ViernesPor: Marcelo Falak
La reaparición de la histórica «restricción externa» frena la economía y obliga a repensar el desarrollo argentino. Los pilares sobre los que se apoyó el Gobierno -entre otras cosas, para ganar elecciones- alcanzaron, al menos, un punto de inflexión. El horizonte posible para un país que no olvida sus traumas.
3 El país estaba llegando a un punto en que era imposible contraer las importaciones sin alterar la producción local, que obtenía del exterior muchos de sus insumos (…). El Gobierno debió ser más selectivo en la asignación de divisas y gradualmente fue forzando el sistema de permisos de cambio que regulaba la obtención de bienes extranjeros (…).
La industria (…) sufrió con la intensificación de esos controles. Los empresarios industriales se quejaban por las dificultades para importar maquinarias y materias primas, dificultades que también eran reconocidas por el Gobierno (…).
El Gobierno parecía por fin reaccionar ante las presiones inflacionarias (…). Las autoridades económicas no podían evitar que la insuficiencia de dólares se reflejara en su precio, salvo que quisieran llevar el sistema de permisos a extremos inmanejables (…).
Para algunos peronistas, la inflación era un mal necesario, si es que realmente lo consideraban un mal. El aumento de los precios era visto como el único instrumento poderoso de redistribución de ingresos que no chocaba con las normas constitucionales ni con la jurisprudencia (existía un antiguo fallo de la Corte Suprema que declaraba atentatorio contra la propiedad privada una tasa impositiva ‘excesiva’).
La cita anterior, extensa y maliciosamente plena de puntos suspensivos para evitar que el lector imagine antes de lo deseado de qué hablan los autores, no se refiere a la Argentina de abril de 2013. Pablo Gerchunoff y Lucas Llach (El ciclo de la ilusión y el desencanto. Un siglo de políticas económicas argentinas, Ariel, 1998, páginas 205 a 207) refieren, en cambio, a un proceso histórico el que hoy pueden sacarse enseñanzas valiosas: el agotamiento del modelo clásico del peronismo a fines de la década de 1940 y principios de la de 1950. Mutatis mutandis, desde ya.
La crisis se produce en el momento en que lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer, tal como dijo Bertold Brecht, parafraseando a Antonio Gramsci. Si, con la indulgencia de quienes van por la vida pronosticando catástrofes, la Argentina de hoy no permite entrever una crisis tal como solemos entenderlas, esto es un estallido en toda la regla, sí enfrenta la necesidad de redefinir su modelo de acumulación económica. Al menos, si se quiere evitar el escenario de un lento languidecimiento que aleje el horizonte del desarrollo y, con él, las posibilidades de mejorar más las condiciones de vida de la población, algo aún tan necesario.
La señal de pare la da, como ha sido habitual en la historia argentina, la archiconocida restricción externa, esto es la insuficiencia de divisas para sostener un elevado nivel de importaciones y, con esto, un crecimiento económico robusto y sostenido. La novedad es que su reaparición tiene que ver con condiciones particulares de la Argentina y que, esta vez, no alcanzan en lo más mínimo a sus vecinos. La combinación de un peso cada vez más apreciado por efecto de una inflación, que figura entre las más elevadas del mundo, la imposibilidad de acceder a financiamiento internacional como fuente extra de divisas, el fuerte desequilibrio de la balanza energética, la decisión política de cebar al máximo el gasto público y el uso de reservas para atender los vencimientos de la deuda soberana forman ese conjunto que encorseta nuevamente nuestra economía.
Restricción externa es el modo en que la jerga económica se refiere a lo que se expresa cada día en los diarios y en los portales de noticias en los sobresaltos del dólar blue, ese eufemismo que se ha impuesto para evitar hablar de tonalidades más oscuras y de ilegalidades. Sí, una vez más el dólar, su cotización indomable y la extraña (¿extraña?) fascinación que los argentinos sentimos por él ponen un límite a nuestras mejores aspiraciones.
La economía que crecía en la etapa final de excedente de dólares a velocidades del 7% al 8%, ya no se la puede empujar más, al menos no más allá del 2% al 3%, dijo días atrás el economista Miguel Bein. Su perspectiva de crecimiento que era para este año del 5%, bajó al 4%, exclusivamente porque la cosecha sería un poco peor que lo inicialmente calculado, añadió.
Claro que esos números son efecto de la recuperación de actividades centrales para la estructura productiva nacional, como la agricultura y la industria automotor, cuyos niveles de 2013 se compararán con la cima del año precedente, factores favorables que, sin un shock de inversiones, dejarán de jugar en el próximo ejercicio. Así, añade Bein, 2% es el nuevo patrón de crecimiento de la Argentina.
El número, tan modesto, no debe sorprender, ya que, debidamente ponderado -esto es promediando los desplomes del producto que han generado las cíclicas crisis nacionales y los rebotes inversamente espectaculares pero igualmente pasajeros-, en función de las tasas de inversión históricas, está bastante en línea con la tasa de crecimiento de largo plazo de la Argentina.
Pero, por más que los pronósticos catastrofistas deban esperar, afortunadamente, una vez más, ¿ese nuevo patrón, tan minimalista, es suficiente para sostener las necesidades de progreso económico y social del país? Decididamente no.
Si el blue dice pare, si el patrón de crecimiento necesariamente será otro, bastante parecido a una meseta árida, ¿qué escenarios se abren para el Gobierno y para el país? ¿Sólo la resignación? Viernes consultó a tres economistas de pensamiento y trayectorias variadas pero igualmente reconocidas para examinar la cuestión.
La Argentina tuvo un tipo de cambio competitivo hasta 2010, cuando todavía se decía que la foto estaba bien aunque la película venía mal. Si bien el país había ido generando un montón de medidas que afectaban la competitividad, el tipo de cambio anterior más que las compensaba. La presión tributaria es muy elevada, la regulación laboral es mucho más dura, la industria del juicio reverdeció, el riesgo-país se mantuvo alto, todo lo que no era tipo de cambio jugó en contra, dice a este suplemento Nicolás Dujovne, de Nicolás Dujovne y Asociados.
De 2011 para acá, el tipo de cambio competitivo se terminó, el Gobierno se volvió más desordenado, hay menos crédito. El tipo de cambio no es el único factor que hace a la competitividad de una economía, pero, por más que repitan eso los que no quieren quedar como devaluadores, es el más importante, explica.
Ahora bien, ¿la Argentina tiene un problema cambiario o no? El tipo de medidas regulatorias adoptadas en los últimos años y su mismo crescendo prueban que sí. La aplicación de licencias no automáticas para las importaciones, modo de asegurar el saldo de divisas que el país necesitaba para hacer frente a sus compromisos, ya lo dejaba entrever. Pero, con una inflación persistentemente elevada, era evidente desde un comienzo que no iba a ser suficiente. Luego fue el turno de los controles a las remesas y a la compra de divisas, el huevo de la serpiente del blue.
Si lo anterior forma ya parte de un cierto sentido común, que incluso economistas cercanos al Gobierno de Cristina de Kirchner aceptarían, la cuantía del atraso cambiario da lugar a visiones diferentes.
El ‘cepo’ es hijo de la inflación. El atraso cambiario asociado a varios años de precios que subían por el ascensor y de un dólar que lo hacía por la escalera provocó una demanda superior a la oferta. No por razones culturales, como dice el Gobierno, una ‘cultura’ que se había tomado vacaciones entre 2003 y 2007, sino porque, al igual que los vietnamitas o los suecos, los argentinos compramos lo que vemos barato, señala a Viernes Hernán Lacunza, director de Empiria Consultores y gerente general del Banco Central en tiempos de Martín Redrado.
¿Cuán barato está el dólar oficial, el que rige el comercio exterior del país? Es difícil cuantificarlo con precisión porque, por ejemplo, una suba del precio de la soja reduce el tipo de cambio de equilibrio. Pero, por ejemplo, hoy es un 25% inferior al de 2009. En ese caso, si el oficial hoy valiera lo mismo que el ‘blue’, sería exagerado. El problema no es tanto la magnitud del atraso, que parece manejable, sino la velocidad del deterioro y el no reconocimiento del piloto, que acelera, gasta, emite, ante una curva que se avecina, completa Lacunza.
Hombre del kirchnerismo, presidente de la Fundación de Investigaciones para el Desarrollo (FIDE) y miembro del directorio de YPF, Héctor Valle reconoce que sin duda, un comportamiento no deseado de los precios termina afectando el valor real de las divisas, pero hasta ahora ello ha sido en buena medida compensado por la mayor apreciación del real brasileño. Sin ignorar los efectos perversos de cómo evolucionan los precios internos sobre el tipo de cambio -insiste-, los datos del balance cambiario no permiten llegar a la conclusión de que su valor actual impida exportar. Siempre he sido partidario de un tipo de cambio alto, aclara. Pero concede: Me preocupa que el actual sea insuficiente para colocar exportaciones de las economías regionales que merecerían un tratamiento fiscal diferenciado para compensarlas. Aunque no es el caso de los sojeros, que este año recibirían un dólar 17% más caro que en 2012 y un precio 25% superior al de la siembra.
Dujovne introduce otro elemento interesante. Como sabemos, la Argentina tiene un problema con las estadísticas. Pero hay algo más. Cuando se construyen todos los índices con el IPC (Índice de Precios al Consumidor, la inflación minorista), por más que sea el verdadero, se toma un IPC en el que los consumidores están subsidiados en electricidad, transporte, gas, agua… Pero en lo que hace a la competitividad de la economía, de la industria, el subsidio no es el mismo del que disponen los consumidores. Así, si uno modificara las cifras para no extrapolarlas a los costos industriales, el índice de precios sin una inflación reprimida resta unos 25 puntos porcentuales a la competitividad, explica.
El tipo de cambio real es hoy casi el de 2001, y el bilateral contra Estados Unidos está peor que en 2001, resume.
Dujovne da más detalles. Si se mira un gráfico de tipo de cambio real multilateral, da 1,30 o 1,40 con respecto a 2001, por lo que uno diría que no está tan mal. Si después se lo ajusta por lo que acabo de mencionar sobre los subsidios, ya no da tan bien. El problema es todo lo que este Gobierno le pide al superávit comercial: que le genere dólares para pagar la deuda, porque no quiere emitir ni siquiera para los vencimientos de capital. No apunta a un superávit de comercio intertemporal, lo tiene que tener todos los años, y eso requiere un tipo de cambio competitivo.
A su modo, Valle da una visión en cierta medida coincidente, aunque, claro, despojada del matiz crítico. Para él, el control de cambios está inscripto en la lógica del modelo. Define los ejes del mismo en términos de búsqueda del desendeudamiento y de mantener el dinamismo del mercado interno, lo que lleva a descartar específicamente tanto los ajustes convencionales que impone el Fondo Monetario Internacional como alentar el ingreso de fondos especulativos de corto plazo. Esto determina el orden de prioridades. Puede haber dificultades de implementación que generen efectos no deseados, pero son corregibles.
Si se trata de un cóctel difícil entre blue, inflación y competitividad, una pregunta importante pasa por cuál es el impacto del dólar paralelo en los precios. Las entidades patronales, sobre todo las del campo, se quejan de que éste impacta en sus costos, aunque, a decir verdad, no se entiende cómo puede ocurrir eso en un contexto de importaciones regidas por el oficial.
Según el director en YPF, el paralelo puede impactar en mercados muy imperfectos, como impactan otros tantos factores originados en la oligopolización de la oferta. El tamaño de ese mercado no da para adjudicarle la capacidad desestabilizadora que tenía en los setenta o los ochenta del siglo pasado. La forma de evitarlo es aplicar la ley y las normas vigentes sobre tráfico ilegal de dinero.
Para Lacunza, en cambio, algunos precios se indexan por el valor del paralelo, que hoy guía las expectativas nominales de ahorristas y consumidores en inflación y devaluación esperada.
Dujovne, por su parte, habla menos del blue que del andamiaje monetario que lo sostiene. No es una cuestión de mero impacto psicológico ni de los costos de las empresas, ya que no es ése el dólar con el que importan. Sí hay un impacto por el lado del excedente de pesos, que no tiene vías de escape. Y una de las pocas es comprar ‘blue’.
Al volver al punto central de esta nota, el de los efectos macroeconómicos de la inflación y de la disparada del dólar libre, cabe preguntarse por las condiciones de posibilidad para que la economía argentina retome un crecimiento vigoroso de la producción y el empleo. Este último, si primero dejó de crecer sustancialmente en el sector privado, hoy se encuentra ante un cuello de botella para seguir haciéndolo en el público, dadas las estrecheces presupuestarias de las administraciones provinciales e, incluso, la nacional. Así las cosas, ¿la disparada del dólar ilegal obliga a un cambio de estrategia?
Esperablemente, Valle entrega la visión más optimista. La actual política económica ha consolidado un soporte para el crecimiento productivo global, a tasas todavía positivas, que probablemente en 2013 serán más altas. El empleo se mantiene en los niveles previos a la crisis mundial, lo que no se habría logrado sin la aplicación de políticas activas dirigidas a sostenerlo, las convenciones colectivas de trabajo y los reajustes de las jubilaciones dos veces por año, recuerda.
Lacunza discrepa al indicar que hoy es más recesivo no atender el problema inflacionario que atenderlo. No es casualidad que nuestro país creció al 8,4% anual entre 2003 y 2007, al 4,4% entre 2008 y 2011, y alrededor del 2% en 2012-2013. A pesar de que los términos de intercambio baten récords históricos, el crecimiento potencial cae porque la inflación erosiona los pilares del modelo: el superávit fiscal desapareció en 2009, el balance externo hoy es neutro y el tipo de cambio competitivo es un recuerdo nostálgico del período 2003-2007.
Valle discrepa otra vez en este punto. Para él, no puede hablarse de deterioro fiscal en una economía cuya relación déficit/PBI es de menos 0,4% y habida cuenta de cómo ha evolucionado esa relación en otros países del mundo.
Dujovne, en una línea similar a la del exhombre del Central, estima que la respuesta depende de cómo uno lee cuánto podemos crecer haciendo lo que estamos haciendo hoy. La economía argentina está en un punto en el que ya no puede crecer en estas condiciones. Hay un desanclaje de las expectativas, una sensación de falta de norte nominal, o de estabilidad de precios. Me da la sensación de que es demasiado tarde para la idea de (Guillermo) Moreno, de que podemos devaluar al 18%, que la inflación se mantenga en el 25% y que, al sumar una inflación internacional de 4 o 5 puntos, la economía no pierda competitividad. Eso atrasa dos años, digamos. Entonces, cualquier política que tienda a atacar las causas de los problemas, a depreciar un poco más el tipo de cambio, a emitir menos, me parece que generaría un aumento de la tasa de crecimiento y no una disminución.
Quienes apuestan a la adopción de medidas para salir de la coyuntura miran con atención los tiempos electorales. En ese momento, aventura Dujovne, después de las elecciones legislativas el Gobierno va a tener diferentes alternativas. La primera es un programa que llamo minimalista, sólo para que el ‘blue’ salga de la tapa de los diarios, en el que pasa a emitir en línea con la inflación, se financia algo de la no emisión con deuda, hay algo de menor expansión fiscal, se deprecia más rápido y se deja que las tasas de interés suban un poco para incentivar inversiones alternativas al ‘blue’. Se trataría, por ejemplo, de un ajuste del 0,9% del PBI y que otro tanto se lo financie con deuda. La segunda es un programa más mínimo todavía, que es simplemente depreciar más rápido, sin hacer nada más, para recuperar competitividad, algo que resultaría muy inflacionario. Y, tercero, una devaluación directa o, en una variante, un desdoblamiento formal con un tipo de cambio comercial y otro financiero, pero para que ese mercado funcione sin que signifique un drenaje gigantesco de divisas, la cotización debería situarse muy cerca de la que hoy tiene el dólar paralelo, por lo que yo no creo que vaya a ocurrir. ¿Cuál es el escenario más probable? Va a depender del resultado de las elecciones -responde Dujovne-. Cuanto mejor le vaya al Gobierno, menores serán los incentivos para que cambie.
Hernán Lacunza juzga que el Gobierno es muy críptico respecto a sus planes e intenciones. En base a la experiencia, se pueden reconocer tres características frente a dilemas de escasez como el que enfrenta en el mercado cambiario informal: redoblar la apuesta, manteniendo una fe casi religiosa en la capacidad de gobernar precios y cantidades por métodos poco convencionales y con resultados efímeros; deslindar responsabilidades, por ejemplo apelando a la existencia de ‘fuerzas conspirativas’; y subestimar la importancia de los problemas hasta que explotan, como ocurrió con la crisis energética. No hay indicios de que vaya a ser distinto en esta oportunidad.
¿Y por qué quiere salir de esta situación, como si existieran varitas mágicas para hacer sin afectar a nadie?, repregunta Valle. Esta situación ha sido generada por un feroz ataque especulativo, de clara connotación desestabilizadora, cubierto con la excusas de los limites al gasto turístico y a la venta de inmuebles en dólares. El Gobierno no va a convalidar una devaluación salvaje, sabe que un programa ortodoxo tipo FMI nos lleva al callejón sin salida de la recesión y la mayor regresividad distributiva con nuevo endeudamiento, y todo eso a cambio de perder soberanía monetaria. El escenario que preveo no contempla esta posibilidad; lo más probable es que tengamos un crecimiento en torno al 4% en el PBI y las tensiones cambiarias se atenúen durante el segundo semestre. Dicho eso sin ignorar que, como siempre ocurre en la economía, sobrarán los problemas, cierra.
Las posturas, enfrentadas, quedan claras. Si la Argentina quiere relanzar un crecimiento vigoroso e inclusivo de largo aliento, deberá imaginar formas eficaces de sortear la recurrente restricción externa. Esa enfermedad crónica, de la que el dólar paralelo no es más que un síntoma conocido.
@marcelofalak
Todas las noticias del Suplemento
EL FUTURO DESPUÉS DEL «BLUE»
UMBERTO ECO: LA TRANSPARENCIA TOTAL HA VENCIDO
JOSÉ TASA: comprar…y saber esperar
GORDOS: el día que votó hasta el CEO
NUMEROLOGÍA: España, con norte rico y sur pobre
ZONA JAZZ: agenda del 5 al 11 de abril
FIN DE SEMANA: opciones interesantes
La reaparición de la histórica «restricción externa» frena la economía y obliga a repensar el desarrollo argentino. Los pilares sobre los que se apoyó el Gobierno -entre otras cosas, para ganar elecciones- alcanzaron, al menos, un punto de inflexión. El horizonte posible para un país que no olvida sus traumas.
3 El país estaba llegando a un punto en que era imposible contraer las importaciones sin alterar la producción local, que obtenía del exterior muchos de sus insumos (…). El Gobierno debió ser más selectivo en la asignación de divisas y gradualmente fue forzando el sistema de permisos de cambio que regulaba la obtención de bienes extranjeros (…).
La industria (…) sufrió con la intensificación de esos controles. Los empresarios industriales se quejaban por las dificultades para importar maquinarias y materias primas, dificultades que también eran reconocidas por el Gobierno (…).
El Gobierno parecía por fin reaccionar ante las presiones inflacionarias (…). Las autoridades económicas no podían evitar que la insuficiencia de dólares se reflejara en su precio, salvo que quisieran llevar el sistema de permisos a extremos inmanejables (…).
Para algunos peronistas, la inflación era un mal necesario, si es que realmente lo consideraban un mal. El aumento de los precios era visto como el único instrumento poderoso de redistribución de ingresos que no chocaba con las normas constitucionales ni con la jurisprudencia (existía un antiguo fallo de la Corte Suprema que declaraba atentatorio contra la propiedad privada una tasa impositiva ‘excesiva’).
La cita anterior, extensa y maliciosamente plena de puntos suspensivos para evitar que el lector imagine antes de lo deseado de qué hablan los autores, no se refiere a la Argentina de abril de 2013. Pablo Gerchunoff y Lucas Llach (El ciclo de la ilusión y el desencanto. Un siglo de políticas económicas argentinas, Ariel, 1998, páginas 205 a 207) refieren, en cambio, a un proceso histórico el que hoy pueden sacarse enseñanzas valiosas: el agotamiento del modelo clásico del peronismo a fines de la década de 1940 y principios de la de 1950. Mutatis mutandis, desde ya.
La crisis se produce en el momento en que lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer, tal como dijo Bertold Brecht, parafraseando a Antonio Gramsci. Si, con la indulgencia de quienes van por la vida pronosticando catástrofes, la Argentina de hoy no permite entrever una crisis tal como solemos entenderlas, esto es un estallido en toda la regla, sí enfrenta la necesidad de redefinir su modelo de acumulación económica. Al menos, si se quiere evitar el escenario de un lento languidecimiento que aleje el horizonte del desarrollo y, con él, las posibilidades de mejorar más las condiciones de vida de la población, algo aún tan necesario.
La señal de pare la da, como ha sido habitual en la historia argentina, la archiconocida restricción externa, esto es la insuficiencia de divisas para sostener un elevado nivel de importaciones y, con esto, un crecimiento económico robusto y sostenido. La novedad es que su reaparición tiene que ver con condiciones particulares de la Argentina y que, esta vez, no alcanzan en lo más mínimo a sus vecinos. La combinación de un peso cada vez más apreciado por efecto de una inflación, que figura entre las más elevadas del mundo, la imposibilidad de acceder a financiamiento internacional como fuente extra de divisas, el fuerte desequilibrio de la balanza energética, la decisión política de cebar al máximo el gasto público y el uso de reservas para atender los vencimientos de la deuda soberana forman ese conjunto que encorseta nuevamente nuestra economía.
Restricción externa es el modo en que la jerga económica se refiere a lo que se expresa cada día en los diarios y en los portales de noticias en los sobresaltos del dólar blue, ese eufemismo que se ha impuesto para evitar hablar de tonalidades más oscuras y de ilegalidades. Sí, una vez más el dólar, su cotización indomable y la extraña (¿extraña?) fascinación que los argentinos sentimos por él ponen un límite a nuestras mejores aspiraciones.
La economía que crecía en la etapa final de excedente de dólares a velocidades del 7% al 8%, ya no se la puede empujar más, al menos no más allá del 2% al 3%, dijo días atrás el economista Miguel Bein. Su perspectiva de crecimiento que era para este año del 5%, bajó al 4%, exclusivamente porque la cosecha sería un poco peor que lo inicialmente calculado, añadió.
Claro que esos números son efecto de la recuperación de actividades centrales para la estructura productiva nacional, como la agricultura y la industria automotor, cuyos niveles de 2013 se compararán con la cima del año precedente, factores favorables que, sin un shock de inversiones, dejarán de jugar en el próximo ejercicio. Así, añade Bein, 2% es el nuevo patrón de crecimiento de la Argentina.
El número, tan modesto, no debe sorprender, ya que, debidamente ponderado -esto es promediando los desplomes del producto que han generado las cíclicas crisis nacionales y los rebotes inversamente espectaculares pero igualmente pasajeros-, en función de las tasas de inversión históricas, está bastante en línea con la tasa de crecimiento de largo plazo de la Argentina.
Pero, por más que los pronósticos catastrofistas deban esperar, afortunadamente, una vez más, ¿ese nuevo patrón, tan minimalista, es suficiente para sostener las necesidades de progreso económico y social del país? Decididamente no.
Si el blue dice pare, si el patrón de crecimiento necesariamente será otro, bastante parecido a una meseta árida, ¿qué escenarios se abren para el Gobierno y para el país? ¿Sólo la resignación? Viernes consultó a tres economistas de pensamiento y trayectorias variadas pero igualmente reconocidas para examinar la cuestión.
La Argentina tuvo un tipo de cambio competitivo hasta 2010, cuando todavía se decía que la foto estaba bien aunque la película venía mal. Si bien el país había ido generando un montón de medidas que afectaban la competitividad, el tipo de cambio anterior más que las compensaba. La presión tributaria es muy elevada, la regulación laboral es mucho más dura, la industria del juicio reverdeció, el riesgo-país se mantuvo alto, todo lo que no era tipo de cambio jugó en contra, dice a este suplemento Nicolás Dujovne, de Nicolás Dujovne y Asociados.
De 2011 para acá, el tipo de cambio competitivo se terminó, el Gobierno se volvió más desordenado, hay menos crédito. El tipo de cambio no es el único factor que hace a la competitividad de una economía, pero, por más que repitan eso los que no quieren quedar como devaluadores, es el más importante, explica.
Ahora bien, ¿la Argentina tiene un problema cambiario o no? El tipo de medidas regulatorias adoptadas en los últimos años y su mismo crescendo prueban que sí. La aplicación de licencias no automáticas para las importaciones, modo de asegurar el saldo de divisas que el país necesitaba para hacer frente a sus compromisos, ya lo dejaba entrever. Pero, con una inflación persistentemente elevada, era evidente desde un comienzo que no iba a ser suficiente. Luego fue el turno de los controles a las remesas y a la compra de divisas, el huevo de la serpiente del blue.
Si lo anterior forma ya parte de un cierto sentido común, que incluso economistas cercanos al Gobierno de Cristina de Kirchner aceptarían, la cuantía del atraso cambiario da lugar a visiones diferentes.
El ‘cepo’ es hijo de la inflación. El atraso cambiario asociado a varios años de precios que subían por el ascensor y de un dólar que lo hacía por la escalera provocó una demanda superior a la oferta. No por razones culturales, como dice el Gobierno, una ‘cultura’ que se había tomado vacaciones entre 2003 y 2007, sino porque, al igual que los vietnamitas o los suecos, los argentinos compramos lo que vemos barato, señala a Viernes Hernán Lacunza, director de Empiria Consultores y gerente general del Banco Central en tiempos de Martín Redrado.
¿Cuán barato está el dólar oficial, el que rige el comercio exterior del país? Es difícil cuantificarlo con precisión porque, por ejemplo, una suba del precio de la soja reduce el tipo de cambio de equilibrio. Pero, por ejemplo, hoy es un 25% inferior al de 2009. En ese caso, si el oficial hoy valiera lo mismo que el ‘blue’, sería exagerado. El problema no es tanto la magnitud del atraso, que parece manejable, sino la velocidad del deterioro y el no reconocimiento del piloto, que acelera, gasta, emite, ante una curva que se avecina, completa Lacunza.
Hombre del kirchnerismo, presidente de la Fundación de Investigaciones para el Desarrollo (FIDE) y miembro del directorio de YPF, Héctor Valle reconoce que sin duda, un comportamiento no deseado de los precios termina afectando el valor real de las divisas, pero hasta ahora ello ha sido en buena medida compensado por la mayor apreciación del real brasileño. Sin ignorar los efectos perversos de cómo evolucionan los precios internos sobre el tipo de cambio -insiste-, los datos del balance cambiario no permiten llegar a la conclusión de que su valor actual impida exportar. Siempre he sido partidario de un tipo de cambio alto, aclara. Pero concede: Me preocupa que el actual sea insuficiente para colocar exportaciones de las economías regionales que merecerían un tratamiento fiscal diferenciado para compensarlas. Aunque no es el caso de los sojeros, que este año recibirían un dólar 17% más caro que en 2012 y un precio 25% superior al de la siembra.
Dujovne introduce otro elemento interesante. Como sabemos, la Argentina tiene un problema con las estadísticas. Pero hay algo más. Cuando se construyen todos los índices con el IPC (Índice de Precios al Consumidor, la inflación minorista), por más que sea el verdadero, se toma un IPC en el que los consumidores están subsidiados en electricidad, transporte, gas, agua… Pero en lo que hace a la competitividad de la economía, de la industria, el subsidio no es el mismo del que disponen los consumidores. Así, si uno modificara las cifras para no extrapolarlas a los costos industriales, el índice de precios sin una inflación reprimida resta unos 25 puntos porcentuales a la competitividad, explica.
El tipo de cambio real es hoy casi el de 2001, y el bilateral contra Estados Unidos está peor que en 2001, resume.
Dujovne da más detalles. Si se mira un gráfico de tipo de cambio real multilateral, da 1,30 o 1,40 con respecto a 2001, por lo que uno diría que no está tan mal. Si después se lo ajusta por lo que acabo de mencionar sobre los subsidios, ya no da tan bien. El problema es todo lo que este Gobierno le pide al superávit comercial: que le genere dólares para pagar la deuda, porque no quiere emitir ni siquiera para los vencimientos de capital. No apunta a un superávit de comercio intertemporal, lo tiene que tener todos los años, y eso requiere un tipo de cambio competitivo.
A su modo, Valle da una visión en cierta medida coincidente, aunque, claro, despojada del matiz crítico. Para él, el control de cambios está inscripto en la lógica del modelo. Define los ejes del mismo en términos de búsqueda del desendeudamiento y de mantener el dinamismo del mercado interno, lo que lleva a descartar específicamente tanto los ajustes convencionales que impone el Fondo Monetario Internacional como alentar el ingreso de fondos especulativos de corto plazo. Esto determina el orden de prioridades. Puede haber dificultades de implementación que generen efectos no deseados, pero son corregibles.
Si se trata de un cóctel difícil entre blue, inflación y competitividad, una pregunta importante pasa por cuál es el impacto del dólar paralelo en los precios. Las entidades patronales, sobre todo las del campo, se quejan de que éste impacta en sus costos, aunque, a decir verdad, no se entiende cómo puede ocurrir eso en un contexto de importaciones regidas por el oficial.
Según el director en YPF, el paralelo puede impactar en mercados muy imperfectos, como impactan otros tantos factores originados en la oligopolización de la oferta. El tamaño de ese mercado no da para adjudicarle la capacidad desestabilizadora que tenía en los setenta o los ochenta del siglo pasado. La forma de evitarlo es aplicar la ley y las normas vigentes sobre tráfico ilegal de dinero.
Para Lacunza, en cambio, algunos precios se indexan por el valor del paralelo, que hoy guía las expectativas nominales de ahorristas y consumidores en inflación y devaluación esperada.
Dujovne, por su parte, habla menos del blue que del andamiaje monetario que lo sostiene. No es una cuestión de mero impacto psicológico ni de los costos de las empresas, ya que no es ése el dólar con el que importan. Sí hay un impacto por el lado del excedente de pesos, que no tiene vías de escape. Y una de las pocas es comprar ‘blue’.
Al volver al punto central de esta nota, el de los efectos macroeconómicos de la inflación y de la disparada del dólar libre, cabe preguntarse por las condiciones de posibilidad para que la economía argentina retome un crecimiento vigoroso de la producción y el empleo. Este último, si primero dejó de crecer sustancialmente en el sector privado, hoy se encuentra ante un cuello de botella para seguir haciéndolo en el público, dadas las estrecheces presupuestarias de las administraciones provinciales e, incluso, la nacional. Así las cosas, ¿la disparada del dólar ilegal obliga a un cambio de estrategia?
Esperablemente, Valle entrega la visión más optimista. La actual política económica ha consolidado un soporte para el crecimiento productivo global, a tasas todavía positivas, que probablemente en 2013 serán más altas. El empleo se mantiene en los niveles previos a la crisis mundial, lo que no se habría logrado sin la aplicación de políticas activas dirigidas a sostenerlo, las convenciones colectivas de trabajo y los reajustes de las jubilaciones dos veces por año, recuerda.
Lacunza discrepa al indicar que hoy es más recesivo no atender el problema inflacionario que atenderlo. No es casualidad que nuestro país creció al 8,4% anual entre 2003 y 2007, al 4,4% entre 2008 y 2011, y alrededor del 2% en 2012-2013. A pesar de que los términos de intercambio baten récords históricos, el crecimiento potencial cae porque la inflación erosiona los pilares del modelo: el superávit fiscal desapareció en 2009, el balance externo hoy es neutro y el tipo de cambio competitivo es un recuerdo nostálgico del período 2003-2007.
Valle discrepa otra vez en este punto. Para él, no puede hablarse de deterioro fiscal en una economía cuya relación déficit/PBI es de menos 0,4% y habida cuenta de cómo ha evolucionado esa relación en otros países del mundo.
Dujovne, en una línea similar a la del exhombre del Central, estima que la respuesta depende de cómo uno lee cuánto podemos crecer haciendo lo que estamos haciendo hoy. La economía argentina está en un punto en el que ya no puede crecer en estas condiciones. Hay un desanclaje de las expectativas, una sensación de falta de norte nominal, o de estabilidad de precios. Me da la sensación de que es demasiado tarde para la idea de (Guillermo) Moreno, de que podemos devaluar al 18%, que la inflación se mantenga en el 25% y que, al sumar una inflación internacional de 4 o 5 puntos, la economía no pierda competitividad. Eso atrasa dos años, digamos. Entonces, cualquier política que tienda a atacar las causas de los problemas, a depreciar un poco más el tipo de cambio, a emitir menos, me parece que generaría un aumento de la tasa de crecimiento y no una disminución.
Quienes apuestan a la adopción de medidas para salir de la coyuntura miran con atención los tiempos electorales. En ese momento, aventura Dujovne, después de las elecciones legislativas el Gobierno va a tener diferentes alternativas. La primera es un programa que llamo minimalista, sólo para que el ‘blue’ salga de la tapa de los diarios, en el que pasa a emitir en línea con la inflación, se financia algo de la no emisión con deuda, hay algo de menor expansión fiscal, se deprecia más rápido y se deja que las tasas de interés suban un poco para incentivar inversiones alternativas al ‘blue’. Se trataría, por ejemplo, de un ajuste del 0,9% del PBI y que otro tanto se lo financie con deuda. La segunda es un programa más mínimo todavía, que es simplemente depreciar más rápido, sin hacer nada más, para recuperar competitividad, algo que resultaría muy inflacionario. Y, tercero, una devaluación directa o, en una variante, un desdoblamiento formal con un tipo de cambio comercial y otro financiero, pero para que ese mercado funcione sin que signifique un drenaje gigantesco de divisas, la cotización debería situarse muy cerca de la que hoy tiene el dólar paralelo, por lo que yo no creo que vaya a ocurrir. ¿Cuál es el escenario más probable? Va a depender del resultado de las elecciones -responde Dujovne-. Cuanto mejor le vaya al Gobierno, menores serán los incentivos para que cambie.
Hernán Lacunza juzga que el Gobierno es muy críptico respecto a sus planes e intenciones. En base a la experiencia, se pueden reconocer tres características frente a dilemas de escasez como el que enfrenta en el mercado cambiario informal: redoblar la apuesta, manteniendo una fe casi religiosa en la capacidad de gobernar precios y cantidades por métodos poco convencionales y con resultados efímeros; deslindar responsabilidades, por ejemplo apelando a la existencia de ‘fuerzas conspirativas’; y subestimar la importancia de los problemas hasta que explotan, como ocurrió con la crisis energética. No hay indicios de que vaya a ser distinto en esta oportunidad.
¿Y por qué quiere salir de esta situación, como si existieran varitas mágicas para hacer sin afectar a nadie?, repregunta Valle. Esta situación ha sido generada por un feroz ataque especulativo, de clara connotación desestabilizadora, cubierto con la excusas de los limites al gasto turístico y a la venta de inmuebles en dólares. El Gobierno no va a convalidar una devaluación salvaje, sabe que un programa ortodoxo tipo FMI nos lleva al callejón sin salida de la recesión y la mayor regresividad distributiva con nuevo endeudamiento, y todo eso a cambio de perder soberanía monetaria. El escenario que preveo no contempla esta posibilidad; lo más probable es que tengamos un crecimiento en torno al 4% en el PBI y las tensiones cambiarias se atenúen durante el segundo semestre. Dicho eso sin ignorar que, como siempre ocurre en la economía, sobrarán los problemas, cierra.
Las posturas, enfrentadas, quedan claras. Si la Argentina quiere relanzar un crecimiento vigoroso e inclusivo de largo aliento, deberá imaginar formas eficaces de sortear la recurrente restricción externa. Esa enfermedad crónica, de la que el dólar paralelo no es más que un síntoma conocido.
@marcelofalak
Todas las noticias del Suplemento
EL FUTURO DESPUÉS DEL «BLUE»
UMBERTO ECO: LA TRANSPARENCIA TOTAL HA VENCIDO
JOSÉ TASA: comprar…y saber esperar
GORDOS: el día que votó hasta el CEO
NUMEROLOGÍA: España, con norte rico y sur pobre
ZONA JAZZ: agenda del 5 al 11 de abril
FIN DE SEMANA: opciones interesantes