El Gobierno dijo que el único candidato es el modelo pero escogió como vicejefe de la Capital a un radical hipercrítico de Perón, Kirchner, Cristina y La Cámpora, para regocijo de Lousteau. El oficialismo, la oposición y Lorenzetti no comprenden que sólo la negociación política puede rescatar a la Corte Suprema de su marasmo.
Por Horacio Verbitsky
Desde Resistencia, donde acompañó la campaña de su ex jefe de gabinete Jorge Capitanich, CFK dijo una palabra sobre las candidaturas. Admitió la legitimidad de las aspiraciones de quienes se consideran capacitados para desempeñar el cargo al que se postulan, pero les pidió humildad, dijo que no hay cargos chicos y recomendó tener en cuenta que “también el resto de los ciudadanos deben creer que es el más capacitado para esa función”. Agregó que era necesaria una “mirada más amplia, el abandono de egos personalistas”, ya que “si realmente creemos que esto es un proyecto colectivo, que la patria es el otro, tengamos esa actitud y contribuyamos todos con seriedad a fortalecer el proyecto nacional, popular y democrático que ha permitido en estos doce años transformar la vida de los 40 millones de argentinos”. Esto fue leído como una advertencia por el excesivo número de precandidatos a la gobernación bonaerense, inquietante a la luz de la dura experiencia porteña, donde siete candidatos dispersaron los votos y dejaron al Frente para la Victoria en el tercer lugar detrás de la PROpuesta Republicana y el ECO de la fantasía.
¿Qué Santoro?
El jueves, al estudio de grabación en que estaba recluido llegó la versión de que el compañero de fórmula de Mariano Recalde en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires sería Santoro. Me pareció una decisión audaz e inteligente, ya que la obra de este pintor, nacido después del golpe de 1955, ha logrado resignificar el peronismo como elemento central de la cultura argentina contemporánea y es una de las más personales y atractivas de estos tiempos. Recién al terminar la grabación supe que el candidato no era Daniel sino Leandro Santoro, el desconocido jefe de la agrupación radical Los Irrompibles, quien fue incluido en la tumultuosa comitiva del último viaje presidencial al Vaticano, cuando su amigo Andrés Larroque le entregó una camiseta de La Cámpora al sonriente Papa Francisco, al regreso fue designado como subsecretario para la Reforma Institucional y el Fortalecimiento de la Democracia y se convirtió en habitué del programa 6,7,8. Se me ocurrió entonces que las palabras de Cristina también podían interpretarse como una autocrítica por los métodos de selección de los candidatos propios. De inmediato varios portales de noticias republicaron una catarata de tweets denigrantes contra Juan Perón, Néstor Kirchner, CFK, La Cámpora y el proceso político de la última década, firmados por Leandro Santoro en los últimos años. Peor que esas ramplonerías es la defensa que ensayó Santoro: en Twitter un desconocido pone cualquier pavada sin pensarlo dos veces, porque sólo le interesa la repercusión inmediata y no se imagina que alguna vez llegará a algún lugar importante y se los recordarán. En forma explícita dijo que si hubiera sabido que sería candidato a la vicejefatura de gobierno no los habría escrito. Es decir, ése era su pensamiento, y lo que lamenta es que lo hayan descubierto, ahora que no le conviene. Por supuesto, acusó por divulgarlos a los medios hegemónicos.
Un panel que con dificultad disimulaba su estupefacción le permitió explayarse sin interrupciones, lo cual terminó la obra de autodestrucción del personaje, quien es yerno de Leopoldo Moreau, el candidato presidencial del radicalismo que en 2003 compitió con Néstor Kirchner y obtuvo el 2,3 por ciento de los votos y luego se convirtió en operador de Julio Cobos, José Luis Manzano y Daniel Vila, hasta recalar en el kirchnerismo. La primera explicación que Santoro recitó fue que su antikircherismo se había debido al resentimiento, porque le robó sus banderas, atrayendo a los sectores obreros y estudiantiles. Después señaló que él era el único candidato radical en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y lamentó que luego de 25 años de militancia (tiene 38) la UCR nunca le haya ofrecido un cargo, porque eso no lo decide una convención sino el dedo de los dirigentes. A continuación agradeció a Cristina, a su hijo Máximo y al Cuervo Larroque esta oportunidad, que nunca hubiera imaginado. Como en los videos infantiles, hay dedos buenos y dedos malos.
Desde las doloridas filas del kirchnerismo se difundieron otras actuaciones de Santoro que ni siquiera pueden atribuirse a la irreflexión de un mensaje de 140 caracteres, porque requirieron algún tiempo de elaboración y puesta en escena. En marzo de 2013, inauguró junto con los dirigentes radicales Ricardo Gil Lavedra, Manuel Garrido y Leandro Despouy y con la kirchnerista arrepentida Graciela Ocaña un denominado “paseo de la corrupción de las estrellas K”. Según Santoro, se proponían “poner en evidencia la doble moral, el doble discurso y la doble contabilidad de los que dicen hacer la revolución social desde Puerto Madero”, ya que “mientras el Gobierno dice llevar adelante políticas que apuntan a la equidad y a la justicia social, los principales referentes del kirchnerismo, como Cristina, Aníbal Fernández y Amado Boudou tienen propiedades millonarias y un estilo de vida más cercano a una celebridad de Hollywood que al de un funcionario público”. Sobre un mapa de Puerto Madero señalaron con una estrella las propiedades atribuidas a los funcionarios y sobre el puente de la mujer montaron un “paseo de las estrellas K”. Santoro explicó que había invitado a Despouy, Garrido y Ocaña “porque son tres referentes clave en la lucha contra la corrupción”. Según la regocijada crónica del diario Clarín, “al final de la actividad, se repartirá pizza y champagne en una suerte de parodia de la década menemista a la que, según los jóvenes radicales, el kirchnerismo se parece mucho más de lo que admite”. Una de las voces más autorizadas del kirchnerismo desdeña: “Nunca voté vicegobernadores, vicejefes ni vicepresidentes”.
Un flanco débil
La elección de los candidatos ha sido siempre un flanco débil del kirchnerismo. Esto se explicó por la extrema fragilidad de los comienzos y por necesidades tácticas. En 2003 Néstor Kirchner le propuso a Daniel Scioli la candidatura a la vicepresidencia cuando supo que un sector sindical y el ex senador Eduardo Duhalde, quien estuvo unos meses en forma interina a cargo del Poder Ejecutivo, impulsaban la candidatura del ministro de Economía Roberto Lavagna, quien parecía menos manejable que el ministro de Turismo. También propició la reelección en Buenos Aires de Felipe Solá, quien había asumido ante la fuga del gobernador Carlos Rückauf. En 2006, Kirchner volvió a pensar en Scioli para la gobernación de Buenos Aires. Cuando le pregunté por los motivos de esta decisión, me dijo que Maurizio Macrì planeaba pasar de la Capital Federal a Buenos Aires y que si lograba alcanzar su gobernación, sería el fin del proyecto nacional. Scioli le parecía la única alternativa para impedirlo y confiaba en controlarlo con facilidad, designándole el vicegobernador y las listas de legisladores, amén de la dependencia económica del poder central de una provincia en emergencia. Mi opinión era que al coincidir la elección bonaerense con la presidencial, era CFK quien traccionaría votos para el candidato a la gobernación. Kirchner pensaba que para ganar la presidencia en primera vuelta, con el 45 por ciento de los votos, era imprescindible el aporte de un candidato bonaerense fuerte. Cristina fue electa en primera vuelta, con Julio Cobos como vicepresidente, quien apenas seis meses después de asumir votó contra su propio gobierno en el Senado en el tema decisivo de las relaciones del Estado con la Sociedad Rural y la política redistributiva. Kirchner llegó a formular un público arrepentimiento de su opción por Cobos. En 2009, ante un nuevo proyecto de ley punitivista de Scioli y su ministro de Justicia y Seguridad, el alcaide mayor penitenciario Ricardo Casal, acudí a Kirchner y le dije que sólo él podía impedir la sanción de una ley que volvería a llenar de jóvenes acusados por delitos menores las cárceles y comisarías bonaerenses, incrementando los niveles de violencia en las calles. “Puedo llamarlo a Daniel. Si le pido que baje esa ley, lo hará. Lo que no puedo es impedir que explique en público que lo hizo a mi pedido. Y en plena campaña electoral sería peligrosísimo”. Kirchner sabía de qué hablaba. Un mes antes de su muerte, en un discurso sobre la inseguridad, Scioli dijo que tenía las manos atadas. Ese 2009 fue el año en que el anodino Francisco De Narváez se impuso a la lista que encabezaban Kirchner, Scioli y Sergio Massa.
Vivir mejor
El problema no se reduce a la elección del candidato. También debe haber alguna coherencia entre el estandarte y quien lo enarbola. En 2013, ante la deserción de Sergio Massa, el gobierno nacional le opuso al intendente de Lomas de Zamora, Martín Insaurralde. Algunos de los dirigentes que participaron en la decisión explican que la idea era enfrentar a Massa con un espejo, un candidato insubstancial, que pudiera mostrar una gestión atractiva para sectores de la clase media, detrás de quien colgar a los candidatos kirchneristas más conocidos que debían renovar su mandato, como Carlos Kunkel, Diana Conti y Cuto Moreno. Sin embargo, el lema proselitista fue contradictorio con ese candidato de bajas calorías, vinculado desde los comienzos de su carrera política con el juego: “En la vida hay que elegir”, decía, y para que no quedaran dudas, Cristina lo acompañó en buena parte de los actos de campaña. Luego de la derrota en 2013, amagó con pasarse de bando pero terminó quedándose en el oficialismo porque en el Frente Renovador ya había otros precandidatos a la gobernación y Massa no actúa como ordenador de su propia fuerza. Un oximoron similar se produjo este año en la CABA: a diferencia de Insaurralde, Mariano Recalde y Carlos Tomada representan en forma indudable el proyecto político que gobierna desde hace doce años, pero la consigna “Podemos vivir mejor” diluye ese mensaje. De hecho, es la misma que eligió para su aventura bonaerense el diputado Darío Giustozzi, quien hoy vacila entre permanecer en el Frente Renovador o regresar al Frente para la Victoria. Sus gigantografías en las rutas provinciales proclaman: “Yo quiero que vivamos mejor”. Para colmo, ahora, Recalde y Tomada deben cargar con el lastre de Santoro, quien sin duda ya está viviendo mejor que cuando confesaba sus pensamientos más profundos en Twitter y que ahora va por más. Un proceso similar se está desarrollando en Córdoba, donde el candidato kirchnerista a la gobernación, Eduardo Accastello, presentó como su compañero de fórmula al cuentista de chistes Cacho Buenaventura. Como humorista, Buenaventura comparte los tics machistas del candidato republicano a la gobernación de Santa Fe, Miguel del Sel, aunque sus definiciones políticas no son violentas y represivas como las del postulante de Maurizio Macrì.
Una tendencia mundial
La lógica subyacente a la decisión de Kirchner cuando concibió la mudanza de Scioli de la Capital a la provincia de Buenos Aires era que cuando hay elecciones, el principal deber es ganarlas. En una democracia donde a los gobernantes los elige el voto popular, esto es inapelable. En cambio la opción de Cristina por Mariano Recalde marca la voluntad de fortalecer al núcleo duro propio, esa gente que no acudirá en auxilio de la victoria cuando un nuevo presidente ocupe la Casa de Gobierno, porque seguirá formando parte del mismo proyecto que, como dijo Wado de Pedro, recién comienza. No era muy conocido, su tarea militante se había dado en la administración de la línea aérea de bandera y no en el territorio porteño y las primarias lo mostraron con el menor caudal de votos del Frente para la Victoria desde 2003 en la Capital. Pero aún así refiere a una cuestión identitaria del kirchnerismo que lo hace inatacable. Las candidaturas de figuras conocidas en actividades más populares que la política (como Scioli, Carlos Reutemann, Palito Ortega, Nito Artaza, el Colorado Mac Alister, Héctor Bidonde, Susana Rinaldi, Del Sel, el fallido aspirante presidencial Carlos Bilardo o la Coneja Baldassi, por no hablar de Maurizio Macrì, quien es un hombre de negocios con el Estado pero prefiere presentarse como deportista por sus años como presidente de Boca), son parte de una tendencia mundial. El mediocre pero muy conocido actor Ronald Reagan alcanzó la presidencia de los Estados Unidos y su colega Arnold Schwarzenegger la gobernación de su más populoso estado, California. El luchador Jesse Ventura saltó del ring a la casa de gobierno de Minnesota. El derrumbe de Silvio Berlusconi en Italia fue apurado por el surgimiento del Movimiento Cinco Estrellas, creado por el cómico Beppe Grillo. Allí mismo ocupó una banca de diputada la actriz porno Ilona Staller, la Cicciolina. El cómico Coluche era el favorito para las elecciones presidenciales de Francia en 1981 cuando se mató en un accidente. En Ucrania, el campeón mundial de boxeo Vitali Klichkó fue electo al parlamento y aspira a la presidencia, tal como su colega Manny Pacquiao en las Filipinas. El implacable goleador Romario ocupa una de las bancas cariocas en la Cámara de Diputados. El Caballo Mayor del merengue, Johnny Ventura, fue diputado y alcalde de Santo Domingo. Su colega Rubén Blades fue candidato presidencial de Panamá y ocupó el ministerio de Turismo. El presidente de Haití es Michel Martelly, más conocido como el popular cantante Sweet Micky. De modo que ninguna profesión debe ser menoscabada y menos aquellas que concitan el afecto popular. Pero hay límites distintos a los geográficos que no pueden traspasarse así nomás. Al afirmar que el único candidato es el modelo, el kirchnerismo apaciguó a los apresurados que intentaban forzar definiciones antes de tiempo y ratificó el liderazgo de Cristina como única conducción. Pero este atributo se pone a prueba en cada medida y se resiente con incongruencias como la opción por Santoro para la Capital, que no aporta votos nuevos y ahuyenta a los propios, porque ofende al mismo tiempo a los militantes y a los porteños. En las redes sociales ya comenzaron a aparecer internautas kirchneristas para quienes la única posibilidad de impedir un tercer mandato amarillo en la Ciudad sería votar por Martín Lousteau. ¿Era necesaria tanta crueldad?
Por Horacio Verbitsky
Desde Resistencia, donde acompañó la campaña de su ex jefe de gabinete Jorge Capitanich, CFK dijo una palabra sobre las candidaturas. Admitió la legitimidad de las aspiraciones de quienes se consideran capacitados para desempeñar el cargo al que se postulan, pero les pidió humildad, dijo que no hay cargos chicos y recomendó tener en cuenta que “también el resto de los ciudadanos deben creer que es el más capacitado para esa función”. Agregó que era necesaria una “mirada más amplia, el abandono de egos personalistas”, ya que “si realmente creemos que esto es un proyecto colectivo, que la patria es el otro, tengamos esa actitud y contribuyamos todos con seriedad a fortalecer el proyecto nacional, popular y democrático que ha permitido en estos doce años transformar la vida de los 40 millones de argentinos”. Esto fue leído como una advertencia por el excesivo número de precandidatos a la gobernación bonaerense, inquietante a la luz de la dura experiencia porteña, donde siete candidatos dispersaron los votos y dejaron al Frente para la Victoria en el tercer lugar detrás de la PROpuesta Republicana y el ECO de la fantasía.
¿Qué Santoro?
El jueves, al estudio de grabación en que estaba recluido llegó la versión de que el compañero de fórmula de Mariano Recalde en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires sería Santoro. Me pareció una decisión audaz e inteligente, ya que la obra de este pintor, nacido después del golpe de 1955, ha logrado resignificar el peronismo como elemento central de la cultura argentina contemporánea y es una de las más personales y atractivas de estos tiempos. Recién al terminar la grabación supe que el candidato no era Daniel sino Leandro Santoro, el desconocido jefe de la agrupación radical Los Irrompibles, quien fue incluido en la tumultuosa comitiva del último viaje presidencial al Vaticano, cuando su amigo Andrés Larroque le entregó una camiseta de La Cámpora al sonriente Papa Francisco, al regreso fue designado como subsecretario para la Reforma Institucional y el Fortalecimiento de la Democracia y se convirtió en habitué del programa 6,7,8. Se me ocurrió entonces que las palabras de Cristina también podían interpretarse como una autocrítica por los métodos de selección de los candidatos propios. De inmediato varios portales de noticias republicaron una catarata de tweets denigrantes contra Juan Perón, Néstor Kirchner, CFK, La Cámpora y el proceso político de la última década, firmados por Leandro Santoro en los últimos años. Peor que esas ramplonerías es la defensa que ensayó Santoro: en Twitter un desconocido pone cualquier pavada sin pensarlo dos veces, porque sólo le interesa la repercusión inmediata y no se imagina que alguna vez llegará a algún lugar importante y se los recordarán. En forma explícita dijo que si hubiera sabido que sería candidato a la vicejefatura de gobierno no los habría escrito. Es decir, ése era su pensamiento, y lo que lamenta es que lo hayan descubierto, ahora que no le conviene. Por supuesto, acusó por divulgarlos a los medios hegemónicos.
Un panel que con dificultad disimulaba su estupefacción le permitió explayarse sin interrupciones, lo cual terminó la obra de autodestrucción del personaje, quien es yerno de Leopoldo Moreau, el candidato presidencial del radicalismo que en 2003 compitió con Néstor Kirchner y obtuvo el 2,3 por ciento de los votos y luego se convirtió en operador de Julio Cobos, José Luis Manzano y Daniel Vila, hasta recalar en el kirchnerismo. La primera explicación que Santoro recitó fue que su antikircherismo se había debido al resentimiento, porque le robó sus banderas, atrayendo a los sectores obreros y estudiantiles. Después señaló que él era el único candidato radical en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y lamentó que luego de 25 años de militancia (tiene 38) la UCR nunca le haya ofrecido un cargo, porque eso no lo decide una convención sino el dedo de los dirigentes. A continuación agradeció a Cristina, a su hijo Máximo y al Cuervo Larroque esta oportunidad, que nunca hubiera imaginado. Como en los videos infantiles, hay dedos buenos y dedos malos.
Desde las doloridas filas del kirchnerismo se difundieron otras actuaciones de Santoro que ni siquiera pueden atribuirse a la irreflexión de un mensaje de 140 caracteres, porque requirieron algún tiempo de elaboración y puesta en escena. En marzo de 2013, inauguró junto con los dirigentes radicales Ricardo Gil Lavedra, Manuel Garrido y Leandro Despouy y con la kirchnerista arrepentida Graciela Ocaña un denominado “paseo de la corrupción de las estrellas K”. Según Santoro, se proponían “poner en evidencia la doble moral, el doble discurso y la doble contabilidad de los que dicen hacer la revolución social desde Puerto Madero”, ya que “mientras el Gobierno dice llevar adelante políticas que apuntan a la equidad y a la justicia social, los principales referentes del kirchnerismo, como Cristina, Aníbal Fernández y Amado Boudou tienen propiedades millonarias y un estilo de vida más cercano a una celebridad de Hollywood que al de un funcionario público”. Sobre un mapa de Puerto Madero señalaron con una estrella las propiedades atribuidas a los funcionarios y sobre el puente de la mujer montaron un “paseo de las estrellas K”. Santoro explicó que había invitado a Despouy, Garrido y Ocaña “porque son tres referentes clave en la lucha contra la corrupción”. Según la regocijada crónica del diario Clarín, “al final de la actividad, se repartirá pizza y champagne en una suerte de parodia de la década menemista a la que, según los jóvenes radicales, el kirchnerismo se parece mucho más de lo que admite”. Una de las voces más autorizadas del kirchnerismo desdeña: “Nunca voté vicegobernadores, vicejefes ni vicepresidentes”.
Un flanco débil
La elección de los candidatos ha sido siempre un flanco débil del kirchnerismo. Esto se explicó por la extrema fragilidad de los comienzos y por necesidades tácticas. En 2003 Néstor Kirchner le propuso a Daniel Scioli la candidatura a la vicepresidencia cuando supo que un sector sindical y el ex senador Eduardo Duhalde, quien estuvo unos meses en forma interina a cargo del Poder Ejecutivo, impulsaban la candidatura del ministro de Economía Roberto Lavagna, quien parecía menos manejable que el ministro de Turismo. También propició la reelección en Buenos Aires de Felipe Solá, quien había asumido ante la fuga del gobernador Carlos Rückauf. En 2006, Kirchner volvió a pensar en Scioli para la gobernación de Buenos Aires. Cuando le pregunté por los motivos de esta decisión, me dijo que Maurizio Macrì planeaba pasar de la Capital Federal a Buenos Aires y que si lograba alcanzar su gobernación, sería el fin del proyecto nacional. Scioli le parecía la única alternativa para impedirlo y confiaba en controlarlo con facilidad, designándole el vicegobernador y las listas de legisladores, amén de la dependencia económica del poder central de una provincia en emergencia. Mi opinión era que al coincidir la elección bonaerense con la presidencial, era CFK quien traccionaría votos para el candidato a la gobernación. Kirchner pensaba que para ganar la presidencia en primera vuelta, con el 45 por ciento de los votos, era imprescindible el aporte de un candidato bonaerense fuerte. Cristina fue electa en primera vuelta, con Julio Cobos como vicepresidente, quien apenas seis meses después de asumir votó contra su propio gobierno en el Senado en el tema decisivo de las relaciones del Estado con la Sociedad Rural y la política redistributiva. Kirchner llegó a formular un público arrepentimiento de su opción por Cobos. En 2009, ante un nuevo proyecto de ley punitivista de Scioli y su ministro de Justicia y Seguridad, el alcaide mayor penitenciario Ricardo Casal, acudí a Kirchner y le dije que sólo él podía impedir la sanción de una ley que volvería a llenar de jóvenes acusados por delitos menores las cárceles y comisarías bonaerenses, incrementando los niveles de violencia en las calles. “Puedo llamarlo a Daniel. Si le pido que baje esa ley, lo hará. Lo que no puedo es impedir que explique en público que lo hizo a mi pedido. Y en plena campaña electoral sería peligrosísimo”. Kirchner sabía de qué hablaba. Un mes antes de su muerte, en un discurso sobre la inseguridad, Scioli dijo que tenía las manos atadas. Ese 2009 fue el año en que el anodino Francisco De Narváez se impuso a la lista que encabezaban Kirchner, Scioli y Sergio Massa.
Vivir mejor
El problema no se reduce a la elección del candidato. También debe haber alguna coherencia entre el estandarte y quien lo enarbola. En 2013, ante la deserción de Sergio Massa, el gobierno nacional le opuso al intendente de Lomas de Zamora, Martín Insaurralde. Algunos de los dirigentes que participaron en la decisión explican que la idea era enfrentar a Massa con un espejo, un candidato insubstancial, que pudiera mostrar una gestión atractiva para sectores de la clase media, detrás de quien colgar a los candidatos kirchneristas más conocidos que debían renovar su mandato, como Carlos Kunkel, Diana Conti y Cuto Moreno. Sin embargo, el lema proselitista fue contradictorio con ese candidato de bajas calorías, vinculado desde los comienzos de su carrera política con el juego: “En la vida hay que elegir”, decía, y para que no quedaran dudas, Cristina lo acompañó en buena parte de los actos de campaña. Luego de la derrota en 2013, amagó con pasarse de bando pero terminó quedándose en el oficialismo porque en el Frente Renovador ya había otros precandidatos a la gobernación y Massa no actúa como ordenador de su propia fuerza. Un oximoron similar se produjo este año en la CABA: a diferencia de Insaurralde, Mariano Recalde y Carlos Tomada representan en forma indudable el proyecto político que gobierna desde hace doce años, pero la consigna “Podemos vivir mejor” diluye ese mensaje. De hecho, es la misma que eligió para su aventura bonaerense el diputado Darío Giustozzi, quien hoy vacila entre permanecer en el Frente Renovador o regresar al Frente para la Victoria. Sus gigantografías en las rutas provinciales proclaman: “Yo quiero que vivamos mejor”. Para colmo, ahora, Recalde y Tomada deben cargar con el lastre de Santoro, quien sin duda ya está viviendo mejor que cuando confesaba sus pensamientos más profundos en Twitter y que ahora va por más. Un proceso similar se está desarrollando en Córdoba, donde el candidato kirchnerista a la gobernación, Eduardo Accastello, presentó como su compañero de fórmula al cuentista de chistes Cacho Buenaventura. Como humorista, Buenaventura comparte los tics machistas del candidato republicano a la gobernación de Santa Fe, Miguel del Sel, aunque sus definiciones políticas no son violentas y represivas como las del postulante de Maurizio Macrì.
Una tendencia mundial
La lógica subyacente a la decisión de Kirchner cuando concibió la mudanza de Scioli de la Capital a la provincia de Buenos Aires era que cuando hay elecciones, el principal deber es ganarlas. En una democracia donde a los gobernantes los elige el voto popular, esto es inapelable. En cambio la opción de Cristina por Mariano Recalde marca la voluntad de fortalecer al núcleo duro propio, esa gente que no acudirá en auxilio de la victoria cuando un nuevo presidente ocupe la Casa de Gobierno, porque seguirá formando parte del mismo proyecto que, como dijo Wado de Pedro, recién comienza. No era muy conocido, su tarea militante se había dado en la administración de la línea aérea de bandera y no en el territorio porteño y las primarias lo mostraron con el menor caudal de votos del Frente para la Victoria desde 2003 en la Capital. Pero aún así refiere a una cuestión identitaria del kirchnerismo que lo hace inatacable. Las candidaturas de figuras conocidas en actividades más populares que la política (como Scioli, Carlos Reutemann, Palito Ortega, Nito Artaza, el Colorado Mac Alister, Héctor Bidonde, Susana Rinaldi, Del Sel, el fallido aspirante presidencial Carlos Bilardo o la Coneja Baldassi, por no hablar de Maurizio Macrì, quien es un hombre de negocios con el Estado pero prefiere presentarse como deportista por sus años como presidente de Boca), son parte de una tendencia mundial. El mediocre pero muy conocido actor Ronald Reagan alcanzó la presidencia de los Estados Unidos y su colega Arnold Schwarzenegger la gobernación de su más populoso estado, California. El luchador Jesse Ventura saltó del ring a la casa de gobierno de Minnesota. El derrumbe de Silvio Berlusconi en Italia fue apurado por el surgimiento del Movimiento Cinco Estrellas, creado por el cómico Beppe Grillo. Allí mismo ocupó una banca de diputada la actriz porno Ilona Staller, la Cicciolina. El cómico Coluche era el favorito para las elecciones presidenciales de Francia en 1981 cuando se mató en un accidente. En Ucrania, el campeón mundial de boxeo Vitali Klichkó fue electo al parlamento y aspira a la presidencia, tal como su colega Manny Pacquiao en las Filipinas. El implacable goleador Romario ocupa una de las bancas cariocas en la Cámara de Diputados. El Caballo Mayor del merengue, Johnny Ventura, fue diputado y alcalde de Santo Domingo. Su colega Rubén Blades fue candidato presidencial de Panamá y ocupó el ministerio de Turismo. El presidente de Haití es Michel Martelly, más conocido como el popular cantante Sweet Micky. De modo que ninguna profesión debe ser menoscabada y menos aquellas que concitan el afecto popular. Pero hay límites distintos a los geográficos que no pueden traspasarse así nomás. Al afirmar que el único candidato es el modelo, el kirchnerismo apaciguó a los apresurados que intentaban forzar definiciones antes de tiempo y ratificó el liderazgo de Cristina como única conducción. Pero este atributo se pone a prueba en cada medida y se resiente con incongruencias como la opción por Santoro para la Capital, que no aporta votos nuevos y ahuyenta a los propios, porque ofende al mismo tiempo a los militantes y a los porteños. En las redes sociales ya comenzaron a aparecer internautas kirchneristas para quienes la única posibilidad de impedir un tercer mandato amarillo en la Ciudad sería votar por Martín Lousteau. ¿Era necesaria tanta crueldad?