Ignacio de Mendiguren, presidente de la UIA, recibió con elogios y aplausos a Cristina Kirchner en la cena por el Día de la Industria, en Tecnópolis. Foto: Rodrigo Néspolo
Había que ver a 1600 hombres de negocios de pie, aplaudiendo a rabiar, entonado por acordes de un compositor que no puede haber sido elegido al azar: Fito Páez. Sonaba «Dar es dar». Si hay algo que conoce el kirchnerismo son los gestos de la política.
Entraba Cristina Kirchner como a ella le gusta, en Tecnópolis, la muestra fabril que empujó de manera personal como pocos proyectos, y en un entorno que volvió a guardarse los temores, esos que se oyen en privado y en voz baja, para otra ocasión. Una atmósfera impensada, con seguridad, antes del resultado de las primarias.
«Esto es ejemplar para los pibes, para que los padres los traigan; se les va formando la cabeza», había dicho a este diario Gabriel Romero, el poderoso concesionario de la hidrovía, mientras esperaba entrar en una fila interminable que incluyó a pesos pesados como Carlos Bulgheroni -casi nunca en estos encuentros- o Hugo Sigman (grupo Insud), y a otros más habituales, como la cúpula entera de la Unión Industrial Argentina (UIA), Adelmo Gabbi (Bolsa de Comercio) o Hugo Luis Biolcati (Sociedad Rural), entre otros. Estaban todos.
«Mire lo que era la Argentina hace varias décadas: éramos el quinto país industrial del mundo», se envalentonó diciendo el santafecino y dirigente de la UIA Guillermo Moretti.
José Ignacio de Mendiguren, presidente de la entidad fabril, pareció interpretarlo momentos después cuando, en su discurso, definió Tecnópolis como «una metáfora de lo que fuimos, espejo de lo que somos y augurio de lo que podemos ser».
También exigió un rumbo , aunque sutilmente, cuando sentenció que «el desarrollo no se importa», en medio de la aprobación general. Esa retórica le valió después un elogio presidencial: «No te conocía esta faceta poética», le dijo Cristina Kirchner, y desencadenó carcajadas.
Al anfitrión, que suele definirse a sí mismo como un hombre componedor, le había tocado protagonizar tal vez una alegoría de la Argentina que viene. Tuvo que convencer, junto con Oscar Parrilli, secretario general de la Presidencia, a Hugo Moyano de que los acompañara a recibir a la jefa del Estado a la entrada. «Dale, Hugo, dale», le decían, y lo tironeaban de la mano, y el camionero, imagen infrecuente, se resistía preso de un ataque de discreción. Finalmente fue, y al grupo se sumó el ministro de Economía, Amado Boudou, el más sonriente y eufórico de la noche.
Mucho menos tímido resultó Facundo Moyano, hijo del líder de la CGT, que entró con el pecho erguido, saco de pana negro, rodeado de por lo menos siete compañeros vestidos con ropa de trabajo que abrazaron, a los besos, a cuatro del gabinete que esperaban el arribo de su líder: Julio De Vido, Florencio Randazzo, Aníbal Fernández y Héctor Timerman.
¿Qué empresario se iba a perder la posibilidad de tenerlos tan cerca? «Juan Carlos, hace por lo menos tres meses que no te veo», soltó Adrián Kaufmann Brea, director de Arcor, mientras saludaba a Juan Carlos Lascurain. «Es que estuve con mucho laburo», se disculpó el metalúrgico, distanciado en los últimos tiempos de la cúpula de la UIA.
La Presidenta instó a todos a «ser lo suficientemente inteligentes y no socavar las bases del desarrollo argentino». Reconoció haber cometido errores e insistió en un concepto que le pertenece y que ahora repite en foros empresariales Amado Boudou: «Industrializar la ruralidad». Alentar la agroindustria, en la jerga mundial de los negocios.
Palabras de aliento que obligaban, por una noche, a no pensar en amenazas como la crisis internacional, un eventual traspié cambiario de Brasil o la posibilidad de «profundizar el populismo» que propuso Roberto Feletti, el viceministro de Economía que espantaba a todos hace cinco meses y que ayer se paseaba con su hija por la muestra.
Si alguna duda quedaba, Ricardo Echegaray, jefe de la AFIP, lo confió ante un grupo de periodistas antes de que la Presidenta adelantara la recaudación: «No les puedo decir el número, pero es bueno. Si lo comparamos con lo que pasa en España, Estados Unidos o Chile, estamos en el paraíso»..
Había que ver a 1600 hombres de negocios de pie, aplaudiendo a rabiar, entonado por acordes de un compositor que no puede haber sido elegido al azar: Fito Páez. Sonaba «Dar es dar». Si hay algo que conoce el kirchnerismo son los gestos de la política.
Entraba Cristina Kirchner como a ella le gusta, en Tecnópolis, la muestra fabril que empujó de manera personal como pocos proyectos, y en un entorno que volvió a guardarse los temores, esos que se oyen en privado y en voz baja, para otra ocasión. Una atmósfera impensada, con seguridad, antes del resultado de las primarias.
«Esto es ejemplar para los pibes, para que los padres los traigan; se les va formando la cabeza», había dicho a este diario Gabriel Romero, el poderoso concesionario de la hidrovía, mientras esperaba entrar en una fila interminable que incluyó a pesos pesados como Carlos Bulgheroni -casi nunca en estos encuentros- o Hugo Sigman (grupo Insud), y a otros más habituales, como la cúpula entera de la Unión Industrial Argentina (UIA), Adelmo Gabbi (Bolsa de Comercio) o Hugo Luis Biolcati (Sociedad Rural), entre otros. Estaban todos.
«Mire lo que era la Argentina hace varias décadas: éramos el quinto país industrial del mundo», se envalentonó diciendo el santafecino y dirigente de la UIA Guillermo Moretti.
José Ignacio de Mendiguren, presidente de la entidad fabril, pareció interpretarlo momentos después cuando, en su discurso, definió Tecnópolis como «una metáfora de lo que fuimos, espejo de lo que somos y augurio de lo que podemos ser».
También exigió un rumbo , aunque sutilmente, cuando sentenció que «el desarrollo no se importa», en medio de la aprobación general. Esa retórica le valió después un elogio presidencial: «No te conocía esta faceta poética», le dijo Cristina Kirchner, y desencadenó carcajadas.
Al anfitrión, que suele definirse a sí mismo como un hombre componedor, le había tocado protagonizar tal vez una alegoría de la Argentina que viene. Tuvo que convencer, junto con Oscar Parrilli, secretario general de la Presidencia, a Hugo Moyano de que los acompañara a recibir a la jefa del Estado a la entrada. «Dale, Hugo, dale», le decían, y lo tironeaban de la mano, y el camionero, imagen infrecuente, se resistía preso de un ataque de discreción. Finalmente fue, y al grupo se sumó el ministro de Economía, Amado Boudou, el más sonriente y eufórico de la noche.
Mucho menos tímido resultó Facundo Moyano, hijo del líder de la CGT, que entró con el pecho erguido, saco de pana negro, rodeado de por lo menos siete compañeros vestidos con ropa de trabajo que abrazaron, a los besos, a cuatro del gabinete que esperaban el arribo de su líder: Julio De Vido, Florencio Randazzo, Aníbal Fernández y Héctor Timerman.
¿Qué empresario se iba a perder la posibilidad de tenerlos tan cerca? «Juan Carlos, hace por lo menos tres meses que no te veo», soltó Adrián Kaufmann Brea, director de Arcor, mientras saludaba a Juan Carlos Lascurain. «Es que estuve con mucho laburo», se disculpó el metalúrgico, distanciado en los últimos tiempos de la cúpula de la UIA.
La Presidenta instó a todos a «ser lo suficientemente inteligentes y no socavar las bases del desarrollo argentino». Reconoció haber cometido errores e insistió en un concepto que le pertenece y que ahora repite en foros empresariales Amado Boudou: «Industrializar la ruralidad». Alentar la agroindustria, en la jerga mundial de los negocios.
Palabras de aliento que obligaban, por una noche, a no pensar en amenazas como la crisis internacional, un eventual traspié cambiario de Brasil o la posibilidad de «profundizar el populismo» que propuso Roberto Feletti, el viceministro de Economía que espantaba a todos hace cinco meses y que ayer se paseaba con su hija por la muestra.
Si alguna duda quedaba, Ricardo Echegaray, jefe de la AFIP, lo confió ante un grupo de periodistas antes de que la Presidenta adelantara la recaudación: «No les puedo decir el número, pero es bueno. Si lo comparamos con lo que pasa en España, Estados Unidos o Chile, estamos en el paraíso»..