Por Roberto Frenkel*
Con la excepción de algunos países pequeños, el panorama de las economías de América del Sur es de recesión o crecimiento bajo. Y los pronósticos para los próximos años no son mejores, pese a las condiciones favorables que el mercado financiero internacional ofrece a la región. Hay una razón general de esta ausencia de optimismo: en la mayoría de los casos nacionales se diagnostica la necesidad de cambios importantes en la orientación que han tenido las políticas económicas en los años 2000, y en todos ellos existe incertidumbre sobre la viabilidad social y política de estos cambios.
Es necesario cambiar el rumbo. No se puede seguir por el mismo camino porque han caído significativamente los precios de las commodities en las que se fueron concentrando crecientemente las exportaciones. La caída de los precios impactó negativamente el producto, el balance de pagos y las cuentas fiscales y más allá de los efectos de corto plazo, señaló la necesidad de cambiar el patrón de crecimiento.
Hubo algún ajuste automático del balance externo, por la vía de los efectos-ingreso negativos resultantes de la contracción de las ventas al exterior y de la devaluación. Los tipos de cambio flexibles facilitaron los ajustes sin crisis cambiarias, pero las devaluaciones no indujeron incrementos significativos de las exportaciones. El grueso del ajuste externo que tuvo lugar resultó de la caída de las importaciones, inducida por la contracción o desaceleración del producto, como había sido tradicional en la historia de la región. Los déficits de cuenta corriente se redujeron sólo parcialmente, de modo que persisten significativos desequilibrios externos en casi todos los casos.
La recesión o desaceleración del producto afectó negativamente los ingresos fiscales, ampliando los déficits y las necesidades de financiamiento, pese a que en varios casos la carga tributaria está en records históricos. En los mayores países, Argentina y Brasil, el ajuste fiscal ocupa el primer lugar de la agenda.
Mencionamos arriba que el mercado financiero internacional sigue presentando condiciones favorables para la región. Esto es novedoso. En contextos de deterioro de los términos de intercambio como el actual es una novedad que se presenten simultáneamente condiciones financieras internacionales favorables. En episodios previos, la caída de los precios de las commodities se presentó conjuntamente con un frente financiero negativo para la región.
Tal fue el caso en los primeros años de la década de 1980, cuando la contracción de los términos de intercambio coincidió con un fuerte aumento de la tasa de interés internacional y un endurecimiento del financiamiento. El shock financiero condujo al racionamiento regional generalizado y desembocó en la llamada crisis de la deuda externa latinoamericana.
También fue el caso de la caída de los precios de las exportaciones regionales inducida por las crisis asiáticas y rusa de 1997-98. La demanda de materias primas cayó bruscamente en coincidencia con grandes aumentos de las primas de riesgo país. Tan importantes fueron esos aumentos que condujeron al default de la deuda pública de Argentina y estuvieron cerca de empujar a Brasil a la misma situación.
La diferencia entre la actual caída de los precios de las exportaciones y los episodios mencionados se encuentra en la naturaleza de los procesos que empujaron los precios a la baja. En los primeros años 1980 la caída de los precios y el aumento de las tasas internacionales de interés fueron causados simultáneamente por la política monetaria de los EEUU, que instrumentó un fuerte aumento de la tasa de interés con objetivo antiinflacionario. Análogamente, altas tasas internacionales de interés para los mercados emergentes y caída de los términos del intercambio para América del Sur fueron ambos efecto de las recesiones y los contagios financieros causados por las crisis asiáticas y rusa a fines de los años 1990. En ambos momentos la causalidad fue de las condiciones financieras (política monetaria de EEUU y crisis en el Este de Asia y Rusia) a la caída de la demanda y los precios de las materias primas producidas por la región.
El proceso que vivimos ahora es diferente. Antes de la contracción, la región experimentó un prolongado período de precios de exportación extraordinariamente altos (entre 2003-04 y 2014, pasando por alto el shock negativo transitorio de 2008-09), motivado por la excepcional performance de China, las economías del Este de Asia e India. La caída actual de los términos de intercambio no tiene raíces en las finanzas sino primordialmente en la desaceleración del crecimiento de esas economías y la consiguiente reducción de la demanda internacional de materias primas. De modo que en esta ocasión, tanto la fase de mejora como la de deterioro de los términos de intercambio regionales han coincidido con condiciones financieras favorables. Esa coincidencia acentúa el carácter extraordinario del período que comenzamos a dejar atrás en 2014.
Condiciones financieras favorables significa liquidez abundante y bajas tasas de interés internacionales para los países de la región. ¿Pero es favorable sinónimo de benéfico? ¿Fueron efectivamente benéficas para el desempeño económico las condiciones financieras “favorables” en la década de auge de los precios de las commodities? Resulta extraño quejarse de algo que parece naturalmente bueno, como el crédito internacional abundante y a bajo precio, pero piénsese que algo tan benéfico como el ocio fomenta a veces los peores vicios.
En América del Sur, la alta liquidez internacional en la fase de auge de las commodities hizo viable – y en cierta medida causó – pasar de situaciones de superávit de cuenta corriente (salvo Colombia, los países de la región mostraron superávit de cuenta corriente hasta 2008) a situaciones de déficits significativos después de la crisis global. Los ingresos de capitales hicieron una contribución importante a la apreciación de los tipos de cambios reales y al consiguiente auge de las importaciones. Se redujo la competitividad internacional de todas las actividades comerciables distintas de la producción de commodities, como la industria manufacturera y los servicios complejos
En pleno auge de los precios de exportación algunos economistas señalamos los aspectos negativos y peligrosos de esos procesos y llamamos a los gobiernos a aplicar políticas económicas para detenerlos y revertirlos, porque implicaban la plena adaptación de las estructuras económicas a condiciones que bien podían ser transitorias. En cambio, para muchos otros economistas lo que estaba sucediendo no resultaba motivo de preocupación. Mientras los precios de exportación se sostuvieron y las tasas de crecimiento fueron relativamente altas esos economistas pensaron y actuaron como si los términos de intercambio extraordinarios fueran permanentes, ¿pero ahora?
¿Cómo juzgamos ahora las condiciones financieras internacionales favorables? Obviamente, ha resultado benéfico que la disponibilidad de financiamiento externo haya permitido suavizar el ajuste al shock comercial negativo que sufrió la región. Por otro lado, los ratios de deuda externa/producto se habían reducido durante el período de auge de los precios, lo cual da ahora una perspectiva prolongada a la posibilidad de incrementar el endeudamiento. Pero suavizar el ajuste no es lo mismo que postergarlo indefinidamente. Particularmente porque no se trata simplemente de un ajuste de corto plazo sino de crear condiciones para que las economías retomen un crecimiento más vigoroso.
Habiendo desaparecido la renta extraordinaria se requiere otra fuente principal de crecimiento, que provea demanda agregada y moneda internacional. Como fue mencionado, el prolongado período de pérdida de competitividad ha reducido la capacidad de las actividades comerciables distintas de la producción de commodities. La reconstrucción del sector comerciable requiere tipos de cambio reales competitivos que sean percibidos como duraderos, para que se justifique hundir capital en estos sectores. Se requiere un tipo de cambio más depreciado, porque el ratio importaciones/producto se elevó con la desindustrialización. La tasa de inversión tiene que elevarse y para ello es preciso que el gasto en consumo privado y público tienda a reducirse como proporción del producto, invirtiendo así las tendencias del período que dejamos atrás. El ajuste y la reconstrucción son social y políticamente conflictivos.
Cuanto mayor fueran las tasas de crecimiento del producto y la productividad, menor sería la conflictividad social y política. Pero para crecer más rápido es imprescindible completar la fase de ajuste macroeconómico y reorientación del modelo de crecimiento. He aquí el dilema que enfrentan los gobiernos: los ingresos de capital internacional ayudan a suavizar el ajuste y contribuyen consecuentemente a reducir la conflictividad. Pero inducen la apreciación de los tipos de cambio reales, cuyos efectos son imposibilitar la reconstrucción del sector comerciable y mantener persistentemente baja la tasa de crecimiento. Resulta así una situación de impasse, que constituye el fundamento del escaso optimismo que comentamos arriba.
*Investigador Titular del Centro de Estudios de Estado y Sociedad (CEDES)
Con la excepción de algunos países pequeños, el panorama de las economías de América del Sur es de recesión o crecimiento bajo. Y los pronósticos para los próximos años no son mejores, pese a las condiciones favorables que el mercado financiero internacional ofrece a la región. Hay una razón general de esta ausencia de optimismo: en la mayoría de los casos nacionales se diagnostica la necesidad de cambios importantes en la orientación que han tenido las políticas económicas en los años 2000, y en todos ellos existe incertidumbre sobre la viabilidad social y política de estos cambios.
Es necesario cambiar el rumbo. No se puede seguir por el mismo camino porque han caído significativamente los precios de las commodities en las que se fueron concentrando crecientemente las exportaciones. La caída de los precios impactó negativamente el producto, el balance de pagos y las cuentas fiscales y más allá de los efectos de corto plazo, señaló la necesidad de cambiar el patrón de crecimiento.
Hubo algún ajuste automático del balance externo, por la vía de los efectos-ingreso negativos resultantes de la contracción de las ventas al exterior y de la devaluación. Los tipos de cambio flexibles facilitaron los ajustes sin crisis cambiarias, pero las devaluaciones no indujeron incrementos significativos de las exportaciones. El grueso del ajuste externo que tuvo lugar resultó de la caída de las importaciones, inducida por la contracción o desaceleración del producto, como había sido tradicional en la historia de la región. Los déficits de cuenta corriente se redujeron sólo parcialmente, de modo que persisten significativos desequilibrios externos en casi todos los casos.
La recesión o desaceleración del producto afectó negativamente los ingresos fiscales, ampliando los déficits y las necesidades de financiamiento, pese a que en varios casos la carga tributaria está en records históricos. En los mayores países, Argentina y Brasil, el ajuste fiscal ocupa el primer lugar de la agenda.
Mencionamos arriba que el mercado financiero internacional sigue presentando condiciones favorables para la región. Esto es novedoso. En contextos de deterioro de los términos de intercambio como el actual es una novedad que se presenten simultáneamente condiciones financieras internacionales favorables. En episodios previos, la caída de los precios de las commodities se presentó conjuntamente con un frente financiero negativo para la región.
Tal fue el caso en los primeros años de la década de 1980, cuando la contracción de los términos de intercambio coincidió con un fuerte aumento de la tasa de interés internacional y un endurecimiento del financiamiento. El shock financiero condujo al racionamiento regional generalizado y desembocó en la llamada crisis de la deuda externa latinoamericana.
También fue el caso de la caída de los precios de las exportaciones regionales inducida por las crisis asiáticas y rusa de 1997-98. La demanda de materias primas cayó bruscamente en coincidencia con grandes aumentos de las primas de riesgo país. Tan importantes fueron esos aumentos que condujeron al default de la deuda pública de Argentina y estuvieron cerca de empujar a Brasil a la misma situación.
La diferencia entre la actual caída de los precios de las exportaciones y los episodios mencionados se encuentra en la naturaleza de los procesos que empujaron los precios a la baja. En los primeros años 1980 la caída de los precios y el aumento de las tasas internacionales de interés fueron causados simultáneamente por la política monetaria de los EEUU, que instrumentó un fuerte aumento de la tasa de interés con objetivo antiinflacionario. Análogamente, altas tasas internacionales de interés para los mercados emergentes y caída de los términos del intercambio para América del Sur fueron ambos efecto de las recesiones y los contagios financieros causados por las crisis asiáticas y rusa a fines de los años 1990. En ambos momentos la causalidad fue de las condiciones financieras (política monetaria de EEUU y crisis en el Este de Asia y Rusia) a la caída de la demanda y los precios de las materias primas producidas por la región.
El proceso que vivimos ahora es diferente. Antes de la contracción, la región experimentó un prolongado período de precios de exportación extraordinariamente altos (entre 2003-04 y 2014, pasando por alto el shock negativo transitorio de 2008-09), motivado por la excepcional performance de China, las economías del Este de Asia e India. La caída actual de los términos de intercambio no tiene raíces en las finanzas sino primordialmente en la desaceleración del crecimiento de esas economías y la consiguiente reducción de la demanda internacional de materias primas. De modo que en esta ocasión, tanto la fase de mejora como la de deterioro de los términos de intercambio regionales han coincidido con condiciones financieras favorables. Esa coincidencia acentúa el carácter extraordinario del período que comenzamos a dejar atrás en 2014.
Condiciones financieras favorables significa liquidez abundante y bajas tasas de interés internacionales para los países de la región. ¿Pero es favorable sinónimo de benéfico? ¿Fueron efectivamente benéficas para el desempeño económico las condiciones financieras “favorables” en la década de auge de los precios de las commodities? Resulta extraño quejarse de algo que parece naturalmente bueno, como el crédito internacional abundante y a bajo precio, pero piénsese que algo tan benéfico como el ocio fomenta a veces los peores vicios.
En América del Sur, la alta liquidez internacional en la fase de auge de las commodities hizo viable – y en cierta medida causó – pasar de situaciones de superávit de cuenta corriente (salvo Colombia, los países de la región mostraron superávit de cuenta corriente hasta 2008) a situaciones de déficits significativos después de la crisis global. Los ingresos de capitales hicieron una contribución importante a la apreciación de los tipos de cambios reales y al consiguiente auge de las importaciones. Se redujo la competitividad internacional de todas las actividades comerciables distintas de la producción de commodities, como la industria manufacturera y los servicios complejos
En pleno auge de los precios de exportación algunos economistas señalamos los aspectos negativos y peligrosos de esos procesos y llamamos a los gobiernos a aplicar políticas económicas para detenerlos y revertirlos, porque implicaban la plena adaptación de las estructuras económicas a condiciones que bien podían ser transitorias. En cambio, para muchos otros economistas lo que estaba sucediendo no resultaba motivo de preocupación. Mientras los precios de exportación se sostuvieron y las tasas de crecimiento fueron relativamente altas esos economistas pensaron y actuaron como si los términos de intercambio extraordinarios fueran permanentes, ¿pero ahora?
¿Cómo juzgamos ahora las condiciones financieras internacionales favorables? Obviamente, ha resultado benéfico que la disponibilidad de financiamiento externo haya permitido suavizar el ajuste al shock comercial negativo que sufrió la región. Por otro lado, los ratios de deuda externa/producto se habían reducido durante el período de auge de los precios, lo cual da ahora una perspectiva prolongada a la posibilidad de incrementar el endeudamiento. Pero suavizar el ajuste no es lo mismo que postergarlo indefinidamente. Particularmente porque no se trata simplemente de un ajuste de corto plazo sino de crear condiciones para que las economías retomen un crecimiento más vigoroso.
Habiendo desaparecido la renta extraordinaria se requiere otra fuente principal de crecimiento, que provea demanda agregada y moneda internacional. Como fue mencionado, el prolongado período de pérdida de competitividad ha reducido la capacidad de las actividades comerciables distintas de la producción de commodities. La reconstrucción del sector comerciable requiere tipos de cambio reales competitivos que sean percibidos como duraderos, para que se justifique hundir capital en estos sectores. Se requiere un tipo de cambio más depreciado, porque el ratio importaciones/producto se elevó con la desindustrialización. La tasa de inversión tiene que elevarse y para ello es preciso que el gasto en consumo privado y público tienda a reducirse como proporción del producto, invirtiendo así las tendencias del período que dejamos atrás. El ajuste y la reconstrucción son social y políticamente conflictivos.
Cuanto mayor fueran las tasas de crecimiento del producto y la productividad, menor sería la conflictividad social y política. Pero para crecer más rápido es imprescindible completar la fase de ajuste macroeconómico y reorientación del modelo de crecimiento. He aquí el dilema que enfrentan los gobiernos: los ingresos de capital internacional ayudan a suavizar el ajuste y contribuyen consecuentemente a reducir la conflictividad. Pero inducen la apreciación de los tipos de cambio reales, cuyos efectos son imposibilitar la reconstrucción del sector comerciable y mantener persistentemente baja la tasa de crecimiento. Resulta así una situación de impasse, que constituye el fundamento del escaso optimismo que comentamos arriba.
*Investigador Titular del Centro de Estudios de Estado y Sociedad (CEDES)