– Est ás más flaco me parece ¿Mucho trabajo?
A mediados de mayo, Sergio Massa flotaba en un limbo con sus astronómicos índices de buena imagen y hasta facturaba un piropo de Cristina de Kirchner , inédita usina de una gentileza puntillosamente femenina.
Un mes después, luego de anticipar -mediante una cadena de mensajeros que tuvo en Julián Domínguez su último escalón- que sería candidato y toparse con la insólita subestimación de Olivos, Massa amaneció como opositor.
Este domingo, 70 días después del halago estético -y laboral- de la Presidente, el tigrense enfrentará al dispostivio electoral más poderoso del país, una industria que hermana a la Casa Rosada, al Gobierno bonaerense y a 91 de los 135 intendentes de la provincia de Buenos Aires.
En ese tránsito, el «mito» Massa pisó el barro. La gestión Tigre quedó bajo la lupa crítica y el oficialismo desmenuzó, con números frios, la «Miami» bonaerense. Se le reclamaron definiciones que gambeteó, y sobre el final de la campaña mutó su hoja de ruta para levantar el perfil anti-K .
Desde su irrupción como candidato, 50 días atrás, fue en pendiente. La diversidad de su boleta -un puzzle que juntó a Adrián Pérez, Ignacio de Mendiguren, macristas como Soledad Martínez y patrones del PJ conurbánico como el exdevidista Sandro Guzmán o Darío Giustozzi de Almirante Brown, donante de la imprescindible cuota de zona sur que requiere toda aventura electoral-se licuó con los días.
El tiempo, además, perforó su presunción de una empatía secreta, un entendimiento mudo de cofrades con otros jerarcas del peronismo a los que evitó atacar aunque ellos lo atacaron.
El imaginario inicial de diez o doce puntos de diferencia sólo perdura en círculos entusiastas mientras, a norte y sur, los massistas repiten el mantra de una diferencia que oscila entre los 4 y los 7 puntos.
– Tres o cuatro -dice el candidato, guiña un ojo, balancea la cabeza, sonríe de lado.
Son, aquellos, los mismos que rezongan por una campaña que consideran «mala», desordenada e híperpersonalizada, en la que sobre la hora asomó una versión explosiva e inconveniente de Malena Galmarini.
El exitismo massista de los primeros días se opacó y, en el orden inverso, el dramatismo del peronismo K parió una expectativa que un mes atrás era una fantasía de trasnochados.
Así como Massa , desde que arrancó la campaña se deslizó por un tobogán, Martín Insaurralde registró una escalada. El lomense, que pronostica una victoria con un 35% de los votos, es una luna política que empezó a brillar gracias a la luz que irradian otros astros de la costelación K: Cristina de Kirchner, su madrina, y Daniel Scioli que 36 horas después de la bendición como candidato, y a pesar de la feroz exclusión de sciolistas de las boletas del FpV, se instaló a su lado y lo escoltó como un edecán durante toda la campaña.
El desconocido Insaurralde tuvo, hasta acá, un mérito: no generar rechazo. Un dato que resalta en los sondeos que devoran en Balcarce 50 señala que el lomense tiene un índice de rechazo inferior al kirchnerismo. Su imagen negativa es del 28%, por debajo de la resistencia promedio al Gobierno.
Un peronista que influye sobre Scioli acuñó un dictamen. «Más lo conocen a Martín, más lo votan; más lo conocen a Sergio, menos lo votan» . El corte de este tirón de la campaña parece darle la razón: Massa no paró de perder, día a día, votantes mientras Insaurralde incrementó, a diario, su intención de voto.
Mediaron fenómenos y decisiones. El pragmatismo de Cristina de Kirchner fue quizá el más relevante. La Presidente «peronizó las listas del FpV, que volvieron a ser el reino de los poderes territoriales -más de dos tercios de los candidatos «entrables» tienen esa matriz-, escondió a La Cámpora, redescubrió las bondades electorales de Scioli y silenció a los coreutas K que martillaban con la utopía reeleccionista. El incipiente, aunque modesto, giro positivo en las expectativas de la economía también contribuyó a transformar una derrota por goleada, lujos y gambetas, en una elección con final incierto.
Es lo que advierte el grueso de los encuestadores, refugiados en «empate técnico» y el margen de error muestra pero que, mayoritariamente, coloca a Massa unos puntos por encima de Insaurralde .
Poliarquía, Fara, Haime y Management & Fit dan al tigrense en la cima pero anexan la salvedad de que la diferencia tendía a estrecharse. Aresco y CEOP daban, en sus últimos cortes, a Insaurralde arriba por décimas. Giacobbe, auguró un triunfo arrolador de Massa por 10 puntos y hundió al FpV bajo la oprobiosa línea de los 30 puntos.
Al margen de los enigmas de la elección, que Ámbito Financiero detalló el viernes pasado y refieren al impacto de la tracción de los intendentes y al dispositivo electoral -ayer, Felipe Solá como otros massistas, agitó la versión de un pacto entre los K y De Narváez para «eliminar» las boletas del Frente Renovador, dato que este diario publicó en la víspera- asoman otras incógnitas e interpretaciones sobre los números del domingo y el después.
• En el massismo, sugieren la conveniencia de un resultado reñido que luego les permita imantar el voto anti-K en octubre. Son los que creen que el 11-A, Massa estará cerca de su piso e Insaurralde cerca de su techo.
• El Gobierno apuesta a que se profundizará el deterioro de Massa pero necesita, como paso primordial, superar el 32,2% que Néstor Kirchner -el peor resultado histórico del PJ en su historia- obtuvo en 2009. Cualquier número por abajo de ese indicador sería algo más que una señal de alerta.
A mediados de mayo, Sergio Massa flotaba en un limbo con sus astronómicos índices de buena imagen y hasta facturaba un piropo de Cristina de Kirchner , inédita usina de una gentileza puntillosamente femenina.
Un mes después, luego de anticipar -mediante una cadena de mensajeros que tuvo en Julián Domínguez su último escalón- que sería candidato y toparse con la insólita subestimación de Olivos, Massa amaneció como opositor.
Este domingo, 70 días después del halago estético -y laboral- de la Presidente, el tigrense enfrentará al dispostivio electoral más poderoso del país, una industria que hermana a la Casa Rosada, al Gobierno bonaerense y a 91 de los 135 intendentes de la provincia de Buenos Aires.
En ese tránsito, el «mito» Massa pisó el barro. La gestión Tigre quedó bajo la lupa crítica y el oficialismo desmenuzó, con números frios, la «Miami» bonaerense. Se le reclamaron definiciones que gambeteó, y sobre el final de la campaña mutó su hoja de ruta para levantar el perfil anti-K .
Desde su irrupción como candidato, 50 días atrás, fue en pendiente. La diversidad de su boleta -un puzzle que juntó a Adrián Pérez, Ignacio de Mendiguren, macristas como Soledad Martínez y patrones del PJ conurbánico como el exdevidista Sandro Guzmán o Darío Giustozzi de Almirante Brown, donante de la imprescindible cuota de zona sur que requiere toda aventura electoral-se licuó con los días.
El tiempo, además, perforó su presunción de una empatía secreta, un entendimiento mudo de cofrades con otros jerarcas del peronismo a los que evitó atacar aunque ellos lo atacaron.
El imaginario inicial de diez o doce puntos de diferencia sólo perdura en círculos entusiastas mientras, a norte y sur, los massistas repiten el mantra de una diferencia que oscila entre los 4 y los 7 puntos.
– Tres o cuatro -dice el candidato, guiña un ojo, balancea la cabeza, sonríe de lado.
Son, aquellos, los mismos que rezongan por una campaña que consideran «mala», desordenada e híperpersonalizada, en la que sobre la hora asomó una versión explosiva e inconveniente de Malena Galmarini.
El exitismo massista de los primeros días se opacó y, en el orden inverso, el dramatismo del peronismo K parió una expectativa que un mes atrás era una fantasía de trasnochados.
Así como Massa , desde que arrancó la campaña se deslizó por un tobogán, Martín Insaurralde registró una escalada. El lomense, que pronostica una victoria con un 35% de los votos, es una luna política que empezó a brillar gracias a la luz que irradian otros astros de la costelación K: Cristina de Kirchner, su madrina, y Daniel Scioli que 36 horas después de la bendición como candidato, y a pesar de la feroz exclusión de sciolistas de las boletas del FpV, se instaló a su lado y lo escoltó como un edecán durante toda la campaña.
El desconocido Insaurralde tuvo, hasta acá, un mérito: no generar rechazo. Un dato que resalta en los sondeos que devoran en Balcarce 50 señala que el lomense tiene un índice de rechazo inferior al kirchnerismo. Su imagen negativa es del 28%, por debajo de la resistencia promedio al Gobierno.
Un peronista que influye sobre Scioli acuñó un dictamen. «Más lo conocen a Martín, más lo votan; más lo conocen a Sergio, menos lo votan» . El corte de este tirón de la campaña parece darle la razón: Massa no paró de perder, día a día, votantes mientras Insaurralde incrementó, a diario, su intención de voto.
Mediaron fenómenos y decisiones. El pragmatismo de Cristina de Kirchner fue quizá el más relevante. La Presidente «peronizó las listas del FpV, que volvieron a ser el reino de los poderes territoriales -más de dos tercios de los candidatos «entrables» tienen esa matriz-, escondió a La Cámpora, redescubrió las bondades electorales de Scioli y silenció a los coreutas K que martillaban con la utopía reeleccionista. El incipiente, aunque modesto, giro positivo en las expectativas de la economía también contribuyó a transformar una derrota por goleada, lujos y gambetas, en una elección con final incierto.
Es lo que advierte el grueso de los encuestadores, refugiados en «empate técnico» y el margen de error muestra pero que, mayoritariamente, coloca a Massa unos puntos por encima de Insaurralde .
Poliarquía, Fara, Haime y Management & Fit dan al tigrense en la cima pero anexan la salvedad de que la diferencia tendía a estrecharse. Aresco y CEOP daban, en sus últimos cortes, a Insaurralde arriba por décimas. Giacobbe, auguró un triunfo arrolador de Massa por 10 puntos y hundió al FpV bajo la oprobiosa línea de los 30 puntos.
Al margen de los enigmas de la elección, que Ámbito Financiero detalló el viernes pasado y refieren al impacto de la tracción de los intendentes y al dispositivo electoral -ayer, Felipe Solá como otros massistas, agitó la versión de un pacto entre los K y De Narváez para «eliminar» las boletas del Frente Renovador, dato que este diario publicó en la víspera- asoman otras incógnitas e interpretaciones sobre los números del domingo y el después.
• En el massismo, sugieren la conveniencia de un resultado reñido que luego les permita imantar el voto anti-K en octubre. Son los que creen que el 11-A, Massa estará cerca de su piso e Insaurralde cerca de su techo.
• El Gobierno apuesta a que se profundizará el deterioro de Massa pero necesita, como paso primordial, superar el 32,2% que Néstor Kirchner -el peor resultado histórico del PJ en su historia- obtuvo en 2009. Cualquier número por abajo de ese indicador sería algo más que una señal de alerta.