos humanos, que persistieron de manera conmovedora en la búsqueda de memoria y justicia. Lo lograron. Videla murió en la cárcel.
Como correspondió siempre. Pero no se supo, no se quiso, no se pudo.
Hay una derecha hipócrita que siempre detestó a Alfonsín y ahora lo reivindica para bajarle el precio al kirchnerismo. Si en diez años hay un presidente progresista, del partido político que sea, seguramente esa misma derecha hipócrita que se burló y puteó tanto a Kirchner lo reivindicará para bajarle el precio al presidente de turno.
La muerte de Videla es cercana temporalmente a las de Hugo Chávez y de Néstor Kirchner. Ahí la justicia poética.
El contraste con los masivos y populares funerales con la soledad política de Videla, donde hasta los diarios La Nación y Clarín, que consiguieron el monopolio del papel de diarios gracias a él y a esconder cómplices el genocidio, hasta ellos, le dan la espalda.
Los sectores políticos, como buena parte del peronismo y el radicalismo, que hasta el 2003 le garantizaron sin mayores dramas la impunidad a Videla y cuanto represor ande suelto, ahora se rasgan las vestiduras.Y está bien. Es otra Argentina. Esa que tanto denuestan diciendo que es puro relato. Videla no creía que el kirchnerismo fuera puro relato. No creía estar dentro del relato, enjuiciado con todas las garantías de la ley y condenado a relato perpetuo. No era tonto.
Videla será enterrado en una tumba y habrá que garantizar para sus familiares el derecho a que descanse en paz, para que ellos y la gente que lo quiso lo visiten. Quizás se den cuenta de la salvajada que hicieron al negarle a las madres una tumba para sus hijos. No habría que tener esperanzas de que se den cuenta, pero, quizá para seguir creyendo en la condición humana, uno guarda (o más bien: yo guardo) cierta ilusión de que se den cuenta. Videla muere cuando hay nietos recuperados que son diputados.
Videla muere, y con esa sobriedad titula un comunicado La Cámpora, la agrupación fundada por el hijo del ex presidente Néstor Kirchner, que al morir y al día de hoy, es objeto de burlas, odios y canalladas de la peor estirpe.
“Videla muere.Y no festejamos su muerte. Nos satisface saber que murió en una cárcel común y con perpetua, condenado por crímenes de lesa humanidad y por haber ideado un plan sistemático de apropiación de bebés”, dice el comunicado de La Cámpora.
Cuánta diferencia, enorme, con tanto pueril boludo que hace chistes hirientes sobre los líderes populares fallecidos sin medir su propio grado de inhumanidad. Hasta se llegó a decir que Kirchner no estaba en el cajón.
Ante la muerte del responsable de que 30.000 asesinados no tengan su cajón, habría que repensar muchas cosas. Pero es difícil que suceda. Porque la muerte de Videla no es un acontecimiento lejano y ya perdido en la historia, sino de dolorosa y a menudo negada actualidad.
La muerte de Videla debería servir para pensar el choreo con Papel Prensa, las torturas en Córdoba, la deuda externa, el dólar paralelo, el fútbol y su candidez, y así, la muerte de Videla tiene una oscura novedad en cada cloaca que aún pervive en nuestra sociedad.
No murió un marciano, sino un argentino que vivió la mayor parte de su vida sin ser jodido por sus aberrantes crímenes.
Por eso Videla creía que el peor momento llegó con los Kirchner. Porque eso que llaman, despectivamente, “el relato”, es lo que lo puso en cana y lo condenó socialmente a la ratonera de la historia que definitivamente un asesino de su talla merece
Y ojalá Videla, donde quiera que esté, descubra que sí es relato la existencia de Dios. Por su bien.
Porque si Dios existe, le espera una eternidad en el infierno.