La encrucijada de la economía argentina -agravada por la victoria de los buitres en EE.UU.- y la pobre performance del crecimiento de Brasil abren dudas sobre el futuro del Mercosur. Pero el frente político en los países miembro tampoco aporta certezas. Lejos de ello, la hipótesis de un cambio de signo en las elecciones de este año en Brasil y Uruguay (y en la Argentina en 2015) conllevaría la irrupción de líderes dispuestos a explorar otros horizontes. El Mercosur, tal como fue pergeñado, también podría enfrentar un fin de ciclo.
Por: Marcelo Falak
Intrigados al extremo ante la posibilidad de que el país viva un brusco cambio de rumbo en las elecciones de octubre del año que viene, los argentinos recaemos hoy, una vez más, en el viejo vicio de la autorreferencia. ¿Cómo concebir, si no, que formadores de opinión y referentes políticos que pelean por gobernar en el próximo turno vivan ajenos a desarrollos inminentes, como los que se incuban en Brasil, de los que depende en buena medida el rostro futuro del Mercosur y, con ello, la estructura de la economía nacional poskirchnerista?
Conviene empezar a tomar en serio la cuestión y, para eso, nada mejor que escuchar lo que se dice muy cerca de los principales precandidatos. ¿La apuesta será a un Mercosur liberado de las restricciones que le impusieron los errores de la política económica cristinista pero, en todo caso, fuerte? ¿O, más bien, hay que empezar a hacerse la idea de un bloque «bonsái», que deje de ser una unión aduanera que se planta en común frente a un mundo ásperamente competitivo y que, retrocediendo a un estatus de zona de libre comercio, se diluya al permitir a sus miembros negociar individualmente preferencias arancelarias con terceros países? Eso es, ni más ni menos, lo que está en juego.
La región se prepara para vivir doce meses decisivos. El 5 de octubre Brasil elegirá a su próximo presidente. El 26, además de ser la fecha de una posible segunda vuelta allí, también Uruguay irá a las urnas. Y en octubre de 2015 será la Argentina la que cierre el círculo.
Obviamente, lo que ocurra en el hermano mayor será clave para el destino del bloque. El problema es que las cosas distan allí de estar claras y la reelección de Dilma Rousseff no es un resultado cantado, como se consideraba hasta hace pocos meses.
Las últimas encuestas ubican al socialdemócrata (¡ay, esa etiqueta ambigua!) Aécio Neves segundo y en condiciones de forzar un balotaje de resultado imprevisible. A diferencia de elecciones anteriores, la posibilidad de un cambio de era política después de doce años de hegemonía del Partido de los Trabajadores no puede esta vez descartarse.
Neves, nieto de Tancredo, senador y exgobernador de Minas Gerais, construyó pacientemente su carrera, y su paso por la administración estadual le valió fama de buen administrador. Nomenclaturas confusas aparte, su perfil no es el de un socialdemócrata sino el de un liberal, y sugiere una intención de terminar con el Mercosur tal como lo conocemos.
«El Mercosur es una cosa anacrónica que no está sirviendo a ningún interés de los brasileños», dijo hace poco en Porto Alegre, en línea con el punto de vista del gran empresariado industrial, sobre todo el de San Pablo, que culpa a la Argentina de todos los males del mundo y que se siente en condiciones de competir de igual a igual en mercados más ricos, como el de Estados Unidos, la Unión Europea y los de Oriente. Para ellos, el bloque regional es demasiado proteccionista y les corta las alas.
«Con Aécio tengo claro que el Mercosur iría hacia atrás. Pero se trata de una discusión que viene desde hace tiempo. Ya en 2010, uno de los candidatos presidenciales (ndr: José Serra, del PSDB como Neves) defendía la tesis de un Mercosur como área de libre comercio», le dijo recientemente a Viernes en Brasilia Marco Aurélio Garcia, asesor especial de la Presidencia en política exterior y hombre clave que en los hechos lleva la relación de su país con Sudamérica.
Ahora bien, si esa visión prima y cada país es liberado para otorgar preferencias arancelarias a quien quiera, ¿qué objeto tendría el Mercosur? La producción argentina que hoy se dirige a Brasil podría verse en buena medida desplazada por la de competidores más eficientes. De la flexibilización del bloque, a la irrelevancia de parte importante de la industria nacional podría haber un paso.
Para cerrar el capítulo regional, recordemos que los principales candidatos uruguayos reclaman a gritos que el Mercosur autorice negociaciones comerciales individuales.
Ante este escenario incierto, ¿qué se dice cerca de los principales precandidatos argentinos? En la mayoría de esos campamentos se expresa la voluntad de normalizar el comercio en el Mercosur, trabado en parte por los desequilibrios económicos argentinos, pero manteniéndolo tal como lo conocemos, es decir como una unión aduanera que se plante frente a posibles socios extrazona como un bloque sin fisuras. Pero, aclaremos, no todos están en esa sintonía y aun los que la proclaman contienen ambigüedades que vale la pena desentrañar.
Scioli: ¿kirchnerismo 2.0?
Es conocida la política del kirchnerismo hacia el bloque, de fuerte vocación regional pero agujereada por errores que hicieron que el país le exporte su crisis y contribuya en buena medida a desacreditar entre los gobiernos vecinos su legitimidad como unión aduanera.
La historia es conocida. Los desbordes macroeconómicos locales espiralizaron en los últimos años la inflación, el INDEC la subestimó, el dólar evolucionó bien por debajo de los precios internos y los incentivos para exportar mutaron en beneficios para los productos extranjeros. Esos gestos mantuvieron excluido al país de los mercados financieros, pero la decisión de pagar la deuda pública hizo que se echara mano a las reservas. Todo el combo derivó en un círculo vicioso de trabas a las importaciones desde Brasil y Uruguay, quejas crecientes y restricciones cambiarias domésticas.
Más recientemente, la decisión de la Corte Suprema de Estados Unidos de dejar firme el fallo a favor de los fondos buitre contra el país vino a complicar más el panorama, pese a los intentos del Gobierno de hacer las paces con los mercados financieros, expresados en el reconocimiento de las sentencias del CIADI, en el pago a Repsol por YPF y en el acuerdo con el Club de París.
Independientemente de las intenciones de Florencio Randazzo y Sergio Urribarri, quien picó en punta por ahora en la interna del Frente para la Victoria es Daniel Scioli, hasta hoy una incógnita en muchos aspectos. Su inclinación a escuchar a economistas como Mario Blejer y Miguel Bein habla no sólo de su amplitud de criterio sino también de definiciones pendientes. Con todo, quienes tienen hoy voz en el pensamiento económico del espacio presentan un mensaje claro.
Gustavo Marangoni, presidente del Banco Provincia, no duda. «El Mercosur fue pensado para que sus miembros pudieran generar economías con mayor valor agregado, para pasar de ser exportadores de materias primas a vendedores de manufacturas de origen agropecuario y también industrial», le dijo a Viernes. «Entonces, Brasil es fundamental para que la Argentina gane escala, en lo recíproco y con el Mercosur como plataforma hacia el resto del mundo. Brasil es estratégico para nuestro país, lo recalco mil veces», agregó.
El funcionario, que tiene puesta la mira en la Jefatura de Gobierno porteña, pondera que la integración es crucial para que el país profundice la refundación de una industria abatida a machetazos entre mediados de los setenta y la gran crisis. «Hay que determinar en qué sectores somos más competitivos, por ejemplo en maquinaria agrícola y software, entre otros. Podemos especializarnos y ser proveedores del mercado brasileño», proyecta.
A la hora de definirse, no duda de que, para el sciolismo, cualquier negociación con, por caso, la Unión Europea, «debe ir a fondo, pero encarada entre bloques».
Sin embargo, puede haber matices. Cuando se le pregunta sobre la posibilidad de que el Mercosur otorgue «dispensas» a sus miembros para que negocien acuerdos individuales, como pide Uruguay desde hace tiempo, Marangoni indica que «puede haber aspectos específicos, aunque el gran lineamiento es no retroceder hacia un área de libre comercio, que implicaría vaciar al Mercosur y convertirlo en un mero rótulo. Hay que buscar una inserción común en el mundo, con el espacio que conforman Estados Unidos, México y Canadá, con la Unión Europea, con la región Pacífico…».
El juego de Massa
Indagar en la concepción de la integración regional que regiría en un eventual gobierno de Sergio Massa lleva obligadamente a Miguel Peirano. Hombre ligado a la Unión Industrial Argentina (UIA), secretario de Industria y luego ministro de Economía, dejó la función pública en el kirchnerismo durante la transición de Néstor Kirchner a Cristina de Kirchner, justo antes de que empezaran los ruidos fuertes en lo doméstico y en el Mercosur.
«El Mercosur es un proyecto estratégico para la región, en términos sociales, productivos y de fortalecimiento de los países miembros en el escenario internacional», dice para esta nota.
Peirano también toma posición a favor de «un mercado ampliado, capaz de encarar negociaciones internacionales desde una posición de fortaleza que determina el bloque, de lograr una estrategia conjunta frente a los complejos desafíos que genera la globalización y la dinámica de la economía mundial». «Es determinante lograr una visión conjunta del rol del Mercosur en el mundo, frente a las negociaciones que se plantean en Doha, la Unión Europea y otras regiones con enorme potencial, riesgos y oportunidades abundan». De bloque flexible, entonces, ni hablar.
«Mercosur e industrialización pueden y deben ir de la mano; depende de la capacidad y voluntad de los Estados de generar políticas eficaces con una vocación de equilibrio en el desarrollo productivo y social», remata en diálogo con Viernes.
Pero ése es el deber ser, y llegar a eso no será fácil desde el actual punto de partida. «Lamentablemente, se han paralizado o se están perjudicando incluso inversiones de Brasil en nuestro país por falta de insumos, falta de coordinación de reglas macroeconómicas e inconsistencias en materia cambiaria, de transferencia de utilidades o de políticas en cada uno de los sectores productivos», añade al enumerar los lastres que impiden que el proyecto se libere de polémicas y ataduras. Para el economista del Frente Renovador, a futuro «es fundamental ordenar una agenda donde todas las políticas de Estado se analicen en forma global con reglas de todos los socios, de modo consistente y que resguarde el equilibrio del desarrollo». Una tarea más difícil tras el mazazo de la Corte norteamericana.
¿Todo está claro entonces en el massismo? Probablemente no tanto, algo que surge con claridad cuando se dialoga con otros referentes del espacio. Uno de ellos, que pide no ser mencionado, confía en que «el contexto regional va a terminar de definir el perfil de Massa como presidente. (Michelle) Bachelet en Chile y Dilma en Brasil lo van a conducir a un productivismo moderado y progresista», define la fuente. ¿Y si ni hay reelección en Brasil? Al mencionarse ese escenario, reaparecen las dudas.
Las ambigüedades del massismo surgen cuando se repasan los nombres de su equipo económico. Con un Roberto Lavagna muy escuchado («está un escalón por encima del resto y es el único que podría elegir un cargo», confía la fuente), su hijo Marco, el mencionado Peirano y un activo José Ignacio de Mendiguren, todo parece claro y en perfecta sintonía. Pero el coordinador de todos ellos, Ricardo Delgado, ostenta un perfil personal frente a sus colegas del espacio y la presencia de Martín Redrado es definitivamente disonante, la de un líbero con un proyecto propio que ganó influencia en el círculo íntimo en la gira que el tigrense hizo por Estados Unidos a fines de marzo, excesivamente volcada hacia referentes del Partido Republicano, según el ala desarrollista del massismo.
Pocos días después, el diputado viajó a San Pablo, donde alternó con algunos pesos pesado de la FIESP. Si bien acudió en busca de todo el apoyo que esos empresarios con intereses en la Argentina le puedan brindar, se mostró con Peirano y sus desarrollistas, y no dudó cuando los presentes le preguntaron por el mejor modo de negociar con Europa: «Como un bloque», respondió, sin reparar acaso en que una respuesta tan tajante no era la más esperada por sus anfitriones.
Pero acaso los empresarios paulistas lo comprendan: el clivaje neoliberalismo-desarrollismo ha desgarrado también a todos los gobiernos brasileños desde el retorno de la democracia, hasta que Lula logró el milagro de congeniarlos. El Banco Central fue con él para los primeros y el Ministerio de Hacienda, para los segundos. La holgura comercial, con las materias primas exportables caras, y financiera, con tasas de interés de regalo y abundancia de capitales prestables para los países emergentes, obraron el prodigio. Tras la crisis de las hipotecas en Estados Unidos y el colapso europeo, ese modus vivendi se hizo más borroso con la llegada de Dilma, por lo que no sorprende que la disputa renazca, también allí, al ritmo de la campaña.
Macri se diferencia
Sin dudas, Neves, la FIESP, Tabaré, Lacalle Pou, Bordaberry y Cartes encontrarían en un Gobierno del PRO la consumación de sus deseos. El macrista es el espacio con expectativas de poder en el que más claramente se abre la puerta a un «Mercosur flex», con una aspiración de máxima de convertirlo en una zona de libre comercio y otra, de mínima, de perforar la coraza del elevado arancel externo común a partir de la entrega de dispensas o «waivers» puntuales para que sus miembros negocien la apertura de sus mercados por sí solos.
Marcelo Elizondo colabora con la Fundación Pensar, el «think tank» del proyecto Macri 2015. No es afiliado al PRO, aclara con todo, por lo que sus opiniones son una referencia valiosa pero no la postura oficial de un espacio que, en esta materia, aún no la fijó explícitamente.
Su mirada sobre el Mercosur es conocida y tiene la forma de una apertura fuerte. Sin embargo, la charla con Viernes invita a escucharlo con atención, a alejarse de estereotipos y a entenderlo como un entusiasta (a su manera) del desarrollo industrial argentino. Con una impronta más liberal que la actual, desde ya.
Modelos aparte, «lo prioritario hoy pasa por regularizar las relaciones en el Mercosur, que atraviesa dos tipos de problemas», comienza.
«Por un lado, sufre ruidos en su funcionamiento, lo que hace que las reuniones busquen más disminuir las diferencias entre los socios que tratar planes de estrategia comercial. Al principio del proyecto se plantearon como objetivos la eliminación de barreras al comercio, la coordinación económica y la construcción de una plataforma para salir al mundo. Ninguna de esas tres condiciones se está cumpliendo. Entonces, hay que volver al espíritu original y hacer que el bloque funcione», explica quien fuera entre 2002 y 2009 director ejecutivo de la Fundación Exportar.
Pero, «por el otro, después de 25 años, es necesario modernizar la agenda del bloque. Brasil es el aliado estratégico más relevante que tenemos y puede resultar de enorme auxilio para la reinserción de la Argentina en el mundo, dados nuestros problemas de reputación. Pero al Mercosur hay que darle una agilidad que no tiene, de modo que se vincule con terceros mercados. Buscar, por ejemplo, una mayor integración con la Alianza del Pacífico para luego llegar a Asia», le explica a Viernes.
Pese a sus convicciones personales, confiesa que «no veo (políticamente factible) una reforma del Tratado del Mercosur, que sería el objetivo de máxima, que lo institucionalizaría y lo fortalecería. Sin embargo, sí sería viable que se otorguen dispensas específicas a los países para negociar con otros mercados; ése es mi supuesto. De hecho hoy ya ocurre, por ejemplo para que un país miembro pueda subir aranceles puntuales o con la imposición de restricciones a las importaciones, como hace Argentina con Brasil. Hoy, el Mercosur es un colador».
Con respecto al otorgamiento de dispensas, la aspiración es que permitan lograr tratados de libre comercio completos entre países miembros y terceros países, al estilo de lo que pide Uruguay. «Pero si eso no se puede, al menos habría que lograr acuerdos de complementación sectoriales con esos terceros países, como ya tenemos con México, aunque eso sería un premio consuelo y de dudoso valor. Hay que aspirar a más».¿Es compatible esa visión con una Argentina industrial? Sí, responde Elizondo.
«El PRO y la Fundación Pensar no saldaron esto hasta el momento, pero en mi mirada, hasta ahora la respuesta de la política a la industria fue proteccionista y a través de subsidios. El problema es que el populismo arancelario siempre estalla, o por déficit fiscal o por déficit comercial. Hay que sustituir esa política por una de generación de atributos competitivos, con mayor inversión, tecnología, calificación de recursos humanos e inserción internacional en cadenas de valor, de modo de ir hacia una industria especializada en eslabones de esa cadena internacional. Eso permitiría una enorme sustitución de importaciones. Decir esto no me ruboriza», afirma.
Un Frente (demasiado) Amplio
La alianza entre la UCR, el Partido Socialista, la Coalición Cívica, el centroizquierda de Fernando Pino Solanas y otros grupos parece excesivamente centrada en cuestiones institucionales internas y en una prédica anticorrupción, temas valiosos pero que no dan respuestas a estas cuestiones, también cruciales para el futuro nacional. Su propia composición es tan amplia que hará difícil congeniar posturas. La dispersión es tan grande que no basta con usar comas para enumerarlas. Veamos.
El radicalismo se siente fundador del Mercosur y sostiene una vocación latinoamericana, aunque, desgarrado una vez más entre liberales y socialdemócratas, se debate hoy entre cerrar una alianza con el PRO o hacerlo con el socialismo, Proyecto Sur y Libres del Sur. Así, el perfil económico de la Argentina futura, planteado en los términos de esta nota, no aparece en su radar.
El socialismo es, por vocación, también latinoamericanista en lo político, aunque desde su cuna tiene una impronta económica que no le hace asco precisamente al liberalismo.
El sector cercano a Solanas es de cuño más fuertemente nacionalista y proteccionista.
Y Elisa Carrió, finalmente, hace unas semanas puso «pause» en su prédica institucional habitual para sorprender en el canal América con esta frase: «Yo creo que el industrialismo terminó, que nosotros tenemos que ser un país algo parecido a lo que fue a fines del siglo XIX y principios del XX». Podrá faltarle razón, pero no coraje: nadie se había animado hasta ahora a sostener algo semejante.
El primer partido, de visitante
Si lo que ocurra en las elecciones brasileñas es clave, volvamos un momento a ella. Claramente, el mejor escenario para una Argentina decidida a fortalecer y no a debilitar el Mercosur es que Dilma Rousseff permanezca cuatro años más en el Palacio del Planalto. Ahora bien, ¿realmente Aécio Neves quiere romper el bloque, convertirlo en un modesto TLC? O, algo más importante en política, ¿podría hacerlo, más allá de sus deseos?
Marcelo Elizondo, del PRO, está convencido de que, independientemente del resultado de la próxima elección «Brasil ya tiende hacia un menor proteccionismo. Ya es un actor global, al que le empieza a molestar el proteccionismo de otros. Con Dilma o sin ella, ahora o después, Brasil cambiará. Para la Argentina era cómodo el amparo de un Brasil proteccionista, al estilo de los años 60 o 70, pero ésa ya no es su situación y eso forzará una nueva mirada».
El sciolista Marangoni marca un contrapunto interesante. «En cualquier caso, sería difícil desarmar el Mercosur, no es algo que dependa de una decisión unilateral. Desde que era un imperio, Brasil siempre tuvo una política para la región, me cuesta pensarlo como un líbero a nivel global. Además, tiene un establishment consolidado que no sé si corroboraría un giro semejante».
El punto merece ser considerado. Las empresas más grandes de la FIESP pueden asumirse como actores globales, pero no hablan por todo el empresariado brasileño. Por mucho que los accionistas de aquéllas hablen pestes de la Argentina y abominen de la sociedad con la Venezuela chavista, hay otras compañías, más chicas y menos competitivas, que destinan a esos mercados miles de millones de dólares en exportaciones cada año, lo que constituye el corazón de sus proyectos de expansión. Ni la ideología ni el interés de los más poderosos podrían compensarles la pérdida del Mercosur. Neves también sabe eso.
Tampoco ignora que la Argentina no será un observador pasivo de lo que ocurra en Brasil. Si hay allí un giro, un nuevo Gobierno nacional también podría operar, y hay que recordar que los intereses brasileños aquí son muy importantes…
El largo plazo de Brasil puede ser entonces el de un actor global, pero ni hay mañana sin hoy. Marco Aurélio Garcia pone las cosas en su lugar, con conocimiento directo. «No son tanto los empresarios los que hacen ruido», le dijo a este periodista. «Son los asesores los que están en contra de los intereses reales de quienes les pagan… Cuando Venezuela ingresó al bloque, algunos de ellos, muy bien remunerados, estaban en contra, aunque a los empresarios eso les interesaba muchísimo porque estaban ganando plata. En relación con la Argentina eso es mucho más relevante, por el peso económico de su país. Los liderazgos empresariales efectivos tienen las cosas claras».
@marcelofalak