Al comienzo de Facundo, Sarmiento convocó a Tocqueville para ayudarlo a resolver el enigma de la sociedad argentina y el caudillismo.
Con el mismo ánimo, frecuentemente interrogamos a los grandes pensadores que en el siglo XX percibieron el problema del autoritarismo de masas.
Gustave Le Bon estudió la psicología de las multitudes y aportó consejos para su manejo. Georges Sorel explicó la capacidad movilizadora de los mitos. Max Weber acuñó la fórmula del “liderazgo carismático de masas” y vinculó los nuevos fenómenos políticos con los religiosos más tradicionales. José Ortega y Gasset -muy influyente en nuestro país- relacionó estos nuevos liderazgos con la rebelión de las masas, a la busca de nuevos corifeos. Muchos hablaron de cesarismo. Con el fascismo a la vista, Gino Germani propuso la idea de las “masas en disponibilidad”, listas para la convocatoria del líder. Dentro de esta línea, recientemente Ernesto Laclau ha propuesto una versión, que si no es enteramente original, ha resultado llamativamente exitosa.
Formuló la cuestión del liderazgo subrayando la capacidad integradora y movilizadora del discurso populista.
Laclau retoma una manera clásica de considerar el problema: el líder, la interpelación, el balcón y la cadena nacional. Hay otro camino posible: estudiar esas masas, en general evocadas un poco gruesamente, y encontrar en los entresijos de un conjunto social específico el surgimiento de las jefaturas microsociales.
Jorge Ossona, historiador y etnógrafo, exploró el mundo de las barriadas del Gran Buenos Aires en las décadas recientes y destacó la figura de esos pequeños jefes, conocidos como porongas . La palabra, muy usual, ha perdido casi su significado escatológico y remite a las formas elementales de la jefatura.
Elijo dos historia de las muchas que entreteje Ossona: las del Pampa Samuel y Maguila. Son vidas paralelas, que transcurren en una barriada cercana al Riachuelo.
Samuel creció entre las barras de muchachos que cotidianamente juegan al fútbol y que, en paralelo, celebran competencias de lucha libre. De manera tan reglada y ordenada como en un torneo medieval, combatían hasta que el último quedaba en pie y ganaba el grado de poronga. Maguila en cambio era un “malandra”, más específicamente un “escruche”, inserto en una red de colegas y colaboradores. También ganó sus jinetas a base de fuerza y capacidad para organizar sus actividades.
En los años noventa, Samuel quiso organizar una liga interbarrial de fútbol y Maguila ingresó en la piratería del asfalto.
Entraban en un mundo más complejo y necesitaron contactos y apoyos. Así llegaron a la política.
Ambos ingresaron en la unidad básica “Cholo conducción”, regenteada por Cholo Quiroga -hijo de un político de nota- e integrada en la agrupación “Evita Capitana”.
Cholo les confió a estos poronga emprendedores el manejo de un territorio.
El barrio, que ya conocían bien, los amparó y facilitó sus actividades: todos quieren jugar al fútbol y nadie niega a un escruche una información útil.
La política les facilitó los contactos con la policía, necesarios para obtener franquicias y ojos cerrados.
Así expandieron una red de relaciones que pusieron a disposición de la “estructura” política.
Eran importantes a la hora de llevar gente a las movilizaciones o de conformar el “paquete” de votos para las elecciones.
Participaron en el reparto de bienes y favores que aceitan la red y refuerzan la solidaridad.
Organizaron con los políticos operaciones de envergadura, como las ocupaciones de tierras, aportando la vital conducción en el terreno.
En este punto, el barrabrava y el escruche ya eran punteros políticos, integrados a la maquinaria partidaria y sobre todo a la administración local del Estado.
También eran referentes sociales.
Los poronga , a su modo, son responsables de la subsistencia de su gente. De establecer un cierto orden -Weber habló de monopolio de la fuerza-, una cierta legalidad y hasta una moralidad. Pues el mundo en que surgen y se desarrollan los poronga -recordando ahora a Durkheim- no es anómico.
Samuel y Maguila son sólo dos ejemplos de un repertorio variado de porongas , cabezas de algún tipo de colectivo, grupo o red. Los hay de muchos tipos, pues estos apretados colectivos sociales, muy variados, combinan lo territorial, lo étnico, lo familiar, lo religioso o lo deportivo.
La droga agregó un mundo nuevo y el perfil de los poronga se modificó.
Entre los poronga hay una jerarquía y una carrera posible. Comienzan asistiendo a alguien ya establecido, pueden consolidar un territorio propio y pueden dar un paso más, vinculándose con la estructura política.
Lo que los acredita como poronga es la probada capacidad de conducción, la subordinación y la lealtad.
Salvo cuando llega el momento de la traición, inevitable en un mundo complejo e inestable.
No hace falta aclarar mucho sobre las implicaciones políticas de este entramado, que no articula individuos sino colectivos. Vale la pena notar que, para su funcionamiento, no es indispensable el amor, la fantasía, el mito ni el relato. No los excluye, pero no son indispensables.
Quizá si lo es el temor.
Suele decirse que la interpretación de Laclau ha inspirado a los Kirchner, o quizá que Laclau se ha inspirado en ellos. Es posible. Pero en el estilo de conducción de la pareja, y en su manejo de las complejas tramas del mundo de la pobreza, resulta mucho más significativa la figura de los poronga . Creo que Sarmiento no habría dudado en estudiarlos.
Con el mismo ánimo, frecuentemente interrogamos a los grandes pensadores que en el siglo XX percibieron el problema del autoritarismo de masas.
Gustave Le Bon estudió la psicología de las multitudes y aportó consejos para su manejo. Georges Sorel explicó la capacidad movilizadora de los mitos. Max Weber acuñó la fórmula del “liderazgo carismático de masas” y vinculó los nuevos fenómenos políticos con los religiosos más tradicionales. José Ortega y Gasset -muy influyente en nuestro país- relacionó estos nuevos liderazgos con la rebelión de las masas, a la busca de nuevos corifeos. Muchos hablaron de cesarismo. Con el fascismo a la vista, Gino Germani propuso la idea de las “masas en disponibilidad”, listas para la convocatoria del líder. Dentro de esta línea, recientemente Ernesto Laclau ha propuesto una versión, que si no es enteramente original, ha resultado llamativamente exitosa.
Formuló la cuestión del liderazgo subrayando la capacidad integradora y movilizadora del discurso populista.
Laclau retoma una manera clásica de considerar el problema: el líder, la interpelación, el balcón y la cadena nacional. Hay otro camino posible: estudiar esas masas, en general evocadas un poco gruesamente, y encontrar en los entresijos de un conjunto social específico el surgimiento de las jefaturas microsociales.
Jorge Ossona, historiador y etnógrafo, exploró el mundo de las barriadas del Gran Buenos Aires en las décadas recientes y destacó la figura de esos pequeños jefes, conocidos como porongas . La palabra, muy usual, ha perdido casi su significado escatológico y remite a las formas elementales de la jefatura.
Elijo dos historia de las muchas que entreteje Ossona: las del Pampa Samuel y Maguila. Son vidas paralelas, que transcurren en una barriada cercana al Riachuelo.
Samuel creció entre las barras de muchachos que cotidianamente juegan al fútbol y que, en paralelo, celebran competencias de lucha libre. De manera tan reglada y ordenada como en un torneo medieval, combatían hasta que el último quedaba en pie y ganaba el grado de poronga. Maguila en cambio era un “malandra”, más específicamente un “escruche”, inserto en una red de colegas y colaboradores. También ganó sus jinetas a base de fuerza y capacidad para organizar sus actividades.
En los años noventa, Samuel quiso organizar una liga interbarrial de fútbol y Maguila ingresó en la piratería del asfalto.
Entraban en un mundo más complejo y necesitaron contactos y apoyos. Así llegaron a la política.
Ambos ingresaron en la unidad básica “Cholo conducción”, regenteada por Cholo Quiroga -hijo de un político de nota- e integrada en la agrupación “Evita Capitana”.
Cholo les confió a estos poronga emprendedores el manejo de un territorio.
El barrio, que ya conocían bien, los amparó y facilitó sus actividades: todos quieren jugar al fútbol y nadie niega a un escruche una información útil.
La política les facilitó los contactos con la policía, necesarios para obtener franquicias y ojos cerrados.
Así expandieron una red de relaciones que pusieron a disposición de la “estructura” política.
Eran importantes a la hora de llevar gente a las movilizaciones o de conformar el “paquete” de votos para las elecciones.
Participaron en el reparto de bienes y favores que aceitan la red y refuerzan la solidaridad.
Organizaron con los políticos operaciones de envergadura, como las ocupaciones de tierras, aportando la vital conducción en el terreno.
En este punto, el barrabrava y el escruche ya eran punteros políticos, integrados a la maquinaria partidaria y sobre todo a la administración local del Estado.
También eran referentes sociales.
Los poronga , a su modo, son responsables de la subsistencia de su gente. De establecer un cierto orden -Weber habló de monopolio de la fuerza-, una cierta legalidad y hasta una moralidad. Pues el mundo en que surgen y se desarrollan los poronga -recordando ahora a Durkheim- no es anómico.
Samuel y Maguila son sólo dos ejemplos de un repertorio variado de porongas , cabezas de algún tipo de colectivo, grupo o red. Los hay de muchos tipos, pues estos apretados colectivos sociales, muy variados, combinan lo territorial, lo étnico, lo familiar, lo religioso o lo deportivo.
La droga agregó un mundo nuevo y el perfil de los poronga se modificó.
Entre los poronga hay una jerarquía y una carrera posible. Comienzan asistiendo a alguien ya establecido, pueden consolidar un territorio propio y pueden dar un paso más, vinculándose con la estructura política.
Lo que los acredita como poronga es la probada capacidad de conducción, la subordinación y la lealtad.
Salvo cuando llega el momento de la traición, inevitable en un mundo complejo e inestable.
No hace falta aclarar mucho sobre las implicaciones políticas de este entramado, que no articula individuos sino colectivos. Vale la pena notar que, para su funcionamiento, no es indispensable el amor, la fantasía, el mito ni el relato. No los excluye, pero no son indispensables.
Quizá si lo es el temor.
Suele decirse que la interpretación de Laclau ha inspirado a los Kirchner, o quizá que Laclau se ha inspirado en ellos. Es posible. Pero en el estilo de conducción de la pareja, y en su manejo de las complejas tramas del mundo de la pobreza, resulta mucho más significativa la figura de los poronga . Creo que Sarmiento no habría dudado en estudiarlos.