Los argentinos sabemos que la inflación nos empobrece cada día; que muchos trabajadores ya perdieron su empleo o están a punto de perderlo; que existe el miedo de salir a la calle; que la educación se degrada y que repugna la corrupción que invade la vida pública.
Sabemos que si alguna vez hubo en el kirchnerismo impulso político, espíritu renovador y sensibilidad social, eso ya ha desaparecido por completo.
Y ante todo ello, los argentinos miran a los dirigentes políticos, especialmente hacia quienes no estamos en el gobierno, y nos dicen: queremos que esto cambie y que nos ofrezcan una alternativa en la que podamos confiar.
Nuestra obligación es transformar esa mayoría social a favor del cambio, que ya existe, en una mayoría política que aún está por construir.
Cambiar el rumbo, en la Argentina de hoy, exige cambiar la tripulación. Pero es un grave error que hablemos mucho más de la tripulación (que es lo instrumental) que del rumbo (que es lo esencial). Parece preocuparnos más con quién queremos recorrer el camino que el camino mismo y la meta a la que queremos llegar. Y eso nos aleja de la sociedad.
Las alianzas electorales son una cuestión importante porque se trata de ganar, y en democracia ganar es sumar. Por eso nuestro instrumento político se define con tres palabras: Frente (es decir, no secta, ni siquiera partido); Amplio (es decir, abierto y no cerrado sobre sí mismo); y UNEN (es decir, no separan ni excluyen ni se autoadjudican el derecho de admisión).
Se está creando, en parte de forma interesada, una confusión en torno a UNEN y su política de alianzas electorales (olvidando que UNEN es ya, en sí misma, una alianza electoral). Y antes de que me sigan interpretando, prefiero ser yo mismo quien diga públicamente lo que pienso, para que quienes discrepen conmigo lo hagan por lo que realmente digo y no por un teléfono descompuesto.
Es cierto que hoy, aunque el deseo de cambio sea mayoritario en la sociedad, no hay ninguna fuerza política en la oposición que, por sí sola, sea capaz de aglutinar esa mayoría. Por ese lado, tienen razón quienes insisten en que, para que exista una auténtica alternativa de poder, hay que sumar y añadir fuerzas, aunque sean disímiles.
Pero también es cierto que sirve de poco una mayoría que sólo se construya contra algo o para derrotar a alguien. La alternativa de gobierno que la Argentina necesita no puede concebirse como una coalición anti-peronista o anti-kirchnerista; sería un grave error. Tiene que estar unida por un proyecto para el país que todos sus componentes puedan compartir. Es decir, tiene que ser políticamente coherente para ser duradera y útil.
Además de ganar en las urnas, la nueva mayoría tiene que poder sostener a un gobierno. Eso exige dos cosas:
La primera, coherencia programática. Señalar un camino, compartir unos objetivos y comprometernos en las principales medidas de gobierno.
Y la segunda, poder conciliar, si es que ello es posible, las diferencias ideológicas que inevitablemente se darán dentro de esa mayoría ampliada.
El desafío es compartir un programa de gobierno sin que nadie tenga que renunciar a sus convicciones. Así es como se sostienen gobiernos plurales como la coalición que hoy gobierna en Alemania o en nuestros vecinos de Chile, Brasil y Uruguay.
Veo que en esto de las coaliciones hay fervorosos creyentes que antes de empezar a hablar, ya tienen en la boca un rotundo SI o un categórico NO. En esta materia, me declaro agnóstico. Mi posición se resume muy fácilmente: después de las elecciones de 2015, no va a haber un Gobierno de un solo partido. Habrá que alcanzar acuerdos de Gobierno; si no es antes de las elecciones, tendrá que ser después de ellas.
Por eso mismo, tengo claro que cualquier acuerdo electoral tiene que llevar incorporado un acuerdo de gobierno; de otra manera, no vale la pena
Lo que quiero decir es que la construcción de una mayoría de gobierno mediante acuerdos entre fuerzas distintas no puede ser un mero ejercicio aritmético de suma de votos posibles, y mucho menos un ejercicio de nombres propios. Tiene que ser un ejercicio de diálogo y de debate sobre el contenido del proyecto de cambio. Eso es lo que no se puede eludir; de nada sirve tomar atajos como desean algunos ni encasillarse “a priori” en posiciones intransigentes como hacen otros.
Hay que sumar, sí; pero hay que asegurarnos de hacerlo de tal forma que la suma de hoy no se transforme en una resta al día siguiente de las elecciones.
Mientras tanto, yo no puedo ni debo prescindir de mi condición de presidente de la Unión Cívica Radical. Y no tengo dudas sobre la tarea que me corresponde: fortalecer a mi partido y preservar su unidad y su conexión con la sociedad.
La UCR, el primer partido del país en historia y el segundo en fuerza electoral y en implantación territorial, es el eje del Frente Amplio UNEN. Y es el partido no peronista con mayor experiencia de gobierno. Por lo tanto, tenemos que actuar con el espíritu que mostró Alfonsín en el 83: liderar un proyecto de cambio e invitar a todo el que lo comparta a sumarse a él.
Somos un partido nacional y federal. Federal significa unidad en los objetivos y autonomía en la acción. Y además, la UCR es un partido con vocación de poder. Por eso, allá donde el radicalismo tenga la posibilidad de gobernar, sólo o en compañía de otros, sus dirigentes en cada provincia tendrán el apoyo y el respaldo de la dirección nacional del partido para desplazar a gobernantes que se comportan como señores feudales de sus territorios. Y eso no va a condicionar en ningún sentido las decisiones que tengamos que tomar a nivel nacional respecto a las elecciones presidenciales. Esa es mi concepción de un partido a la vez nacional y federal, consciente de su responsabilidad ante los millones de ciudadanos argentinos que desean el cambio y nos exigen que lo hagamos posible.
* Presidente de la UCR.
Sabemos que si alguna vez hubo en el kirchnerismo impulso político, espíritu renovador y sensibilidad social, eso ya ha desaparecido por completo.
Y ante todo ello, los argentinos miran a los dirigentes políticos, especialmente hacia quienes no estamos en el gobierno, y nos dicen: queremos que esto cambie y que nos ofrezcan una alternativa en la que podamos confiar.
Nuestra obligación es transformar esa mayoría social a favor del cambio, que ya existe, en una mayoría política que aún está por construir.
Cambiar el rumbo, en la Argentina de hoy, exige cambiar la tripulación. Pero es un grave error que hablemos mucho más de la tripulación (que es lo instrumental) que del rumbo (que es lo esencial). Parece preocuparnos más con quién queremos recorrer el camino que el camino mismo y la meta a la que queremos llegar. Y eso nos aleja de la sociedad.
Las alianzas electorales son una cuestión importante porque se trata de ganar, y en democracia ganar es sumar. Por eso nuestro instrumento político se define con tres palabras: Frente (es decir, no secta, ni siquiera partido); Amplio (es decir, abierto y no cerrado sobre sí mismo); y UNEN (es decir, no separan ni excluyen ni se autoadjudican el derecho de admisión).
Se está creando, en parte de forma interesada, una confusión en torno a UNEN y su política de alianzas electorales (olvidando que UNEN es ya, en sí misma, una alianza electoral). Y antes de que me sigan interpretando, prefiero ser yo mismo quien diga públicamente lo que pienso, para que quienes discrepen conmigo lo hagan por lo que realmente digo y no por un teléfono descompuesto.
Es cierto que hoy, aunque el deseo de cambio sea mayoritario en la sociedad, no hay ninguna fuerza política en la oposición que, por sí sola, sea capaz de aglutinar esa mayoría. Por ese lado, tienen razón quienes insisten en que, para que exista una auténtica alternativa de poder, hay que sumar y añadir fuerzas, aunque sean disímiles.
Pero también es cierto que sirve de poco una mayoría que sólo se construya contra algo o para derrotar a alguien. La alternativa de gobierno que la Argentina necesita no puede concebirse como una coalición anti-peronista o anti-kirchnerista; sería un grave error. Tiene que estar unida por un proyecto para el país que todos sus componentes puedan compartir. Es decir, tiene que ser políticamente coherente para ser duradera y útil.
Además de ganar en las urnas, la nueva mayoría tiene que poder sostener a un gobierno. Eso exige dos cosas:
La primera, coherencia programática. Señalar un camino, compartir unos objetivos y comprometernos en las principales medidas de gobierno.
Y la segunda, poder conciliar, si es que ello es posible, las diferencias ideológicas que inevitablemente se darán dentro de esa mayoría ampliada.
El desafío es compartir un programa de gobierno sin que nadie tenga que renunciar a sus convicciones. Así es como se sostienen gobiernos plurales como la coalición que hoy gobierna en Alemania o en nuestros vecinos de Chile, Brasil y Uruguay.
Veo que en esto de las coaliciones hay fervorosos creyentes que antes de empezar a hablar, ya tienen en la boca un rotundo SI o un categórico NO. En esta materia, me declaro agnóstico. Mi posición se resume muy fácilmente: después de las elecciones de 2015, no va a haber un Gobierno de un solo partido. Habrá que alcanzar acuerdos de Gobierno; si no es antes de las elecciones, tendrá que ser después de ellas.
Por eso mismo, tengo claro que cualquier acuerdo electoral tiene que llevar incorporado un acuerdo de gobierno; de otra manera, no vale la pena
Lo que quiero decir es que la construcción de una mayoría de gobierno mediante acuerdos entre fuerzas distintas no puede ser un mero ejercicio aritmético de suma de votos posibles, y mucho menos un ejercicio de nombres propios. Tiene que ser un ejercicio de diálogo y de debate sobre el contenido del proyecto de cambio. Eso es lo que no se puede eludir; de nada sirve tomar atajos como desean algunos ni encasillarse “a priori” en posiciones intransigentes como hacen otros.
Hay que sumar, sí; pero hay que asegurarnos de hacerlo de tal forma que la suma de hoy no se transforme en una resta al día siguiente de las elecciones.
Mientras tanto, yo no puedo ni debo prescindir de mi condición de presidente de la Unión Cívica Radical. Y no tengo dudas sobre la tarea que me corresponde: fortalecer a mi partido y preservar su unidad y su conexión con la sociedad.
La UCR, el primer partido del país en historia y el segundo en fuerza electoral y en implantación territorial, es el eje del Frente Amplio UNEN. Y es el partido no peronista con mayor experiencia de gobierno. Por lo tanto, tenemos que actuar con el espíritu que mostró Alfonsín en el 83: liderar un proyecto de cambio e invitar a todo el que lo comparta a sumarse a él.
Somos un partido nacional y federal. Federal significa unidad en los objetivos y autonomía en la acción. Y además, la UCR es un partido con vocación de poder. Por eso, allá donde el radicalismo tenga la posibilidad de gobernar, sólo o en compañía de otros, sus dirigentes en cada provincia tendrán el apoyo y el respaldo de la dirección nacional del partido para desplazar a gobernantes que se comportan como señores feudales de sus territorios. Y eso no va a condicionar en ningún sentido las decisiones que tengamos que tomar a nivel nacional respecto a las elecciones presidenciales. Esa es mi concepción de un partido a la vez nacional y federal, consciente de su responsabilidad ante los millones de ciudadanos argentinos que desean el cambio y nos exigen que lo hagamos posible.
* Presidente de la UCR.