Emilio Monzó no dijo nada extraordinario. Sólo reivindicó el valor de la política. Por eso guardó una fotografía en la cual se observa juntos a Axel Kicillof (FPV), Marco Lavagna (FR) Luciano Laspina y Nicolás Massot (PRO). Su referencia a la utilidad de posibles replanteos en Cambiemos apuntó a aprovechar una realidad: el estado líquido en que se encuentran los partidos en la Argentina. Desde el peronismo, hacia arriba y hacia abajo. O a la izquierda y la derecha. A partir de ese panorama la coalición oficialista podría ensayar tal vez un estirón. Mutando de una alianza electoral y de Gobierno a otra de carácter político permanente. Que pueda echar raíces en la escena nacional.
Las palabras del presidente de la Cámara de Diputados causaron alboroto por dos razones. En once meses de poder nadie había disparado en público un cuestionamiento de fondo. Menos aún de manera sorpresiva. Tampoco nunca habían quedado tanto en evidencia dos estilos dentro del macrismo. El círculo áulico de Mauricio Macri continúa convencido en articular la política combinando la comunicación y la gestión. Lecciones de Jaime Durán Barba que dieron frutos en la campaña electoral contra Cristina Fernández. ¿Hubiera sido igual el resultado ante otro adversario menos intemperante? No hay respuesta para ese interrogante.
Monzó no descreería de ninguno de esos valores. De hecho, fue ariete de aquella campaña. Pero estima imprescindible, en esta etapa, el ejercicio de la política territorial, que no tendría que ver con los timbreos que repite el macrismo. En todo caso, refiere a pactos, circunstanciales o no tanto, y a las conocidas roscas. Un lenguaje de la vieja política que espantaría a los macristas.
El titular de la Cámara de Diputados está convencido de que será imposible crecer si no se logra abandonar aquel estado líquido. Considera necesarias las estructuras, fragmentadas ahora en todo el arco partidario, para afrontar los tiempos más complicados. Los más fáciles, a juicio suyo, habrían pasado. La luna de miel con una mayoría de la sociedad después de la victoria.
Esa forma de auscultar la realidad habría sido madurada por él en dos etapas distintas. Los cinco años que estuvo como asesor de Enrique Durañona y Vedia. El diputado de la UCeDé que fue uno de los motores de la reforma constitucional de 1994. Que talló incluso como interventor de Corrientes, designado por Carlos Menem. También su posterior adscripción al peronismo bonaerense, donde alternó con Florencio Randazzo, Felipe Solá y Daniel Scioli. De este último recorrido sacó una experiencia. El ex gobernador y candidato presidencial también afincó su carrera en torno a la comunicación y la gestión. Sin darle importancia a las intermediaciones. Osciló entre el pejotismo y el cristinismo. Terminó perdiendo frente a Macri. Los desastres de su administración se divulgaron luego. Monzó también repararía en otro ejemplo. La trayectoria de Aníbal Ibarra como intendente de la Ciudad. Cuando sufrió la tragedia de Cromañón se encontró en absoluta soledad. Sin defensas políticas ni legislativas. Néstor Kirchner lo abandonó. Terminó siendo depuesto.
Monzó no está sólo en el oficialismo pese a que así quedó después de su declaración. Lo llenaron de mensajes pero ni uno provino de los integrantes del Gabinete nacional. Fue invitado al encuentro de Chapadmalal 48 horas antes. Con llamados y esquelas insistentes. Los radicales de la Coalición comulgan con su pensamiento. También macristas que le susurraron comentarios favorables a orillas del mar. La única objeción que recibió de ellos fue la oportunidad de sus opiniones.
Esa oportunidad tiene vínculo con las dificultades que se empiezan a hacer ostensibles en el Gobierno. Aunque el Presidente se esfuerce por disimularlas blandiendo la comunicación y el marketing. Monzó arriesgó con la hipotética ampliación de Cambiemos sabiendo que, a esta altura, resulta imposible. Las elecciones legislativas despuntan en el horizonte. El peronismo más dialoguista tartamudea. También el Frente Renovador de Sergio Massa. El diputado recién reelecto como jefe de la Cámara habría apuntado a la historia que el oficialismo deberá necesariamente escribir después del 2017.
Macri recibió la última semana varias señales intranquilizadoras. La concordia que Rogelio Frigerio, el ministro del Interior, labró con los mandatarios peronistas comenzó a sufrir temblores. El peronismo tumbó la reforma electoral en el Senado. Por una mezcla de corrientes: la presión acotada de Cristina a través de un senador y la adscripción de viejos caudillos (Luis Verna, de La Pampa, y Gildo Infran, de Formosa) a metodologías que conocen muy bien, que les permiten hace décadas dominar los territorios. También quedó trabada la Ley de Extinción de Dominio –aprobada en Diputados– que permitiría al Estado disponer para otros fines de los bienes de origen o destino ilícito. Difícil no asociarlo con las innúmeras causas de corrupción que acosan al kirchnerismo.
Los gobernadores parecen haberle sacado también el cuerpo a otra discusión sensible del macrismo. La modificación de las escalas del impuesto a las Ganancias. Massa terminó elaborando un dictamen que aspira a conciliar con el bloque del PJ de Diego Bossio. Los kirchneristas tienen otro y la izquierda el suyo. El Gobierno considera a todos ellos de un elevado costo fiscal. Cerca de $ 30 mil millones por encima del que defendió Alfonso Prat-Gay. Macri empieza a tomar conciencia de la dimensión del déficit. Pero con ese recurso fue sorteando obstáculos que le posibilitaron la gobernabilidad. Aunque pareciera sólo limitada a la coyuntura.
El impuesto a las Ganancias constituye un tributo coparticipable. De allí la sorpresa por la prescindencia de muchos mandatarios. O la existencia de comandos dobles. Juan Schiaretti, de Córdoba, posee una relación fluida con el Gobierno. Habló con Frigerio las últimas horas sobre el problema. Pero la diputada Adriana Nazario, esposa de José Manuel de la Sota, asoma alineada en el Congreso con el proyecto que empuja Massa. Esa dualidad desorientaría al macrismo.
Aquel alejamiento pejotista quizás tenga relación con un marco global de apremios. Se acaba el segundo semestre y las promesas de reactivación económica que hizo el macrismo continúan en la nada. El puerto de destino sería ahora el final del primer trimestre del año próximo. “¿Por qué creerles?”, preguntan en el peronismo. Nadie querría quedar pegado con un Gobierno empantanado en vísperas de un ciclo electoral.
Macri parece no advertir que la situación ha cambiado. Poco se asemejaría a la de once meses atrás. No sólo por la persistencia de la recesión. También, por las variaciones del contexto. Pero continúan como un ruego las invocaciones a la inversión. Se apela a la política monetaria y a débiles incentivos para despertar el consumo. Un gran problema es la prolongación de la crisis en Brasil. Otro, el enigma de un mundo donde la primera potencia será comandada por el halcón republicano Donald Trump. ¿No sería conveniente, acaso, apurar un reseteo de las previsiones con las cuales Macri inauguró su gestión?
Esos reflejos cansinos serían verificables en otras áreas. El Gobierno hizo concesiones millonarias a los sindicalistas para apaciguarlos. Hace diez días convino una ley de emergencia para contener a los movimientos sociales. Insumiría hasta $ 30 mil millones en tres años. Supuso garantizarse, de esa manera, un fin de año sin desmanes. Es muy probable que nos los haya. Pero las convulsiones nunca desaparecen.
La Tendencia Piquetera Revolucionaria colapsó el miércoles la Ciudad con cortes callejeros. El Polo Obrero hizo lo mismo el jueves. Actuaron ante la ausencia del Estado en la calle. No existió aviso, prevención, ni policías que al menos encauzaran las protestas. Aquellos grupos repudiaron el acuerdo de los Movimientos Sociales. Como lo hizo también el kirchnerismo. Aunque detrás de la demanda social pudieron esconderse otros rollos.
La Tendencia Piquetera incluye, entre varios, a Luis D’Elía, el Frente Milagro Sala y Quebracho. El jefe de esta agrupación, Fernando Esteche, está en libertad condicional. Pidió permiso a la Justicia para salir del país y viajar a Grecia –por “invitación personal”– donde se alojará en un hotel de cuatro estrellas. El Frente Milagro Sala aprovechó la ocasión para reclamar por la libertad de la piquetera, detenida desde enero en Jujuy acusada de violencia y corrupción.
El Gobierno viene corriendo desde hace tiempo detrás del caso Sala. Una comisión de la ONU pidió su libertad. El macrismo dijo que se trata de una resolución no vinculante. El titular de la OEA, el uruguayo Luis Almagro, hizo la misma solicitud. La Cancillería se enteró cuando había sido difundida. El embajador es allá Juan José Arcuri, de diálogo bloqueado con Almagro. El conflicto aterrizó en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). El Gobierno invitó a esa entidad a una visita a nuestro país para que constate la situación de Sala. Pero llegó tarde de nuevo. El organismo también se pronunció a favor de la liberación de la piquetera.
La CIDH tuvo mala relación con el kirchnerismo en sus últimos años. A punto tal que la entonces embajadora y hoy diputada, Nilda Garré, abandonó la sesión final en la cual se iba a elaborar un informe sobre la independencia de los Poderes Judiciales de la región. El Gobierno de Macri sacó a esa Comisión de la asfixia financiera con un giro de US$ 400.000. Pero ahora está enredado en un pleito semejante. Algo no viene haciendo bien.
Las palabras del presidente de la Cámara de Diputados causaron alboroto por dos razones. En once meses de poder nadie había disparado en público un cuestionamiento de fondo. Menos aún de manera sorpresiva. Tampoco nunca habían quedado tanto en evidencia dos estilos dentro del macrismo. El círculo áulico de Mauricio Macri continúa convencido en articular la política combinando la comunicación y la gestión. Lecciones de Jaime Durán Barba que dieron frutos en la campaña electoral contra Cristina Fernández. ¿Hubiera sido igual el resultado ante otro adversario menos intemperante? No hay respuesta para ese interrogante.
Monzó no descreería de ninguno de esos valores. De hecho, fue ariete de aquella campaña. Pero estima imprescindible, en esta etapa, el ejercicio de la política territorial, que no tendría que ver con los timbreos que repite el macrismo. En todo caso, refiere a pactos, circunstanciales o no tanto, y a las conocidas roscas. Un lenguaje de la vieja política que espantaría a los macristas.
El titular de la Cámara de Diputados está convencido de que será imposible crecer si no se logra abandonar aquel estado líquido. Considera necesarias las estructuras, fragmentadas ahora en todo el arco partidario, para afrontar los tiempos más complicados. Los más fáciles, a juicio suyo, habrían pasado. La luna de miel con una mayoría de la sociedad después de la victoria.
Esa forma de auscultar la realidad habría sido madurada por él en dos etapas distintas. Los cinco años que estuvo como asesor de Enrique Durañona y Vedia. El diputado de la UCeDé que fue uno de los motores de la reforma constitucional de 1994. Que talló incluso como interventor de Corrientes, designado por Carlos Menem. También su posterior adscripción al peronismo bonaerense, donde alternó con Florencio Randazzo, Felipe Solá y Daniel Scioli. De este último recorrido sacó una experiencia. El ex gobernador y candidato presidencial también afincó su carrera en torno a la comunicación y la gestión. Sin darle importancia a las intermediaciones. Osciló entre el pejotismo y el cristinismo. Terminó perdiendo frente a Macri. Los desastres de su administración se divulgaron luego. Monzó también repararía en otro ejemplo. La trayectoria de Aníbal Ibarra como intendente de la Ciudad. Cuando sufrió la tragedia de Cromañón se encontró en absoluta soledad. Sin defensas políticas ni legislativas. Néstor Kirchner lo abandonó. Terminó siendo depuesto.
Monzó no está sólo en el oficialismo pese a que así quedó después de su declaración. Lo llenaron de mensajes pero ni uno provino de los integrantes del Gabinete nacional. Fue invitado al encuentro de Chapadmalal 48 horas antes. Con llamados y esquelas insistentes. Los radicales de la Coalición comulgan con su pensamiento. También macristas que le susurraron comentarios favorables a orillas del mar. La única objeción que recibió de ellos fue la oportunidad de sus opiniones.
Esa oportunidad tiene vínculo con las dificultades que se empiezan a hacer ostensibles en el Gobierno. Aunque el Presidente se esfuerce por disimularlas blandiendo la comunicación y el marketing. Monzó arriesgó con la hipotética ampliación de Cambiemos sabiendo que, a esta altura, resulta imposible. Las elecciones legislativas despuntan en el horizonte. El peronismo más dialoguista tartamudea. También el Frente Renovador de Sergio Massa. El diputado recién reelecto como jefe de la Cámara habría apuntado a la historia que el oficialismo deberá necesariamente escribir después del 2017.
Macri recibió la última semana varias señales intranquilizadoras. La concordia que Rogelio Frigerio, el ministro del Interior, labró con los mandatarios peronistas comenzó a sufrir temblores. El peronismo tumbó la reforma electoral en el Senado. Por una mezcla de corrientes: la presión acotada de Cristina a través de un senador y la adscripción de viejos caudillos (Luis Verna, de La Pampa, y Gildo Infran, de Formosa) a metodologías que conocen muy bien, que les permiten hace décadas dominar los territorios. También quedó trabada la Ley de Extinción de Dominio –aprobada en Diputados– que permitiría al Estado disponer para otros fines de los bienes de origen o destino ilícito. Difícil no asociarlo con las innúmeras causas de corrupción que acosan al kirchnerismo.
Los gobernadores parecen haberle sacado también el cuerpo a otra discusión sensible del macrismo. La modificación de las escalas del impuesto a las Ganancias. Massa terminó elaborando un dictamen que aspira a conciliar con el bloque del PJ de Diego Bossio. Los kirchneristas tienen otro y la izquierda el suyo. El Gobierno considera a todos ellos de un elevado costo fiscal. Cerca de $ 30 mil millones por encima del que defendió Alfonso Prat-Gay. Macri empieza a tomar conciencia de la dimensión del déficit. Pero con ese recurso fue sorteando obstáculos que le posibilitaron la gobernabilidad. Aunque pareciera sólo limitada a la coyuntura.
El impuesto a las Ganancias constituye un tributo coparticipable. De allí la sorpresa por la prescindencia de muchos mandatarios. O la existencia de comandos dobles. Juan Schiaretti, de Córdoba, posee una relación fluida con el Gobierno. Habló con Frigerio las últimas horas sobre el problema. Pero la diputada Adriana Nazario, esposa de José Manuel de la Sota, asoma alineada en el Congreso con el proyecto que empuja Massa. Esa dualidad desorientaría al macrismo.
Aquel alejamiento pejotista quizás tenga relación con un marco global de apremios. Se acaba el segundo semestre y las promesas de reactivación económica que hizo el macrismo continúan en la nada. El puerto de destino sería ahora el final del primer trimestre del año próximo. “¿Por qué creerles?”, preguntan en el peronismo. Nadie querría quedar pegado con un Gobierno empantanado en vísperas de un ciclo electoral.
Macri parece no advertir que la situación ha cambiado. Poco se asemejaría a la de once meses atrás. No sólo por la persistencia de la recesión. También, por las variaciones del contexto. Pero continúan como un ruego las invocaciones a la inversión. Se apela a la política monetaria y a débiles incentivos para despertar el consumo. Un gran problema es la prolongación de la crisis en Brasil. Otro, el enigma de un mundo donde la primera potencia será comandada por el halcón republicano Donald Trump. ¿No sería conveniente, acaso, apurar un reseteo de las previsiones con las cuales Macri inauguró su gestión?
Esos reflejos cansinos serían verificables en otras áreas. El Gobierno hizo concesiones millonarias a los sindicalistas para apaciguarlos. Hace diez días convino una ley de emergencia para contener a los movimientos sociales. Insumiría hasta $ 30 mil millones en tres años. Supuso garantizarse, de esa manera, un fin de año sin desmanes. Es muy probable que nos los haya. Pero las convulsiones nunca desaparecen.
La Tendencia Piquetera Revolucionaria colapsó el miércoles la Ciudad con cortes callejeros. El Polo Obrero hizo lo mismo el jueves. Actuaron ante la ausencia del Estado en la calle. No existió aviso, prevención, ni policías que al menos encauzaran las protestas. Aquellos grupos repudiaron el acuerdo de los Movimientos Sociales. Como lo hizo también el kirchnerismo. Aunque detrás de la demanda social pudieron esconderse otros rollos.
La Tendencia Piquetera incluye, entre varios, a Luis D’Elía, el Frente Milagro Sala y Quebracho. El jefe de esta agrupación, Fernando Esteche, está en libertad condicional. Pidió permiso a la Justicia para salir del país y viajar a Grecia –por “invitación personal”– donde se alojará en un hotel de cuatro estrellas. El Frente Milagro Sala aprovechó la ocasión para reclamar por la libertad de la piquetera, detenida desde enero en Jujuy acusada de violencia y corrupción.
El Gobierno viene corriendo desde hace tiempo detrás del caso Sala. Una comisión de la ONU pidió su libertad. El macrismo dijo que se trata de una resolución no vinculante. El titular de la OEA, el uruguayo Luis Almagro, hizo la misma solicitud. La Cancillería se enteró cuando había sido difundida. El embajador es allá Juan José Arcuri, de diálogo bloqueado con Almagro. El conflicto aterrizó en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). El Gobierno invitó a esa entidad a una visita a nuestro país para que constate la situación de Sala. Pero llegó tarde de nuevo. El organismo también se pronunció a favor de la liberación de la piquetera.
La CIDH tuvo mala relación con el kirchnerismo en sus últimos años. A punto tal que la entonces embajadora y hoy diputada, Nilda Garré, abandonó la sesión final en la cual se iba a elaborar un informe sobre la independencia de los Poderes Judiciales de la región. El Gobierno de Macri sacó a esa Comisión de la asfixia financiera con un giro de US$ 400.000. Pero ahora está enredado en un pleito semejante. Algo no viene haciendo bien.