Por qué Mauricio Macri no hace lo que le conviene políticamente? ¿Por qué en vez de llevar adelante un gobierno que le de prestigio y reconocimiento prefiere empantanarse en gestos absurdos de autoridad y que, lejos de pacificar los ánimos en el país, cavan una zanja peligrosamente profunda y difícil de suturar? ¿Cuáles son las verdaderas intenciones? ¿Adónde va? ¿Tiene un proyecto político, social, económico? ¿O simplemente se trata de un maquiavelismo berreta con la única finalidad de permitir el saqueo de la Argentina por parte de los grupos económicos concentrados y el sistema financiero internacional?
A un mes exacto de gobierno, Macri registró un récord difícil de superar en democracia: tiene el más alto índice de medidas antipopulares de los últimos 30 años: devaluó el peso, favoreció a los exportadores, generó más inflación, empobreció el salario de los trabajadores en por los menos un 40%, despidió empleados públicos, inició un proceso de endeudamiento que, como siempre, pagarán millones y millones de argentinos a futuro, abandonó a los inundados del litoral a la mano de la solidaridad civil haciendo desaparecer al Estado, reprimió la protesta social con una brutalidad nunca antes vista desde la dictadura militar hiriendo con balazos de goma a trabajadores que simplemente reclamaban por sus puestos de trabajo, quebró la institucionalidad salteando al Congreso, nombrando dos jueces de la Corte Suprema a dedo (de Héctor Magnetto), violó la Ley de Medios a piacere e intervino el AFSCA como si se tratara de un golpe militar, cambió la matriz recaudatoria quitándole peso a los exportadores y trasladándolo a los sectores bajos y medios vía servicios públicos, poniendo en serio peligro el déficit fiscal.
¿Por qué? ¿Es necesaria tanta torpeza? Por qué ni siquiera es maldad, es brutalidad. ¿Por qué un presidente decide convertirse en un «bruto» (feo, malo, torpe, ignorante, en el sentido italiano del término)? Carlos Menem llevó adelante la peor transferencia de ingreso de los sectores populares a los grupos concentrados en los años noventa, pero no lo hizo con la torpeza con que lo está haciendo Macri y sus ejecutores. La diferencia, claro, está en la diferencia de estatura política entre Menem y Macri. El Riojano impuso su proyecto político, económico y social -nefasto para los sectores populares y el Estado- a través de la mediación de la política, buscando el consenso, con operaciones culturales claras, generando alianzas, incluso comprando voluntades. Macri, en cambio, cree que puede volver a los noventa a los garrotazos limpios. Dos elementos diferencian 1989 de 2015: a) en los ochenta, el país había vivido una crisis hiperinflacionaria disciplinadora y el autoritarismo de la dictadura estaba demasiado cerca; en la actualidad, por mucho que los voceros del Macrismo, traten de inventar una «pesada herencia», lo cierto es que los problemas económicos eran relativamente solucionables acomodando un par de variables; además, hoy, los argentinos hemos aceitado un poco las relaciones democráticas. b) la crisis del 2001, si bien ya no sirve como traccionadora de votos, todavía está presente en la mayoría de los argentinos, y la emergencia del Kirchnerismo como respuesta al agotamiento del neoliberalismo noventista generó una corriente de consenso muy fuerte en la sociedad que aún hoy se mantiene viva.
Este segundo punto es interesante para desarrollar porque está justamente en el centro del planteo macrista: la desaparición del Kirchnerismo. Ya lo dijo con mucha torpeza, la vicepresidenta Gabriela Michetti, «militante del PRO», cuando sugirió que no estaban echando empleados públicos en el Senado sino «militantes kirchneristas» o cuando el inefable «militante radical», Oscar «el milico» Aguad, derrocó a Martín Sabbatella al frente del AFSCA por «militante kirchnerista». Absurdo. Ni siquiera el jugador del gobierno pseudo moderado, el «militante radical» Hernán Lombardi pudo escapar a la peligrosa estigmatización del Otro y quedó atrapado en una lógica autoritaria al operar periodísticamente y escrachar en forma falaz a los trabajadores de Radio Nacional por «kirchneristas fanáticos». Paradojal que el ex funcionario del gabinete porteño acusado de subsidiar en millones de pesos a radios fm inexistentes y a periodistas famosos como Fernando Niembro, por ejemplo, haga caza de brujas con los sueldos que figuran en contratos basura, abultando las cifras y sin informar que de esos números hay que descontar IVA, ganancias, aguinaldos y vacaciones y que los salarios reales son, hoy, la mitad de lo publicado. En este caso, Lombardi, no sólo estigmatiza sino que engaña a la población. Pero volvamos a lo importante, porque que si la única acusación que puedan hacerle a una persona es que cobra un relativo buen sueldo, eso habla de que no tienen demasiados elementos contra esos trabajadores y que, lo que es peor, no pueden confrontar ideas con ellos. Triste en un funcionario político.
Lo importante es que Macri y el PRO, lejos de pacificar, reconciliar, amigar a los argentinos, profundizó esa lógica predemocrática del amigo-enemigo. Su respuesta no fue zanjar las diferencias sino hacer desaparecer directamente a uno de los contendientes. No fue encontrar síntesis superadoras sino buscar la paz matando al oponente. Desgraciadamente, esas violencias se pagan caro. ¿Cuántas veces podrá reprimir Macri sin que se produzcan enfrentamientos serios con las fuerzas de seguridad por parte de los trabajadores? ¿Cuál es el siguiente paso: la salida Franchiotti? ¿Los parapoliciales del 20 de diciembre de 2001? ¿Los encarcelamientos? ¿O es que, sencillamente, el Macrismo no quiere la paz social sino el disciplinamiento de los sectores populares, es decir, sólo quiere el sometimiento de los trabajadores y las clases medias en beneficio de los sectores económicos altos?
Generalmente, los gobiernos nuevos tienen 100 días de gracia en la población. Con un Peronismo Kirchnerista fatigado después de 12 años de gestión, con un Peronismo Territorial todavía acomodándose tras la derrota y un movimiento obrero desorganizado y expectante, y con todos los medios de comunicación a favor, Macri contó con un mes de impunidad absoluta. Pero lo desaprovechó. Salvo en las encuestas truchas de Clarín, sus 30 días de gobierno produjeron irritación en la oposición y confusión en el electorado «independiente» que lo voto sin muchas convicciones, más por cansancio con el gobierno anterior que por enamoramiento hacia sus propuestas. Eso sí, produjo una gran fidelización en los sectores «fanáticamente» antiperonistas. No parece un gran negocio político. Una pena, porque, desgraciadamente, en estos pocos días, la elite económica y social argentina demostró que no puede abandonar su rol de «clase dominante» (represión y enriquecimiento oligárquico) y que no tiene capacidad para transformarse en «clase dirigente» (conducción, integración y consenso). He ahí el mal de todos los males para millones de argentinos.«
A un mes exacto de gobierno, Macri registró un récord difícil de superar en democracia: tiene el más alto índice de medidas antipopulares de los últimos 30 años: devaluó el peso, favoreció a los exportadores, generó más inflación, empobreció el salario de los trabajadores en por los menos un 40%, despidió empleados públicos, inició un proceso de endeudamiento que, como siempre, pagarán millones y millones de argentinos a futuro, abandonó a los inundados del litoral a la mano de la solidaridad civil haciendo desaparecer al Estado, reprimió la protesta social con una brutalidad nunca antes vista desde la dictadura militar hiriendo con balazos de goma a trabajadores que simplemente reclamaban por sus puestos de trabajo, quebró la institucionalidad salteando al Congreso, nombrando dos jueces de la Corte Suprema a dedo (de Héctor Magnetto), violó la Ley de Medios a piacere e intervino el AFSCA como si se tratara de un golpe militar, cambió la matriz recaudatoria quitándole peso a los exportadores y trasladándolo a los sectores bajos y medios vía servicios públicos, poniendo en serio peligro el déficit fiscal.
¿Por qué? ¿Es necesaria tanta torpeza? Por qué ni siquiera es maldad, es brutalidad. ¿Por qué un presidente decide convertirse en un «bruto» (feo, malo, torpe, ignorante, en el sentido italiano del término)? Carlos Menem llevó adelante la peor transferencia de ingreso de los sectores populares a los grupos concentrados en los años noventa, pero no lo hizo con la torpeza con que lo está haciendo Macri y sus ejecutores. La diferencia, claro, está en la diferencia de estatura política entre Menem y Macri. El Riojano impuso su proyecto político, económico y social -nefasto para los sectores populares y el Estado- a través de la mediación de la política, buscando el consenso, con operaciones culturales claras, generando alianzas, incluso comprando voluntades. Macri, en cambio, cree que puede volver a los noventa a los garrotazos limpios. Dos elementos diferencian 1989 de 2015: a) en los ochenta, el país había vivido una crisis hiperinflacionaria disciplinadora y el autoritarismo de la dictadura estaba demasiado cerca; en la actualidad, por mucho que los voceros del Macrismo, traten de inventar una «pesada herencia», lo cierto es que los problemas económicos eran relativamente solucionables acomodando un par de variables; además, hoy, los argentinos hemos aceitado un poco las relaciones democráticas. b) la crisis del 2001, si bien ya no sirve como traccionadora de votos, todavía está presente en la mayoría de los argentinos, y la emergencia del Kirchnerismo como respuesta al agotamiento del neoliberalismo noventista generó una corriente de consenso muy fuerte en la sociedad que aún hoy se mantiene viva.
Este segundo punto es interesante para desarrollar porque está justamente en el centro del planteo macrista: la desaparición del Kirchnerismo. Ya lo dijo con mucha torpeza, la vicepresidenta Gabriela Michetti, «militante del PRO», cuando sugirió que no estaban echando empleados públicos en el Senado sino «militantes kirchneristas» o cuando el inefable «militante radical», Oscar «el milico» Aguad, derrocó a Martín Sabbatella al frente del AFSCA por «militante kirchnerista». Absurdo. Ni siquiera el jugador del gobierno pseudo moderado, el «militante radical» Hernán Lombardi pudo escapar a la peligrosa estigmatización del Otro y quedó atrapado en una lógica autoritaria al operar periodísticamente y escrachar en forma falaz a los trabajadores de Radio Nacional por «kirchneristas fanáticos». Paradojal que el ex funcionario del gabinete porteño acusado de subsidiar en millones de pesos a radios fm inexistentes y a periodistas famosos como Fernando Niembro, por ejemplo, haga caza de brujas con los sueldos que figuran en contratos basura, abultando las cifras y sin informar que de esos números hay que descontar IVA, ganancias, aguinaldos y vacaciones y que los salarios reales son, hoy, la mitad de lo publicado. En este caso, Lombardi, no sólo estigmatiza sino que engaña a la población. Pero volvamos a lo importante, porque que si la única acusación que puedan hacerle a una persona es que cobra un relativo buen sueldo, eso habla de que no tienen demasiados elementos contra esos trabajadores y que, lo que es peor, no pueden confrontar ideas con ellos. Triste en un funcionario político.
Lo importante es que Macri y el PRO, lejos de pacificar, reconciliar, amigar a los argentinos, profundizó esa lógica predemocrática del amigo-enemigo. Su respuesta no fue zanjar las diferencias sino hacer desaparecer directamente a uno de los contendientes. No fue encontrar síntesis superadoras sino buscar la paz matando al oponente. Desgraciadamente, esas violencias se pagan caro. ¿Cuántas veces podrá reprimir Macri sin que se produzcan enfrentamientos serios con las fuerzas de seguridad por parte de los trabajadores? ¿Cuál es el siguiente paso: la salida Franchiotti? ¿Los parapoliciales del 20 de diciembre de 2001? ¿Los encarcelamientos? ¿O es que, sencillamente, el Macrismo no quiere la paz social sino el disciplinamiento de los sectores populares, es decir, sólo quiere el sometimiento de los trabajadores y las clases medias en beneficio de los sectores económicos altos?
Generalmente, los gobiernos nuevos tienen 100 días de gracia en la población. Con un Peronismo Kirchnerista fatigado después de 12 años de gestión, con un Peronismo Territorial todavía acomodándose tras la derrota y un movimiento obrero desorganizado y expectante, y con todos los medios de comunicación a favor, Macri contó con un mes de impunidad absoluta. Pero lo desaprovechó. Salvo en las encuestas truchas de Clarín, sus 30 días de gobierno produjeron irritación en la oposición y confusión en el electorado «independiente» que lo voto sin muchas convicciones, más por cansancio con el gobierno anterior que por enamoramiento hacia sus propuestas. Eso sí, produjo una gran fidelización en los sectores «fanáticamente» antiperonistas. No parece un gran negocio político. Una pena, porque, desgraciadamente, en estos pocos días, la elite económica y social argentina demostró que no puede abandonar su rol de «clase dominante» (represión y enriquecimiento oligárquico) y que no tiene capacidad para transformarse en «clase dirigente» (conducción, integración y consenso). He ahí el mal de todos los males para millones de argentinos.«