Se ha puesto de moda en los últimos años un término inventado, icónico, que funge como neologismo y eslogan: “megaminería”. La raíz griega “mega” hace referencia a grande, como en el caso de nuestro perezoso gigante de las pampas, ahora extinto, llamado megaterio y que viene a significar la gran bestia.
En la actividad de extracción de minerales se reconocen, técnicamente hablando, la gran minería, la minería mediana y la minería pequeña o artesanal. Y esto va a estar en relación con el tamaño del depósito mineral que puede ser grande, mediano o chico, cosa que no decide el hombre sino la naturaleza.
El hombre a través de la ciencia y la técnica define cuál será el método de explotación para obtener y aprovechar racional y de manera sustentable los recursos minerales. Así la minería puede ser, en líneas generales, subterránea o a cielo abierto. Y esto vale para todas las escalas. Un pequeño minero puede realizar socavones en los viejos lechos de los ríos para buscar oro, y una empresa lo puede hacer en las vetas de una montaña.
El carbón necesita generalmente de grandes explotaciones subterráneas y lo mismo, las sales de potasa. La mayoría de los minerales se explotan a cielo abierto, tanto los metálicos como los no metálicos. Las canteras de granito o de calizas son grandes explotaciones a cielo abierto. Y también se explota a cielo abierto el ónix, el yeso, la perlita, el hierro, los boratos, la sal común, las arcillas y un sinfín de minerales. El tamaño de la explotación lo va a dar el volumen original del depósito.
El cobre y el oro pueden estar limitados a vetas ricas y concentradas que se pueden explotar subterráneamente, o bien diseminados en grandes volúmenes de roca que hacen forzosa su explotación a cielo abierto. Un ejemplo de ello es la mina de Chuquicamata en el desierto del norte chileno, uno de los yacimientos de cobre más grande del mundo y que cuenta con un enorme tajo a cielo abierto, llamado en la jerga técnica “open pit”.
Los chilenos están orgullosos de esa mina que produce enormes riquezas y trabajo para el país. Otro de los grandes yacimientos chilenos es La Escondida, no muy lejos de la frontera argentina, que próximamente comenzará una nueva etapa de expansión con una inversión de 4.500 millones de dólares y mano de obra para 10.000 personas. Los chilenos hablan de gran minería y “gran” tiene no solamente el significado de grande sino también de importante. Más de 4.000 minas se encuentran trabajando a lo largo y ancho del país, la mayoría en la región de Atacama, que es el desierto más seco del mundo. Y son minas que trabajan a cielo abierto o subterráneo, con uso de cianuro u otros procesos químicos, en armonía con el medio ambiente y también con el resto de las actividades productivas como la agricultura, la ganadería y el turismo. En muchas de las regiones donde se desarrollan las minas están los mejores viñedos y los mejores vinos. Los chilenos exportan uva y vinos a los mercados más exigentes del planeta. La Cordillera de los Andes es un espejo que divide a nuestro país de Chile y, en líneas generales, las mismas rocas y los mismos tipos de depósitos minerales se encuentran a un lado y al otro de la línea divisoria de las altas cumbres montañosas.
Sin embargo, en la Argentina no hay más de diez yacimientos en explotación y considerados de gran tamaño, y varios de ellos entrarían juntos en un solo yacimiento chileno. Además, en la Argentina arrecia una campaña ambientalista malintencionada que quiere frenar el legítimo desarrollo minero. Se habla de megaminería, pero a nadie se le ocurre hablar de megaagricultura para involucrar a los extensos campos del país cultivados con trigo o soja; ni tampoco de megaganadería, ni de megapetroleras, ni de megarepresas hidroeléctricas, entre otras, aun cuando en buena hora que existan todos esos desarrollos que potencian económicamente a un país.
De todos modos, por “gigantesco” que sea un depósito mineral siempre tiene límites geológicos precisos y definidos. Visto en una imagen satelital, un yacimiento por grande que sea aparece como un puntito. O sea que decir que se van a volar “montañas enteras”, como anuncian catastróficamente algunos personajes, es una falacia.
Decir, como se dijo en Famatina, que se iba a eliminar la cadena montañosa y que se iba a ver Chile del otro lado, es otra falacia. Si así fuera, con las miles de minas que tienen trabajando los chilenos ya se vería desde el otro lado hacia el nuestro, lo cual no deja de ser ridículo. También es una falacia hablar de megaminería contaminante con uso de cianuro. Primero porque la minería, al igual que todas las actividades del hombre, generan un impacto. Pero impacto no es contaminación. Son dos cosas muy distintas.
En la minería moderna se trabaja respetando el medio ambiente y los procesos se realizan en circuitos cerrados, controlados por ingenieros químicos, mineros, metalúrgicos, industriales, en seguridad e higiene, y otros técnicos y profesionales que han estudiado para que eso así ocurra.
Contaminar significaría arrojar deliberadamente sustancias peligrosas al medio ambiente y eso no cabe en el mundo minero actual, aun cuando lamentablemente esas prácticas se mantienen en numerosas otras actividades urbanas e industriales que no están bien reguladas.
En cuanto al cianuro, solo un 10% se usa en minería y el resto en las demás actividades industriales. Pero, además, solo algunos yacimientos necesitan el cianuro en sus procesos (por ejemplo, yacimientos de San Juan y Santa Cruz), mientras que otros no lo necesitan (ej. Bajo de la Alumbrera, en Catamarca).
El ataque sistemático a las minas a cielo abierto resulta un contrasentido, cuando éstas han demostrado ser mucho más seguras y prácticas. Los yacimientos a cielo abierto se diseñan de tal manera que en su arquitectura esté contemplada la dimensión de los bancos de explotación y los ángulos de los pisos individuales y de todo el sistema en función del o los tipos de rocas para lograr altos estándares de seguridad interna.
En definitiva, más allá de los eslóganes efectistas con que se ataca a la ciencia y a la técnica del arte minero, lo verdaderamente cierto es que la “megaminería contaminante”, ni es megaminería ni es contaminante.
En la actividad de extracción de minerales se reconocen, técnicamente hablando, la gran minería, la minería mediana y la minería pequeña o artesanal. Y esto va a estar en relación con el tamaño del depósito mineral que puede ser grande, mediano o chico, cosa que no decide el hombre sino la naturaleza.
El hombre a través de la ciencia y la técnica define cuál será el método de explotación para obtener y aprovechar racional y de manera sustentable los recursos minerales. Así la minería puede ser, en líneas generales, subterránea o a cielo abierto. Y esto vale para todas las escalas. Un pequeño minero puede realizar socavones en los viejos lechos de los ríos para buscar oro, y una empresa lo puede hacer en las vetas de una montaña.
El carbón necesita generalmente de grandes explotaciones subterráneas y lo mismo, las sales de potasa. La mayoría de los minerales se explotan a cielo abierto, tanto los metálicos como los no metálicos. Las canteras de granito o de calizas son grandes explotaciones a cielo abierto. Y también se explota a cielo abierto el ónix, el yeso, la perlita, el hierro, los boratos, la sal común, las arcillas y un sinfín de minerales. El tamaño de la explotación lo va a dar el volumen original del depósito.
El cobre y el oro pueden estar limitados a vetas ricas y concentradas que se pueden explotar subterráneamente, o bien diseminados en grandes volúmenes de roca que hacen forzosa su explotación a cielo abierto. Un ejemplo de ello es la mina de Chuquicamata en el desierto del norte chileno, uno de los yacimientos de cobre más grande del mundo y que cuenta con un enorme tajo a cielo abierto, llamado en la jerga técnica “open pit”.
Los chilenos están orgullosos de esa mina que produce enormes riquezas y trabajo para el país. Otro de los grandes yacimientos chilenos es La Escondida, no muy lejos de la frontera argentina, que próximamente comenzará una nueva etapa de expansión con una inversión de 4.500 millones de dólares y mano de obra para 10.000 personas. Los chilenos hablan de gran minería y “gran” tiene no solamente el significado de grande sino también de importante. Más de 4.000 minas se encuentran trabajando a lo largo y ancho del país, la mayoría en la región de Atacama, que es el desierto más seco del mundo. Y son minas que trabajan a cielo abierto o subterráneo, con uso de cianuro u otros procesos químicos, en armonía con el medio ambiente y también con el resto de las actividades productivas como la agricultura, la ganadería y el turismo. En muchas de las regiones donde se desarrollan las minas están los mejores viñedos y los mejores vinos. Los chilenos exportan uva y vinos a los mercados más exigentes del planeta. La Cordillera de los Andes es un espejo que divide a nuestro país de Chile y, en líneas generales, las mismas rocas y los mismos tipos de depósitos minerales se encuentran a un lado y al otro de la línea divisoria de las altas cumbres montañosas.
Sin embargo, en la Argentina no hay más de diez yacimientos en explotación y considerados de gran tamaño, y varios de ellos entrarían juntos en un solo yacimiento chileno. Además, en la Argentina arrecia una campaña ambientalista malintencionada que quiere frenar el legítimo desarrollo minero. Se habla de megaminería, pero a nadie se le ocurre hablar de megaagricultura para involucrar a los extensos campos del país cultivados con trigo o soja; ni tampoco de megaganadería, ni de megapetroleras, ni de megarepresas hidroeléctricas, entre otras, aun cuando en buena hora que existan todos esos desarrollos que potencian económicamente a un país.
De todos modos, por “gigantesco” que sea un depósito mineral siempre tiene límites geológicos precisos y definidos. Visto en una imagen satelital, un yacimiento por grande que sea aparece como un puntito. O sea que decir que se van a volar “montañas enteras”, como anuncian catastróficamente algunos personajes, es una falacia.
Decir, como se dijo en Famatina, que se iba a eliminar la cadena montañosa y que se iba a ver Chile del otro lado, es otra falacia. Si así fuera, con las miles de minas que tienen trabajando los chilenos ya se vería desde el otro lado hacia el nuestro, lo cual no deja de ser ridículo. También es una falacia hablar de megaminería contaminante con uso de cianuro. Primero porque la minería, al igual que todas las actividades del hombre, generan un impacto. Pero impacto no es contaminación. Son dos cosas muy distintas.
En la minería moderna se trabaja respetando el medio ambiente y los procesos se realizan en circuitos cerrados, controlados por ingenieros químicos, mineros, metalúrgicos, industriales, en seguridad e higiene, y otros técnicos y profesionales que han estudiado para que eso así ocurra.
Contaminar significaría arrojar deliberadamente sustancias peligrosas al medio ambiente y eso no cabe en el mundo minero actual, aun cuando lamentablemente esas prácticas se mantienen en numerosas otras actividades urbanas e industriales que no están bien reguladas.
En cuanto al cianuro, solo un 10% se usa en minería y el resto en las demás actividades industriales. Pero, además, solo algunos yacimientos necesitan el cianuro en sus procesos (por ejemplo, yacimientos de San Juan y Santa Cruz), mientras que otros no lo necesitan (ej. Bajo de la Alumbrera, en Catamarca).
El ataque sistemático a las minas a cielo abierto resulta un contrasentido, cuando éstas han demostrado ser mucho más seguras y prácticas. Los yacimientos a cielo abierto se diseñan de tal manera que en su arquitectura esté contemplada la dimensión de los bancos de explotación y los ángulos de los pisos individuales y de todo el sistema en función del o los tipos de rocas para lograr altos estándares de seguridad interna.
En definitiva, más allá de los eslóganes efectistas con que se ataca a la ciencia y a la técnica del arte minero, lo verdaderamente cierto es que la “megaminería contaminante”, ni es megaminería ni es contaminante.