Por: Rodolfo Rossi es el presidente de la Cadena de la Soja Argentina.
Ayer se cumplieron exactamente 20 años del día en que, con la firma de la Resolución 167/96 por parte del Secretario de Agricultura, Pesca y Alimentación de entonces, Felipe Solá, se aprobó la soja resistente a glifosato.
Fue ante la solicitud de Nidera y se autorizó la producción y comercialización de la semilla y de los productos y subproductos derivados de ésta, provenientes de la soja tolerante al herbicida glifosato.
Habían pasado solo 5 años desde que habíamos pedido a la Secretaría contar con reglas que nos permitieran trabajar de acuerdo a los parámetros internacionales en las nuevas tecnologías de trangénesis, con el fin de iniciar trabajos de soja transgénica. Así, el gobierno argentino decidió la creación de la Comisión Nacional Asesora de Biotecnología Agropecuaria, en octubre de 1991.
Esta acertada decisión política le permitió al Estado elaborar los requisitos técnicos y de bioseguridad que debían reunir los materiales genéticos obtenidos por biotecnología. Este fue un hecho trascendente y ejemplar frente a otros países, que dilataron excesivamente la conformación de un marco jurídico para trabajar en el tema.
Con esa Resolución, se permitía concretar un viejo sueño de todo mejorador genético vegetal, que era poder diseñar y colocar en manos de los productores una planta que pudiera crecer libre de malezas, mediante el control químico de las mismas, con el mejor, más efectivo y el más saludable principio activo, que la industria agroquímica había desarrollado a principios de la década del 70: el glifosato.
El acuerdo entre la empresa Asgrow y su continuadora Nidera fue el inicio de un programa de creación de las primeras variedades transgénicas para Sudámerica, las que luego fueron lanzadas al mercado en la Argentina en simultáneo con EEUU, luego que la empresa obtuviera la correspondiente autorización.
Rossi, hace pocos días posando para Clarín Rural.
Desarrolló la primera variedad de soja resistente en el país.
Desde los inicios de la década del 80, y luego de sortear numerosas complicaciones, los ingenieros genéticos de Monsanto obtuvieron las primeras plantas de soja transgénica, sobre un genotipo de Asgrow y con la ayuda de expertos en las incipientes técnicas de transformación, en base al método balístico.
Pero con el programa establecido localmente, comenzamos a testear los primeros eventos, en cuanto a la eficacia de la tolerancia al herbicida. Hubo entonces una decisión empresaria, también ejemplar, que vio las posibilidades y la racionalidad del proyecto que mostrábamos y decidió aprobar los fondos necesarios para la ejecución de la tarea de investigación y desarrollo de las nuevas variedades.
Dos palabras (“meterle pata”), sintetizaron la decisión, para desarrollar un programa de investigación que pusiera lo antes posible en el mercado las primeras variedades transgénicas, luego de cumplir con las regulaciones y controles que en estos nuevos desarrollos se hacían necesarios.
El primer evento seleccionado en nuestros ensayos mostró que no cumplía con los requisitos de tolerancia que nos habíamos establecido. Solamente toleraba el herbicida en los períodos vegetativos. Recuerdo que, analizando la situación, un día pensé que “contenía un gen muerto”. Y así lo informé. En menos de 24 horas, los ingenieros genéticos estadounidenses que estaban en este proyecto internacional pudieron comprobar, en los campos de Venado Tuerto, que la situación era real.
Rossi (izq.),y Claudia Nari, de Nidera, y Julio Delucci, de
Monsanto, trabajaron aquó en la primera variedad de soja.
Pero, por suerte, ya estábamos trabajando con varios otros eventos, lo que nos permitió seleccionar el denominado 40-3-2, que luego iba a ser el evento de soja base para la incorporación de la verdadera resistencia al herbicida.
Pusimos en marcha las más avanzadas metodologías de mejoramiento genético, con uso intensivo de múltiples generaciones anuales, y los 9 ó 10 años que nos había llevado en promedio el desarrollo de una nueva variedad, ya los habíamos acortado a la mitad, sin dejar de testear, por el tiempo mínimo requerido, las bondades agronómicas.
Las primeras variedades inscriptas fueron 5, pero sin duda la de más alto impacto se llamó A6401RG. La elección de la sigla RG por parte de la empresa surgía de la confianza que teníamos en que se iba a producir una Revolución Genética.
Fueron varias las bondades que tuvieron las primeras variedades. En cuanto a rendimiento, se logró superar a las variedades convencionales muy rápidamente en los grupos más largos de maduración, y posteriormente en los materiales precoces.
Además, diseñamos las variedades con una mejor genética. Todas ellas contenían la resistencia al cancro del tallo, cuya epifitia coincidió con el lanzamiento de estas variedades, y a mancha ojo de rana, que pisaba fuerte en el norte del país. Estas características aceleraron la adopción de las nuevas variedades en muy pocos años. No se conocía en la historia un cambio en el área agrícola tan fuerte.
La magnitud de la interacción “genotipo-ambiente”, que tantos desvelos nos trae a los fitomejoradores, fue drásticamente reducida. Eso permitió, entre otras cosas, la adopción de los grupos más precoces a nivel país, de crecimiento indeterminado y con mayor índice de cosecha. O sea, el genotipo podía expresarse en su potencial en las más variadas condiciones agroecológicas. No había fitotoxicidad por el uso intensivo de otros compuestos activos, los que dejaron de ser utilizados y generaron también una gran transformación y reconversión en la industria agroquímica de esos años.
En un trabajo presentado junto a Claudia Nari y Julio Delucci en el 1° Congreso Nacional de Soja, en Pergamino, en 1995, formalizamos los resultados de los estudios locales y mostramos la tolerancia en el período vegetativo y reproductivo completo, la no interacción de la modificación genética con las otras características de la planta: resistencia a enfermedades, procesos fisiológicos, mantenimiento de las características físicas y químicas del grano y la falta de interacción de la tecnología con el ambiente y los diferentes genotipos ensayados.
El rótulo de la primera variedad de soja del país.
Los más trascendente para la agricultura argentina fue la simbiosis que se formó con la siembra directa, a la que le permitió un gran despegue, lo que nos permitió producir más y mejor.
El cultivo de la soja es la base del complejo agroindustrial más importante de la Argentina desde el punto de vista económico, con amplias y positivas implicancias sociales y ambientales. Sin dudas, el crecimiento e importancia de ese complejo está ligado a la adopción y al crecimiento de la soja transgénica con resistencia al herbicida glifosato.
Desde el punto de vista de la cadena de la soja, la introducción en 1996 de la soja transgénica ha producido impactos de 3 tipos: horizontales (en la superficie agrícola en zonas típicas y no tradicionales), verticales (en la empresa y el productor agropecuario) y globales (en la producción, el medio ambiente, la dinámica comercial y la cadena alimentaria).
Son numerosos los motivos de la rápida adopción de estas variedades y de la tecnología RR. Entre ellos, merecen citarse un nuevo control postemergente, flexibilidad en la aplicación, mejor control de malezas perennes, menor dependencia de otros herbicidas, menor uso total de herbicidas, ausencia de fitotoxicidad, reducción de costos muy significativa. Sin dudas, fue el acople ideal para la expansión de la siembra directa y, en definitiva, para lograr mayores rendimientos a campo.
Desde la aparición de la soja transgénica, la Argentina ha triplicado el área de siembra, pero la producción total se incrementó 5 veces. En vastas regiones el valor de la tierra creció fuertemente y la actividad agrícola en zonas extrapampeanas comenzó a jugar un rol significativo, que luego se generalizó en todas las regiones del país.
Desde el lanzamiento de la soja RR, los rendimientos locales se incrementaron a una tasa de 1% a 1.5% anual. Mantener esos valores implicó incorporar cambios genéticos, tanto por el camino del mejoramiento genético tradicional como por el biotecnológico.
Cuando se cumplieron los primeros 15 años de la adopción de la soja RR, un trabajo de Eduardo Trigo y Argenbio mostró que, desde el punto de vista económico, la soja tolerante al glifosato generó beneficios por más de 65.000 millones de dólares, de los cuales la mayor parte se debió a la expansión del área cultivada. En cuanto a la distribución de los beneficios que generó, el trabajo mostró que 72,4% fue a los productores (que obviamente lo distribuyeron a la cadena productiva), 21,2% al estado nacional -a través de las retenciones y otros impuestos- y 6,4% a los proveedores de tecnologías (semillas y herbicidas).
La actualidad nos encuentra en una situación agronómica y económica muy diferente, en parte por el uso excesivo de una tecnología de control de malezas, que ha generado múltiples resistencias, al glifosato y a otros principios activos. También impactó en esto el hecho de haber incorporado la tolerancia en otros cultivos diferentes a la soja.
Por ello, además de aprender la lección, debemos enfocar el futuro hacia soluciones que mantengan los extraordinarios beneficios agronómicos que las sojas RR nos han dejado.
Por supuesto que estamos volviendo al uso de los mismos modos de acción que conocemos hace décadas, con diferentes formulaciones y combinaciones, que nos permiten un mejor control. Pero la biotecnología se viene con nuevos capítulos, que incluyen el lanzamiento de nuevos eventos con resistencia a herbicidas.
Sobre esta base, la buena práctica indica rotar cultivos, rotar modos de acción, establecer programas de control y monitorear la sustentabilidad de las resistencias. En definitiva vamos hacia una biotecnología bajo en concepto de rotar genes, como parte de la solución.
Ayer se cumplieron exactamente 20 años del día en que, con la firma de la Resolución 167/96 por parte del Secretario de Agricultura, Pesca y Alimentación de entonces, Felipe Solá, se aprobó la soja resistente a glifosato.
Fue ante la solicitud de Nidera y se autorizó la producción y comercialización de la semilla y de los productos y subproductos derivados de ésta, provenientes de la soja tolerante al herbicida glifosato.
Habían pasado solo 5 años desde que habíamos pedido a la Secretaría contar con reglas que nos permitieran trabajar de acuerdo a los parámetros internacionales en las nuevas tecnologías de trangénesis, con el fin de iniciar trabajos de soja transgénica. Así, el gobierno argentino decidió la creación de la Comisión Nacional Asesora de Biotecnología Agropecuaria, en octubre de 1991.
Esta acertada decisión política le permitió al Estado elaborar los requisitos técnicos y de bioseguridad que debían reunir los materiales genéticos obtenidos por biotecnología. Este fue un hecho trascendente y ejemplar frente a otros países, que dilataron excesivamente la conformación de un marco jurídico para trabajar en el tema.
Con esa Resolución, se permitía concretar un viejo sueño de todo mejorador genético vegetal, que era poder diseñar y colocar en manos de los productores una planta que pudiera crecer libre de malezas, mediante el control químico de las mismas, con el mejor, más efectivo y el más saludable principio activo, que la industria agroquímica había desarrollado a principios de la década del 70: el glifosato.
El acuerdo entre la empresa Asgrow y su continuadora Nidera fue el inicio de un programa de creación de las primeras variedades transgénicas para Sudámerica, las que luego fueron lanzadas al mercado en la Argentina en simultáneo con EEUU, luego que la empresa obtuviera la correspondiente autorización.
Rossi, hace pocos días posando para Clarín Rural.
Desarrolló la primera variedad de soja resistente en el país.
Desde los inicios de la década del 80, y luego de sortear numerosas complicaciones, los ingenieros genéticos de Monsanto obtuvieron las primeras plantas de soja transgénica, sobre un genotipo de Asgrow y con la ayuda de expertos en las incipientes técnicas de transformación, en base al método balístico.
Pero con el programa establecido localmente, comenzamos a testear los primeros eventos, en cuanto a la eficacia de la tolerancia al herbicida. Hubo entonces una decisión empresaria, también ejemplar, que vio las posibilidades y la racionalidad del proyecto que mostrábamos y decidió aprobar los fondos necesarios para la ejecución de la tarea de investigación y desarrollo de las nuevas variedades.
Dos palabras (“meterle pata”), sintetizaron la decisión, para desarrollar un programa de investigación que pusiera lo antes posible en el mercado las primeras variedades transgénicas, luego de cumplir con las regulaciones y controles que en estos nuevos desarrollos se hacían necesarios.
El primer evento seleccionado en nuestros ensayos mostró que no cumplía con los requisitos de tolerancia que nos habíamos establecido. Solamente toleraba el herbicida en los períodos vegetativos. Recuerdo que, analizando la situación, un día pensé que “contenía un gen muerto”. Y así lo informé. En menos de 24 horas, los ingenieros genéticos estadounidenses que estaban en este proyecto internacional pudieron comprobar, en los campos de Venado Tuerto, que la situación era real.
Rossi (izq.),y Claudia Nari, de Nidera, y Julio Delucci, de
Monsanto, trabajaron aquó en la primera variedad de soja.
Pero, por suerte, ya estábamos trabajando con varios otros eventos, lo que nos permitió seleccionar el denominado 40-3-2, que luego iba a ser el evento de soja base para la incorporación de la verdadera resistencia al herbicida.
Pusimos en marcha las más avanzadas metodologías de mejoramiento genético, con uso intensivo de múltiples generaciones anuales, y los 9 ó 10 años que nos había llevado en promedio el desarrollo de una nueva variedad, ya los habíamos acortado a la mitad, sin dejar de testear, por el tiempo mínimo requerido, las bondades agronómicas.
Las primeras variedades inscriptas fueron 5, pero sin duda la de más alto impacto se llamó A6401RG. La elección de la sigla RG por parte de la empresa surgía de la confianza que teníamos en que se iba a producir una Revolución Genética.
Fueron varias las bondades que tuvieron las primeras variedades. En cuanto a rendimiento, se logró superar a las variedades convencionales muy rápidamente en los grupos más largos de maduración, y posteriormente en los materiales precoces.
Además, diseñamos las variedades con una mejor genética. Todas ellas contenían la resistencia al cancro del tallo, cuya epifitia coincidió con el lanzamiento de estas variedades, y a mancha ojo de rana, que pisaba fuerte en el norte del país. Estas características aceleraron la adopción de las nuevas variedades en muy pocos años. No se conocía en la historia un cambio en el área agrícola tan fuerte.
La magnitud de la interacción “genotipo-ambiente”, que tantos desvelos nos trae a los fitomejoradores, fue drásticamente reducida. Eso permitió, entre otras cosas, la adopción de los grupos más precoces a nivel país, de crecimiento indeterminado y con mayor índice de cosecha. O sea, el genotipo podía expresarse en su potencial en las más variadas condiciones agroecológicas. No había fitotoxicidad por el uso intensivo de otros compuestos activos, los que dejaron de ser utilizados y generaron también una gran transformación y reconversión en la industria agroquímica de esos años.
En un trabajo presentado junto a Claudia Nari y Julio Delucci en el 1° Congreso Nacional de Soja, en Pergamino, en 1995, formalizamos los resultados de los estudios locales y mostramos la tolerancia en el período vegetativo y reproductivo completo, la no interacción de la modificación genética con las otras características de la planta: resistencia a enfermedades, procesos fisiológicos, mantenimiento de las características físicas y químicas del grano y la falta de interacción de la tecnología con el ambiente y los diferentes genotipos ensayados.
El rótulo de la primera variedad de soja del país.
Los más trascendente para la agricultura argentina fue la simbiosis que se formó con la siembra directa, a la que le permitió un gran despegue, lo que nos permitió producir más y mejor.
El cultivo de la soja es la base del complejo agroindustrial más importante de la Argentina desde el punto de vista económico, con amplias y positivas implicancias sociales y ambientales. Sin dudas, el crecimiento e importancia de ese complejo está ligado a la adopción y al crecimiento de la soja transgénica con resistencia al herbicida glifosato.
Desde el punto de vista de la cadena de la soja, la introducción en 1996 de la soja transgénica ha producido impactos de 3 tipos: horizontales (en la superficie agrícola en zonas típicas y no tradicionales), verticales (en la empresa y el productor agropecuario) y globales (en la producción, el medio ambiente, la dinámica comercial y la cadena alimentaria).
Son numerosos los motivos de la rápida adopción de estas variedades y de la tecnología RR. Entre ellos, merecen citarse un nuevo control postemergente, flexibilidad en la aplicación, mejor control de malezas perennes, menor dependencia de otros herbicidas, menor uso total de herbicidas, ausencia de fitotoxicidad, reducción de costos muy significativa. Sin dudas, fue el acople ideal para la expansión de la siembra directa y, en definitiva, para lograr mayores rendimientos a campo.
Desde la aparición de la soja transgénica, la Argentina ha triplicado el área de siembra, pero la producción total se incrementó 5 veces. En vastas regiones el valor de la tierra creció fuertemente y la actividad agrícola en zonas extrapampeanas comenzó a jugar un rol significativo, que luego se generalizó en todas las regiones del país.
Desde el lanzamiento de la soja RR, los rendimientos locales se incrementaron a una tasa de 1% a 1.5% anual. Mantener esos valores implicó incorporar cambios genéticos, tanto por el camino del mejoramiento genético tradicional como por el biotecnológico.
Cuando se cumplieron los primeros 15 años de la adopción de la soja RR, un trabajo de Eduardo Trigo y Argenbio mostró que, desde el punto de vista económico, la soja tolerante al glifosato generó beneficios por más de 65.000 millones de dólares, de los cuales la mayor parte se debió a la expansión del área cultivada. En cuanto a la distribución de los beneficios que generó, el trabajo mostró que 72,4% fue a los productores (que obviamente lo distribuyeron a la cadena productiva), 21,2% al estado nacional -a través de las retenciones y otros impuestos- y 6,4% a los proveedores de tecnologías (semillas y herbicidas).
La actualidad nos encuentra en una situación agronómica y económica muy diferente, en parte por el uso excesivo de una tecnología de control de malezas, que ha generado múltiples resistencias, al glifosato y a otros principios activos. También impactó en esto el hecho de haber incorporado la tolerancia en otros cultivos diferentes a la soja.
Por ello, además de aprender la lección, debemos enfocar el futuro hacia soluciones que mantengan los extraordinarios beneficios agronómicos que las sojas RR nos han dejado.
Por supuesto que estamos volviendo al uso de los mismos modos de acción que conocemos hace décadas, con diferentes formulaciones y combinaciones, que nos permiten un mejor control. Pero la biotecnología se viene con nuevos capítulos, que incluyen el lanzamiento de nuevos eventos con resistencia a herbicidas.
Sobre esta base, la buena práctica indica rotar cultivos, rotar modos de acción, establecer programas de control y monitorear la sustentabilidad de las resistencias. En definitiva vamos hacia una biotecnología bajo en concepto de rotar genes, como parte de la solución.