El parlamentarismo gana adeptos, como el actual canciller José Serra, pero no hay consensos. Muchos sostienen que es inviable para la cultura política brasileña
A medida que Brasil se prepara para definir la destitución de la presidenta Dilma Rousseff, el trauma del agotador proceso de nueve meses lleva a un mayor interrogante: ¿Está quebrado el sistema político del país más grande de Latinoamérica?
La fase final del juicio que se está desarrollando en el Congreso contra la presidenta izquierdista acusada de haber manipulado el presupuesto, se ha caracterizado por los hostiles intercambios entre senadores opositores que se volvieron tan acalorados que en algunas oportunidades la Cámara debió entrar en receso para enfriar la situación.
Sin embargo, si bien dramático, el proceso de juicio político dejó a una de las economías emergentes más grandes del mundo sin un timonel fuerte durante casi un año, en un momento en que está sufriendo su recesión más profunda de su historia.
Algunos observadores mencionan el ejemplo del Reino Unido, cuyo sistema parlamentario permitió a David Cameron ser rápidamente sustituido por su ministra del Interior Theresa May en el cargo de primer ministro, después de su derrota en el referéndum por la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea. El rígido sistema político de Brasil hace que sea extremadamente difícil remover a un presidente en funciones, sin importar qué tan malo es su desempeño.
«Soy fanático del sistema parlamentario», contó el ministro del Exterior de Brasil José Serra, en una reciente entrevista con Financial Times. «Porque en el parlamentarismo cambiar el gobierno es una solución, mientras que en el presidencialismo, es un trauma».
El senado está por terminar la última etapa del juicio político con una votación que tendría lugar mañana. Si 54 senadores o más del total de 81 apoyan el proceso, Rousseff será reemplazada por su ex vicepresidente, el actual presidente interino Michel Temer, que se mantendrá en el poder hasta 2018.
Rousseff es la segunda líder brasileña que enfrenta un proceso de destitución desde que el país volvió a la democracia, tras una dictadura militar, hace apenas 28 años.
Designada por su popular predecesor, Luiz Inácio Lula da Silva del izquierdista Partido de los Trabajadores o PT, Rousseff mantuvo elevados niveles de aprobación durante su primer mandato entre 2011 y 2014. Pero cayeron a un piso récord debido a un inmenso escándalo de corrupción en Petrobras, la petrolera estatal, y a la recesión económica.
El PT asegura que el proceso de juicio político es un golpe parlamentario. Sin embargo, si Brasil fuera una democracia parlamentaria, Rousseff seguramente habría sido removida por voto simple de no confianza hace meses, lo que genera interrogantes sobre si un sistema parlamentario no habría sido mejor para el país, opinan los analistas.
«Este debate siempre vuelve cada vez que hay una crisis política», aseguró Carlos Pereira, analista de FGV/Ebape, una institución académica de Río de Janeiro.
El debate surge por la superficial similitud que existe entre el sistema presidencial de Brasil y el parlamentario. Conocido como el presidencialismo de coalición, para conseguir la aprobación de sus programas, los líderes brasileños tienen que reunir una mayoría entre cerca de 25 partidos que tienen representación en el Congreso.
La lealtad se compra con designaciones en el gabinete, partidas presupuestarias y a veces coimas, aseguran los analistas. La policía federal denunció la semana pasada a Lula da Silva por supuestamente haber recibido favores de contratistas de Petrobas, algunos de los cuales fueron condenados por pagar sobornos a miembros de la ex coalición de Lula da Silva. El ex presidente negó haber cometido algún delito.
Los analistas sostienen que el parlamentarismo no ayudaría a resolver tales problemas. En cambio, la ausencia de un presidente con un período fijo podría hacer que las cosas sean más inestables.
«Nuestra cultura política no está preparada para el parlamentarismo», aseguró Rodrigo Augusto Prando, científico político de la Universidad Presbiteriana Mackenzie en San Pablo.
Pereira de FGV contó que ya se probó sin éxito aplicar un sistema parlamentario en Brasil, incluso a principios de los 60, cuando varios gobiernos se derrumbaron en una rápida sucesión antes de que los militares tomaran el poder. Los brasileños también votaron en forma abrumadora a favor del sistema presidencial mediante un plebiscito en 1993.
En vez de ver el juicio político como un trauma, deberían verlo como «una celebración de la democracia», aseguró Pereira.
A medida que Brasil se prepara para definir la destitución de la presidenta Dilma Rousseff, el trauma del agotador proceso de nueve meses lleva a un mayor interrogante: ¿Está quebrado el sistema político del país más grande de Latinoamérica?
La fase final del juicio que se está desarrollando en el Congreso contra la presidenta izquierdista acusada de haber manipulado el presupuesto, se ha caracterizado por los hostiles intercambios entre senadores opositores que se volvieron tan acalorados que en algunas oportunidades la Cámara debió entrar en receso para enfriar la situación.
Sin embargo, si bien dramático, el proceso de juicio político dejó a una de las economías emergentes más grandes del mundo sin un timonel fuerte durante casi un año, en un momento en que está sufriendo su recesión más profunda de su historia.
Algunos observadores mencionan el ejemplo del Reino Unido, cuyo sistema parlamentario permitió a David Cameron ser rápidamente sustituido por su ministra del Interior Theresa May en el cargo de primer ministro, después de su derrota en el referéndum por la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea. El rígido sistema político de Brasil hace que sea extremadamente difícil remover a un presidente en funciones, sin importar qué tan malo es su desempeño.
«Soy fanático del sistema parlamentario», contó el ministro del Exterior de Brasil José Serra, en una reciente entrevista con Financial Times. «Porque en el parlamentarismo cambiar el gobierno es una solución, mientras que en el presidencialismo, es un trauma».
El senado está por terminar la última etapa del juicio político con una votación que tendría lugar mañana. Si 54 senadores o más del total de 81 apoyan el proceso, Rousseff será reemplazada por su ex vicepresidente, el actual presidente interino Michel Temer, que se mantendrá en el poder hasta 2018.
Rousseff es la segunda líder brasileña que enfrenta un proceso de destitución desde que el país volvió a la democracia, tras una dictadura militar, hace apenas 28 años.
Designada por su popular predecesor, Luiz Inácio Lula da Silva del izquierdista Partido de los Trabajadores o PT, Rousseff mantuvo elevados niveles de aprobación durante su primer mandato entre 2011 y 2014. Pero cayeron a un piso récord debido a un inmenso escándalo de corrupción en Petrobras, la petrolera estatal, y a la recesión económica.
El PT asegura que el proceso de juicio político es un golpe parlamentario. Sin embargo, si Brasil fuera una democracia parlamentaria, Rousseff seguramente habría sido removida por voto simple de no confianza hace meses, lo que genera interrogantes sobre si un sistema parlamentario no habría sido mejor para el país, opinan los analistas.
«Este debate siempre vuelve cada vez que hay una crisis política», aseguró Carlos Pereira, analista de FGV/Ebape, una institución académica de Río de Janeiro.
El debate surge por la superficial similitud que existe entre el sistema presidencial de Brasil y el parlamentario. Conocido como el presidencialismo de coalición, para conseguir la aprobación de sus programas, los líderes brasileños tienen que reunir una mayoría entre cerca de 25 partidos que tienen representación en el Congreso.
La lealtad se compra con designaciones en el gabinete, partidas presupuestarias y a veces coimas, aseguran los analistas. La policía federal denunció la semana pasada a Lula da Silva por supuestamente haber recibido favores de contratistas de Petrobas, algunos de los cuales fueron condenados por pagar sobornos a miembros de la ex coalición de Lula da Silva. El ex presidente negó haber cometido algún delito.
Los analistas sostienen que el parlamentarismo no ayudaría a resolver tales problemas. En cambio, la ausencia de un presidente con un período fijo podría hacer que las cosas sean más inestables.
«Nuestra cultura política no está preparada para el parlamentarismo», aseguró Rodrigo Augusto Prando, científico político de la Universidad Presbiteriana Mackenzie en San Pablo.
Pereira de FGV contó que ya se probó sin éxito aplicar un sistema parlamentario en Brasil, incluso a principios de los 60, cuando varios gobiernos se derrumbaron en una rápida sucesión antes de que los militares tomaran el poder. Los brasileños también votaron en forma abrumadora a favor del sistema presidencial mediante un plebiscito en 1993.
En vez de ver el juicio político como un trauma, deberían verlo como «una celebración de la democracia», aseguró Pereira.