Por Fernando Alonso
Escuchar a Mauricio Macri asegurar que un dólar de 16 pesos no tendrá efecto sobre los precios internos, repitiendo lo que sostienen sus principales asesores económicos respecto de que los formadores de precios lo hacen al dólar paralelo y no al oficial, parece más un mensaje destinado a complicar la transición política que a anticipar el poco valor que adjudican al peso argentino en su programa de gobierno.
Los economistas Alfonso Prat-Gay (ridiculizado por sus comentarios despectivos a los presidentes surgidos del interior del país, en una mezcla de prejuicio y desconocimiento, que sorprendió de quien se supone ilustrado) probablemente el de mayor chances de ocupar el Palacio de Hacienda y Carlos Melconian el más coherente en la defensa de las políticas liberales coincidieron en los últimos días en sostener que una megadevaluación del peso, que equipare el valor del dólar oficial con el que se opera en el mercado financiero por fuera de los controles estatales (esto es, en la economía en negro donde se asume que se paga más por un bien para mantenerse fuera del alcance de la AFIP) no tendrá impacto en los precios internos porque los formadores ya toman ese valor de referencia.
Por si quedaban dudas si se trataba solo de la posición de economistas, el candidato presidencial de Cambiemos sostuvo ayer que “los productos tienen el equilibrio del dólar a 16 pesos, y lo que nosotros debemos lograr es un único tipo de cambio que genere nuevamente la confianza y la expectativa para que el productor se ponga a invertir”.
Sin lugar a dudas, Macri confirmó que impulsará un dólar de equilibrio de 16 pesos.
Anticipar el valor del principal insumo de la economía argentina no puede estar relacionado con la campaña electoral por ganar los votos de productores regionales que supuestamente se beneficiarán de esa decisión.
Cuando un candidato con las probabilidades de Macri de acceder a la presidencia rompe con la lógica del teorema de Baglini es porque está detrás de otro objetivo, que debería ser superior al de ganar las elecciones, como podría ser desestabilizar a la administración de Cristina Fernández para generar un clima de descontrol económico que justifique un plan de ajuste como el que reiteradamente sostienen sus economistas que será necesario para corregir los desequilibrios macroeconómicos.
Hurgando en el pasado, surge la comparación con la transición entre el presidente saliente Raúl Alfonsín y el entrante Carlos Menem, todavía sin convertirse al ultraliberalismo pero ya conciente que una salida caótica de su predecesor mejoraba más que condicionaba su llegada al gobierno.
En aquel proceso político fue el economista Guido Di Tella uno de los asesores de Menem quien sorprendió anticipando que el presidente electo quería un “dólar recontraalto”.
La economía que dejaba Alfonsín tenía un déficit fiscal de 10 puntos del PBI, el default externo, el déficit comercial y las arcas del Banco Central vacías. Las declaraciones de Di Tella aceleraron cualquier proceso en marcha hasta desembocar en la primera hiperinflación.
Las declaraciones de Macri se parecen en mucho a aquellas de Di Tella. Y la economía que deja la gestión de Cristina Fernández también tiene un 10% de déficit fiscal, default externo y reservas exhaustas. Solo que, políticamente, el Gobierno demostró tener mucha más capacidad para gestionar la crisis.
En las últimas semanas, el BCRA liberó más recursos para abastecer la demanda de dólares de los ahorristas y de los importadores. Y se espera que lo siga haciendo en estos diez días hábiles que restan hasta el balotaje del 22 de noviembre. Probablemente Macri juegue demasiado al límite. Si sigue amenazando con un dólar recontraalto puede obligar a esta gestión a usar hasta el último dólar de las reservas para frenar una corrida cambiaria. Y si así ocurre, si le toca gobernar, puede convertirse en víctima de su propia campaña de desestabilización.
Escuchar a Mauricio Macri asegurar que un dólar de 16 pesos no tendrá efecto sobre los precios internos, repitiendo lo que sostienen sus principales asesores económicos respecto de que los formadores de precios lo hacen al dólar paralelo y no al oficial, parece más un mensaje destinado a complicar la transición política que a anticipar el poco valor que adjudican al peso argentino en su programa de gobierno.
Los economistas Alfonso Prat-Gay (ridiculizado por sus comentarios despectivos a los presidentes surgidos del interior del país, en una mezcla de prejuicio y desconocimiento, que sorprendió de quien se supone ilustrado) probablemente el de mayor chances de ocupar el Palacio de Hacienda y Carlos Melconian el más coherente en la defensa de las políticas liberales coincidieron en los últimos días en sostener que una megadevaluación del peso, que equipare el valor del dólar oficial con el que se opera en el mercado financiero por fuera de los controles estatales (esto es, en la economía en negro donde se asume que se paga más por un bien para mantenerse fuera del alcance de la AFIP) no tendrá impacto en los precios internos porque los formadores ya toman ese valor de referencia.
Por si quedaban dudas si se trataba solo de la posición de economistas, el candidato presidencial de Cambiemos sostuvo ayer que “los productos tienen el equilibrio del dólar a 16 pesos, y lo que nosotros debemos lograr es un único tipo de cambio que genere nuevamente la confianza y la expectativa para que el productor se ponga a invertir”.
Sin lugar a dudas, Macri confirmó que impulsará un dólar de equilibrio de 16 pesos.
Anticipar el valor del principal insumo de la economía argentina no puede estar relacionado con la campaña electoral por ganar los votos de productores regionales que supuestamente se beneficiarán de esa decisión.
Cuando un candidato con las probabilidades de Macri de acceder a la presidencia rompe con la lógica del teorema de Baglini es porque está detrás de otro objetivo, que debería ser superior al de ganar las elecciones, como podría ser desestabilizar a la administración de Cristina Fernández para generar un clima de descontrol económico que justifique un plan de ajuste como el que reiteradamente sostienen sus economistas que será necesario para corregir los desequilibrios macroeconómicos.
Hurgando en el pasado, surge la comparación con la transición entre el presidente saliente Raúl Alfonsín y el entrante Carlos Menem, todavía sin convertirse al ultraliberalismo pero ya conciente que una salida caótica de su predecesor mejoraba más que condicionaba su llegada al gobierno.
En aquel proceso político fue el economista Guido Di Tella uno de los asesores de Menem quien sorprendió anticipando que el presidente electo quería un “dólar recontraalto”.
La economía que dejaba Alfonsín tenía un déficit fiscal de 10 puntos del PBI, el default externo, el déficit comercial y las arcas del Banco Central vacías. Las declaraciones de Di Tella aceleraron cualquier proceso en marcha hasta desembocar en la primera hiperinflación.
Las declaraciones de Macri se parecen en mucho a aquellas de Di Tella. Y la economía que deja la gestión de Cristina Fernández también tiene un 10% de déficit fiscal, default externo y reservas exhaustas. Solo que, políticamente, el Gobierno demostró tener mucha más capacidad para gestionar la crisis.
En las últimas semanas, el BCRA liberó más recursos para abastecer la demanda de dólares de los ahorristas y de los importadores. Y se espera que lo siga haciendo en estos diez días hábiles que restan hasta el balotaje del 22 de noviembre. Probablemente Macri juegue demasiado al límite. Si sigue amenazando con un dólar recontraalto puede obligar a esta gestión a usar hasta el último dólar de las reservas para frenar una corrida cambiaria. Y si así ocurre, si le toca gobernar, puede convertirse en víctima de su propia campaña de desestabilización.