El Gobierno se propuso sumar nuevos voceros para su fase de confrontación. Tras consolidar su giro hacia una actitud más desafiante, desde Casa Rosada promueven la aparición de dirigentes que les muestren los dientes a los gremialistas, los docentes, los piqueteros y los kirchneristas. Así, el macrismo rompió su manual histórico de la concordia declamativa. Con Marcos Peña como modelo de la cruzada, ya varios ministros y funcionarios incorporaron el tono post 1A: Hernán Lombardi, Esteban Bullrich, Jorge Triaca, Patricia Bullrich y hasta Diego Santilli levantaron y volvieron más belicosas sus apariciones.
La táctica oficialista es plenamente autoconsciente. Después de la sucesión de reclamos docentes y del paro de la CGT, Marcos Peña arengó a su tropa y la invitó a abandonar el speech dialoguista. A través del mail “Lo que estamos diciendo”, una especie de bajada de línea sobre la visión oficial que se envía a los funcionarios, el jefe de Gabinete explicó que “los gremios una vez más malinterpretan sus fines o los medios para alcanzar sus fines, o están confundidos sobre cómo se defienden los derechos, porque permanentemente se eligen las aulas vacías como medida”.
Si esa lectura ya marcaba una hoja de ruta, las declaraciones de Peña tras la represión a los docentes del domingo pasado despejaron cualquier duda. Opinó que era “lamentable que se haya hecho un paro por un conflicto municipal, una habilitación de una plaza”.
Desde su performance en el Congreso, donde le exigió a Axel Kicillof “¡háganse cargo!”, Peña encarna el rol peleador, dejando a Mauricio Macri en un plano más conciliador. O, mejor, en el papel del presidente que se dedica a participar de actos y anuncios amables, como la reciente entrega de viviendas en la localidad bonaerense de Castelar. Pero esta vez, el jefe de Gabinete no fue el único funcionario que decidió retrucar por los medios y las redes.
El domingo a la noche, había 120 mil tuits que referían la represión policial contra los gremialistas. El flujo y el tono crítico en Twitter y Facebook empezaron a desbordar el ámbito opositor a tal punto que encendió las alarmas en la Casa Rosada. Al día siguiente, sin embargo, el macrismo descartó la autocrítica. Al contrario, el vicealcalde porteño, Diego Santilli, justificó el accionar policial. Y el martes se sumaron los ministros Hernán Lombardi (dijo que los maestros fueron a provocar), Patricia Bullrich (aseguró que le pegaron a la policía) y Esteban Bullrich, posible cabeza de lista en las legislativas bonaerenses. Incluso un dirigente moderado, Horacio Rodríguez Larreta, modificó su libreto y rechazó el intento de poner una carpa frente al Congreso. “No cumplen con las normas y dejan a los chicos sin clases”, afirmó el alcalde.
En Casa Rosada celebran la multiplicación de voces combativas. Y hasta justifican cierta demora en su aparición. “Fueron muchos años de recomendar moderación. Es entendible que les cueste y salgan de a poco”, explica un funcionario del ala peñista.
La táctica oficialista es plenamente autoconsciente. Después de la sucesión de reclamos docentes y del paro de la CGT, Marcos Peña arengó a su tropa y la invitó a abandonar el speech dialoguista. A través del mail “Lo que estamos diciendo”, una especie de bajada de línea sobre la visión oficial que se envía a los funcionarios, el jefe de Gabinete explicó que “los gremios una vez más malinterpretan sus fines o los medios para alcanzar sus fines, o están confundidos sobre cómo se defienden los derechos, porque permanentemente se eligen las aulas vacías como medida”.
Si esa lectura ya marcaba una hoja de ruta, las declaraciones de Peña tras la represión a los docentes del domingo pasado despejaron cualquier duda. Opinó que era “lamentable que se haya hecho un paro por un conflicto municipal, una habilitación de una plaza”.
Desde su performance en el Congreso, donde le exigió a Axel Kicillof “¡háganse cargo!”, Peña encarna el rol peleador, dejando a Mauricio Macri en un plano más conciliador. O, mejor, en el papel del presidente que se dedica a participar de actos y anuncios amables, como la reciente entrega de viviendas en la localidad bonaerense de Castelar. Pero esta vez, el jefe de Gabinete no fue el único funcionario que decidió retrucar por los medios y las redes.
El domingo a la noche, había 120 mil tuits que referían la represión policial contra los gremialistas. El flujo y el tono crítico en Twitter y Facebook empezaron a desbordar el ámbito opositor a tal punto que encendió las alarmas en la Casa Rosada. Al día siguiente, sin embargo, el macrismo descartó la autocrítica. Al contrario, el vicealcalde porteño, Diego Santilli, justificó el accionar policial. Y el martes se sumaron los ministros Hernán Lombardi (dijo que los maestros fueron a provocar), Patricia Bullrich (aseguró que le pegaron a la policía) y Esteban Bullrich, posible cabeza de lista en las legislativas bonaerenses. Incluso un dirigente moderado, Horacio Rodríguez Larreta, modificó su libreto y rechazó el intento de poner una carpa frente al Congreso. “No cumplen con las normas y dejan a los chicos sin clases”, afirmó el alcalde.
En Casa Rosada celebran la multiplicación de voces combativas. Y hasta justifican cierta demora en su aparición. “Fueron muchos años de recomendar moderación. Es entendible que les cueste y salgan de a poco”, explica un funcionario del ala peñista.