El kirchnerismo que continúa pariendo sueños por los que luchar

Por Lucas Carrasco
Voté, durante las PASO, al Frente para la Victoria de Entre Ríos. Voto en Paraná. Mi ciudad. Y perdón por este comienzo inusual para una columna política, pero es que quiero contar algo: hasta hoy, sábado, cuando cambié mi columna por esto que estoy escribiendo, si votara en CABA, habría votado al Frente de Izquierda. Hoy, conocida la novedad de quiénes son los candidatos del kirchnerismo, votaría Alternativa Popular. Es la colectora del Frente para la Victoria. Y votaría contento, orgulloso y alegre porque la boleta la encabeza Pablo Ferreyra. El kirchnerismo que no perdió la rebeldía. El que sigue pariendo algunos sueños por los que vale la pena luchar. Como el sueño de Pablo , representativo de muchos que empezábamos a sospechar que ya estaba todo agotado, gastado y cansado.
Una columna política debería describir a Ferreyra de manera objetiva. No puedo, porque es mi amigo. Así que si me permiten, quiero mostrarles lo que escribí hace dos años, un 7 de septiembre: “ Soy un tipo afortunado. Tengo amigos que me quieren. Pablo es uno. Y a mis amigos yo los peleo, les hincho las pelotas, les corto el teléfono. Doblo, dolorido, la esquina. Me voy hasta siempre. Saludo como señoritas de hijos naturales al mentiroso marinero, que se va, nieto de todos los puertos. Hasta nunca. Al estrecho donde ya no pueden cruzar ni barcos ni penas. Escribo todo, obsesivo. Hasta en servilletas de bares que ya no frecuento. Vuelvo, cualquier mañana de sol y disculpas, con un chiste de lo que me queda de ternura. Pablo es bueno. Es un buen tipo. Es un cuadro político. Para mí, y salvando las trincheras de la discordia política, decir “es un cuadro político ” todavía tiene densidad literaria, todavía tiene vida, tiene alma. No es decir, carajo, cualquier cosa. Es sensible. Sabe entenderme cuando yo desbarranco, en las cloacas de la impotencia, de la amargura. Pablo es culto. Lee los libros de vanguardia. Me los cuenta. No sabe que yo después digo que los he leído. Hago charlas por todo el país, como cuando tenía una amante en cada puerto y el alma, dolorida, por muchas calles que ya caminé. Casi nunca se los digo, a mis amigos, aunque yo no sé si intuyo o tengo la esperanza o el deseo que lo sepan: a mis amigos, a los de verdad, a mis amigos del dolor y la amargura, ¿qué era lo que casi nunca les digo? Me perdí.
DOLORES
Me llevó a no sé dónde, entre mis mejores recuerdos, mi amistad con Pablo. Y la noche terrible, amarga, oscura, donde mataron a Mariano. Ese espesor cruza mi amistad. Ese agujero negro. Esa infinidad imbécil de la muerte que, más allá de condenas y expedientes, esa torpeza de la vida que es la muerte, ese pibe, que desde las fotos me recuerda lo violentamente tonto de la muerte, del final, del pibe que fui, ese pibe que mataron, cuando murió, un poco mataron tanto de nosotros. Yo estoy escribiendo esto después de viajar, haber dormido poco, tener los viejos problemas del asma que me vuelven.
Pero quiero decir, ahí está Pablo, con la Presidenta, la mamá de quien tanto se preocupó y peleó, el hijo de quien, y así, cuando podamos alejar esos dolores, cuando disputemos la historia, la concreta, como dicen en las academias, cuando sigamos disputando el dolor de un pibe que recién empezaba esta locura desesperada de la vida, la puta madre. Pero disputemos contra los criminales. No entre los que fueron víctimas, como Pablo. Vos, hijo de re mil p…, vos Darío Gallo , cruzaste un límite. Vos. Basta. Ni pensar en esos f…… Hoy, no. Igual. Me cuesta escribir. Quise decir que alguna vez podré, bah, yo, ni siquiera sufrí lo que Pablo, pero puedo, podemos contar, en esa amargura que los sensibles vemos como obstinadamente gris de las cosas, con Pablo, nos cagamos de risa. Nos peleamos. Nos ayudamos. Nos boicoteamos. Nos abrazamos. O sea, nos hicimos amigos. No puedo seguir escribiendo. Quería decirte feliz cumpleaños, Pablo, ahora que estamos peleados y no me animo a llamarte. Yo solamente sé escribir. Feliz cumpleaños.

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