Un estudio de televisión, un conductor o conductora, una única mesa central o varios atriles en los bordes, y un elenco estable de panelistas ocupando estos espacios. El conductor plantea un tema –cualquier tema, desde las posibles condiciones del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional hasta la conformación de la Selección argentina para el Mundial de Fútbol, pasando por el último caso policial– y los panelistas opinan. Los panelistas son periodistas, analistas, políticos –en retirada o en ascenso– o una combinación de las tres ocupaciones. Hablan fuerte, se interrumpen, se contradicen y hasta se insultan. El conductor marca el tiempo, organiza la discusión y presenta los disparadores, que pueden ser un informe en video, un invitado o un tuit.
Los programas de panelistas existen desde la década del 60, y en la Argentina se popularizaron a partir de 2001, el año de la crisis. Tienen una gran ventaja frente a cualquier otro tipo de programación: son baratos. No requieren guionistas, investigación periodística, ni cámaras en exteriores. Rara vez son los primeros en el rating, pero mantienen niveles de audiencia estables que les aseguran rentabilidad. Aunque aumentan las opciones audiovisuales, a través de sistemas on demand, y es posible ver series, películas y deporte de alta competencia en cualquier horario, los programas de panelistas permanecen. Su vigencia puede explicarse porque, a diferencia de la ficción de alta calidad, la patria panelista no demanda atención constante y focalizada. La televisión forma parte del sonido ambiente de las actividades cotidianas de los espectadores, y los programas como Intratables o Bendita TV son ideales para estar “de fondo”, y ser mirados y escuchados de manera intermitente.
Este formato suele ser criticado por no permitir verdadera deliberación, en la que se presenten diferentes puntos de vista y los participantes busquen ponerse de acuerdo. Ese reproche desconoce que el objetivo de los programas de panelistas no es fomentar la discusión sobre temas de la actualidad política y social para consensuar diagnósticos y soluciones. Los panelistas, acostumbrados a discutir entre sí, emiten casi infinitas variaciones de los mismos argumentos y opiniones, para un público que no busca la sorpresa, sino entretenerse mientras desarrolla otras tareas, como cocinar, comer en familia o acceder a redes sociales en el celular.
Al día siguiente, a la misma hora, los panelistas se reunirán una vez más a discutir los temas que marque la agenda informativa. Como el día de la marmota, todo vuelve a empezar.
*Directora de la Licenciatura en Comunicación de la Universidad de San Andrés.
Los programas de panelistas existen desde la década del 60, y en la Argentina se popularizaron a partir de 2001, el año de la crisis. Tienen una gran ventaja frente a cualquier otro tipo de programación: son baratos. No requieren guionistas, investigación periodística, ni cámaras en exteriores. Rara vez son los primeros en el rating, pero mantienen niveles de audiencia estables que les aseguran rentabilidad. Aunque aumentan las opciones audiovisuales, a través de sistemas on demand, y es posible ver series, películas y deporte de alta competencia en cualquier horario, los programas de panelistas permanecen. Su vigencia puede explicarse porque, a diferencia de la ficción de alta calidad, la patria panelista no demanda atención constante y focalizada. La televisión forma parte del sonido ambiente de las actividades cotidianas de los espectadores, y los programas como Intratables o Bendita TV son ideales para estar “de fondo”, y ser mirados y escuchados de manera intermitente.
Este formato suele ser criticado por no permitir verdadera deliberación, en la que se presenten diferentes puntos de vista y los participantes busquen ponerse de acuerdo. Ese reproche desconoce que el objetivo de los programas de panelistas no es fomentar la discusión sobre temas de la actualidad política y social para consensuar diagnósticos y soluciones. Los panelistas, acostumbrados a discutir entre sí, emiten casi infinitas variaciones de los mismos argumentos y opiniones, para un público que no busca la sorpresa, sino entretenerse mientras desarrolla otras tareas, como cocinar, comer en familia o acceder a redes sociales en el celular.
Al día siguiente, a la misma hora, los panelistas se reunirán una vez más a discutir los temas que marque la agenda informativa. Como el día de la marmota, todo vuelve a empezar.
*Directora de la Licenciatura en Comunicación de la Universidad de San Andrés.