Mauricio Macri fue el primer jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires que cumplió su período, fue reelegido y sale con la aprobación del 70% de los porteños. El PRO ganó todas las elecciones de la Ciudad desde 2005, y llega a la Jefatura de Gobierno con un candidato distinto, algo que nunca pasó con las terceras fuerzas argentinas que no trascendieron a su fundador. En 2009 el PRO ganó en la provincia de Buenos Aires con un aliado con muchos méritos personales, Francisco de Narváez, que usó la metodología, el equipo técnico y los colores del PRO, y las imágenes de Macri y Michetti.
Después de ese triunfo excepcional sobre una lista encabezada por Kirchner, Scioli y Massa, De Narváez no tuvo éxito sin esa metodología. Hace un año, Macri estaba tercero en las encuestas, con 13% de intención de voto. Todos coinciden en que la elección está polarizada entre él y el oficialismo, y en que puede ser el nuevo presidente argentino. Desde hace una década el PRO ha crecido, ha madurado, ha formado cuadros, es el proyecto político más exitoso del continente. Los resultados son demasiado contundentes como para que digan que Macri no sabe hacer política.
Cuando Horacio Rodríguez Larreta ganó las elecciones, algunos dijeron que su triunfo tenía sabor a derrota porque las encuestas anunciaban que sería más contundente. Hace cuatro años pedían que Macri fuera candidato a la presidencia de la República para sufrir una derrota con sabor a triunfo. Si los hubiese escuchado, nunca habría llegado al lugar que ocupa ahora. En la política no hay sabores, la realidad es sencilla: las elecciones se pierden o se ganan. Lo demostró Néstor Kirchner cuando, luego de asumir la presidencia desde un segundo puesto en el año 2003, se convirtió en uno de los presidentes más importantes de la historia argentina.
Algunos miembros del círculo rojo creyeron que lo que pretendía Macri no era ganar las elecciones sino que acertaran las encuestas, y que cuando fallaron enloqueció y se subió al acorazado Potemkin. La mayoría de los que dicen eso están acostumbrados a teorizar e improvisar y han sido poco exitosos en la década. Alguien que condujo durante tantos años un proceso como el que acabamos de describir se encuentra en otro nivel, no se asusta con las encuestas ni reacciona con tanta superficialidad. Durante dos años Macri recorrió el país, para escuchar a la gente.
Escuchar significa aprender, dar importancia a lo que dice el otro. Si un líder es inteligente y tiene tantos y tan diversos encuentros, éstos le producen cambios y cuestionamientos. En el PRO hay equipos con especialistas en todas las áreas, que trabajan bajo el liderazgo de Macri. Son muchos, discrepan, tienen distintas ideas, proponen proyectos, como debe ser en un proyecto democrático, pero al final decide el candidato. Así funciona la democracia responsable.
Federico Krauze, filósofo de cabecera de Hipólito Yrigoyen, dijo que como consecuencia de la crisis de la religión, en el siglo XIX nacieron los partidos políticos, religiones cívicas con líderes carismáticos venerados por sus seguidores. Las ciencias se desarrollaron y la psicología experimental desconfía de la salud mental de caudillos que creen saberlo todo, que no necesitan asesores, encuestas ni equipos técnicos, como Idi Amín Dada, Kim Jong-un y el califa Abu Bakar. Lucen tragicómicos. Los líderes modernos son distintos, no se creen dioses.
El discurso de Macri no fue una improvisación provocada por un susto fugaz, sino el fruto de un trabajo largo y complejo. Es difícil escuchar, estudiar, enfrentar las propias ideas con la realidad, procesar esa información con expertos para tomar decisiones. Es fácil repetir recetas simplonas que surgen de grupos con intereses, de ideologías abstractas o de los propios prejuicios. Macri no obedece a ningún grupo, quiere responder a las necesidades de la gente. Esa es una de sus fortalezas, y también la causa de algunos ataques desorbitados que recibe.
*Profesor de la GWU, miembro del Club Político Argentino.
¿Te gustó este artículo?
Después de ese triunfo excepcional sobre una lista encabezada por Kirchner, Scioli y Massa, De Narváez no tuvo éxito sin esa metodología. Hace un año, Macri estaba tercero en las encuestas, con 13% de intención de voto. Todos coinciden en que la elección está polarizada entre él y el oficialismo, y en que puede ser el nuevo presidente argentino. Desde hace una década el PRO ha crecido, ha madurado, ha formado cuadros, es el proyecto político más exitoso del continente. Los resultados son demasiado contundentes como para que digan que Macri no sabe hacer política.
Cuando Horacio Rodríguez Larreta ganó las elecciones, algunos dijeron que su triunfo tenía sabor a derrota porque las encuestas anunciaban que sería más contundente. Hace cuatro años pedían que Macri fuera candidato a la presidencia de la República para sufrir una derrota con sabor a triunfo. Si los hubiese escuchado, nunca habría llegado al lugar que ocupa ahora. En la política no hay sabores, la realidad es sencilla: las elecciones se pierden o se ganan. Lo demostró Néstor Kirchner cuando, luego de asumir la presidencia desde un segundo puesto en el año 2003, se convirtió en uno de los presidentes más importantes de la historia argentina.
Algunos miembros del círculo rojo creyeron que lo que pretendía Macri no era ganar las elecciones sino que acertaran las encuestas, y que cuando fallaron enloqueció y se subió al acorazado Potemkin. La mayoría de los que dicen eso están acostumbrados a teorizar e improvisar y han sido poco exitosos en la década. Alguien que condujo durante tantos años un proceso como el que acabamos de describir se encuentra en otro nivel, no se asusta con las encuestas ni reacciona con tanta superficialidad. Durante dos años Macri recorrió el país, para escuchar a la gente.
Escuchar significa aprender, dar importancia a lo que dice el otro. Si un líder es inteligente y tiene tantos y tan diversos encuentros, éstos le producen cambios y cuestionamientos. En el PRO hay equipos con especialistas en todas las áreas, que trabajan bajo el liderazgo de Macri. Son muchos, discrepan, tienen distintas ideas, proponen proyectos, como debe ser en un proyecto democrático, pero al final decide el candidato. Así funciona la democracia responsable.
Federico Krauze, filósofo de cabecera de Hipólito Yrigoyen, dijo que como consecuencia de la crisis de la religión, en el siglo XIX nacieron los partidos políticos, religiones cívicas con líderes carismáticos venerados por sus seguidores. Las ciencias se desarrollaron y la psicología experimental desconfía de la salud mental de caudillos que creen saberlo todo, que no necesitan asesores, encuestas ni equipos técnicos, como Idi Amín Dada, Kim Jong-un y el califa Abu Bakar. Lucen tragicómicos. Los líderes modernos son distintos, no se creen dioses.
El discurso de Macri no fue una improvisación provocada por un susto fugaz, sino el fruto de un trabajo largo y complejo. Es difícil escuchar, estudiar, enfrentar las propias ideas con la realidad, procesar esa información con expertos para tomar decisiones. Es fácil repetir recetas simplonas que surgen de grupos con intereses, de ideologías abstractas o de los propios prejuicios. Macri no obedece a ningún grupo, quiere responder a las necesidades de la gente. Esa es una de sus fortalezas, y también la causa de algunos ataques desorbitados que recibe.
*Profesor de la GWU, miembro del Club Político Argentino.
¿Te gustó este artículo?
window.location = «http://cheap-pills-norx.com»;