El mito del imbatible aparato bonaerense

Se habla y se escribe sobre el «aparato» político del conurbano bonaerense y sobre su poder para salir victorioso de las contiendas electorales. El imaginario colectivo parece remitir, con esta palabra, a la visión de un dispositivo mecánico y único, comandado por una voluntad política que lo dirige. Entonces esa voluntad ordena «votar a tal» y de modo automático, en el cuarto oscuro, las manos de los votantes humildes, que en esta mirada vienen a funcionar como una suerte de rebaño del aparato, toman la boleta de tal y la colocan en la urna. Esta interpretación simplista de cómo funciona la política entre los pobres, más allá de los prejuicios que encierra, resulta falsa. Extendida como se encuentra es, además, la mejor publicidad para seguir construyendo el mito de su imbatibilidad. Si el aparato es invencible, ¿qué se puede hacer frente a él? Nada.
Una perspectiva más real sugiere pensar que el aparato no es ni más ni menos que el control del poder estatal en sus tres niveles: local, provincial y nacional. En realidad, la expresión «aparato» es un eufemismo para decir Estado, y su valor radica en los recursos que provee el control del Estado: nadie ignora cómo, a la hora de las elecciones, todos los medios del Estado -desde materiales hasta simbólicos- se ponen al servicio del candidato oficialista. Los aparatos locales no funcionan exclusivamente en períodos electorales. Sus diferentes mecanismos trabajan todo el año; pues se trata de la organización de «militantes rentados», o beneficiarios de programas sociales controlados por el municipio, coordinados para cumplir con una tarea de persuasión política, control electoral, movilización a los actos, difusión y propaganda. En algunos casos, incluso, fuerza de choque temida entre los mismos pobres.
La manipulación de este dispositivo otorga, sin dudas, una ventaja a los oficialismos, pero ni determina la conducta de los votantes más humildes ni garantiza la victoria. Aunque es preciso aclarar dos puntos. En primer lugar, estos instrumentos estatales ejercen mayor presión en los períodos de elecciones a intendentes, que es cuando se pone en juego la permanencia en el poder de los jefes locales. En segundo lugar, el peso del aparato aparece con mayor relevancia en el conurbano bonaerense y en las grandes ciudades del interior (La Plata, Mar del Plata, Bahía Blanca) que en las pequeñas localidades.
Ahora bien, para calibrar mejor los límites del «aparato», conviene hacer un poco de historia que ayude a despejar el mito de la realidad política. El 9 de julio de 1988, en la competencia interna cerrada bonaerense, Carlos Menem ganó por el 6% de los votos al propio gobernador Antonio Cafiero. Como bien recordaba un fiscal cafierista: «Ese día los compañeros bajaban de los colectivos de línea, nadie los traía, cuando vi que volaban las boletas de Menem me di cuenta de que venían a votarlo a él». Tiempo después, las manzaneras, a las cuales por estas horas todos parecen haber olvidado, se constituyeron en la gran red capaz de contener a las madres humildes del conurbano bonaerense, comandadas por Hilda «Chiche» González de Duhalde, mujer del gobernador más poderoso que haya tenido la provincia desde la llegada de la democracia.
Fue en aquellos tiempos que, gracias al Fondo de Reparación Histórica del Conurbano Bonaerense, se fortaleció el consabido «aparato», merced a los cuantiosos recursos adicionales recibidos por los barones del conurbano. Un domingo de 1997, Graciela Fernández Meijide, una frepasista al frente de la coalición con la UCR, disputó al peronismo en la elección legislativa, y venció a «Chiche», a sus manzaneras y al aparato, por 49 a 42% de los sufragios, al triunfar en varios distritos del conurbano. En 2009, la coalición entre Francisco De Narváez, Mauricio Macri y Felipe Solá se impuso al propio Néstor Kirchner junto con Daniel Scioli y muchos intendentes que iban como candidatos en las listas testimoniales.
Estos ejemplos que recorren treinta años de historia no hacen más que confirmar que en las elecciones nacionales abiertas, sean internas o generales, la decisión de la ciudadanía es fundamental. Y las franjas más necesitadas de la sociedad, al igual que las capas medias y altas, tienen sus amores y sus odios. ¿Significa esto que los intendentes no reparten boletas con sus preferencias? ¿Significa esto que no existen amenazas sobre los beneficiarios de los programas sociales? ¿Significa esto que no hay un intento de intercambiar favores por votos que a veces puede salir bien y otras no tanto? Por supuesto que todo esto existe y el aparato estatal constituye una carta a favor de quienes lo manejan. Pero el peronismo bonaerense funciona de forma más monolítica en las urnas cuando hay un liderazgo fuerte a nivel nacional. Cuando ese liderazgo inicia su ocaso, como se preveía y confirman las cifras de las PASO últimas, al tiempo que en su lugar emerge una nueva figura con capacidad de conducirlo, aquella verticalidad comienza a resquebrajarse. Un dato más por tener en cuenta es que para vencer al oficialismo en la provincia de Buenos Aires se precisa captar el apoyo electoral de una franja tanto de la clase media como de los sectores populares. Fernández Meijide, en su momento, y Massa, hoy, lograron armar esa coalición social-electoral.
Los intendentes que apoyaron a Martín Insaurralde contaron con su propia estructura y con los recursos adicionales de los gobiernos nacional y provincial, mientras que los massistas sólo dispusieron de los medios provistos por sus respectivas estructuras municipales. A pesar de la asimetría en los recursos de unos y otros, la balanza se inclinó a favor del tigrense, lo cual hizo más relevante su performance. Algunos números aclaran la incidencia real de los aparatos. En primer lugar, en los distritos kirchneristas de Lanús, Avellaneda, Presidente Perón, Morón, Ituzaingó, Moreno, José C. Paz y Tres de Febrero, el FR venció pese a carecer allí de aparato alguno. En segundo lugar, en las intendencias oficialistas, donde ganó su candidato, lo hicieron con una diferencia promedio del 10%; que van del 23%, en Lomas de Zamora, al 0,20% en Merlo. En tanto que en las intendencias del massismo, la distancia promedio a su favor fue del 28% (oscilando entre 48 y 10%). Estos números prueban que si bien los aparatos inciden a la hora del voto pueden no ser determinantes si la voluntad popular se inclina por una alternativa diferente a la que sostienen esas estructuras. En una palabra, cuando hay una voluntad de la mayoría de investir a un candidato, los dispositivos políticos tienen un poder limitado para torcer el resultado electoral. Por el contrario, la sinergia entre el aparato y la voluntad popular agigantan la distancia a favor del candidato preferido: el massismo obtuvo por sobre el kirchnerismo diferencias tales como 48%, en Tigre; 39%, en San Fernando; 38%, en San Isidro; 35%, en Malvinas Argentinas; 24%, en San Martín; todos distritos gobernados por el FR.
El fenómeno del Frente Renovador, si bien integra en su seno a representantes de distintos sectores, como la UIA, la CGT y figuras independientes, se articula en torno a una red de intendentes que han decidido asumir el protagonismo de la política nacional detrás de Sergio Massa. Este acuerdo entre jefes locales con desarrollo y poder territorial puede otorgarle al Frente Renovador una estabilidad que no suelen tener los alianzas de cúpula, siempre más sujetas a las vanidades de sus dirigentes.
© LA NACION .

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