Después de las muertes, de todas y cada una de ellas, el fracaso del Estado y de quienes lo gobiernan es la comprobación más angustiante que deja la tragedia que enluta al país.
En la catástrofe desatada por temporales y diluvios, con centro de gravedad en La Plata y una onda expansiva que alcanza también a la Capital y el conurbano, lo que hay es fracaso del Estado en tanto imposibilidad, impotencia, ignorancia para resolver las necesidades de los ciudadanos, darles protección, atender sus demandas elementales.
Fracaso del Estado y de quienes lo administran en el nivel nacional, provincial o municipal. Hay diferencias entre unos y otros, claro que sí. Diferencias de capacidad y de responsabilidades. Pero hoy esos matices importan menos que otras veces. También a los gobernantes la muerte, esta muerte colectiva e increíble, los iguala. Los iguala en la bronca de la mujer y el hombre de la calle, el que es víctima, o familiar, o amigo, o simple espectador, indignado espectador que comprueba, en los hechos y dolorosamente, cómo se van por la alcantarilla de la ineficiencia y el clientelismo los fondos públicos, siempre cuantiosos y más en esta última década de inédita prosperidad estatal.
Hubo expresiones repugnantes de miserabilidad política ante la tragedia. Y, para qué negarlo, una buena porción de ramplonería periodística que transitó por el golpe bajo y la condena fácil. Pero esas son, si se quiere, batallas de sectas. Que a veces nos parecen el universo completo, pero que no dejan de ser lo que son a pesar de esa ilusión.
Lo que parece haber calado más hondo en cierta percepción popular es el enojo, cuando no el hartazgo, con el formato tradicional del funcionario que desembarca en el sufrimiento colectivo para prometer ayudas a veces incomprobables y asegurar que no habrá una próxima vez. Pero todos saben, por experiencia, que esa conducta se repetirá infaliblemente la próxima vez.
Allí, quizás como nunca, los políticos son “ellos” y el ciudadano de a pie los siente tan lejos del “nosotros”. Y la gente se cansa. Y cuando hay muerte y desolación se cansa mucho más.
La Presidenta estuvo muy bien yendo a poner el cuerpo en Tolosa, su barrio de origen y punto central del desastre en La Plata. Evitó la reacción distante que había tenido ante otras tragedias. Igual, con lo valioso e inusual que representa tener a mano a un presidente sin vallas ni custodios que se interpongan, Cristina tuvo que aguantar quejas, reclamos, hasta algunos abucheos. Más tarde, cuando visitó el porteño barrio Mitre, otra vez inundado y ahora con dos muertos, tomó otros recaudos: vigorosos militantes la rodearon y cuidaron de sobresaltos.
Alicia Kirchner, la cuñada presidencial y ministra de Desarrollo Social, llamada a encabezar este año la lista de diputados en la provincia de Buenos Aires, las pasó feas en Tolosa cuando visitó un centro de evacuados. Fue a marcar presencia ayer, apenas llegada de un viaje oficial a París. Pero para dar ese examen no alcanzaban el ametrallamiento de spots de propaganda en Fútbol para Todos, ni las millonadas volcadas en planes sociales. Quizás también a ella deban armarle corralitos de protección cuando empiece a recorrer el territorio bonaerense en campaña.
Daniel Scioli, hasta hoy incombustible en la política, mil veces acosado por el kirchnerismo puro y por su versión cristinista, también recibió el malhumor de la gente ayer en Tolosa, donde acudió junto a Alicia Kirchner. Lo sobrellevó poniendo su mejor cara de Scioli. Pero el fastidio y la bronca de esa gente traspasan el blindaje de las encuestas. Es un fuerte llamado de atención para el gobernador que quiere ser presidente.
Para Mauricio Macri no se escucharon aplausos, justamente. Más allá del escaso éxito de la carnicería política que intentaron sus muchos enemigos, su administración estuvo a la defensiva en la porción del desastre que le tocó afrontar. Por cierto, muy al estilo porteño, los debates y denuestos subieron a escena en las redes sociales, donde la indignación suele cargarse de adjetivos pero termina siendo más pasteurizada, siempre, que el contacto directo con la contraparte.
Además, las últimas horas fueron escenario de una competencia política poco y mal disimulada, para ver quién era más generoso en la propuesta de ayuda a los daminificados. Subsidios, desgravaciones impositivas, planes de resarcimiento, se cruzaron de lado a lado entre los oficialistas del caso y sus opositores.
Todo eso fue un gran torneo de buenas intenciones. Tan buenas como tardías. Habría resultado mucho más constructivo que el Estado, nacional, provincial o municipal, y quienes lo gobiernan, hubiesen hecho en su momento lo necesario para que la inundación, si se quiere inevitable por la magnitud fenomenal del meteoro, no derivara en tragedia. Es lo que se espera de ellos. Y vale para la hidráulica, también para la energía, el transporte, la seguridad y la educación.
Algo parecido a políticas públicas con cierta dosis de prevención y previsión, con mejor capacidad de repuesta, con obras y proyectos que quizás termine inaugurando otra administración pero que sería bueno definir y poner en marcha sin especular de modo tan mezquino con el rédito político, que al cabo termina siendo raquítico, cuando no inexistente.
Así, la demanda emergente de esta tragedia alcanza a los que hablan de la “década ganada”; pero también interpela a quienes se proponen como la “continuidad con cambio”, y a quienes se sienten intérpretes de un modelo muy distinto al que hoy domina la escena nacional.
Y en algún punto la extraordinaria respuesta solidaria de la gente común, que desborda con sus donaciones y participa a través de organizaciones no gubernamentales de la ayuda a los damnificados, también es el fracaso del Estado y quienes lo gobiernan. O su ausencia, o su insuficiencia, que al cabo es lo mismo.
En la catástrofe desatada por temporales y diluvios, con centro de gravedad en La Plata y una onda expansiva que alcanza también a la Capital y el conurbano, lo que hay es fracaso del Estado en tanto imposibilidad, impotencia, ignorancia para resolver las necesidades de los ciudadanos, darles protección, atender sus demandas elementales.
Fracaso del Estado y de quienes lo administran en el nivel nacional, provincial o municipal. Hay diferencias entre unos y otros, claro que sí. Diferencias de capacidad y de responsabilidades. Pero hoy esos matices importan menos que otras veces. También a los gobernantes la muerte, esta muerte colectiva e increíble, los iguala. Los iguala en la bronca de la mujer y el hombre de la calle, el que es víctima, o familiar, o amigo, o simple espectador, indignado espectador que comprueba, en los hechos y dolorosamente, cómo se van por la alcantarilla de la ineficiencia y el clientelismo los fondos públicos, siempre cuantiosos y más en esta última década de inédita prosperidad estatal.
Hubo expresiones repugnantes de miserabilidad política ante la tragedia. Y, para qué negarlo, una buena porción de ramplonería periodística que transitó por el golpe bajo y la condena fácil. Pero esas son, si se quiere, batallas de sectas. Que a veces nos parecen el universo completo, pero que no dejan de ser lo que son a pesar de esa ilusión.
Lo que parece haber calado más hondo en cierta percepción popular es el enojo, cuando no el hartazgo, con el formato tradicional del funcionario que desembarca en el sufrimiento colectivo para prometer ayudas a veces incomprobables y asegurar que no habrá una próxima vez. Pero todos saben, por experiencia, que esa conducta se repetirá infaliblemente la próxima vez.
Allí, quizás como nunca, los políticos son “ellos” y el ciudadano de a pie los siente tan lejos del “nosotros”. Y la gente se cansa. Y cuando hay muerte y desolación se cansa mucho más.
La Presidenta estuvo muy bien yendo a poner el cuerpo en Tolosa, su barrio de origen y punto central del desastre en La Plata. Evitó la reacción distante que había tenido ante otras tragedias. Igual, con lo valioso e inusual que representa tener a mano a un presidente sin vallas ni custodios que se interpongan, Cristina tuvo que aguantar quejas, reclamos, hasta algunos abucheos. Más tarde, cuando visitó el porteño barrio Mitre, otra vez inundado y ahora con dos muertos, tomó otros recaudos: vigorosos militantes la rodearon y cuidaron de sobresaltos.
Alicia Kirchner, la cuñada presidencial y ministra de Desarrollo Social, llamada a encabezar este año la lista de diputados en la provincia de Buenos Aires, las pasó feas en Tolosa cuando visitó un centro de evacuados. Fue a marcar presencia ayer, apenas llegada de un viaje oficial a París. Pero para dar ese examen no alcanzaban el ametrallamiento de spots de propaganda en Fútbol para Todos, ni las millonadas volcadas en planes sociales. Quizás también a ella deban armarle corralitos de protección cuando empiece a recorrer el territorio bonaerense en campaña.
Daniel Scioli, hasta hoy incombustible en la política, mil veces acosado por el kirchnerismo puro y por su versión cristinista, también recibió el malhumor de la gente ayer en Tolosa, donde acudió junto a Alicia Kirchner. Lo sobrellevó poniendo su mejor cara de Scioli. Pero el fastidio y la bronca de esa gente traspasan el blindaje de las encuestas. Es un fuerte llamado de atención para el gobernador que quiere ser presidente.
Para Mauricio Macri no se escucharon aplausos, justamente. Más allá del escaso éxito de la carnicería política que intentaron sus muchos enemigos, su administración estuvo a la defensiva en la porción del desastre que le tocó afrontar. Por cierto, muy al estilo porteño, los debates y denuestos subieron a escena en las redes sociales, donde la indignación suele cargarse de adjetivos pero termina siendo más pasteurizada, siempre, que el contacto directo con la contraparte.
Además, las últimas horas fueron escenario de una competencia política poco y mal disimulada, para ver quién era más generoso en la propuesta de ayuda a los daminificados. Subsidios, desgravaciones impositivas, planes de resarcimiento, se cruzaron de lado a lado entre los oficialistas del caso y sus opositores.
Todo eso fue un gran torneo de buenas intenciones. Tan buenas como tardías. Habría resultado mucho más constructivo que el Estado, nacional, provincial o municipal, y quienes lo gobiernan, hubiesen hecho en su momento lo necesario para que la inundación, si se quiere inevitable por la magnitud fenomenal del meteoro, no derivara en tragedia. Es lo que se espera de ellos. Y vale para la hidráulica, también para la energía, el transporte, la seguridad y la educación.
Algo parecido a políticas públicas con cierta dosis de prevención y previsión, con mejor capacidad de repuesta, con obras y proyectos que quizás termine inaugurando otra administración pero que sería bueno definir y poner en marcha sin especular de modo tan mezquino con el rédito político, que al cabo termina siendo raquítico, cuando no inexistente.
Así, la demanda emergente de esta tragedia alcanza a los que hablan de la “década ganada”; pero también interpela a quienes se proponen como la “continuidad con cambio”, y a quienes se sienten intérpretes de un modelo muy distinto al que hoy domina la escena nacional.
Y en algún punto la extraordinaria respuesta solidaria de la gente común, que desborda con sus donaciones y participa a través de organizaciones no gubernamentales de la ayuda a los damnificados, también es el fracaso del Estado y quienes lo gobiernan. O su ausencia, o su insuficiencia, que al cabo es lo mismo.