Es raro pensar y asociar dos palabras tan distintas como narcotráfico y escuela. Ya no alcanzan las palabras violencia o drogas para describir el nuevo flagelo que se le presenta a la escuela porque otras instituciones no hacen sus deberes. Ayer los piojos, la copa de leche, la comida, la familia desmembrada y muchos otros temas que hicieron descuidar a la escuela su función educadora y formadora para ser «contenedora», «asistencialista», «mediadora». Pero cada vez más, como olas, la escuela se ve enfrentada a un quehacer que no es propio: la drogadicción, la violencia familiar, barrial. Pero el proceso social destructivo no para y nada ni nadie con poder parece darse cuenta de un tobogán demasiado peligroso. Demasiados ocupados nuestros gobernantes en endilgar responsabilidades a otros, para evadir las propias (como «el narcotráfico es un delito federal») o en construir un discurso tranquilizador de que se están haciendo cosas cuando la realidad muestra lo contrario.
Rosario y Santa Fe son dos de las ciudades más violentas de la Argentina. La provincia de Santa Fe duplica las tasas de asesinatos a su similar Córdoba. Y los números de Córdoba tampoco son buenos.
El que una alumna pida permiso para retirarse antes todos los días porque trabaja en un búnker de drogas, muestra en su inocencia que eso, para ella, es algo natural. Como natural percibir que jóvenes alumnos abandonen la escuela para integrarse a las redes del narcotráfico. Incluso el mismo nombre que se les pone a muchos de ellos, «soldaditos» naturaliza el hecho y hasta se le asigna un nombre que oculta el significado de «carne de cañón» de bandas armadas al servicio de la criminalidad. Demasiado lejos del soldadito de Tacuarí, aquel tamborcito de Belgrano.
Y a la escuela, muy lamentablemente, se la deja sola. De nada sirven palabras académicas de «abrir y activar redes que sean necesarias» o «dispositivos socioeducativos» para parar el proceso. Cuanto más, algún paño frío en algún lugar puntual con una certidumbre: dentro de poco dejará de ser un tema educativo porque el alumno (o la alumna) abandonará la escuela. Olvidándose que tenemos una ley que estipula la obligatoriedad de la enseñanza.
Pero lo cierto es que en esa soledad de la escuela, de los directivos, docentes, preceptores y porteros; en esa impotencia dolorosa, tampoco puede esperarse mucho del Ministerio de Educación pues el problema lo excede largamente: si quien debe tomar el toro por las astas no lo hace, teniendo todos los resortes a su mando, menos lo podrá hacer una repartición subordinada, preparada para otra función: educar, socializar, formar.
Y tal vez no haya mejor ejemplo para ilustrar a lo que nos enfrentamos y a la impotencia presente, que las declaraciones de la que fue vicegobernadora de Hermes Binner, Griselda Tessio. Cuando ella era fiscal de los Tribunales Federales de Santa Fe, ante innumerables constataciones de la connivencia de la policía, plantea al juez la posibilidad de allanar «Drogas Peligrosas» y relata, «alguien me dijo: ¿usted quiere aparecer flotando en el Paraná? Yo no quería aparecer flotando en el Paraná». Por lo tanto nada hicieron.
Pero se entienden las limitaciones de una fiscal, pero luego fue vicegobernadora, es decir, parte del Ejecutivo que entre otras cosas mandaba a esa policía ¿y qué se hizo? ¿Se aprovecharon sus conocimientos sobre la vinculación de policías con la droga y el narcotráfico? Y es sabido que bajo su gobierno el narcotráfico creció aún más e incluso se terminó nombrando para «Drogas Peligrosas» a un sospechado de vinculaciones con el narcotráfico que luego alcanzaría, en la siguiente gestión, el puesto de jefe de Policía de Santa Fe. Puede que ese policía sea absolutamente inocente de todas las acusaciones y sospechas que hay sobre él, pues todos son inocentes hasta que se muestre su culpabilidad, pero al menos el sentido común indicaría elegir otra persona para esos puestos, alguien sin ningún tipo de sospechas a cuestas.
Y esto tiene mucho que ver porque cuando hay casos de violencia u otros, a la escuela se le suele decir desde el ministerio que debe hacer la denuncia a la policía, lo que por suerte parece que no ocurrió con esta alumna. Aunque queden sospechas de qué hizo el ministerio con este caso pues la responsable de los socioeducativos mencionó la posibilidad de dar intervención a «Delitos Complejos» (otro nombre de «Drogas Peligrosas»), y no parece ser lo más conveniente alcanzar los datos de la alumna a sectores demasiado poco confiables y con historias oscuras. ¿O acaso la policía necesita seguir a una alumna para saber la existencia de un búnker? Además la clave está en seguir la ruta del dinero incluso en la Policía y la Justicia.
Y hay que ser muy claros. Esto no aparece hoy. Desde hace más de 15 años las comunidades escolares detectan el incremento del comercio de drogas, no tanto en las escuelas, sino en los barrios. Más de una vez directivos de localidades pequeñas han planteado a sus supervisores su preocupación por el crecimiento del tráfico, «todos sabemos aquí quién, cómo y dónde», advirtiendo que tarde o temprano dicho crecimiento llegaría a afectar a las escuelas. Pero los peores temores se están transformado en realidad.
Todos los estudios, todas las investigaciones, acá y en otros lugares del mundo hablan de que este crecimiento no es posible sin el concurso de dos patas: sectores de la policía y de la Justicia. La primera depende del poder político, la segunda aún demasiado autista y corporativa. Algo hay que hacer distinto a lo que se viene haciendo. Pues mientras se dan discursos edulcorados sobre reforma de la policía, capacitación y más equipamiento, la violencia y el narcotráfico siguen creciendo. Aún estamos muy lejos de México o de otros países donde el crimen alcanza a niveles inauditos. Pero no podemos asistir impávidos a este tobogán destructivo de la sociedad.
Vivimos en un país federal donde las leyes, la Justicia, la policía y el sistema educativo dependen del gobierno provincial. El narcotráfico ya ha tocado las puertas de las escuelas. Se la puede seguir dejando sola como hasta ahora o quienes tienen que tomar decisiones hacerse los distraídos, acusar a otros de su propia impotencia o refugiarse en discursos bonitos que pueden tranquilizar conciencias o incluso conseguir votos. Pero son muchos los chicos que están muriendo. Muchos los chicos que están abandonando la escuela. Muchos los chicos que empiezan a recorrer el camino de las adicciones (alcohol, diversos tipos de drogas) en edades más tempranas. Y si hay algo peor que la violencia y el narcotráfico es su naturalización.
Es más saludable que un gobernante confiese su impotencia y pida ayuda que se considere autosuficiente. Y más saludable para quienes buscan un recambio político que se ofrezcan a ayudar para crear una política de Estado, antes que utilizar estos dramas para acusarse mutuamente.-
Meses atrás, la imagen de una diputada abriéndose paso desde atrás de alguien que está de espaldas, sentado, hablando, para darle luego a traición una trompada en la cara, se repite los otros días con la misma diputada, tironéandole el cable del micrófono a otro diputado para impedir su palabra, hacen descreer de haya una solución. Pero la imagen de miles de jóvenes organizados ayudando en las inundaciones de La Plata, coincidiendo con distintas banderas políticas, da también la esperanza de que el cambio es posible.
Y cada uno deberá optar por uno u otro camino.
Rosario y Santa Fe son dos de las ciudades más violentas de la Argentina. La provincia de Santa Fe duplica las tasas de asesinatos a su similar Córdoba. Y los números de Córdoba tampoco son buenos.
El que una alumna pida permiso para retirarse antes todos los días porque trabaja en un búnker de drogas, muestra en su inocencia que eso, para ella, es algo natural. Como natural percibir que jóvenes alumnos abandonen la escuela para integrarse a las redes del narcotráfico. Incluso el mismo nombre que se les pone a muchos de ellos, «soldaditos» naturaliza el hecho y hasta se le asigna un nombre que oculta el significado de «carne de cañón» de bandas armadas al servicio de la criminalidad. Demasiado lejos del soldadito de Tacuarí, aquel tamborcito de Belgrano.
Y a la escuela, muy lamentablemente, se la deja sola. De nada sirven palabras académicas de «abrir y activar redes que sean necesarias» o «dispositivos socioeducativos» para parar el proceso. Cuanto más, algún paño frío en algún lugar puntual con una certidumbre: dentro de poco dejará de ser un tema educativo porque el alumno (o la alumna) abandonará la escuela. Olvidándose que tenemos una ley que estipula la obligatoriedad de la enseñanza.
Pero lo cierto es que en esa soledad de la escuela, de los directivos, docentes, preceptores y porteros; en esa impotencia dolorosa, tampoco puede esperarse mucho del Ministerio de Educación pues el problema lo excede largamente: si quien debe tomar el toro por las astas no lo hace, teniendo todos los resortes a su mando, menos lo podrá hacer una repartición subordinada, preparada para otra función: educar, socializar, formar.
Y tal vez no haya mejor ejemplo para ilustrar a lo que nos enfrentamos y a la impotencia presente, que las declaraciones de la que fue vicegobernadora de Hermes Binner, Griselda Tessio. Cuando ella era fiscal de los Tribunales Federales de Santa Fe, ante innumerables constataciones de la connivencia de la policía, plantea al juez la posibilidad de allanar «Drogas Peligrosas» y relata, «alguien me dijo: ¿usted quiere aparecer flotando en el Paraná? Yo no quería aparecer flotando en el Paraná». Por lo tanto nada hicieron.
Pero se entienden las limitaciones de una fiscal, pero luego fue vicegobernadora, es decir, parte del Ejecutivo que entre otras cosas mandaba a esa policía ¿y qué se hizo? ¿Se aprovecharon sus conocimientos sobre la vinculación de policías con la droga y el narcotráfico? Y es sabido que bajo su gobierno el narcotráfico creció aún más e incluso se terminó nombrando para «Drogas Peligrosas» a un sospechado de vinculaciones con el narcotráfico que luego alcanzaría, en la siguiente gestión, el puesto de jefe de Policía de Santa Fe. Puede que ese policía sea absolutamente inocente de todas las acusaciones y sospechas que hay sobre él, pues todos son inocentes hasta que se muestre su culpabilidad, pero al menos el sentido común indicaría elegir otra persona para esos puestos, alguien sin ningún tipo de sospechas a cuestas.
Y esto tiene mucho que ver porque cuando hay casos de violencia u otros, a la escuela se le suele decir desde el ministerio que debe hacer la denuncia a la policía, lo que por suerte parece que no ocurrió con esta alumna. Aunque queden sospechas de qué hizo el ministerio con este caso pues la responsable de los socioeducativos mencionó la posibilidad de dar intervención a «Delitos Complejos» (otro nombre de «Drogas Peligrosas»), y no parece ser lo más conveniente alcanzar los datos de la alumna a sectores demasiado poco confiables y con historias oscuras. ¿O acaso la policía necesita seguir a una alumna para saber la existencia de un búnker? Además la clave está en seguir la ruta del dinero incluso en la Policía y la Justicia.
Y hay que ser muy claros. Esto no aparece hoy. Desde hace más de 15 años las comunidades escolares detectan el incremento del comercio de drogas, no tanto en las escuelas, sino en los barrios. Más de una vez directivos de localidades pequeñas han planteado a sus supervisores su preocupación por el crecimiento del tráfico, «todos sabemos aquí quién, cómo y dónde», advirtiendo que tarde o temprano dicho crecimiento llegaría a afectar a las escuelas. Pero los peores temores se están transformado en realidad.
Todos los estudios, todas las investigaciones, acá y en otros lugares del mundo hablan de que este crecimiento no es posible sin el concurso de dos patas: sectores de la policía y de la Justicia. La primera depende del poder político, la segunda aún demasiado autista y corporativa. Algo hay que hacer distinto a lo que se viene haciendo. Pues mientras se dan discursos edulcorados sobre reforma de la policía, capacitación y más equipamiento, la violencia y el narcotráfico siguen creciendo. Aún estamos muy lejos de México o de otros países donde el crimen alcanza a niveles inauditos. Pero no podemos asistir impávidos a este tobogán destructivo de la sociedad.
Vivimos en un país federal donde las leyes, la Justicia, la policía y el sistema educativo dependen del gobierno provincial. El narcotráfico ya ha tocado las puertas de las escuelas. Se la puede seguir dejando sola como hasta ahora o quienes tienen que tomar decisiones hacerse los distraídos, acusar a otros de su propia impotencia o refugiarse en discursos bonitos que pueden tranquilizar conciencias o incluso conseguir votos. Pero son muchos los chicos que están muriendo. Muchos los chicos que están abandonando la escuela. Muchos los chicos que empiezan a recorrer el camino de las adicciones (alcohol, diversos tipos de drogas) en edades más tempranas. Y si hay algo peor que la violencia y el narcotráfico es su naturalización.
Es más saludable que un gobernante confiese su impotencia y pida ayuda que se considere autosuficiente. Y más saludable para quienes buscan un recambio político que se ofrezcan a ayudar para crear una política de Estado, antes que utilizar estos dramas para acusarse mutuamente.-
Meses atrás, la imagen de una diputada abriéndose paso desde atrás de alguien que está de espaldas, sentado, hablando, para darle luego a traición una trompada en la cara, se repite los otros días con la misma diputada, tironéandole el cable del micrófono a otro diputado para impedir su palabra, hacen descreer de haya una solución. Pero la imagen de miles de jóvenes organizados ayudando en las inundaciones de La Plata, coincidiendo con distintas banderas políticas, da también la esperanza de que el cambio es posible.
Y cada uno deberá optar por uno u otro camino.