El brujo, un suizo con título en parapsicología, lo miró como quien mira a un paciente más y le pidió la caja de cigarrillos. Víctor Hugo Morales, que había viajado al país de los jardines perfectos para dejar el vicio de la nicotina, se lo entregó como quien deja un arma, con un gesto de rendición. Los puchos fueron a parar a un rincón, en el que yacían otros renunciamientos. El hombre –muy brujo pero iba vestido de blanco como un médico– lo hizo sentar en una silla, le apoyó una mano en la frente, otra en la nuca, y respiró. Así, con un pase mágico, Víctor Hugo, el relator y periodista más famoso de la Argentina, dejó el cigarrillo que le amenazaba la voz de oro el 1 de abril de 1986. Veintitrés años después, volvió con el hechicero en las afueras de Zurich. Esta vez quería deshacerse de los habanos, un vicio que había estrenado en el dos mil. El truco volvió a funcionar. Creer o reventar, dice Víctor Hugo Morales. Y cree.
***
—¿Qué sabés de mí?
Pregunta el periodista uruguayo sentado detrás de su escritorio en Radio Continental. Termina la tarde, en poco rato comenzará su segundo programa diario. Víctor Hugo, de pantalón azul y camisa lila, está expectante. A su lado, Heber, amigo de toda la vida, productor y asistente, le ceba mate.
“Para saber algo sobre alguien tienen que hablar los demás. Los que lo padecen”, dice Morales, que cuando empieza a hablar no para. Además, tiene dos autobiografías publicadas y si se revisa el archivo, ya ha sido entrevistado un centenar de veces, lo que hace que su declaración resulte, al menos, curiosa. Pero Víctor Hugo tiene humor y, si bien acepta que los demás hablen, se muestra dispuesto a conversar. Sabe que los anfibios que llegamos a su oficina no somos enviados de Magnetto, el CEO del grupo Clarín. Sabe también que no estamos relacionados con los periodistas uruguayos que publicaron un libro –con contratapa de Jorge Lanata- donde, entre otras cosas, lo vinculan con militares de la dictadura uruguaya. Y eso es bueno. Lo que no sabe es que la madre de uno de nosotros lo acusó de machista en un reportaje que le hizo allá por los años ’70 en Uruguay. Él se enojó y respondió con una carta virulenta al diario. No es algo que contemos al comienzo de nuestros días siguiendo su huella por distintos sitios de Buenos Aires y Uruguay. Aunque hubiera sido una linda y torpe manera de romper el hielo.
Tiene poco tiempo y hay que aprovecharlo. Llegar a él no es fácil. No tiene celular, no usa mail, no suele atender al teléfono de su casa. Para acceder al periodista hay que pasar por sus productores o por su mujer Beatriz, como lo hacen también sus amigos. Encontrar su despacho tampoco es fácil: tres pisos por ascensor y un laberinto de escaleras que desembocan en la pequeña oficina donde apenas entra un escritorio y una mesa adjunta con una computadora que no toca nunca. No se conecta a Internet. “Lo único que sé hacer en esa oficina es atender el teléfono y apagar la luz”.
—¿Qué sabés de mí?
Primer intento: la autobiografía Víctor Hugo por Víctor Hugo Morales que publicó en 2009.
—Ese libro es una porquería. No lo debería haber dejado publicar. Está lleno de incoherencias, está mal escrito. Era un libro que tenía que ser de preguntas y respuestas y terminó con una estructura rarísima, donde soy un opinólogo porque las preguntas no aparecen. Ese libro es mi gran error.
Segundo intento: Un grito en el desierto, la novela que publicó en 1998, reeditada este año, donde narra la lucha de una fábrica y sus trabajadores para sobrevivir en medio de las políticas salvajes del menemismo. Ahí le cambia la cara. Está orgulloso de ese libro. Lo recuerda como un canto a la dignidad del hombre y una crítica a las políticas neoliberales. Un libro de anticipación, dice, porque fue antes de la crisis de 2001. Además, se jacta, demuestra coherencia en su línea de pensamiento. Y eso es importante para él, porque es justamente lo que niegan quienes lo critican.
Tercer intento: Relato Oculto. Las desmemorias de Víctor Hugo Morales de los periodistas uruguayos Leonardo Haberkorn y Luciano Álvarez, publicado este año en ambas orillas del Río de la Plata.
—El daño que me hicieron es irreversible
Se ensombrece y mira a Heber. El amigo le pasa un mate. Víctor Hugo parece cansado, está encorvado y la imagen es la de un Artigas en el exilio. Heber es su Ancina y su oficina es Paraguay. Está peleado abiertamente con muchos de sus colegas de la radio, con otros no se saluda, o tiene una relación distante. A eso se le suma el enfrentamiento con sus patrones, los dueños de Continental, del grupo español Prisa, a quienes ha criticado reiteradas veces desde La Mañana, uno de los programas de radio más escuchados de la Argentina.
Entre mate y mate nos cuenta la última película que vio en París: “Les enfants de Belleville”, del iraní Asghar Farhadi, sobre la aplicación de la “kasás”, la Ley de Talión presente en el Corán. “A veces me pregunto cuál es la verdadera forma de hacer justicia”, dice como si hablara solo. Y de Farhadi pasa a Kakfa. Porque lo que está viviendo en este último tiempo son “episodios kafkianos”. Así los llama. Los medios con líneas editoriales opositoras al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner lo tildan de oficialista y le achacan el haberse dado vuelta, de oportunista, de haber mentido sobre su pasado y de recibir plata del gobierno. Los más tibios lo acusan de no tener punto medio, de ser agresivo, de no poder cerrar la boca jamás.
Las primeras denuncias de Víctor Hugo fueron contra los dirigentes de los principales clubes de fútbol de Uruguay. Apenas llegado a la Argentina se enfrentó al técnico de la selección, César Luis Menotti. En política defendió al gobierno uruguayo durante el conflicto binacional por la pastera Botnia (hoy UPM). Y en 2008 se puso del lado de las patronales del campo cuando éstas se enfrentaron con la presidenta Cristina Kirchner. Es más: Victor Hugo participó junto al dirigente agrario Alfredo de Ángeli de la apertura del congreso de Aapresid (Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa). Y desde hace unos quince años su enemigo tiene nombre y apellido: Héctor Magnetto.
—Las banderas le dan sentido a mi vida. Pero tomar partido visceralmente lleva a cometer errores, a actuar por vanidad. Yo soy de tomar causas. Y estoy contento. Salvo con lo del campo, no hay ninguna causa de la que me arrepienta demasiado.
De lo que se arrepiente siempre, dice Víctor Hugo, es de su desmesura, de expresar su opinión como el último discurso de su vida.
El periodista habla de “estar del lado M de la vida”, una expresión que resume todo lo que está mal para él: el lado oscuro de la fuerza. Aunque hay un antídoto contra Magnetto. Y ese antídoto es la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (Ley de Medios), sancionada en octubre de 2009 y que dispone límites a la concentración y, en particular, al tipo de concentración que ejerce Clarín en el lucrativo mercado de televisión por cable. Hace años que Víctor Hugo viene peleando por una ley así. Hoy, la presidenta Cristina Kirchner, a quien había criticado con fuerza en el pasado, está haciendo realidad su sueño.
Víctor Hugo insiste: No es un K confeso. No es un converso. No es un periodista oficial. No lo simplifiquen.
—Lo que dicen es muy perturbador. Tengo mis críticas, y diariamente yo podría mostrar que mi programa no es un programa que funcione alineado a nada. Pero en Cristina hubo resortes que la dejaron del lado que a mí me gusta de la vida. Del lado de pelear contra lo establecido, de pelear contra los poderes visibles y no visibles que a las sociedades las mueven y las dañan como claramente está ocurriendo con Europa.
Los ataques se vuelven cada vez más fuertes en la prensa argentina. La pelea del gobierno con Clarín y, por lo tanto la lucha de Víctor Hugo, tiene una fecha clave y se acerca. El 7 de diciembre, bautizado por el oficialismo como “7D”, vencerá la medida cautelar que impidió aplicar a Clarín un artículo de la Ley de Medios. El famoso 161 establece el formato de adecuación de los grupos concentrados a la letra de la Ley. En la Argentina, si se mira la tele, hay dos discursos. Un spot del gobierno que promete que el 7D cambiará totalmente el paisaje mediático y otro de Clarín, que asegura que nada va a suceder.
—¿Realmente creés que es invencible Clarín?
—Clarín llegó al poder de gobernar la vida íntima de las personas, no sólo la agenda política. Tiene casi 300 licencias de cable (los spots del Grupo hablan de 158). Decime un verdadero opositor a Clarín hoy día que no esté en el gobierno. Ellos instalan el miedo de forma brutal. Hay periodistas jóvenes que no quieren ni enterarse de esto, porque la información es obligación en tu conciencia. Hay una forma de esquivar los temas. Casi como el marido, o la mujer, que son engañados por su pareja y no quieren enterarse.
***
Volviendo de Colombia, de un partido de eliminatorias para el Mundial de México ´86, el Jumbo de Aerolíneas Argentinas tuvo un desperfecto técnico –grave- y fue obligado a pasar la noche en Lima. Las escalas no eran como las de ahora. La gente quedaba rehén en el avión. Y eso fue lo que le pasó a la selección argentina de Bilardo, al relator José María Muñoz, a los anunciantes y a Víctor Hugo. En la parte trasera del avión, el relator uruguayo leía a Cortázar. El “Gordo” Muñoz organizaba partidos de truco y sorteaba corbatas en la parte delantera. Diego Armando Maradona, que ya era Maradona, recorrió el avión a las tres de la mañana y fue hasta donde estaba Víctor Hugo. Solo.
—Qué tal Víctor Hugo, ¿qué anda leyendo?
—Cómo le va, Diego.
Y así tuvieron la inverosímil –y verídica- conversación acerca del escritor argentino. Uno sentado, el otro acodado en la cabecera del asiento de adelante. Se trataban de usted. Se tratan de usted. Al menos en los pocos encuentros mano a mano que tuvieron en sus carreras. Víctor Hugo entrecierra los ojos y dice que sí, que es verdad, que eso pasó. Hay muchas cosas que cuentan por ahí que no. Pero esta sí. Algo tiene con Maradona. Algo con lo que se identifica. Algo de la matriz social, del origen, del exceso y de oponerse al poder, cree.
“¡De qué planeta viniste, barrilete cósmico!”, le dedicó enardecido cuando el 10 de la selección anotó el segundo gol contra Inglaterra. El relator fue el vocero de una felicidad y locura colectiva que excedía el mundo futbolero. Hoy ese audio está subtitulado en todos los idiomas y la metáfora le quedó pegada como tapa. “Víctor Hugo rompió un paradigma de relato de fútbol, se animó a jugar con las palabras, a inspirarse con literatura. De hecho, nadie se acuerda del relato de Muñoz en el gol de Diego a los ingleses, aunque es el relato que está en la película Héroes. Todos nos acordamos, en cambio, del relato maravilloso de Morales”, cuenta un joven periodista deportivo.
El joven periodista deportivo, un hombre conocido de los medios, prefiere que su nombre no aparezca. Habla bien de Víctor Hugo. Pero no, mejor no pongas mi nombre. No es el único. Ni los que hablan a favor, ni los que hablan en contra. ¿Si hablan mal enfurece Víctor Hugo? ¿Y si hablan bien a quiénes irritan? Así están las cosas a casi un mes del 7D.
Seis años antes de la fama, Víctor Hugo Morales estaba encerrado en una cárcel en plena dictadura uruguaya. Lo habían detenido por agarrarse a las piñas mientras jugaba un partido de fútbol – siempre fue muy de pelearse- y Adrián Paenza y Fernando Niembro lo fueron a buscar. En ese cuarto también estaba su hermano José Pedro y entre los tres lo convencieron de que se tenía que ir a la Argentina. En Uruguay, aunque no estuviera politizado, no estaba seguro. Armó las valijas y en 1981 se integró a Sport 80, el mítico programa en el que convivían Néstor Ibarra, Fernando Niembro, Marcelo Araujo, Diego Bonadeo y Adrián Paenza. Le hicieron contrato por un año pero se vino igual.
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—¿Qué sabés de mí?
Pregunta el periodista uruguayo sentado detrás de su escritorio en Radio Continental. Termina la tarde, en poco rato comenzará su segundo programa diario. Víctor Hugo, de pantalón azul y camisa lila, está expectante. A su lado, Heber, amigo de toda la vida, productor y asistente, le ceba mate.
“Para saber algo sobre alguien tienen que hablar los demás. Los que lo padecen”, dice Morales, que cuando empieza a hablar no para. Además, tiene dos autobiografías publicadas y si se revisa el archivo, ya ha sido entrevistado un centenar de veces, lo que hace que su declaración resulte, al menos, curiosa. Pero Víctor Hugo tiene humor y, si bien acepta que los demás hablen, se muestra dispuesto a conversar. Sabe que los anfibios que llegamos a su oficina no somos enviados de Magnetto, el CEO del grupo Clarín. Sabe también que no estamos relacionados con los periodistas uruguayos que publicaron un libro –con contratapa de Jorge Lanata- donde, entre otras cosas, lo vinculan con militares de la dictadura uruguaya. Y eso es bueno. Lo que no sabe es que la madre de uno de nosotros lo acusó de machista en un reportaje que le hizo allá por los años ’70 en Uruguay. Él se enojó y respondió con una carta virulenta al diario. No es algo que contemos al comienzo de nuestros días siguiendo su huella por distintos sitios de Buenos Aires y Uruguay. Aunque hubiera sido una linda y torpe manera de romper el hielo.
Tiene poco tiempo y hay que aprovecharlo. Llegar a él no es fácil. No tiene celular, no usa mail, no suele atender al teléfono de su casa. Para acceder al periodista hay que pasar por sus productores o por su mujer Beatriz, como lo hacen también sus amigos. Encontrar su despacho tampoco es fácil: tres pisos por ascensor y un laberinto de escaleras que desembocan en la pequeña oficina donde apenas entra un escritorio y una mesa adjunta con una computadora que no toca nunca. No se conecta a Internet. “Lo único que sé hacer en esa oficina es atender el teléfono y apagar la luz”.
—¿Qué sabés de mí?
Primer intento: la autobiografía Víctor Hugo por Víctor Hugo Morales que publicó en 2009.
—Ese libro es una porquería. No lo debería haber dejado publicar. Está lleno de incoherencias, está mal escrito. Era un libro que tenía que ser de preguntas y respuestas y terminó con una estructura rarísima, donde soy un opinólogo porque las preguntas no aparecen. Ese libro es mi gran error.
Segundo intento: Un grito en el desierto, la novela que publicó en 1998, reeditada este año, donde narra la lucha de una fábrica y sus trabajadores para sobrevivir en medio de las políticas salvajes del menemismo. Ahí le cambia la cara. Está orgulloso de ese libro. Lo recuerda como un canto a la dignidad del hombre y una crítica a las políticas neoliberales. Un libro de anticipación, dice, porque fue antes de la crisis de 2001. Además, se jacta, demuestra coherencia en su línea de pensamiento. Y eso es importante para él, porque es justamente lo que niegan quienes lo critican.
Tercer intento: Relato Oculto. Las desmemorias de Víctor Hugo Morales de los periodistas uruguayos Leonardo Haberkorn y Luciano Álvarez, publicado este año en ambas orillas del Río de la Plata.
—El daño que me hicieron es irreversible
Se ensombrece y mira a Heber. El amigo le pasa un mate. Víctor Hugo parece cansado, está encorvado y la imagen es la de un Artigas en el exilio. Heber es su Ancina y su oficina es Paraguay. Está peleado abiertamente con muchos de sus colegas de la radio, con otros no se saluda, o tiene una relación distante. A eso se le suma el enfrentamiento con sus patrones, los dueños de Continental, del grupo español Prisa, a quienes ha criticado reiteradas veces desde La Mañana, uno de los programas de radio más escuchados de la Argentina.
Entre mate y mate nos cuenta la última película que vio en París: “Les enfants de Belleville”, del iraní Asghar Farhadi, sobre la aplicación de la “kasás”, la Ley de Talión presente en el Corán. “A veces me pregunto cuál es la verdadera forma de hacer justicia”, dice como si hablara solo. Y de Farhadi pasa a Kakfa. Porque lo que está viviendo en este último tiempo son “episodios kafkianos”. Así los llama. Los medios con líneas editoriales opositoras al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner lo tildan de oficialista y le achacan el haberse dado vuelta, de oportunista, de haber mentido sobre su pasado y de recibir plata del gobierno. Los más tibios lo acusan de no tener punto medio, de ser agresivo, de no poder cerrar la boca jamás.
Las primeras denuncias de Víctor Hugo fueron contra los dirigentes de los principales clubes de fútbol de Uruguay. Apenas llegado a la Argentina se enfrentó al técnico de la selección, César Luis Menotti. En política defendió al gobierno uruguayo durante el conflicto binacional por la pastera Botnia (hoy UPM). Y en 2008 se puso del lado de las patronales del campo cuando éstas se enfrentaron con la presidenta Cristina Kirchner. Es más: Victor Hugo participó junto al dirigente agrario Alfredo de Ángeli de la apertura del congreso de Aapresid (Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa). Y desde hace unos quince años su enemigo tiene nombre y apellido: Héctor Magnetto.
—Las banderas le dan sentido a mi vida. Pero tomar partido visceralmente lleva a cometer errores, a actuar por vanidad. Yo soy de tomar causas. Y estoy contento. Salvo con lo del campo, no hay ninguna causa de la que me arrepienta demasiado.
De lo que se arrepiente siempre, dice Víctor Hugo, es de su desmesura, de expresar su opinión como el último discurso de su vida.
El periodista habla de “estar del lado M de la vida”, una expresión que resume todo lo que está mal para él: el lado oscuro de la fuerza. Aunque hay un antídoto contra Magnetto. Y ese antídoto es la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (Ley de Medios), sancionada en octubre de 2009 y que dispone límites a la concentración y, en particular, al tipo de concentración que ejerce Clarín en el lucrativo mercado de televisión por cable. Hace años que Víctor Hugo viene peleando por una ley así. Hoy, la presidenta Cristina Kirchner, a quien había criticado con fuerza en el pasado, está haciendo realidad su sueño.
Víctor Hugo insiste: No es un K confeso. No es un converso. No es un periodista oficial. No lo simplifiquen.
—Lo que dicen es muy perturbador. Tengo mis críticas, y diariamente yo podría mostrar que mi programa no es un programa que funcione alineado a nada. Pero en Cristina hubo resortes que la dejaron del lado que a mí me gusta de la vida. Del lado de pelear contra lo establecido, de pelear contra los poderes visibles y no visibles que a las sociedades las mueven y las dañan como claramente está ocurriendo con Europa.
Los ataques se vuelven cada vez más fuertes en la prensa argentina. La pelea del gobierno con Clarín y, por lo tanto la lucha de Víctor Hugo, tiene una fecha clave y se acerca. El 7 de diciembre, bautizado por el oficialismo como “7D”, vencerá la medida cautelar que impidió aplicar a Clarín un artículo de la Ley de Medios. El famoso 161 establece el formato de adecuación de los grupos concentrados a la letra de la Ley. En la Argentina, si se mira la tele, hay dos discursos. Un spot del gobierno que promete que el 7D cambiará totalmente el paisaje mediático y otro de Clarín, que asegura que nada va a suceder.
—¿Realmente creés que es invencible Clarín?
—Clarín llegó al poder de gobernar la vida íntima de las personas, no sólo la agenda política. Tiene casi 300 licencias de cable (los spots del Grupo hablan de 158). Decime un verdadero opositor a Clarín hoy día que no esté en el gobierno. Ellos instalan el miedo de forma brutal. Hay periodistas jóvenes que no quieren ni enterarse de esto, porque la información es obligación en tu conciencia. Hay una forma de esquivar los temas. Casi como el marido, o la mujer, que son engañados por su pareja y no quieren enterarse.
***
Volviendo de Colombia, de un partido de eliminatorias para el Mundial de México ´86, el Jumbo de Aerolíneas Argentinas tuvo un desperfecto técnico –grave- y fue obligado a pasar la noche en Lima. Las escalas no eran como las de ahora. La gente quedaba rehén en el avión. Y eso fue lo que le pasó a la selección argentina de Bilardo, al relator José María Muñoz, a los anunciantes y a Víctor Hugo. En la parte trasera del avión, el relator uruguayo leía a Cortázar. El “Gordo” Muñoz organizaba partidos de truco y sorteaba corbatas en la parte delantera. Diego Armando Maradona, que ya era Maradona, recorrió el avión a las tres de la mañana y fue hasta donde estaba Víctor Hugo. Solo.
—Qué tal Víctor Hugo, ¿qué anda leyendo?
—Cómo le va, Diego.
Y así tuvieron la inverosímil –y verídica- conversación acerca del escritor argentino. Uno sentado, el otro acodado en la cabecera del asiento de adelante. Se trataban de usted. Se tratan de usted. Al menos en los pocos encuentros mano a mano que tuvieron en sus carreras. Víctor Hugo entrecierra los ojos y dice que sí, que es verdad, que eso pasó. Hay muchas cosas que cuentan por ahí que no. Pero esta sí. Algo tiene con Maradona. Algo con lo que se identifica. Algo de la matriz social, del origen, del exceso y de oponerse al poder, cree.
“¡De qué planeta viniste, barrilete cósmico!”, le dedicó enardecido cuando el 10 de la selección anotó el segundo gol contra Inglaterra. El relator fue el vocero de una felicidad y locura colectiva que excedía el mundo futbolero. Hoy ese audio está subtitulado en todos los idiomas y la metáfora le quedó pegada como tapa. “Víctor Hugo rompió un paradigma de relato de fútbol, se animó a jugar con las palabras, a inspirarse con literatura. De hecho, nadie se acuerda del relato de Muñoz en el gol de Diego a los ingleses, aunque es el relato que está en la película Héroes. Todos nos acordamos, en cambio, del relato maravilloso de Morales”, cuenta un joven periodista deportivo.
El joven periodista deportivo, un hombre conocido de los medios, prefiere que su nombre no aparezca. Habla bien de Víctor Hugo. Pero no, mejor no pongas mi nombre. No es el único. Ni los que hablan a favor, ni los que hablan en contra. ¿Si hablan mal enfurece Víctor Hugo? ¿Y si hablan bien a quiénes irritan? Así están las cosas a casi un mes del 7D.
Seis años antes de la fama, Víctor Hugo Morales estaba encerrado en una cárcel en plena dictadura uruguaya. Lo habían detenido por agarrarse a las piñas mientras jugaba un partido de fútbol – siempre fue muy de pelearse- y Adrián Paenza y Fernando Niembro lo fueron a buscar. En ese cuarto también estaba su hermano José Pedro y entre los tres lo convencieron de que se tenía que ir a la Argentina. En Uruguay, aunque no estuviera politizado, no estaba seguro. Armó las valijas y en 1981 se integró a Sport 80, el mítico programa en el que convivían Néstor Ibarra, Fernando Niembro, Marcelo Araujo, Diego Bonadeo y Adrián Paenza. Le hicieron contrato por un año pero se vino igual.
Excelente reportaje y crónica, logra transmitir cabalmente la complejidad del personaje.
Persona.