“La emoción se interpreta como una sustitución –de un modo mágico– de una determinada configuración real de un mundo repleto de dificultades por otra estructura de la realidad considerada más soportable o satisfactoria. Es un modo de existencia de la conciencia. En la emoción encontramos una realidad que hemos imaginado o proyectado nosotros mismos.”
[Jean-Paul Sartre: Bosquejo de una teoría de las emociones]
* * *
Parte del crecimiento de la intención de voto a candidatos del oficialismo, como del desmoronamiento de Massa y del estancamiento de Macri, está relacionada con los distintos significados que –con el correr del tiempo y de las emociones que generan sus circunstancias– parte de la sociedad le va asignando al significante “cambio”. Cuando las cosas van mal, “cambio” significa oportunidad; y cuando las cosas van bien, “cambio” significa amenaza.
Cuando las cosas van mal, «cambio» significa oportunidad. Cuando van bien, significa amenaza
Se podría simplificar la mejor situación electoral actual del oficialismo diciendo que para una mayor cantidad de personas las cosas van mejor de lo que imaginaban que irían cuando la palabra “cambio” cosechaba más expectativas.
Lo que habría cambiado es la forma de ver las cosas, lo que no significa que las cosas necesariamente estén mejor, sino que no están peor de lo que esperaban que estuvieran, ya que desde la devaluación de enero de 2014 la curva del consumo lleva 16 meses consecutivos de caída, aunque atemperándose: 2014 terminó 1,4% menor que en 2013, y en el primer cuatrimestre de 2015 el consumo fue 0,9% menor que en 2014.
Paralelamente, la inflación, en lugar de espiralizarse –en parte por el propio enfriamiento de la economía– volvió a los niveles de 2013, altísimos pero inferiores a los de 2014, y los bancos (ver página 22) relanzan planes con cuotas fijas a 24 o más meses porque imaginan una inflación decreciente en 2016 y 2017 sea cual fuere el ganador de las elecciones de octubre.
Pasar de un pronóstico de terremoto a otro de lánguida calma no conforma a los más exigentes, pero sí tranquiliza a los más temerosos, quienes comienzan a preguntarse si el cambio no contiene para ellos más peligros que esperanzas, desplazando su temor del kirchnerismo a la oposición.
Hoy la oferta política se sintetiza en cambio, continuidad y –como ahora resignificó Massa– “cambio justo”. Hace dos años, hasta Scioli incluía en su imaginario algo de cambio cuando Macri era cambio, Massa cambio con continuidad, y Scioli continuidad con cambio. Haber centrado la batalla simbólica entre cambio o continuidad pudo haber sido efectivo en 2013, pero corre el riesgo de convertirse en un boomerang dependiendo de la evolución de la economía.
Se podría decir que crisis y cambio son un conjunto de causa y efecto. Winston Churchill dijo: “Toda crisis es mitad un fracaso y mitad una oportunidad”. Pero la crisis no se produjo –por lo menos de la forma clásica–, y parte de los argentinos pasó del miedo a la crisis al miedo al cambio. Apesadumbrado, un empresario se quejaba de los votantes que en sus preferencias “están yendo de la cabeza al bolsillo”. Pero, probablemente, bolsillo y cabeza hayan estado siempre juntos, ya sea para pedir cambio o no pedirlo, según la situación.
En el acelerado declive de Massa está el primer campo de batalla entre cambio y continuidad. ¿Cuántos de los votantes de Massa irían para Scioli y cuántos para Macri? Según el jefe de asesores del Frente Renovador, el peruano Sergio Bendixen, en un ballottage entre Scioli y Macri el 57% de los votantes actuales de Massa iría para Scioli y el 43%, para Macri. En el PRO tienen proyecciones invertidas de esa migración, pero –sea cual fuere– es en el espacio de Massa donde la labilidad entre cambio y continuidad es mayor que en ningún otro colectivo político, por la hibridez de su oferta.
Si migrarán más hacia el cambio en la crisis y menos en la estabilidad, al decir Sergio Bendixen que más votantes de Massa hoy irían para Scioli que para Macri está reconociendo que el cambio como concepto está debilitado frente al de continuidad.
Y todo indica que Massa será la primera víctima de esa situación, porque donde residía su fortaleza política, la provincia de Buenos Aires, casi un intendente por día abandonó su Frente Renovador esta semana. Y son tan serias como verosímiles las fuentes que aseguran que, cansado de no poder unir a la oposición, el propio Francisco de Narváez estaría dispuesto a dar un paso al costado y bajar su candidatura a gobernador, y que –entonces– hasta la candidatura de Massa correría el riesgo de no llegar a las PASO.
La crisis terminal no se produjo, y muchos argentinos pasaron del miedo a la crisis al miedo al cambio
La propia intransigencia del PRO a hacer cualquier alianza con De Narváez o con Massa también testimonia el temor a que el cambio pueda terminar no siendo la carta ganadora que preveían ya que, si no están seguros de ganar aun con el Frente Renovador, sería mejor perder manteniendo su identidad a la espera de que la sociedad se convenza de que el cambio será necesario en 2017 y 2019, cuando tenga las pruebas de las consecuencias de no haberlo hecho.
Pero en los cinco meses que quedan hasta octubre el PRO podría disipar los miedos al cambio respondiendo a Cristina, quien en su apoteótico acto del 25 de Mayo, sabiendo que allí había un fantasma que le resultaba favorable, dijo: “No es continuidad o cambio, los que quieren cambio que nos expliquen a todos qué quieren”.
[Jean-Paul Sartre: Bosquejo de una teoría de las emociones]
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Parte del crecimiento de la intención de voto a candidatos del oficialismo, como del desmoronamiento de Massa y del estancamiento de Macri, está relacionada con los distintos significados que –con el correr del tiempo y de las emociones que generan sus circunstancias– parte de la sociedad le va asignando al significante “cambio”. Cuando las cosas van mal, “cambio” significa oportunidad; y cuando las cosas van bien, “cambio” significa amenaza.
Cuando las cosas van mal, «cambio» significa oportunidad. Cuando van bien, significa amenaza
Se podría simplificar la mejor situación electoral actual del oficialismo diciendo que para una mayor cantidad de personas las cosas van mejor de lo que imaginaban que irían cuando la palabra “cambio” cosechaba más expectativas.
Lo que habría cambiado es la forma de ver las cosas, lo que no significa que las cosas necesariamente estén mejor, sino que no están peor de lo que esperaban que estuvieran, ya que desde la devaluación de enero de 2014 la curva del consumo lleva 16 meses consecutivos de caída, aunque atemperándose: 2014 terminó 1,4% menor que en 2013, y en el primer cuatrimestre de 2015 el consumo fue 0,9% menor que en 2014.
Paralelamente, la inflación, en lugar de espiralizarse –en parte por el propio enfriamiento de la economía– volvió a los niveles de 2013, altísimos pero inferiores a los de 2014, y los bancos (ver página 22) relanzan planes con cuotas fijas a 24 o más meses porque imaginan una inflación decreciente en 2016 y 2017 sea cual fuere el ganador de las elecciones de octubre.
Pasar de un pronóstico de terremoto a otro de lánguida calma no conforma a los más exigentes, pero sí tranquiliza a los más temerosos, quienes comienzan a preguntarse si el cambio no contiene para ellos más peligros que esperanzas, desplazando su temor del kirchnerismo a la oposición.
Hoy la oferta política se sintetiza en cambio, continuidad y –como ahora resignificó Massa– “cambio justo”. Hace dos años, hasta Scioli incluía en su imaginario algo de cambio cuando Macri era cambio, Massa cambio con continuidad, y Scioli continuidad con cambio. Haber centrado la batalla simbólica entre cambio o continuidad pudo haber sido efectivo en 2013, pero corre el riesgo de convertirse en un boomerang dependiendo de la evolución de la economía.
Se podría decir que crisis y cambio son un conjunto de causa y efecto. Winston Churchill dijo: “Toda crisis es mitad un fracaso y mitad una oportunidad”. Pero la crisis no se produjo –por lo menos de la forma clásica–, y parte de los argentinos pasó del miedo a la crisis al miedo al cambio. Apesadumbrado, un empresario se quejaba de los votantes que en sus preferencias “están yendo de la cabeza al bolsillo”. Pero, probablemente, bolsillo y cabeza hayan estado siempre juntos, ya sea para pedir cambio o no pedirlo, según la situación.
En el acelerado declive de Massa está el primer campo de batalla entre cambio y continuidad. ¿Cuántos de los votantes de Massa irían para Scioli y cuántos para Macri? Según el jefe de asesores del Frente Renovador, el peruano Sergio Bendixen, en un ballottage entre Scioli y Macri el 57% de los votantes actuales de Massa iría para Scioli y el 43%, para Macri. En el PRO tienen proyecciones invertidas de esa migración, pero –sea cual fuere– es en el espacio de Massa donde la labilidad entre cambio y continuidad es mayor que en ningún otro colectivo político, por la hibridez de su oferta.
Si migrarán más hacia el cambio en la crisis y menos en la estabilidad, al decir Sergio Bendixen que más votantes de Massa hoy irían para Scioli que para Macri está reconociendo que el cambio como concepto está debilitado frente al de continuidad.
Y todo indica que Massa será la primera víctima de esa situación, porque donde residía su fortaleza política, la provincia de Buenos Aires, casi un intendente por día abandonó su Frente Renovador esta semana. Y son tan serias como verosímiles las fuentes que aseguran que, cansado de no poder unir a la oposición, el propio Francisco de Narváez estaría dispuesto a dar un paso al costado y bajar su candidatura a gobernador, y que –entonces– hasta la candidatura de Massa correría el riesgo de no llegar a las PASO.
La crisis terminal no se produjo, y muchos argentinos pasaron del miedo a la crisis al miedo al cambio
La propia intransigencia del PRO a hacer cualquier alianza con De Narváez o con Massa también testimonia el temor a que el cambio pueda terminar no siendo la carta ganadora que preveían ya que, si no están seguros de ganar aun con el Frente Renovador, sería mejor perder manteniendo su identidad a la espera de que la sociedad se convenza de que el cambio será necesario en 2017 y 2019, cuando tenga las pruebas de las consecuencias de no haberlo hecho.
Pero en los cinco meses que quedan hasta octubre el PRO podría disipar los miedos al cambio respondiendo a Cristina, quien en su apoteótico acto del 25 de Mayo, sabiendo que allí había un fantasma que le resultaba favorable, dijo: “No es continuidad o cambio, los que quieren cambio que nos expliquen a todos qué quieren”.
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