En la Argentina de la futbolización extrema, muchos dan por cierta la existencia en la quinta de Olivos de una sala de situación con televisores y teléfonos listos para digitar el rumbo de la Superliga. Y también que, como le sobran las horas de ocio, es el propio presidente de la Nación el que, con placer, dirige el operativo. La verdad es que Mauricio Macri sí le dedica tiempo al fútbol: una hora al mes para que Fernando Marín le cuente cómo avanza la candidatura al Mundial 2030. Y no tiene tiempo para más. Todo el resto es fantasía, y en más de un caso, fantasía interesada. Lo que no quita que Macri cometa errores. El último, y él lo admite, fue invitar a Guillermo Barros Schelotto a la Casa Rosada.
El presidente más futbolero de la historia argentina -por más fanatismo que mostrara, Carlos Menem nunca dirigió un club- no tiene tiempo para sumergirse en su mayor pasión, y es quizá por eso que mantuvo la costumbre de reunirse con Barros Schelotto cuando cualquier asesor le habría hecho notar que no era el momento para hacerlo. El fin de semana pasado, el jefe del Estado terminó de reconocerlo ante un grupo de gente de confianza: se equivocó al recibir al técnico de Boca Juniors . «Sí, viéndolo ahora no tendría que haber invitado a Guillermo. Pero es que viene cada tres meses y nunca pasa nada. Pensé que nadie iba a decir nada?».
La noche previa a esa visita que para muchos fue la confirmación de la conspiración, el Presidente escuchó en un televisor de Olivos cómo un periodista aseguraba que él y Claudio «Chiqui» Tapia manipulaban el campeonato a favor de Boca. Macri no podía creerlo: hablaban de Boca Juniors, ese equipo que les lleva 12 puntos de ventaja a los segundos, San Lorenzo y Talleres, y 24 a River.
El fútbol le da señales a Macri. Dos fechas atrás brotó en la cancha de San Lorenzo el cantito en el que se lo insulta, retomado una semana más tarde por los hinchas de River en el Monumental durante el polémico arbitraje en el empate con Godoy Cruz. El viernes pasado se cortó la luz en la cancha de Huracán y algunos hinchas aprovecharon para descargarse con el Presidente. Ayer sucedió lo mismo en la cancha de Chacarita y en la del Independiente que preside Hugo Moyano . ¿Puede el Gobierno perder en las tribunas una cantidad importante de los votos que cosechó hace apenas meses en las urnas? Macri cree que no, que no hay nada de eso. Y que quizá tenga más votos entre los hinchas de River que entre los de Boca.
Hay una frase que el Presidente repite a sus allegados: «El fútbol te obliga a la humildad permanente». Cuando se le piden precisiones, el hombre que estuvo doce años al frente de Boca elabora una teoría que algunos políticos considerarán disruptiva, y otros, directamente una herejía. El presidente de la Nación está convencido de que todo lo que sabe de política lo aprendió en el fútbol, de que la política no le enseñó nada nuevo. Y lo explica con más detalle aún: víctima él mismo en su momento de los oscuros manejos en la AFA del oscurísimo Julio Grondona , Macri no deja de reconocer la asombrosa capacidad política de ese «genio maléfico»: «Era tan tremendo que, si se hubiera dedicado a la política, no habría habido Perón, Evita ni Yrigoyen. Estaríamos hablando de Grondona». Quizá por eso sea que aún hoy insiste ante sus íntimos en aquello de que ser presidente de Boca fue más difícil que presidir la Argentina. Aunque, enfatiza, su actual trabajo sea infinitamente más serio y «real» que administrar la pasión de un grande del fútbol.
Así como sueña con un país distinto, que «en 15 años sea como Canadá o Australia», el Presidente ve viable un fútbol que deje en el olvido ese al que ya se acostumbraron un par de generaciones de argentinos, el de la decadencia sin fin. Sigue convencido de que es recomendable abrir la opción de las sociedades anónimas en los clubes, piensa que en diez años se puede terminar con las barras bravas y ve a Tapia como un dirigente «sensato».
Como ve muy poco fútbol y no tiene tiempo para leer casi nada, Macri pregunta y pregunta: por Carlos Tevez, por River, por Independiente… Y pregunta, sobre todo, por Lionel Messi y la selección. Admirador de Marcelo Bielsa, lo tranquiliza que Jorge Sampaoli sea heredero de esa escuela y se entusiasma con la certeza de que estará en dos de los tres partidos de la selección en la primera ronda. Quiere saber, también, dónde jugará la Argentina sus partidos amistosos previos a Rusia 2018. ¿Van a ir a Israel? Benjamin Netanyahu, el premier israelí, ya le mandó una conceptuosa invitación oficial.
«Vamos por todo», les dijo a sus allegados, en una frase con un sentido muy diferente del que le daba su antecesora. «Si llegamos a la final, vuelvo a Rusia».
Vladimir Putin, el pétreo presidente ruso, ya sabe que su contraparte argentina estará en Moscú si el 15 de julio Messi y compañía juegan esa final. Macri le pidió que, en ese caso, lo invite con su mejor caviar, porque el vodka no le gusta. Y Putin no defraudó. Respondió a lo Putin: «Va a tener el mejor caviar, pero usted toma vodka en la Argentina, y eso no es vodka. Acá le vamos a servir vodka, y lo va a tomar».
El presidente más futbolero de la historia argentina -por más fanatismo que mostrara, Carlos Menem nunca dirigió un club- no tiene tiempo para sumergirse en su mayor pasión, y es quizá por eso que mantuvo la costumbre de reunirse con Barros Schelotto cuando cualquier asesor le habría hecho notar que no era el momento para hacerlo. El fin de semana pasado, el jefe del Estado terminó de reconocerlo ante un grupo de gente de confianza: se equivocó al recibir al técnico de Boca Juniors . «Sí, viéndolo ahora no tendría que haber invitado a Guillermo. Pero es que viene cada tres meses y nunca pasa nada. Pensé que nadie iba a decir nada?».
La noche previa a esa visita que para muchos fue la confirmación de la conspiración, el Presidente escuchó en un televisor de Olivos cómo un periodista aseguraba que él y Claudio «Chiqui» Tapia manipulaban el campeonato a favor de Boca. Macri no podía creerlo: hablaban de Boca Juniors, ese equipo que les lleva 12 puntos de ventaja a los segundos, San Lorenzo y Talleres, y 24 a River.
El fútbol le da señales a Macri. Dos fechas atrás brotó en la cancha de San Lorenzo el cantito en el que se lo insulta, retomado una semana más tarde por los hinchas de River en el Monumental durante el polémico arbitraje en el empate con Godoy Cruz. El viernes pasado se cortó la luz en la cancha de Huracán y algunos hinchas aprovecharon para descargarse con el Presidente. Ayer sucedió lo mismo en la cancha de Chacarita y en la del Independiente que preside Hugo Moyano . ¿Puede el Gobierno perder en las tribunas una cantidad importante de los votos que cosechó hace apenas meses en las urnas? Macri cree que no, que no hay nada de eso. Y que quizá tenga más votos entre los hinchas de River que entre los de Boca.
Hay una frase que el Presidente repite a sus allegados: «El fútbol te obliga a la humildad permanente». Cuando se le piden precisiones, el hombre que estuvo doce años al frente de Boca elabora una teoría que algunos políticos considerarán disruptiva, y otros, directamente una herejía. El presidente de la Nación está convencido de que todo lo que sabe de política lo aprendió en el fútbol, de que la política no le enseñó nada nuevo. Y lo explica con más detalle aún: víctima él mismo en su momento de los oscuros manejos en la AFA del oscurísimo Julio Grondona , Macri no deja de reconocer la asombrosa capacidad política de ese «genio maléfico»: «Era tan tremendo que, si se hubiera dedicado a la política, no habría habido Perón, Evita ni Yrigoyen. Estaríamos hablando de Grondona». Quizá por eso sea que aún hoy insiste ante sus íntimos en aquello de que ser presidente de Boca fue más difícil que presidir la Argentina. Aunque, enfatiza, su actual trabajo sea infinitamente más serio y «real» que administrar la pasión de un grande del fútbol.
Así como sueña con un país distinto, que «en 15 años sea como Canadá o Australia», el Presidente ve viable un fútbol que deje en el olvido ese al que ya se acostumbraron un par de generaciones de argentinos, el de la decadencia sin fin. Sigue convencido de que es recomendable abrir la opción de las sociedades anónimas en los clubes, piensa que en diez años se puede terminar con las barras bravas y ve a Tapia como un dirigente «sensato».
Como ve muy poco fútbol y no tiene tiempo para leer casi nada, Macri pregunta y pregunta: por Carlos Tevez, por River, por Independiente… Y pregunta, sobre todo, por Lionel Messi y la selección. Admirador de Marcelo Bielsa, lo tranquiliza que Jorge Sampaoli sea heredero de esa escuela y se entusiasma con la certeza de que estará en dos de los tres partidos de la selección en la primera ronda. Quiere saber, también, dónde jugará la Argentina sus partidos amistosos previos a Rusia 2018. ¿Van a ir a Israel? Benjamin Netanyahu, el premier israelí, ya le mandó una conceptuosa invitación oficial.
«Vamos por todo», les dijo a sus allegados, en una frase con un sentido muy diferente del que le daba su antecesora. «Si llegamos a la final, vuelvo a Rusia».
Vladimir Putin, el pétreo presidente ruso, ya sabe que su contraparte argentina estará en Moscú si el 15 de julio Messi y compañía juegan esa final. Macri le pidió que, en ese caso, lo invite con su mejor caviar, porque el vodka no le gusta. Y Putin no defraudó. Respondió a lo Putin: «Va a tener el mejor caviar, pero usted toma vodka en la Argentina, y eso no es vodka. Acá le vamos a servir vodka, y lo va a tomar».