por GISELLE RUMEAU
Si hay algo en lo que el Gobierno de Cambiemos resultó eficaz es en construir un discurso negativo del pasado centrado en el kirchnerismo. Todo lo malo, lo oscuro y lo turbio está ahí latente, agazapado en el fondo del lodazal a la espera de una oportunidad para volver a la superficie. Esa estrategia de lo viejo contra lo nuevo fue refundada el 1 de abril pasado, a partir de la multitudinaria marcha oficialista a Plaza de Mayo, que superó todas las expectativas y le devolvió al Gobierno la confianza perdida en el primer trimestre por sus sucesivos errores políticos y las ruidosas movilizaciones opositoras.
En ese nuevo recomienzo, el Gobierno endureció su discurso frente a los gremios y piquetes, al tiempo que potenció la polarización con el kirchnerismo. Confrontar con el conflicto se transformó así en la nueva estrategia oficial, lejos de los postulados de Nelson Mandela, con los que el presidente Mauricio Macri anhelaba a fines del 2015 unir a los argentinos.
Pero eso no es todo. La denominada marcha de la democracia también potenció el discurso institucional, ante el rechazo contundente de los manifestantes a ese intento de desestabilización desplegado por algunos sectores en las movilizaciones de la CGT, la CTA, los gremios docentes y el kirchnerismo duro.
El Sí se puede y el Vamos juntos, utilizados en el 2015, se volvieron a consolidar como eslóganes de cara a los comicios de octubre. Y el discurso de campaña volvió a girar en torno a la disyuntiva que ya ha dado buenos frutos: la continuidad del cambio o el retorno del modelo anterior.
Esta polarización se priorizará mientras no se cumpla la ya gastada promesa de reactivación económica pero no será la única jugada electoral. En la mesa chica del macrismo tienen claro que no hay nada mejor para ganar elecciones que tener buenos resultados de gestión e insisten en que el ansiado repunte se dará en este trimestre, cuando la inflación muestre una mayor desaceleración, la reactivación de la obra pública se dinamice, la construcción privada sea un hecho, y las paritarias otorguen alguna mejora al salario real, que permita un repunte del consumo.
En esa línea, Macri apuesta a una lluvia de ladrillos con la que espera crear 100.000 puestos de trabajo, a partir del Acuerdo Federal de la Construcción, el lanzamiento de las nuevas líneas de créditos hipotecarios a 30 años, el programa Procrear y un plan para reducir la alta informalidad en el mercado laboral, en el marco de la ley de emergencia social y la economía popular, que será anunciado en unos días. Con todo, el voto ladrillo y la creación de empleo no deja de ser por ahora un anhelo.
Así las cosas, uno podría decir que el relato M está rengo. Se habla de la pesada herencia recibida del pasado y de la difícil transición actual. Pero pareciera faltar un relato de futuro, más allá de las buenas intenciones propuestas en la campaña presidencial, como lograr pobreza cero, terminar con el narcotráfico o la grieta. ¿Qué pasaría si Cristina Kirchner no fuera candidata en los comicios legislativos de octubre y ya no hay con quien confrontar? ¿Podría caerse la estrategia al no tener Cambiemos un relato positivo de su propia fuerza?
Para no caer en especulaciones inútiles, vale aquí una aclaración. No se trata de pensar al relato político como una ficción. O peor aún, como una explicación desmesurada de lo absoluto, que no deje lugar a la disidencia y pida adhesiones incondicionales con negación de la realidad, tal como desplegó el Gobierno anterior. Ya se sabe, el kirchnerismo era una cuestión de fe. Se trata más bien de crear una visión de país de largo y mediano plazo, un plan que especifique el rumbo, con la dosis de emoción o mística que eso conlleva. En esa línea, ¿cuál es hoy el relato del Gobierno? ¿Existe un relato M?
Sin paz y amor
Los especialistas consultados creen que no, pero disienten a la hora de decidir la conveniencia y viabilidad de su construcción. Para ganar tiempo -dicen- mientras espera reunir los elementos positivos de su discurso con el demorado rebote económico, el Gobierno recurre a la estrategia de polarización con la vieja política que ya le dio resultado.
Esta vez, más endurecido y dispuesto a dar pelea pública en nombre del consenso. Orlando DAdamo, director del Centro de Opinión Pública de la Universidad de Belgrano, explica que los relatos políticos no se arman de un día para el otro.
«El relato kirchnerista se fue consolidando al paso del tiempo con muchos gestos simbólicos (bajar el cuadro de Videla, su relación con el chavismo o la apropiación de los Derechos Humanos) y una estructura discursiva a la que Carta Abierta y el estilo oratorio de CFK le dieron forma y contenido, con un marco de cierta bonanza económica. Su expresión más radicalizada fue el discurso cristinista pero era también la que contenía el germen de su autodestrucción: su agresividad y sectarismo», dice.
El especialista cree que no es esa la intención del macrismo aunque visualiza en la marcha del 1 de abril la aparición de un momento simbólico que no se dio durante el 2016. «Es una oportunidad de comenzar a consolidar un relato que podría presentar ese ideal anhelado y siempre necesariamente presente en todos los relatos o narrativas de poder. Esa dosis de épica, mística y futuro idealizado que es el eje principal que alimenta los relatos políticos».
El politólogo Julio Burdman considera que el Gobierno está tratando de reunir los elementos de su discurso positivo. «En su primer tercio de mandato se pegó un par de porrazos fuertes. El primero fue con su gran apuesta a volver al mundo. Pero tras su asunción, el mundo recrudeció su hostilidad: Brexit, Trump, la bochornosa destitución de Dilma Rousseff. No había mundo al que volver. Y la segunda, en cierta medida vinculada a la anterior, fue la postergación de la recuperación económica esperada. Sin esos dos ejes ordenadores, el mensaje de Macri quedó vaciado, y se vio obligado a volver a sus fuentes», describe.
La especialista en temas de comunicación pública, Adriana Amado, sostiene que el Gobierno no tiene un relato político pero cree que construirlo hoy es inviable. «En un mundo más incierto, donde no sabemos si Donald Trump tira o no la bomba, sería poco creíble. De hecho, están ganando los candidatos que no tienen relato. Quizá para un microclima, como el de los analistas y la prensa, haría falta un relato más elaborado pero el resto necesita hechos», destaca.
Según dice, lo más novedoso del asunto es que la sociedad dejó claro que no está leyendo los diarios. «Es algo general, lo vimos en el proceso de paz de Colombia, con el triunfo de Trump o el Brexit. La discusión alrededor de lo discursivo dejó de tener valor para gran parte de la sociedad, que se maneja desde lo emocional y lo vivencial».
Luis Tonelli, profesor titular de Política Comparada de la carrera de Ciencias Políticas de la UBA, destaca que Cambiemos inauguró otra perspectiva sobre la construcción de un relato de posicionamiento ideológico: la de auscultar lo que dice, demanda y sufre la gente. «Por lo tanto, y por definición, el discurso no es una bajada de línea tradicional. Hay que admitir que hoy la mayoría del electorado no solo se decepcionó con el relato seudoideológico kirchnerista sino que quedó saturado de sus formas», apunta.
Con todo, el politólogo cree que la estrategia comunicacional de Cambiemos está siendo efectiva pese a su paradoja: «Confronta con los conflictivos en nombre del consenso. Es como una toma de judo que busca utilizar la fuerza del adversario en provecho propio, cosa que le está dando resultado. El peronismo, casi condenado a hacer política en las calles, dado su nivel de fragmentación institucional, intenta generar imágenes de ingobernabilidad. Pero no lo consigue y genera la indignación, que es el sentimiento político típicamente contemporáneo de las capas medias y altas. Si Herminio Iglesias quemó un cajón, la oposición hoy se la pasa quemando funerarias enteras», grafica con ironía.
D Adamo cree que el endurecimiento frente al conflicto fue planteado claramente por la oposición. «El acto del día 24 de marzo y las expresiones allí vertidas plantean explícitamente un conflicto que, en términos de la retórica K, era destituyente. Es evidente que a muchos votantes de Cambiemos la idea de la confrontación refuerza su intención de voto. Pero no a todos. En este punto posiblemente la estrategia más adecuada sea subir la confrontación para galvanizar a los votantes duros pero no al extremo de ahuyentar a los que son más blandos».
Para Amado, la polarización con el kirchnerismo no fue fomentada ni por uno ni por otro bando. «Ya estaba dada en la sociedad y no se estaba atendiendo. Los argentinos estamos atravesados por el conflicto. Lo que cambió es que el Gobierno registró el entorno donde se mueve. Se dio cuenta de que está nadando entre tiburones y salió con el arpón. La evaluación que hizo ahora es más realista que en la de los meses previos, en los que sólo hablaba de paz y amor», afirma con filo.
Burdman piensa que el endurecimiento discursivo parece un parche para ganar tiempo hasta que la Casa Rosada pueda acomodar su discurso con los logros que espera alcanzar en los próximos meses. «Hay que recordar que Macri tiene vocación de ser un gestor eficaz, antes que ninguna otra cosa. Probablemente, apenas vea la oportunidad, buscará trocar la actual estrategia de confrontación por un discurso de ensalzamiento de la gestión», destaca. Y aclara: «Tiene que ofrecer un presente estimulante. La propuesta de un presente de sacrificios y privaciones necesarias para poder llegar a un futuro mejor no funciona. Ni en Argentina, ni en ningún lado».
Mientras tanto, el careo con el kirchnerismo rinde frutos. Incluso, dicen los expertos, más allá de la ex Presidenta. «Que Cristina no sea candidata no significa que no sea la jefa de su fuerza y eso impide una lista de unidad panperonista. Es por eso que la estrategia de polarización con el kirchnerismo sigue siendo rentable. Y más si el gobierno hace polarización con fragmentación, es decir, si equipara a la renovación del PJ con una variante K que quiere disimular su marca de fabrica», evalúa Tonelli.
DAdamo coincide. «Si no fuera candidata y el kirchnerismo elige otra figura de su entorno, ella tendría que respaldarla. Se daría una especie de continuidad del 24 de marzo con voces tan adecuadas para el oficialismo en su estrategia como Hebe de Bonafini, Luis DElía, y los diputados más duros del Frente para la Victoria. Un coro que desde hace años sólo habla para su núcleo duro y ahuyenta a votantes independientes o clases medias moderadas». En síntesis, no sería lo mismo -dice- que Cristina decidiera prescindir de esta compulsa, pero su protagonismo en la campaña sería casi igual de útil a la estrategia oficial
Para Burdman, en cambio, los riesgos para Cambiemos si la ex presidenta no es candidata son claros. Y en esa línea, considera necesario que el Gobierno cuente con una agenda positiva y autorreferencial. «Creo que la respuesta inmediata a ese desafío va a pasar por la obra pública y la infraestructura: si la opinión pública percibe que eso comienza a funcionar, Cambiemos podrá encontrar su relato positivo», remarca.
En la Casa Rosada minimizan el impacto del relato. Pero la idea de pasar a la historia como el Gobierno de las autopistas no les cae nada mal.
Si hay algo en lo que el Gobierno de Cambiemos resultó eficaz es en construir un discurso negativo del pasado centrado en el kirchnerismo. Todo lo malo, lo oscuro y lo turbio está ahí latente, agazapado en el fondo del lodazal a la espera de una oportunidad para volver a la superficie. Esa estrategia de lo viejo contra lo nuevo fue refundada el 1 de abril pasado, a partir de la multitudinaria marcha oficialista a Plaza de Mayo, que superó todas las expectativas y le devolvió al Gobierno la confianza perdida en el primer trimestre por sus sucesivos errores políticos y las ruidosas movilizaciones opositoras.
En ese nuevo recomienzo, el Gobierno endureció su discurso frente a los gremios y piquetes, al tiempo que potenció la polarización con el kirchnerismo. Confrontar con el conflicto se transformó así en la nueva estrategia oficial, lejos de los postulados de Nelson Mandela, con los que el presidente Mauricio Macri anhelaba a fines del 2015 unir a los argentinos.
Pero eso no es todo. La denominada marcha de la democracia también potenció el discurso institucional, ante el rechazo contundente de los manifestantes a ese intento de desestabilización desplegado por algunos sectores en las movilizaciones de la CGT, la CTA, los gremios docentes y el kirchnerismo duro.
El Sí se puede y el Vamos juntos, utilizados en el 2015, se volvieron a consolidar como eslóganes de cara a los comicios de octubre. Y el discurso de campaña volvió a girar en torno a la disyuntiva que ya ha dado buenos frutos: la continuidad del cambio o el retorno del modelo anterior.
Esta polarización se priorizará mientras no se cumpla la ya gastada promesa de reactivación económica pero no será la única jugada electoral. En la mesa chica del macrismo tienen claro que no hay nada mejor para ganar elecciones que tener buenos resultados de gestión e insisten en que el ansiado repunte se dará en este trimestre, cuando la inflación muestre una mayor desaceleración, la reactivación de la obra pública se dinamice, la construcción privada sea un hecho, y las paritarias otorguen alguna mejora al salario real, que permita un repunte del consumo.
En esa línea, Macri apuesta a una lluvia de ladrillos con la que espera crear 100.000 puestos de trabajo, a partir del Acuerdo Federal de la Construcción, el lanzamiento de las nuevas líneas de créditos hipotecarios a 30 años, el programa Procrear y un plan para reducir la alta informalidad en el mercado laboral, en el marco de la ley de emergencia social y la economía popular, que será anunciado en unos días. Con todo, el voto ladrillo y la creación de empleo no deja de ser por ahora un anhelo.
Así las cosas, uno podría decir que el relato M está rengo. Se habla de la pesada herencia recibida del pasado y de la difícil transición actual. Pero pareciera faltar un relato de futuro, más allá de las buenas intenciones propuestas en la campaña presidencial, como lograr pobreza cero, terminar con el narcotráfico o la grieta. ¿Qué pasaría si Cristina Kirchner no fuera candidata en los comicios legislativos de octubre y ya no hay con quien confrontar? ¿Podría caerse la estrategia al no tener Cambiemos un relato positivo de su propia fuerza?
Para no caer en especulaciones inútiles, vale aquí una aclaración. No se trata de pensar al relato político como una ficción. O peor aún, como una explicación desmesurada de lo absoluto, que no deje lugar a la disidencia y pida adhesiones incondicionales con negación de la realidad, tal como desplegó el Gobierno anterior. Ya se sabe, el kirchnerismo era una cuestión de fe. Se trata más bien de crear una visión de país de largo y mediano plazo, un plan que especifique el rumbo, con la dosis de emoción o mística que eso conlleva. En esa línea, ¿cuál es hoy el relato del Gobierno? ¿Existe un relato M?
Sin paz y amor
Los especialistas consultados creen que no, pero disienten a la hora de decidir la conveniencia y viabilidad de su construcción. Para ganar tiempo -dicen- mientras espera reunir los elementos positivos de su discurso con el demorado rebote económico, el Gobierno recurre a la estrategia de polarización con la vieja política que ya le dio resultado.
Esta vez, más endurecido y dispuesto a dar pelea pública en nombre del consenso. Orlando DAdamo, director del Centro de Opinión Pública de la Universidad de Belgrano, explica que los relatos políticos no se arman de un día para el otro.
«El relato kirchnerista se fue consolidando al paso del tiempo con muchos gestos simbólicos (bajar el cuadro de Videla, su relación con el chavismo o la apropiación de los Derechos Humanos) y una estructura discursiva a la que Carta Abierta y el estilo oratorio de CFK le dieron forma y contenido, con un marco de cierta bonanza económica. Su expresión más radicalizada fue el discurso cristinista pero era también la que contenía el germen de su autodestrucción: su agresividad y sectarismo», dice.
El especialista cree que no es esa la intención del macrismo aunque visualiza en la marcha del 1 de abril la aparición de un momento simbólico que no se dio durante el 2016. «Es una oportunidad de comenzar a consolidar un relato que podría presentar ese ideal anhelado y siempre necesariamente presente en todos los relatos o narrativas de poder. Esa dosis de épica, mística y futuro idealizado que es el eje principal que alimenta los relatos políticos».
El politólogo Julio Burdman considera que el Gobierno está tratando de reunir los elementos de su discurso positivo. «En su primer tercio de mandato se pegó un par de porrazos fuertes. El primero fue con su gran apuesta a volver al mundo. Pero tras su asunción, el mundo recrudeció su hostilidad: Brexit, Trump, la bochornosa destitución de Dilma Rousseff. No había mundo al que volver. Y la segunda, en cierta medida vinculada a la anterior, fue la postergación de la recuperación económica esperada. Sin esos dos ejes ordenadores, el mensaje de Macri quedó vaciado, y se vio obligado a volver a sus fuentes», describe.
La especialista en temas de comunicación pública, Adriana Amado, sostiene que el Gobierno no tiene un relato político pero cree que construirlo hoy es inviable. «En un mundo más incierto, donde no sabemos si Donald Trump tira o no la bomba, sería poco creíble. De hecho, están ganando los candidatos que no tienen relato. Quizá para un microclima, como el de los analistas y la prensa, haría falta un relato más elaborado pero el resto necesita hechos», destaca.
Según dice, lo más novedoso del asunto es que la sociedad dejó claro que no está leyendo los diarios. «Es algo general, lo vimos en el proceso de paz de Colombia, con el triunfo de Trump o el Brexit. La discusión alrededor de lo discursivo dejó de tener valor para gran parte de la sociedad, que se maneja desde lo emocional y lo vivencial».
Luis Tonelli, profesor titular de Política Comparada de la carrera de Ciencias Políticas de la UBA, destaca que Cambiemos inauguró otra perspectiva sobre la construcción de un relato de posicionamiento ideológico: la de auscultar lo que dice, demanda y sufre la gente. «Por lo tanto, y por definición, el discurso no es una bajada de línea tradicional. Hay que admitir que hoy la mayoría del electorado no solo se decepcionó con el relato seudoideológico kirchnerista sino que quedó saturado de sus formas», apunta.
Con todo, el politólogo cree que la estrategia comunicacional de Cambiemos está siendo efectiva pese a su paradoja: «Confronta con los conflictivos en nombre del consenso. Es como una toma de judo que busca utilizar la fuerza del adversario en provecho propio, cosa que le está dando resultado. El peronismo, casi condenado a hacer política en las calles, dado su nivel de fragmentación institucional, intenta generar imágenes de ingobernabilidad. Pero no lo consigue y genera la indignación, que es el sentimiento político típicamente contemporáneo de las capas medias y altas. Si Herminio Iglesias quemó un cajón, la oposición hoy se la pasa quemando funerarias enteras», grafica con ironía.
D Adamo cree que el endurecimiento frente al conflicto fue planteado claramente por la oposición. «El acto del día 24 de marzo y las expresiones allí vertidas plantean explícitamente un conflicto que, en términos de la retórica K, era destituyente. Es evidente que a muchos votantes de Cambiemos la idea de la confrontación refuerza su intención de voto. Pero no a todos. En este punto posiblemente la estrategia más adecuada sea subir la confrontación para galvanizar a los votantes duros pero no al extremo de ahuyentar a los que son más blandos».
Para Amado, la polarización con el kirchnerismo no fue fomentada ni por uno ni por otro bando. «Ya estaba dada en la sociedad y no se estaba atendiendo. Los argentinos estamos atravesados por el conflicto. Lo que cambió es que el Gobierno registró el entorno donde se mueve. Se dio cuenta de que está nadando entre tiburones y salió con el arpón. La evaluación que hizo ahora es más realista que en la de los meses previos, en los que sólo hablaba de paz y amor», afirma con filo.
Burdman piensa que el endurecimiento discursivo parece un parche para ganar tiempo hasta que la Casa Rosada pueda acomodar su discurso con los logros que espera alcanzar en los próximos meses. «Hay que recordar que Macri tiene vocación de ser un gestor eficaz, antes que ninguna otra cosa. Probablemente, apenas vea la oportunidad, buscará trocar la actual estrategia de confrontación por un discurso de ensalzamiento de la gestión», destaca. Y aclara: «Tiene que ofrecer un presente estimulante. La propuesta de un presente de sacrificios y privaciones necesarias para poder llegar a un futuro mejor no funciona. Ni en Argentina, ni en ningún lado».
Mientras tanto, el careo con el kirchnerismo rinde frutos. Incluso, dicen los expertos, más allá de la ex Presidenta. «Que Cristina no sea candidata no significa que no sea la jefa de su fuerza y eso impide una lista de unidad panperonista. Es por eso que la estrategia de polarización con el kirchnerismo sigue siendo rentable. Y más si el gobierno hace polarización con fragmentación, es decir, si equipara a la renovación del PJ con una variante K que quiere disimular su marca de fabrica», evalúa Tonelli.
DAdamo coincide. «Si no fuera candidata y el kirchnerismo elige otra figura de su entorno, ella tendría que respaldarla. Se daría una especie de continuidad del 24 de marzo con voces tan adecuadas para el oficialismo en su estrategia como Hebe de Bonafini, Luis DElía, y los diputados más duros del Frente para la Victoria. Un coro que desde hace años sólo habla para su núcleo duro y ahuyenta a votantes independientes o clases medias moderadas». En síntesis, no sería lo mismo -dice- que Cristina decidiera prescindir de esta compulsa, pero su protagonismo en la campaña sería casi igual de útil a la estrategia oficial
Para Burdman, en cambio, los riesgos para Cambiemos si la ex presidenta no es candidata son claros. Y en esa línea, considera necesario que el Gobierno cuente con una agenda positiva y autorreferencial. «Creo que la respuesta inmediata a ese desafío va a pasar por la obra pública y la infraestructura: si la opinión pública percibe que eso comienza a funcionar, Cambiemos podrá encontrar su relato positivo», remarca.
En la Casa Rosada minimizan el impacto del relato. Pero la idea de pasar a la historia como el Gobierno de las autopistas no les cae nada mal.