El temporal del miércoles en las vísperas de Pascuas fue tremendo. Nunca visto en la ciudad. Al anochecer, la lluvia empezó a azotar brutalmente. Por mi ventana vi entrar el agua como catarata. Está en buenas condiciones y estaba bien cerrada. Sin embargo el agua, que por la presión del viento venía en dirección horizontal, entró a chorros. ¿Cómo se desató semejante fenómeno? ¿Será una consecuencia más del cambio climático, como señaló el ministro de Ambiente y Espacio Público porteño? No lo sé, es un tema que deberán dilucidar los especialistas. Si el “bow echo” que en el área metropolitana dejó 16 muertos, centenares de heridos, 500 evacuados y grandes destrozos llegó para quedarse o es excepcional.
Las crónicas registraron que Mataderos, Liniers, Flores, Floresta, Villa Soldati, Barracas, La Boca y Caballito fueron los barrios más afectados de Capital. Ituzaingó, Moreno, La Matanza, Merlo, Morón y Hurlingham, en la zona noroeste del Conurbano; y Bernal, Quilmes, Berazategui y Florencio Varela, en el Sur.
El jueves por la mañana salí casi desprevenido. Tenía que ir a Parque Chacabuco y de ahí a San Justo. Subir a la autopista fue casi imposible. Las calles cortadas por las caídas de árboles, luminarias y marquesinas me llevaron hasta la avenida Eva Perón en la zona de Mataderos. Allí aún la situación era más complicada. Parecía estar dentro de un Pacman esquivando árboles. Por lo menos dos por cuadra, atravesando la calle de lado a lado. Como si hubieran sido desgarrados por algún monstruo escapado de Jurassic Park.
Reemplacé el auto por la bici (un medio más apropiado para circular por una ciudad con árboles caídos) y salí a relevar otras partes de la Ciudad. Tomé la bicisenda de Virrey Liniers, luego Billinghurst, Arenales y Montevideo. Ni rastros de la tormenta. Un día soleado, de gloria. En Montevideo y Quintana, me encontré con un arquitecto que trabaja para el Gobierno de la Ciudad. El estaba recorriendo las ciclovías, pero su misión era registrar con croquis y fotos los diversos paisajes que en ellas se disfrutan. Compartí con él mi curiosidad: ¿por qué será que la tormenta no tuvo casi efectos en esta zona? ¿Por qué los árboles no han sufrido mayores daños? “Será porque acá, con las edificaciones, están más protegidos”, arriesgó. Seguí pedaleando hasta la 9 de Julio pensando que al estar tan expuesta encontraría destrozos. Hipótesis descartada: estaba casi intacta. Una vez más todos los males se ensañaron con las zonas más postergadas y vulnerables de la Ciudad. Volví al auto. Recorrí toda la avenida General Paz. A la altura de Villa Lugano, Mataderos, La Matanza, Liniers, las masas de árboles lucían como cepilladas con una garlopa mal afilada. Me fui hasta San Isidro sospechando lo que podrían haber sufrido las tipas de Libertador. Por allí la trituradora parecía no haber pasado.
Volaron chapas, techos, carteles… ¿Pero qué pasó con el arbolado urbano? ¿Por qué muchos árboles no resistieron las fuertes ráfagas de viento? Para Marcelo D’Andrea Casas, Director de la carrera Planificación y Diseño del Paisaje de la FADU-UBA, “la respuesta está en el pésimo mantenimiento que recibe el arbolado urbano. Se hace una muy mala poda de raíces a causa de cañerías de infraestructura que deben pasar por debajo de las veredas. No está diseñado correctamente el espacio subterráneo de la infraestructura pública. Además, se hace muy mala poda de copas donde solo se procura que las ramas no toquen los cables, pero se desconoce la manera y la técnica que debe utilizarse”. Y agrega: “Los accidentes seguirán existiendo hasta que los funcionarios no tomen conciencia de que el paisaje no es solo para decorar la ciudad, sino que es uno de los pilares fundamentales de una Ciudad Sustentable.” El sábado volví a la bici y comprobé lo que D’Andrea me dijo. En Parque Patricios encontré paraísos partidos que estaban huecos. Tipas quebradas, con ramas que de tan secas podrían servir para prender fuego. Otras, tan mal podadas que sus raíces –que deben tener el mismo volumen que las copas– sólo ocupaban un octavo. Lo mismo ocurría con gran parte de los inmensos plátanos caídos en Pompeya, Flores Sur y Mataderos. Sus raíces parecían solo muñones. Solo de milagro se mantenía en pie.
En algunos casos, tal como me lo señaló D’Andrea, habían arrastrado caños de agua, desagües, cajas de electricidad y hasta racimos de cables que pasaban por entre sus mutiladas raíces.
Lamentablemente, una vez más, la Pascua nos sorprendió con la casa en desorden.
Las crónicas registraron que Mataderos, Liniers, Flores, Floresta, Villa Soldati, Barracas, La Boca y Caballito fueron los barrios más afectados de Capital. Ituzaingó, Moreno, La Matanza, Merlo, Morón y Hurlingham, en la zona noroeste del Conurbano; y Bernal, Quilmes, Berazategui y Florencio Varela, en el Sur.
El jueves por la mañana salí casi desprevenido. Tenía que ir a Parque Chacabuco y de ahí a San Justo. Subir a la autopista fue casi imposible. Las calles cortadas por las caídas de árboles, luminarias y marquesinas me llevaron hasta la avenida Eva Perón en la zona de Mataderos. Allí aún la situación era más complicada. Parecía estar dentro de un Pacman esquivando árboles. Por lo menos dos por cuadra, atravesando la calle de lado a lado. Como si hubieran sido desgarrados por algún monstruo escapado de Jurassic Park.
Reemplacé el auto por la bici (un medio más apropiado para circular por una ciudad con árboles caídos) y salí a relevar otras partes de la Ciudad. Tomé la bicisenda de Virrey Liniers, luego Billinghurst, Arenales y Montevideo. Ni rastros de la tormenta. Un día soleado, de gloria. En Montevideo y Quintana, me encontré con un arquitecto que trabaja para el Gobierno de la Ciudad. El estaba recorriendo las ciclovías, pero su misión era registrar con croquis y fotos los diversos paisajes que en ellas se disfrutan. Compartí con él mi curiosidad: ¿por qué será que la tormenta no tuvo casi efectos en esta zona? ¿Por qué los árboles no han sufrido mayores daños? “Será porque acá, con las edificaciones, están más protegidos”, arriesgó. Seguí pedaleando hasta la 9 de Julio pensando que al estar tan expuesta encontraría destrozos. Hipótesis descartada: estaba casi intacta. Una vez más todos los males se ensañaron con las zonas más postergadas y vulnerables de la Ciudad. Volví al auto. Recorrí toda la avenida General Paz. A la altura de Villa Lugano, Mataderos, La Matanza, Liniers, las masas de árboles lucían como cepilladas con una garlopa mal afilada. Me fui hasta San Isidro sospechando lo que podrían haber sufrido las tipas de Libertador. Por allí la trituradora parecía no haber pasado.
Volaron chapas, techos, carteles… ¿Pero qué pasó con el arbolado urbano? ¿Por qué muchos árboles no resistieron las fuertes ráfagas de viento? Para Marcelo D’Andrea Casas, Director de la carrera Planificación y Diseño del Paisaje de la FADU-UBA, “la respuesta está en el pésimo mantenimiento que recibe el arbolado urbano. Se hace una muy mala poda de raíces a causa de cañerías de infraestructura que deben pasar por debajo de las veredas. No está diseñado correctamente el espacio subterráneo de la infraestructura pública. Además, se hace muy mala poda de copas donde solo se procura que las ramas no toquen los cables, pero se desconoce la manera y la técnica que debe utilizarse”. Y agrega: “Los accidentes seguirán existiendo hasta que los funcionarios no tomen conciencia de que el paisaje no es solo para decorar la ciudad, sino que es uno de los pilares fundamentales de una Ciudad Sustentable.” El sábado volví a la bici y comprobé lo que D’Andrea me dijo. En Parque Patricios encontré paraísos partidos que estaban huecos. Tipas quebradas, con ramas que de tan secas podrían servir para prender fuego. Otras, tan mal podadas que sus raíces –que deben tener el mismo volumen que las copas– sólo ocupaban un octavo. Lo mismo ocurría con gran parte de los inmensos plátanos caídos en Pompeya, Flores Sur y Mataderos. Sus raíces parecían solo muñones. Solo de milagro se mantenía en pie.
En algunos casos, tal como me lo señaló D’Andrea, habían arrastrado caños de agua, desagües, cajas de electricidad y hasta racimos de cables que pasaban por entre sus mutiladas raíces.
Lamentablemente, una vez más, la Pascua nos sorprendió con la casa en desorden.