La Casa Rosada no sólo privó a Daniel Scioli de los recursos que hubieran permitido el pago en término del aguinaldo a los empleados bonaerenses. También se ha movido para impedirle el acceso a otras fuentes de ingresos. El jueves pasado, varias compañías de seguros recibieron instrucciones de la superintendencia del sector, a cargo del «pingüino» Juan Bontempo, para que se inhiban de comprar letras a la tesorería de la provincia. Los bancos privados, por su parte, son reacios a prestarle a Scioli por temor a irritar al gobierno nacional.
Los bloques «oficialistas» de la Legislatura han decido ya que no votarán un ajuste. Esta conducta recuerda la que el kirchnerismo, conducido por el hijo de la Presidenta, adoptó en Santa Cruz dejando a Daniel Peralta aislado en una encrucijada similar.
Movimientos como éstos han convencido a Scioli de que Cristina Kirchner pretende destruirlo, tal como confesó a varios interlocutores, antes de que se conociera el escandaloso soliloquio del intendente de Lanús, Darío Díaz Pérez (dicho sea de paso: el rap de Díaz Pérez contiene un pasaje, todavía inédito, con expresiones deleznables sobre la pérdida del brazo de Scioli).
Los confidentes de la quinta La Ñata comentan que el gobernador está dispuesto a hacer más gestos para distanciarse del gobierno nacional. En el proceso de incorporación del nuevo secretario de Cultura Jorge Telerman, por ejemplo, aseguró a varios interlocutores que pretende sumar también a Roberto Lavagna. El ex ministro de Néstor Kirchner se integraría como una especie de megaasesor y, además, vocero en materias de su especialidad. Se trata de una jugada agresiva para una economía que, como consignó anteayer Alfonso Prat-Gay, ya está en recesión.
La incorporación de Lavagna, de producirse, tal vez provoque los celos de Alberto Fernández, neosciolista enemistado con su antiguo colega de gabinete. Aunque Scioli no parece tener en cuenta ese tipo de rencillas: Fernández también se odia con Telerman.
¿Llegará el gobernador a utilizar la que él llama su «bala de plata»? Consiste en enfrentar al kirchnerismo en las elecciones del año próximo en una alianza con Sergio Massa. La estrategia debería superar un obstáculo inicial: que Massa supere la desconfianza que siente por él.
Mientras tanto, la guerra entre la Casa Rosada y la gobernación bonaerense está produciendo algunas tensiones insoportables en el oficialismo bonaerense. La más evidente aqueja al Movimiento Evita, que trabaja a la sombra de Cristina Kirchner, pero que tiene un vínculo con la gobernación que se remonta a los tiempos de Felipe Solá. Pero también varios intendentes sufren esta guerra. Sobre todo los que dependen de recursos de ambas cajas, la nacional y la provincial.
Más allá de la gestualidad, Scioli sigue sin encontrar una ecuación que resuelva su principal problema: la gobernación, que hasta ahora fue su activo, se ha convertido en una carga.
La desorientación se notó el sábado último, cuando anunció que intentará financiarse haciendo que el Banco Provincia le preste los fondos que consiga colocando los Bogar. Esos títulos se emitieron con respaldo de coparticipación. Es decir, la tesorería ya debe pagárselos a su tenedor, que hoy es el banco. Si éste los utiliza para un nuevo fondeo, la provincia se habrá endeudado dos veces con el mismo instrumento. Hasta ahora la operación no cuenta con la aprobación del Banco Central.
La crisis en que ha ingresado el peronismo bonaerense acelera las decisiones de otros actores. La diputada de Pro, Gabriela Michetti, por ejemplo, está más cerca de aceptar la candidatura a diputada en el distrito. Sobre todo después de una conversación en la que Mauricio Macri le reveló que su estrategia será enviar a sus principales colaboradores a pelear posiciones electorales. Una idea que Macri venía meditando desde hace más de un mes, a instancias de su primo Jorge, el intendente de Vicente López.
Las encuestas realizadas por el macrismo comenzaron a detectar un fenómeno curioso referido a Scioli: su imagen personal no cae, pero la simpatía que despierta no logra traducirse en capacidad electoral.
«La gente lo considera un buen tipo, pero incapaz de resolver problemas», explican los sociólogos de Pro, que también trabajan para la provincia.
La conferencia de prensa del sábado confirmó ese perfil. Muchos dirigentes esperaban el anuncio de medidas de gobierno. Hasta se había comentado que se crearía una agencia de coordinación para todas las áreas de servicios públicos y que se anunciaría una reestructuración de gastos.
Pero Scioli no se refirió a ningún cambio. Esa abstención confirmó lo que algunos sospechaban: que llamó a una conferencia de prensa sólo para establecer una confrontación subliminal con una presidenta que teme la exposición al periodismo. Un contrapunto que se completó con el elogio final del gobernador a la libertad de prensa.
Aun así, Scioli tampoco se animó a hablar de su candidatura presidencial. Cuando un periodista lo indagó, él se refirió a esa iniciativa como «eso».
También al gobernador bonaerense le faltó templanza para explicar su alianza con Hugo Moyano. Quiso hacer creer que aquel malhadado partido de fútbol fue jugado por razones terapéuticas. Explicó que, si no hace deportes, tiene que tomar pastillas «contra los nervios» (sic). Es verdad: a pesar de su estudiado aplomo, se nota que la ansiedad lo devora. Sólo así se explica que haya invitado a Moyano a su chacra cuando todavía no se había asegurado los fondos para el aguinaldo.
Ese extravío en la administración del tiempo se percibe también en el máximo error de Scioli: haber hablado de «eso» tres años antes del vencimiento del mandato presidencial. O, si se prefiere, apenas seis meses después de que Cristina Kirchner ganó las elecciones con el 54,11 por ciento de los votos, como dictaminó el politólogo Andy Tow, corrigiendo a la Cámara Nacional Electoral, que había publicado, por error, 55,42%.
Como si hubiera fundado el Indec de la política, el atribulado gobernador se propone desmentir percepciones colectivas que son irrefutables. La candidatura presidencial o el acuerdo con Hugo Moyano serían, entonces, sensaciones.
Con ese criterio, Scioli también aseguró que la Presidenta lo ayuda y respeta. Para demostrar esa tesis, debería conseguir algo difícil: que ella, en una declaración pública, lo respalde. Si no logra ese objetivo, le convendría releer aquel consejo con que Ludwig Wittgenstein cierra su Tractatus Logico-philosophicus: «Sobre lo que no se puede hablar, mejor guardar silencio»..
Los bloques «oficialistas» de la Legislatura han decido ya que no votarán un ajuste. Esta conducta recuerda la que el kirchnerismo, conducido por el hijo de la Presidenta, adoptó en Santa Cruz dejando a Daniel Peralta aislado en una encrucijada similar.
Movimientos como éstos han convencido a Scioli de que Cristina Kirchner pretende destruirlo, tal como confesó a varios interlocutores, antes de que se conociera el escandaloso soliloquio del intendente de Lanús, Darío Díaz Pérez (dicho sea de paso: el rap de Díaz Pérez contiene un pasaje, todavía inédito, con expresiones deleznables sobre la pérdida del brazo de Scioli).
Los confidentes de la quinta La Ñata comentan que el gobernador está dispuesto a hacer más gestos para distanciarse del gobierno nacional. En el proceso de incorporación del nuevo secretario de Cultura Jorge Telerman, por ejemplo, aseguró a varios interlocutores que pretende sumar también a Roberto Lavagna. El ex ministro de Néstor Kirchner se integraría como una especie de megaasesor y, además, vocero en materias de su especialidad. Se trata de una jugada agresiva para una economía que, como consignó anteayer Alfonso Prat-Gay, ya está en recesión.
La incorporación de Lavagna, de producirse, tal vez provoque los celos de Alberto Fernández, neosciolista enemistado con su antiguo colega de gabinete. Aunque Scioli no parece tener en cuenta ese tipo de rencillas: Fernández también se odia con Telerman.
¿Llegará el gobernador a utilizar la que él llama su «bala de plata»? Consiste en enfrentar al kirchnerismo en las elecciones del año próximo en una alianza con Sergio Massa. La estrategia debería superar un obstáculo inicial: que Massa supere la desconfianza que siente por él.
Mientras tanto, la guerra entre la Casa Rosada y la gobernación bonaerense está produciendo algunas tensiones insoportables en el oficialismo bonaerense. La más evidente aqueja al Movimiento Evita, que trabaja a la sombra de Cristina Kirchner, pero que tiene un vínculo con la gobernación que se remonta a los tiempos de Felipe Solá. Pero también varios intendentes sufren esta guerra. Sobre todo los que dependen de recursos de ambas cajas, la nacional y la provincial.
Más allá de la gestualidad, Scioli sigue sin encontrar una ecuación que resuelva su principal problema: la gobernación, que hasta ahora fue su activo, se ha convertido en una carga.
La desorientación se notó el sábado último, cuando anunció que intentará financiarse haciendo que el Banco Provincia le preste los fondos que consiga colocando los Bogar. Esos títulos se emitieron con respaldo de coparticipación. Es decir, la tesorería ya debe pagárselos a su tenedor, que hoy es el banco. Si éste los utiliza para un nuevo fondeo, la provincia se habrá endeudado dos veces con el mismo instrumento. Hasta ahora la operación no cuenta con la aprobación del Banco Central.
La crisis en que ha ingresado el peronismo bonaerense acelera las decisiones de otros actores. La diputada de Pro, Gabriela Michetti, por ejemplo, está más cerca de aceptar la candidatura a diputada en el distrito. Sobre todo después de una conversación en la que Mauricio Macri le reveló que su estrategia será enviar a sus principales colaboradores a pelear posiciones electorales. Una idea que Macri venía meditando desde hace más de un mes, a instancias de su primo Jorge, el intendente de Vicente López.
Las encuestas realizadas por el macrismo comenzaron a detectar un fenómeno curioso referido a Scioli: su imagen personal no cae, pero la simpatía que despierta no logra traducirse en capacidad electoral.
«La gente lo considera un buen tipo, pero incapaz de resolver problemas», explican los sociólogos de Pro, que también trabajan para la provincia.
La conferencia de prensa del sábado confirmó ese perfil. Muchos dirigentes esperaban el anuncio de medidas de gobierno. Hasta se había comentado que se crearía una agencia de coordinación para todas las áreas de servicios públicos y que se anunciaría una reestructuración de gastos.
Pero Scioli no se refirió a ningún cambio. Esa abstención confirmó lo que algunos sospechaban: que llamó a una conferencia de prensa sólo para establecer una confrontación subliminal con una presidenta que teme la exposición al periodismo. Un contrapunto que se completó con el elogio final del gobernador a la libertad de prensa.
Aun así, Scioli tampoco se animó a hablar de su candidatura presidencial. Cuando un periodista lo indagó, él se refirió a esa iniciativa como «eso».
También al gobernador bonaerense le faltó templanza para explicar su alianza con Hugo Moyano. Quiso hacer creer que aquel malhadado partido de fútbol fue jugado por razones terapéuticas. Explicó que, si no hace deportes, tiene que tomar pastillas «contra los nervios» (sic). Es verdad: a pesar de su estudiado aplomo, se nota que la ansiedad lo devora. Sólo así se explica que haya invitado a Moyano a su chacra cuando todavía no se había asegurado los fondos para el aguinaldo.
Ese extravío en la administración del tiempo se percibe también en el máximo error de Scioli: haber hablado de «eso» tres años antes del vencimiento del mandato presidencial. O, si se prefiere, apenas seis meses después de que Cristina Kirchner ganó las elecciones con el 54,11 por ciento de los votos, como dictaminó el politólogo Andy Tow, corrigiendo a la Cámara Nacional Electoral, que había publicado, por error, 55,42%.
Como si hubiera fundado el Indec de la política, el atribulado gobernador se propone desmentir percepciones colectivas que son irrefutables. La candidatura presidencial o el acuerdo con Hugo Moyano serían, entonces, sensaciones.
Con ese criterio, Scioli también aseguró que la Presidenta lo ayuda y respeta. Para demostrar esa tesis, debería conseguir algo difícil: que ella, en una declaración pública, lo respalde. Si no logra ese objetivo, le convendría releer aquel consejo con que Ludwig Wittgenstein cierra su Tractatus Logico-philosophicus: «Sobre lo que no se puede hablar, mejor guardar silencio»..