Ayer Clarín publicó en la página 2 de su suplemento The New York Times International Weekly una nota sobre el primer ministro de Serbia, Hashim Thaci. Reemplazó de apuro una columna que escribí sobre los conflictos entre medios y gobiernos en América del Sur en general, y el de la administración Kirchner con el Grupo Clarín en particular. Esa columna, llamada “Inteligencia”, es una sección fija de la edición internacional del diario estadounidense que el diario argentino ha publicado regularmente.
Clarín no observó errores u omisiones ni reclamó mayor inteligencia. La breve explicación que le dio a The New York Times es que no la publicaría porque “es un tema muy sensible”. Fue una salida elegante para no explicitar que sobre ese tema sólo se publica el relato de la empresa.
The New York Times evaluó que mi columna es equilibrada y respetuosa. En un hecho inusual, decidió subir a su sitio la versión en español para que los lectores pudieran leerla.
La columna, en realidad, intenta sintetizar el conflicto con información familiar para una parte del lectorado argentino. Que las relaciones entre el gobierno de Néstor Kirchner y Clarín fueron mucho más armoniosas que conflictivas. Que el Gobierno le concedió favores estatales, como la fusión de Multicanal y Cablevisión. Que Clarín fue suave en la crítica y que relegó temas incómodos, como los relacionados con la corrupción gubernamental. Que cuando empezó el conflicto, ni el Gobierno ni Clarín dieron explicaciones convincentes sobre la mutua desilusión. Que la metáfora del divorcio parece mucho más precisa que la de la guerra. Que Héctor Horacio Magnetto no da entrevistas a medios argentinos pero sí a extranjeros. El foco de la columna había cambiado.
Semanas después de la salida de mi libro Clarín, el gran diario argentino: una historia, un editor de The New York Times me sugirió que escribiera una columna sobre la prensa “atacada y sitiada” en América del Sur. Le dije que quizás no era la persona indicada, porque esa perspectiva ha limitado la explicación del conflicto a las acciones de los llamados gobiernos populistas o de izquierda-centroizquierda. También ha relegado temas centrales como la propiedad concentrada del sistema de medios, su relación de give and take (toma y daca) con la política y su responsabilidad en el conflicto por coberturas sesgadas y por momentos incendiarias. Le dije que no creía que la democracia estuviese en riesgo y que las metáforas bélicas de las media wars merecían revisión.
El editor del diario me dijo que una lectura más matizada sobre las media wars despertaría mayor interés para los lectores de su edición internacional (llamada también “Lo mejor de The New York Times”). Tiene un público de seis millones de lectores de 35 diarios distintos, como el China Daily de China, El País de España, Reforma de México o Tages-Anzeiger de Suiza. Debería intentar explicar el conflicto a un comerciante en Zurich o a un universitario en Shanghái. Cerré los ojos, pensé en ellos y escribí.
El jueves a la noche, el editor me informó que Clarín no publicaría la columna. Enterados de la novedad, dos amigos que trabajan en otras secciones de The New York Times me llamaron escandalizados por la decisión del gran diario argentino. Me reprocharon que lo tomara como algo relativamente esperable por el conflicto actual y por la historia del diario (y que también pusiera en duda la supuesta condición de diario inmaculado de The New York Times).
Uno me dijo que Clarín estaba haciendo lo que le criticaba al gobierno argentino. El otro, un viejo columnista que ha recorrido medio mundo con el diario, habló con un mapamundi en la mano. “Creo que estamos eligiendo mal nuestros aliados en América latina: que un diario censure un artículo porque no le gusta es no haber entendido al Times: les gusta el prestigio que les otorga, pero rechazan el periodismo del Times cuando habla de ellos”.
*Periodista. Autor del libro Clarín, el gran diario argentino: una historia. @sivakme.
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Clarín no observó errores u omisiones ni reclamó mayor inteligencia. La breve explicación que le dio a The New York Times es que no la publicaría porque “es un tema muy sensible”. Fue una salida elegante para no explicitar que sobre ese tema sólo se publica el relato de la empresa.
The New York Times evaluó que mi columna es equilibrada y respetuosa. En un hecho inusual, decidió subir a su sitio la versión en español para que los lectores pudieran leerla.
La columna, en realidad, intenta sintetizar el conflicto con información familiar para una parte del lectorado argentino. Que las relaciones entre el gobierno de Néstor Kirchner y Clarín fueron mucho más armoniosas que conflictivas. Que el Gobierno le concedió favores estatales, como la fusión de Multicanal y Cablevisión. Que Clarín fue suave en la crítica y que relegó temas incómodos, como los relacionados con la corrupción gubernamental. Que cuando empezó el conflicto, ni el Gobierno ni Clarín dieron explicaciones convincentes sobre la mutua desilusión. Que la metáfora del divorcio parece mucho más precisa que la de la guerra. Que Héctor Horacio Magnetto no da entrevistas a medios argentinos pero sí a extranjeros. El foco de la columna había cambiado.
Semanas después de la salida de mi libro Clarín, el gran diario argentino: una historia, un editor de The New York Times me sugirió que escribiera una columna sobre la prensa “atacada y sitiada” en América del Sur. Le dije que quizás no era la persona indicada, porque esa perspectiva ha limitado la explicación del conflicto a las acciones de los llamados gobiernos populistas o de izquierda-centroizquierda. También ha relegado temas centrales como la propiedad concentrada del sistema de medios, su relación de give and take (toma y daca) con la política y su responsabilidad en el conflicto por coberturas sesgadas y por momentos incendiarias. Le dije que no creía que la democracia estuviese en riesgo y que las metáforas bélicas de las media wars merecían revisión.
El editor del diario me dijo que una lectura más matizada sobre las media wars despertaría mayor interés para los lectores de su edición internacional (llamada también “Lo mejor de The New York Times”). Tiene un público de seis millones de lectores de 35 diarios distintos, como el China Daily de China, El País de España, Reforma de México o Tages-Anzeiger de Suiza. Debería intentar explicar el conflicto a un comerciante en Zurich o a un universitario en Shanghái. Cerré los ojos, pensé en ellos y escribí.
El jueves a la noche, el editor me informó que Clarín no publicaría la columna. Enterados de la novedad, dos amigos que trabajan en otras secciones de The New York Times me llamaron escandalizados por la decisión del gran diario argentino. Me reprocharon que lo tomara como algo relativamente esperable por el conflicto actual y por la historia del diario (y que también pusiera en duda la supuesta condición de diario inmaculado de The New York Times).
Uno me dijo que Clarín estaba haciendo lo que le criticaba al gobierno argentino. El otro, un viejo columnista que ha recorrido medio mundo con el diario, habló con un mapamundi en la mano. “Creo que estamos eligiendo mal nuestros aliados en América latina: que un diario censure un artículo porque no le gusta es no haber entendido al Times: les gusta el prestigio que les otorga, pero rechazan el periodismo del Times cuando habla de ellos”.
*Periodista. Autor del libro Clarín, el gran diario argentino: una historia. @sivakme.
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