Se ha dicho y se dice que el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, electo democráticamente, ha utilizado el tema de los denominados fondos buitre en 2014 tal como el régimen autoritario de Leopoldo Galtieri usó el tema de la ocupación de las islas Malvinas en 1982. Esto es: para exacerbar un nacionalismo bravucón, para legitimar una conducta agresiva ilegal y para ganar réditos políticos transitorios. No creo que esa analogía sea atinada, que le resulte útil al Gobierno, ni que la comparación brinde dividendos electorales futuros a la oposición.
Esto no implica negar cierta similitud, pero de otro orden, entre las Malvinas y los buitres. Dejemos de lado por un momento la naturaleza de las decisiones (en un caso, un acto bélico y en el otro, el incumplimiento de una sentencia); el juicio sobre las razones que las impulsaron; la evaluación del temperamento y el estilo de los que las adoptaron; la valoración de la diplomacia que las acompañó y el veredicto acerca del poder relativo real del país para embarcarse en aquellos cursos de acción. Por un instante, en lugar de mirar hacia adentro observemos hacia afuera. Más que centrarse en la política interna, analicemos los dos temas desde el ángulo de la política mundial.
La Guerra de Malvinas se produjo en medio de un fuerte recalentamiento de la Guerra Fría; implicó un gran desafío para la segunda potencia militar de Occidente y se gestó por iniciativa de un Estado del Sur y contra una potencia del Norte. Una eventual victoria de la Argentina hubiese tenido reverberaciones estratégicas impredecibles que trascendían las relaciones entre Buenos Aires y Londres. Aunque se trata de una afirmación contrafáctica, los análisis públicos, oficiales e independientes que hoy conocemos muestran que resultaba inadmisible para los países centrales el triunfo militar argentino. Así, Estados Unidos, Gran Bretaña y Europa Occidental, tanto en el marco de la OTAN como en la ONU, tuvieron un comportamiento monolítico frente a la Argentina: apoyos recíprocos y sanciones compartidas. Una vez que las FF.AA. del país decidieron persistir en la ocupación de Malvinas ya no hubo retorno: la Argentina debía ser disciplinada militarmente.
Entre 1981, cuando los militares argentinos se hicieron más visibles en América Central debido a sus operaciones contra-insurgentes encubiertas, y 1982, con Malvinas, la Argentina pasó de estar alineada con Estados Unidos y ser un cruzado cristiano y anticomunista a convertirse en un paria que osó desafiar a Occidente. A veces y frente a determinadas crisis, la política mundial es tan vertiginosa, inesperada y cruel que algunos de sus protagonistas no alcanzan a ponderar el alcance de sus acciones.
El tema de los holdouts se produce en un contexto distinto. La gran recesión de Occidente no ha sido aún superada; en algunos tableros mundiales avanza un multipolarismo complejo; el Sur parece incrementar su voz y peso en los tópicos globales y la influencia de la sociedad civil internacional y de distintos actores no estatales es mayor que en el pasado. El caso de los fondos buitre representa un delicado y contradictorio conjunto de principios, posiciones y pugnas. Cuestiones como la soberanía, el derecho, la equidad, las finanzas, la geopolítica y asuntos como el poder de los Estados, la gravitación de fuerzas transnacionales y el papel de las instituciones atraviesan el tema. A diferencia de 1982, la Argentina no parece estar tan sola. Sin embargo, los respaldos que ha recibido el país no deberían llevar a confusión: la postura argentina frente a los buitres constituye un hecho infrecuente que tendrá consecuencias globales importantes.
La disputa sobre la regulación o no del capital financiero es un fenómeno decisivo de la política mundial que refleja una tensión creciente entre asentir o impugnar un orden cada vez más injusto e inequitativo. La Argentina, sin proponérselo, terminó ubicada en esa intersección conflictiva de distintas fracciones del capital que escasamente se ven condicionados por los dichos de Barack Obama, Angela Merkel o Xi Jinping.
En el mejor escenario para el país se logrará frenar parcialmente el poder de los especuladores globales. La perspectiva inquietante y ruinosa para los argentinos es que se vuelva a imponer la disciplina a como dé lugar. En menos de un año, la Argentina cerró un contrato con Chevron que muy pocos conocen en detalle, asumió los pagos que perdió ante el Ciadi en casos muy emblemáticos, llegó a un compromiso multimillonario con Repsol y firmó un acuerdo con el Club de París, pagando un monto enorme de punitorios. Hizo todo por mostrarse pro occidental. Hoy, sin embargo, puede convertirse en el «conejillo de indias» de una disputa financiera que la excede y en la que varios gobiernos de Occidente no tienen una postura antiArgentina. Por el contrario, muchos sectores en Europa y Estados Unidos no comparten el sentido y el alcance del fallo del juez Thomas Griesa; lo cual tampoco debe interpretarse como una señal contraria a una solución negociada.
En poco tiempo se podrá evaluar el alcance de la semejanza entre Malvinas y buitres que propongo acá y que no es de naturaleza doméstica. Pronto sabremos si el país será objeto de un nuevo disciplinamiento, esta vez financiero, o si asistimos al gradual inicio de un freno a la especulación y al esbozo de instituciones internacionales para el manejo de deudas soberanas. En este caso, no habrá que lanzarse a un festejo desbordado, sino asumir los grandes retos internos de equidad y justicia que siguen pendientes. Aún queda un año de gobierno..
Esto no implica negar cierta similitud, pero de otro orden, entre las Malvinas y los buitres. Dejemos de lado por un momento la naturaleza de las decisiones (en un caso, un acto bélico y en el otro, el incumplimiento de una sentencia); el juicio sobre las razones que las impulsaron; la evaluación del temperamento y el estilo de los que las adoptaron; la valoración de la diplomacia que las acompañó y el veredicto acerca del poder relativo real del país para embarcarse en aquellos cursos de acción. Por un instante, en lugar de mirar hacia adentro observemos hacia afuera. Más que centrarse en la política interna, analicemos los dos temas desde el ángulo de la política mundial.
La Guerra de Malvinas se produjo en medio de un fuerte recalentamiento de la Guerra Fría; implicó un gran desafío para la segunda potencia militar de Occidente y se gestó por iniciativa de un Estado del Sur y contra una potencia del Norte. Una eventual victoria de la Argentina hubiese tenido reverberaciones estratégicas impredecibles que trascendían las relaciones entre Buenos Aires y Londres. Aunque se trata de una afirmación contrafáctica, los análisis públicos, oficiales e independientes que hoy conocemos muestran que resultaba inadmisible para los países centrales el triunfo militar argentino. Así, Estados Unidos, Gran Bretaña y Europa Occidental, tanto en el marco de la OTAN como en la ONU, tuvieron un comportamiento monolítico frente a la Argentina: apoyos recíprocos y sanciones compartidas. Una vez que las FF.AA. del país decidieron persistir en la ocupación de Malvinas ya no hubo retorno: la Argentina debía ser disciplinada militarmente.
Entre 1981, cuando los militares argentinos se hicieron más visibles en América Central debido a sus operaciones contra-insurgentes encubiertas, y 1982, con Malvinas, la Argentina pasó de estar alineada con Estados Unidos y ser un cruzado cristiano y anticomunista a convertirse en un paria que osó desafiar a Occidente. A veces y frente a determinadas crisis, la política mundial es tan vertiginosa, inesperada y cruel que algunos de sus protagonistas no alcanzan a ponderar el alcance de sus acciones.
El tema de los holdouts se produce en un contexto distinto. La gran recesión de Occidente no ha sido aún superada; en algunos tableros mundiales avanza un multipolarismo complejo; el Sur parece incrementar su voz y peso en los tópicos globales y la influencia de la sociedad civil internacional y de distintos actores no estatales es mayor que en el pasado. El caso de los fondos buitre representa un delicado y contradictorio conjunto de principios, posiciones y pugnas. Cuestiones como la soberanía, el derecho, la equidad, las finanzas, la geopolítica y asuntos como el poder de los Estados, la gravitación de fuerzas transnacionales y el papel de las instituciones atraviesan el tema. A diferencia de 1982, la Argentina no parece estar tan sola. Sin embargo, los respaldos que ha recibido el país no deberían llevar a confusión: la postura argentina frente a los buitres constituye un hecho infrecuente que tendrá consecuencias globales importantes.
La disputa sobre la regulación o no del capital financiero es un fenómeno decisivo de la política mundial que refleja una tensión creciente entre asentir o impugnar un orden cada vez más injusto e inequitativo. La Argentina, sin proponérselo, terminó ubicada en esa intersección conflictiva de distintas fracciones del capital que escasamente se ven condicionados por los dichos de Barack Obama, Angela Merkel o Xi Jinping.
En el mejor escenario para el país se logrará frenar parcialmente el poder de los especuladores globales. La perspectiva inquietante y ruinosa para los argentinos es que se vuelva a imponer la disciplina a como dé lugar. En menos de un año, la Argentina cerró un contrato con Chevron que muy pocos conocen en detalle, asumió los pagos que perdió ante el Ciadi en casos muy emblemáticos, llegó a un compromiso multimillonario con Repsol y firmó un acuerdo con el Club de París, pagando un monto enorme de punitorios. Hizo todo por mostrarse pro occidental. Hoy, sin embargo, puede convertirse en el «conejillo de indias» de una disputa financiera que la excede y en la que varios gobiernos de Occidente no tienen una postura antiArgentina. Por el contrario, muchos sectores en Europa y Estados Unidos no comparten el sentido y el alcance del fallo del juez Thomas Griesa; lo cual tampoco debe interpretarse como una señal contraria a una solución negociada.
En poco tiempo se podrá evaluar el alcance de la semejanza entre Malvinas y buitres que propongo acá y que no es de naturaleza doméstica. Pronto sabremos si el país será objeto de un nuevo disciplinamiento, esta vez financiero, o si asistimos al gradual inicio de un freno a la especulación y al esbozo de instituciones internacionales para el manejo de deudas soberanas. En este caso, no habrá que lanzarse a un festejo desbordado, sino asumir los grandes retos internos de equidad y justicia que siguen pendientes. Aún queda un año de gobierno..