Mario Rapoport*
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En 1949, Antonio Cafiero era agregado económico de la embajada argentina en Washington. En un informe, hasta ahora inédito, explica con gran lucidez los problemas que le acarrea al país la incorporación al por entonces nuevo organismo.
A principios de 1983, siendo embajador en Washington, Lucio García del Solar, un reconocido militante radical, con su proverbial generosidad, me permitió acceder a copias de informes de la embajada en la época del primer peronismo, que yo estaba estudiando, e incluso a documentos originales que por alguna razón nunca habían sido enviados o eran sólo duplicados o borradores.
Entre ellos encontré la copia de este informe del entonces consejero financiero de la embajada, Antonio Cafiero, que tiene una gran actualidad y pone de manifiesto su aguda percepción de los comienzos de una institución clave de nuestra época, el FMI, y de los problemas que padecía y aún padece el sistema financiero internacional. Otros autores han expuesto las razones de la no entrada del gobierno de Perón a ese organismo, pero se basaban en escasos testimonios, porque no se encontraron o no había documentos técnicamente claros sobre ese hecho. El que reproducimos aquí en sus fragmentos más relevantes, ya que otras partes del mismo son circunstanciales o estrictamente técnicas, no requiere ningún comentario adicional, se explica claramente por sí mismo y representa un inédito recuerdo a los inicios de su carrera como político y economista.
Un hecho es cierto, desde su creación en 1944 las actividades del FMI estuvieron casi congeladas hasta 1947 y aun algunos años más tarde, porque Estados Unidos priorizó el Plan Marshall, de ayuda incondicional a Europa Occidental destruida en la guerra, que le permitía la colocación, mediante financiamiento o ayuda directa, de sus excedentes comerciales y procuraba la recuperación económica de países aliados imprescindibles en la lucha contra el comunismo. El gobierno de Washington impidió que América latina participara en él, hecho que perjudicó a la Argentina, que por los mecanismos de financiamiento barato que formaban parte del plan, de los que estaba excluida, perdía importantes mercados tradicionales en Europa.
En este caso, el gobierno de Perón quiso participar, pero pese a las promesas de Bruce, el entonces embajador de Washington en Buenos Aires, ésta le fue negada. El documento de Cafiero esclarece un momento decisivo en la política internacional económica del peronismo y las razones que explicaron luego una vinculación con ese organismo que no resultó beneficiosa para el país, como tampoco para otras partes del mundo. A continuación lo reproduzco.
– Informe XXI sobre el Fondo Monetario Internacional
Por Antonio Cafiero – Agregado financiero de la embajada argentina en Estados Unidos
Washington, 25 de julio de 1949
Revistados los distintos aspectos técnicos que contemplan las funciones del Fondo, corresponde determinar las ventajas o inconvenientes que se desprenden del ingreso al mismo por parte de nuestro país.
Las ventajas primordiales están contenidas en los derechos a que hace acreedor un miembro de la institución. Ya hemos analizado las condiciones en que un país puede pedir se le otorguen fondos en monedas de otro país miembro para afectarlos a un desequilibrio transitorio de su balanza de pagos. Agreguemos aquí que este derecho que nace del acuerdo tiene en la práctica sus grandes limitaciones y aunque, por razones obvias, no se conoce información oficial al respecto, en repetidas ocasiones el Fondo ha negado el acceso a que tiene derecho uno de sus miembros basándose en que no se cumplen los requisitos exigidos. Sería bueno saber si no ha mediado en ninguno de tales casos razones políticas ajenas a las meramente técnicas.
[…] Además de las ventajas inherentes a la colaboración internacional en materia monetaria y a la participación en la dirección del organismo, si ella cupiese, es de hacer notar que fundamentalmente el ingreso a la institución abre la única puerta para el acceso al Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento, organismo gemelo al Fondo, con funciones muy distintas y de muy posible efecto beneficioso en nuestros planes de desarrollo económico.
Los inconvenientes están contenidos en las obligaciones a que se someten los países que constituyen la institución. Hemos visto cómo la obligación de mantener la paridad inicial, la de convertir los saldos en monedas extranjeras, la de suprimir los controles de cambio y la de proporcionar informaciones, tiene sus propias características. Interesa destacar, con respecto al mantenimiento de la paridad, si al establecer ésta se acuerda con el Fondo la conservación de los controles de cambio –por lo menos en el período de transición–; tal obligación se torna menos rígida y perfectamente compatible con el sistema actual argentino, en donde estos controles no sólo constituyen un instrumento de política económica, sino una fuente de recursos para el Estado.
El suministro de informaciones puede constituir una desventaja seria. Piénsese que a través de esta facultad el Fondo está en condiciones de conocer todo el mecanismo interno económico de un país y que los dirigentes del Fondo, aunque obligados a mantener estricta reserva sobre las constataciones que realicen, no dejarán, en definitiva, de tener en cuenta el interés nacional de sus respectivos países.
Interesa señalar, también, que la índole de gobierno dada a la entidad no favorece justamente a los países de economía poco fuerte. En efecto, estando las funciones de dirección en proporción directa a la cuota que se aporta, la preponderancia está a cargo de los Estados Unidos, que poseen el 30,41 por ciento de los votos totales, y del Reino Unido, con el 14,52 por ciento, sin contar los dominios y las otras tres naciones que poseen las cinco mayores cuotas (Francia, China e India). Esto en lo que concierne al Consejo de Gobernadores (uno por cada país). En lo que se refiere al Consejo Ejecutivo, compuesto de 14 directores, tan sólo dos pertenecen a las naciones latinoamericanas. El resto, con la excepción de cinco nombrados por los países con las mayores cuotas, son representantes de los demás continentes o grupos de países que contribuyen a designarlos. Cabe preguntarse si la tradicional política argentina de bregar por el equiparamiento de las distintas soberanías, haciendo abstracción de la mayor o menor fuerza que ellas posean sería de aplicación en este caso, para lo cual la acción correspondiente no podría realizarse sino desde dentro de la propia institución.
[…] Es importante tener en cuenta, al analizar la posición argentina frente al Fondo Monetario Internacional, que ya se admite generalmente que esta institución ha fracasado en los objetivos que primariamente se trazara. En efecto, las peculiares condiciones económicas emergidas como consecuencia de la guerra han demostrado la existencia de fallas estructurales en la economía del mundo que ninguna organización, por más bien plantada técnicamente, está en condiciones de afrontar con éxito. El “período de transición” de que habla la Carta del Fondo, como el espacio de tiempo en que las finalidades últimas de la institución se amortiguarían para permitir que se alcance un equilibrio previo entre todas las naciones participantes, amenaza con adquirir carácter permanente. La ausencia, cada vez más evidente, de convertibilidad monetaria mundial, la extensión de los acuerdos bilaterales, el fracaso de los esfuerzos para suavizar estos sistemas, dicen bien claro que están muy lejos de alcanzarse los objetivos para los que fuera creada la institución.
[…] La realidad es que el mundo económico en su desarrollo de posguerra ha superado […] los planes de ambas Instituciones (el Fondo y el Banco) y hoy ya se habla de reformarlas para ponerlas a tono con tales desarrollos. Se trataría entonces de dotar al Fondo de funciones contra-cíclicas que hoy le son prohibitivas y de dotar al Banco de funciones de préstamo concebidas no sólo sobre bases puramente utilitarias, sino con un criterio más liberal y generoso que el que actualmente se emplea.
Estas consideraciones nos llevan a plantear el siguiente problema. ¿Convendría a la República Argentina ser la promotora de una nueva conferencia monetaria mundial, en la que participarían no sólo las naciones miembros del Fondo, sino aquellas que por una u otra razón han permanecido ajenas, en donde se plantearía al mundo la necesidad de crear auténticas instituciones internacionales con poderes suficientes como para lidiar con los problemas del ciclo económico mundial y el fomento de las zonas subdesarrolladas del mundo?
¿Convendría a la posición internacional argentina ser promotora de una nueva organización monetaria y financiera internacional que respetase en su gobierno y composición las soberanías de las pequeñas naciones; que capacitase a tal organización con los poderes suficientes para prevenir las tendencias deflacionarias en la economía mundial, adaptando –en cuanto lo permitirían las circunstancias– las doctrinas que magistralmente expusiera lord Keynes sobre los problemas del empleo total, ahorro e inversión de capitales; conminando a las potencias detentadoras de la riqueza y el oro mundial a ponerse a tono con las reales exigencias del mundo económico moderno si es que sus enunciados deseos de paz y prosperidad mundial con sinceros; eliminando el utopismo que ha primado en materia económica en los últimos tiempos a través de las teorías que pretenden edificar un sistema económico sobre la base del multilateralismo, el libre-cambio, el patrón oro, etc.? […] la realidad económico-social del mundo exige que se respete primero un nivel mínimo de vida y decencia en sus poblaciones y en sus clases trabajadoras (doctrina del “justicialismo”) y que sobre él se edifique el sistema de relaciones económicas que más convenga para todos en general y no para las potencias más y mejor desarrolladas.
* Profesor emérito de la Universidad de Buenos Aires.